Cuál es la importancia de establecer horarios para las comidas y por qué es esencial cumplirlos
Un simple cambio de tiempos puede afectar el ritmo circadiano del azúcar en la sangre; te contamos los motivos
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No son solo la fuente de energía del cuerpo humano. Los alimentos contribuyen a un sinnúmero de funciones vitales en el organismo, cuando se ingieren seleccionándolos de forma saludable, pero también puede llevar a complicaciones y riesgos cardiovasculares, en caso de que la comida chatarra se consuma en exceso.
Estudios recientes dan cuenta del poder que tiene la alimentación en el ser humano. El primero, llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Surrey, en Reino Unido, indagó en el efecto que tiene atrasar los tiempos de comida y descubrieron que un simple cambio de horario puede afectar el ritmo circadiano (relojes internos del cuerpo que controlan procesos fisiológicos) del azúcar en la sangre.
Para determinarlo, examinaron a 10 voluntarios que recibieron tres comidas: desayuno, almuerzo y cena. Al principio, la primera comida se dio 30 minutos después de despertar, con las comidas posteriores en intervalos de cinco horas. Luego, cada comida se retrasó cinco horas después de despertar.
Lo que descubrieron fue que posponer los tiempos de alimentación cinco horas retrasó los ritmos de azúcar en la sangre en el mismo periodo de tiempo. Según los autores, se demostró que las comidas sincronizan los relojes internos, por lo que personas que luchan con trastornos del ritmo circadiano, como trabajadores por turnos y viajeros de larga distancia, pueden considerar cronometrar el momento de las comidas para ayudar a resincronizarse.
¿Y la comida chatarra?
Investigadores de la Universidad de California en Estados Unidos publicaron en Cell Metabolism un estudio en el que relacionan una dieta alta en grasas –en otras palabras basada en comida chatarra– con la inflamación de las células de la microglía, una zona del cerebro que defiende al sistema nervioso central, y que al aumentar su tamaño incrementa el apetito y, por tanto, lleva al sobrepeso y la obesidad y, en últimas, a riesgos cardiovasculares.
A esa conclusión llegaron luego de experimentar con las células de la microglía en ratones. A un grupo de roedores se le desactivaron genéticamente esas células y, pese a comer bastantes grasas, perdieron hasta 40 por ciento de su peso.
Al otro grupo, sin modificar, se lo alimentó de la misma forma y ganó cuatro veces más su peso. Para los investigadores, esto abre la puerta a una nueva clase de fármacos contra la obesidad.
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