En su libro, el autor Charles Duhigg argumenta que la gente puede aprender a ser mejor y a conectar con los demás
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En su libro Supercomunicadores, el escritor Charles Duhigg argumenta que la gente puede aprender a ser mejor y a conectar con los demás. Y eso se puede lograr a través de una buena conversación. Aunque el autor también acepta que los diálogos pueden conducir a disputas sin sentido con personas incluso cercanas, donde lo que prima es el desconocimiento del interlocutor.
Pero, ¿cómo hacer para evitar esos malentendidos y malos momentos durante un intercambio? La BBC conversó con Duhigg sobre sus ideas y su nuevo libro Supercomunicadores: cómo desbloquear el lenguaje secreto de la conexión.
—¿Cómo se define a su supercomunicador?
—Yo tengo una pregunta: ¿si estás teniendo un mal día y quieres llamar a un amigo o amiga y sabes que hablar con esa persona te hará sentir mejor, quién es la persona que se te viene a la cabeza?
—Definitivamente, una de mis mejores amigas…
—Pues para ti entonces ella es una supercomunicadora y probablemente tú lo eres para ella. Ambos saben cómo comunicarse entre ustedes de un modo en el que realmente quieres escuchar lo que la otra persona está diciendo.
Y sabes mostrar que estás escuchando. Tú sabes cuáles son las preguntas correctas, las preguntas que realmente ayudan a aclarar las situaciones sobre uno mismo, y tu amiga te da muestras de que ella quiere estar ahí para vos. Ahora, algunas personas hacen eso de forma constante. Ellos pueden conectar con casi todas las personas. Y esos son los supercomunicadores consistentes.
Cuando comencé a investigar para este libro me di cuenta de que esas personas deberían ser muy carismáticas o extrovertidas. Pero resulta que es una mezcla de habilidades que las personas pueden aprender.
—¿Qué nos dice la neurociencia sobre los secretos de una buena comunicación?
—Cuando alguien de nosotros se comunica, nuestra mente y cuerpo comienzan a funcionar en varios sentidos. Las pupilas de nuestros ojos comienzan a dilatarse a la misma velocidad, nuestros patrones de respiración tienden a coincidir entre sí.
Pero, lo más importante, nuestra actividad neurológica comienza a sincronizarse, casi como si pensáramos de la misma manera: el gran punto de comunicarse es que yo pueda describir un sentimiento o expresar una idea y tú puedas sentir una versión de eso. Nuestros cerebros se vuelven más similares a medida que nos comunicamos.
—En su libro, usted cita una investigación del neurocientífico Beau Sievers, que revela cómo los supercomunicadores cambian las dinámicas de grupo.
—Es realmente fascinante. Él pone a varias personas en grupo y les pide que discutan sobre un video que es bastante confuso. Encontró que algunos solo se reunían y conectaban entre ellos y que sus respuestas eran mucho mejores. En cada uno de esos grupos había por lo menos una persona que era un supercomunicador.
Este individuo hacía cosas como formular más preguntas, entre 10 y 20 veces más que una persona normal. Algunas de sus preguntas estaban destinadas a invitar a las otras personas a hacer parte del diálogo y otras a que las personas pudieran expresar valiosos puntos de vista. Pero, lo más importante: ellos, los supercomunicadores, reconocían que hay varios tipos de conversaciones.
Muchos de nosotros pensamos que las discusiones son sobre una cosa. Nosotros estamos hablando de mi día en el trabajo o de las notas de los hijos en la escuela. Pero realmente cada discusión está hecha de varios tipos de conversaciones. Y pueden limitarse a tres clases: hay conversaciones prácticas, en las que básicamente resolvemos problemas.
Hay conversaciones emocionales, en las que te cuento cómo me siento y yo quiero que escuches y me entiendas. Y hay una conversación social en la que nos conectamos con los demás con las identidades sociales que llevamos con nosotros. Los investigadores hallaron que los supercomunicadores son efectivos porque ponen atención a cualquier conversación que está ocurriendo.
—Esto me recuerda a la psicóloga Anita Williams Woolley y su investigación sobre inteligencia colectiva, en la que encontró que la sensibilidad social de los miembros de un equipo determina qué tan buenos son al resolver problemas juntos…
—Absolutamente. Y cuando hablamos de sensibilidad social o de ser empático, lo que realmente significa es que estamos poniendo atención a lo que nos dice una persona y a entender lo que necesita en ese momento.
—Usted señala que deberíamos hacer preguntas más “profundas”, ¿cómo lo hacemos?
—Las preguntas profundas hablan sobre los valores, creencias o experiencias de las personas. Cuando hablamos de esto, hablamos sobre cómo una persona es realmente. Y hay preguntas fáciles de hacer.
Por ejemplo, si conoces a un doctor le puedes preguntar “¿Qué te hizo dedicarte a la medicina?” o “¿Qué es lo más hermoso de tu profesión?”. Esas son dos preguntas profundas, porque invitan a la otra persona a decir algo real y muy significativo acerca de ellos mismos. Y nos facilita a nosotros también decirles por qué decidimos hacer el trabajo que hagamos.
—Me gustaría entonces hacerle una pregunta profunda: ¿qué experiencia personal lo llevó a escribir un libro sobre supercomunicadores?
—Yo estaba trabajando como gerente y me di cuenta de que no era tan bueno. Hacía bien las cosas de estrategia y logística, pero el tema de las comunicaciones no lo manejaba bien. Y traía esos problemas a casa y seguía el mismo patrón: me quejaba sobre mi jefe y mis compañeros de trabajo. Y mi esposa, muy razonablemente, me sugirió: “¿Por qué no invitas a tu jefe a almorzar, así se pueden conocer mejor?”. Y en vez de escucharla, eso me incomodaba más. Y ella se molestaba porque de repente estaba discutiendo conmigo por haberme dado un consejo.
Cuando le conté esto a los investigadores, ellos me dijeron que yo estaba teniendo una conversación emocional y mi esposa, una conversación práctica. Y si las personas no están teniendo el mismo tipo de conversación al mismo tiempo, es posible que no puedan entenderse y conectar.
Esto se conoce en psicología como el principio de correspondencia: la comunicación real requiere que tengas el mismo tipo de conversación al mismo tiempo.
—¿Cuál es el rol de la comunicación no lingüística?
—Sabemos que el 50% de la manera que enviamos señales y recibimos información en una conversación no tiene nada que ver con el contenido de las palabras, pero sí con todo lo que las rodea: el tono de voz, la velocidad al hablar, el lenguaje corporal, las expresiones faciales. Nuestros cerebros tienen esa capacidad de detectar cómo una persona se siente al poner atención en dos detalles: su energía y su humor.
Los bebés pueden saber el humor de los padres incluso antes de aprender a hablar o entender palabras. Mientras vamos creciendo, las palabras se vuelven tan cautivantes, tan llenas de información, que paramos de prestar atención al resto, y tenemos que recordar algunas veces lo valiosa que es toda esa comunicación.
—En su libro ilustra esto con la comedia de televisión The Big Bang Theory...
—The Big Bang Theory fue un fracaso total al principio, y la razón por la que tuvo éxito luego fue porque los productores descubrieron cómo hacer que los personajes expresaran sus sentimientos sin usar palabras.
Se trata de estos físicos que son muy malos para transmitir sus emociones o sus sentimientos. De ahí viene el humor: se ven tan incómodos que resultan divertidos. Pero el problema es, ¿cómo se escribe una comedia cuando los personajes principales no pueden expresar lo que sienten o piensan?
Después del fracaso del primer piloto, los guionistas idearon una nueva receta en la que cada uno de los personajes muestra lo que siente a través de su estado de ánimo y su energía. En el nuevo piloto, hay una escena en la que dos de los físicos conocen a esta hermosa mujer, Penny, por primera vez, y todo lo que pueden decir es “hola”, “hola”, “hola”. Pero cada vez que dicen “hola”, lo dicen de una manera diferente. Cambian el estado de ánimo, cambian la energía y sabes exactamente lo que están sintiendo.
Al principio, están emocionados, luego se sienten muy avergonzados, y después sienten que necesitan retirarse, aunque las palabras que pronuncian no cambian. Solo porque su estado de ánimo y energía cambian, nosotros como audiencia sabemos lo que están pensando y sintiendo. Y lo mismo ocurre con cualquier conversación.
—¿Cómo ha cambiado tu propia vida al escribir sobre supercomunicación?
—Ahora, al comienzo de prácticamente cada conversación, mi esposa y yo hablamos sobre qué tipo de conversación queremos tener. Liz dirá algo como: “¿Quieres que te ayude a resolver este problema? ¿O simplemente necesitas desahogarte?”. Y yo haré lo mismo con ella. Y luego nos demostraremos mutuamente que realmente estamos escuchando: haciendo preguntas de seguimiento o repitiendo lo que la otra persona ha dicho.
Lo más importante es que simplemente nos mostramos y decimos que queremos conectar. Porque una vez que sabemos que alguien quiere conectarse con nosotros, queremos conectarnos con esa persona.
*Por David Robson
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