Nuestra lengua cuenta con al menos 93.000 palabras, pero varios estudios calculan que los más de 591 millones de hablantes nativos solo utilizamos entre 5000 y 7000 palabras con regularidad
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Nuestra lengua cuenta con al menos 93.000 palabras, que es el número de entradas en el diccionario de la RAE. Y hay más que no están ahí, pero se usan. Sin embargo, varios estudios calculan que los más de 591 millones de hablantes nativos solo utilizamos entre 5000 y 7000 palabras con regularidad.
Hay vocablos que rara vez escuchamos, como petricor, el nombre de ese agradable y singular aroma que flota en el ambiente después de que la lluvia cae en suelo seco. O sempiterno, para lo que tiene comienzo pero no final, que es lo que, en rigor, te deberían jurar quienes que te prometen amor eterno (sin principio ni fin).
Como esos, varios términos que se nos escapan, ya sea porque los olvidamos o porque nunca los aprendimos, y eso nos obliga a recurrir a descripciones largas para hacernos entender. Pero, recordar o descubrir palabras es un placer y, como dijo el filósofo Ludwig Wittgenstein: “Los límites de tu lenguaje son los límites de tu mundo”. Así que aquí tenés un puñado de nombres de cosas que seguro te son familiares.
Lemniscata
Ese es el nombre del símbolo del infinito, ese 8 acostado con apariencia algo perezosa. En geometría algebraica, la historia de la lemniscata en sí, como una de varias formas de figuras similares, es larga. Pero, su uso como símbolo del infinito se remonta al siglo XVII.
John Wallis (1616–1703), el matemático inglés más influyente antes de Isaac Newton, lo introdujo en su obra De Sectionibus Conicis (Sobre las secciones cónicas, 1656), junto con otro símbolo que aún se utiliza: el de “mayor o igual a”.
Otro signo que también se parece al 8, es &. Su nombre es et, que significa ‘y’ en latín. Se formó luego de que, alrededor del siglo I, las letras e y t se empezaron a escribir a veces juntas en la antigua escritura cursiva romana; con el tiempo, se juntaron del todo.
Según el libro Shady Characters de Keith Houston, & aparece en el registro histórico por primera vez en un grafiti anónimo en las ruinas de Pompeya. El signo no es tan conveniente en español, pues ‘y’ es más fácil de escribir que ‘&’, pero en otras lenguas sí, pues reemplaza más letras, como ‘and’ en inglés.
Otra curiosidad: en el ámbito de la informática el signo tiene otro nombre en todos los lenguajes: ampersand.
Vagido
El primer llanto de un bebé siempre fue un símbolo de celebración y una garantía de buena salud, y existe una palabra para nombrarlo: vagido. Proviene del término en latín ‘vagitus’ y este del verbo ‘vagire’, utilizado para hacer referencia a un gemido o grito.
El verbo latino también puede estar relacionado con Vaticanus (también conocido como Vagitanus), una deidad romana del parto. Según Aulo Gelio, un erudito del siglo II, Vaticanus presidía los “inicios de la voz humana” y por eso prestó su nombre al “sonido de una voz reciente”.
Pie de Morton
¿Viste esos pies en los que el dedo gordo es más corto que los que están al lado? Quizás el tuyo es así, y no sería tan raro: los estudios dicen que generalmente se encuentra en aproximadamente el 10%-30% de los individuos en diversas poblaciones, y no es exclusiva de un grupo étnico en particular.
Al “pie de Morton” se lo llama así desde que fue descrito por el ortopedista Dudley Joy Morton, en su libro de 1935 El pie humano. Pero, tiene otro nombre más evocativo: pie griego. El origen del apodo podría deberse a la percepción griega de la belleza, representada a través de su arte.
En el arte griego primitivo, observó un artículo del Boston Medical and Surgical Journal de 1897, “dondequiera que haya algún intento de modelado cuidadoso de los dedos del pie, el primer dedo está separado del segundo y, en la mayoría de los casos, el segundo dedo se representa algo más largo que el primero”. Eso estableció un estándar de pies idealizados que se mantuvo en los siguientes períodos del arte occidental, como el romano y el renacentista.
El David de Miguel Ángel lo tiene, así como las magníficas esculturas del Boxeador en reposo, la Diana de Versalles y el Fauno, por nombrar apenas unas. Hasta la Estatua de la Libertad tiene un segundo dedo del pie más largo, pues el escultor Frederic Bartholdi estudió esculturas griegas y romanas, y los hizo así para definir “su herencia desde los primeros días de la civilización”.
Hablando de dedos, pero ahora de las manos, ¿sabés qué es jeme? Es “la distancia que hay desde la extremidad del dedo pulgar a la del índice, separado el uno del otro todo lo posible”, según la Real Academia.
Si te intriga por qué esa distancia tiene nombre, te hago otra pregunta: ¿alguna vez metiste algo usando tus manos? Generalmente, al hacerlo extendemos la mano y medimos desde la punta del pulgar a la del meñique. Eso se llama palmo. Pues antiguamente se usaba el jeme porque equivalía aproximadamente a la mitad de un pie romano, que tenía 29,57 cms.
Filtrum
A diferencia del pie griego, este sí lo tenemos todos. El filtrum o surco nasolabial o infranasal es esa hendidura que está entre el labio superior y la nariz, en toda la mitad.
Aunque no molesta y hasta puede encantar, no parece tener ninguna razón de ser. Pero, es una huella de tu pasado: marca el lugar en el que tu cara terminó de formarse en el vientre. “El desarrollo de la cara tiene lugar en el segundo y tercer mes de embarazo”, explica el doctor Michael Mosley en el documental de la BBC Inside the Human Body (Dentro del cuerpo humano, en español).
“El rostro no ‘crece’, simplemente es el resultado de una especie de puzzle formado por tres partes principales que se unen justo en el medio del labio superior, creando ese reconocible rasgo que todos nuestros rostros comparten”.
Otra hendidura del cuerpo cuyo nombre quizás no sabés es la sangradura, que es esa parte hundida opuesta al codo en medio de tu brazo. Se la conoce también como fosa del codo y, gracias al fácil acceso que hay a las venas y por ser donde se encuentra el tendón de los bíceps, tiene una gran importancia clínica.
Quesiqués
Aquí nos vas a perdonar, pues un quesiqués, aunque común, no es algo físico, sino una cosa que se pregunta y es difícil de averiguar o de explicar. Pero, la palabra es tan simpática que fue irresistible. Además, tiene un pariente: quesicosa, que significa enigma, duda, inquietud.
Y ya que nos alejamos de los límites autoimpuestos, finalicemos con un término que no está en el diccionario de la Real Academia, anotando que, como la misma academia dice, “la ausencia de una palabra en el diccionario no implica que sea incorrecta”. Se trata de Hipopotomonstrosesquipedaliofobia.
Vamos por partes: Es grande como un caballo de río (del griego, hipopoto); monstruosa (del latín monstro); y con una longitud “de pie y medio” (del latín “sesquipedalian”).
Es una palabra un poco cruel, pues hipopotomonstrosesquipedaliofobia es el nombre completo dado al miedo irracional a las palabras muy largas o complejas. A veces se utiliza su versión abreviada, sesquipedalofo, aunque probablemente esa opción tampoco le ayuda mucho a la persona que padece esa fobia.
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