El arqueólogo Harald Meller se convirtió en el héroe de esta historia que comienza con un robo en un cementerio y termina con una búsqueda policial y una operación encubierta
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“Si el riesgo de morir por el disco celeste es 50/50, para mí, vale la pena”. Eso le dijo a la BBC Harald Meller, arqueólogo estatal de Sajonia-Anhalt, director de museo y catedrático de arqueología en Halle an der Saale, Alemania. Con esas credenciales, es difícil imaginárselo arriesgando su vida.
Sin embargo, es el héroe improbable de esta historia, que comienza con un robo en un cementerio, e incluye una búsqueda policial internacional y una operación encubierta.
La historia empieza en un bosque en el este de Alemania, que contiene unos de los asentamientos humanos más antiguos de Europa.
Tras la caída del Muro de Berlín, “los traficantes de mercado negro llegaron desde el oeste y repartieron detectores de metales”, en busca de lugares de enterramiento de los antiguos muertos, contó Meller.
En 1999, dos ladrones de tumbas peinaron el bosque cerca de la ciudad de Nebra, conocida por sus asentamientos neolíticos. De repente, sus detectores cobraron vida.
Excavaron la tierra y pronto hallaron un tesoro que se había mantenido a salvo durante más de 3.000 años.
No sabían que habían desenterrado uno de los hallazgos arqueológicos más importantes del siglo, pues cambiaría nuestra forma de pensar sobre una de las épocas más importantes de toda la historia de la humanidad.
La Edad del Bronce comenzó hace unos 4.500 años, y fue cuando aparecieron los verdaderos símbolos de la civilización.
La humanidad dio un paso de gigante: hubo culturas que desarrollaron una civilización urbana bien establecida, con arquitectura monumental y viviendas sofisticadas. Con ella vino la astronomía y la filosofía, y, crucialmente, la forma de registrar conocimientos, ideas y valores: la escritura.
Pero todo eso ocurrió en el Mediterráneo oriental, el norte de África, el Cercano y el Medio Oriente.
La historia del norte de Europa parecía ser completamente diferente. No hay grandes ciudades, ni formas tempranas de escritura, ni señales de filosofía. Si bien sobrevivieron rocas dispuestas en patrones precisos que claramente significaban algo, los monumentos son desconcertantes pues el conocimiento de su propósito no sobrevivió.
Las pruebas con las que contaban los arqueólogos apuntaban a una sociedad mucho más primitiva.
Entre los restos se encontraban lanzas y hachas, y sobre todo espadas, que habían sellado la reputación de la Europa central y noroccidental de la época como un lugar casi salvaje, muy distinto a las sofisticadas civilizaciones de Egipto y Grecia. Hasta el descubrimiento del que llegaría a conocerse como el disco celeste de Nebra.
La decisión
En mayo de 2001, Harald Meller acababa de ser nombrado arqueólogo jefe de uno de los museos de la Edad del Bronce más importantes de Europa, el Museo de Halle, en Alemania del Este.
Una mañana un colega le mostró unas fotografías que cambiarían su vida. Habían sido tomadas por la banda que había saqueado la tumba en el bosque cerca de su museo un par de años antes.
Mostraban lo que parecía ser un tesoro de la Edad del Bronce y, entre las alhajas, herramientas y espadas, un disco de diseño exquisito.
“Nunca había visto algo comparable: no solo se veía el cielo, sino también un patrón distintivo, que tal vez significaba algo. Tenía la sensación de que si no era una falsificación, era un hallazgo increíble”, le contó a BBC Outlook.
“Me emocioné mucho”, añadió el arqueólogo. “Estaba seguro de que era auténtico por una razón sencilla: quienes falsifican no hacen cosas nunca antes vistas pues para eso necesitas fantasía y conocimientos complejos, o nadie les creerá. Mi experiencia es que los hallazgos inesperados nunca son falsos”, acotó.
El disco celeste de Nebra se ajustaba a esa regla pues parecía ser la representación más antigua de los cielos de la que se había oído hablar. A Meller se le metió en la cabeza una idea estrafalaria: iba a ocuparse personalmente de hacer todo lo posible para localizar a los delincuentes y rescatar el disco para la ciencia.
Quienes lo desenterraron, lo habían vendido al mercado negro, donde cambió de manos entre varios tipos sombríos del inframundo. Se rumoreaba que circulaba con un precio inicial de unos US$300.000.
Con la ayuda de la policía alemana, Meller siguió todas las pistas que halló durante un año, infructuosamente, hasta que se enteró de que los saqueadores querían vender su historia a una revista.
Aunque no le dieron el contacto, “al final, recibí una llamada de una mujer que era la mediadora de quien tenía el disco”. Tras varias conversaciones, la convenció de que se reuniera en un restaurante con él y “un colega del museo, que en realidad era un agente encubierto”.
El arqueólogo se había convertido en líder de una operación policial encubierta. “Cenamos con ella y su abogado, y traté de convencerla de que me vendiera, o al menos me dejara ver, el disco”, reveló.
La siguiente llamada que recibió fue para fijar una cita en uno de los focos del mercado negro de Europa: Basilea, en Suiza.
La operación
La cita era en un conocido hotel en Basilea, y se montó una elaborada operación en la que Meller era el cebo. La policía suiza iba a seguirlo a cada paso, pero eso no significaba que pudiera garantizar su seguridad.
“Me advirtieron: ‘Ten en cuenta que el robo de arte a menudo está conectado con la mafia, con la escena criminal profesional. Nunca, nunca vayas con ellos, porque lo que hacen normalmente estas bandas es invitarte a un hotel y luego tienes que montarte a un auto. Basilea está entre Alemania, Francia y Suiza, así que cruzan las fronteras, la policía pierde el rastro y luego te encontramos en el río Rin’”.
Lo dejaron cerca del hotel para que llegara a pie; ahí, fue llevado a un café en el sótano a reunirse con una mujer y un hombre de cabello gris. “Alto, entre 60 y 70 años, poco simpático. La mujer era amable. Miré alrededor, pero no vi ningún policía, solo a una chica de unos 15 años, un hombre con una sola pierna y el camarero que nos trajo el café”, contó. Meller estaba desesperado por mantener la calma, pero había mucho en juego.
“Una reacción equivocada, una pregunta errada, y todo fallaría”, reveló. Y agregó: “Dije que tenía que verificar la autenticidad del disco. El hombre no dijo nada, pero sacó una espada de su bolso, me la entregó para que la analizara”.
Meller usó dos productos químicos que le había dado un experto químico, pero estaba tan nervioso que erró en el orden. Desilusionado, volvió a intentar, y finalmente comprobó que no era falsa. Sin embargo, el disco seguía sin aparecer.
“No estaba seguro de dónde podía estar. No sabía qué más había en el bolso, quizás un arma, pero el disco era demasiado grande para estar allí”, puntualizó.
“Finalmente, el hombre se abrió el abrigo y de debajo de la camisa sacó algo envuelto en una toalla. Era el disco y me lo entregó”. ¡Por fin lo tenía en sus manos!
“Mi primera reacción fue: ‘Guau, cuán pesado y masivo es, porque en las fotos parecía una delgada lámina de metal. Lo siguiente que me sorprendió fue la belleza. El oro resplandeciente, el verde profundo”, explicó. “Además, como especialista, estaba muy consciente de que era un artefacto que te conectaba directamente con la Edad de Bronce: me ericé, era increíble y emocionante”.
Paso seguido, aterrizó en la realidad del presente, y sintió la urgencia de rescatar la pieza, pues no quería ser uno de los pocos que llegara a verla. “Gran parte del arte que se roba desaparece: se usa entre narcotraficantes como moneda de cambio o algo así. La policía me explicó eso, y me dijo que podría suceder. Así que cuando lo tuve en mis manos, pensé: ‘Tómalo y corre, apártalo de estos tipos peligrosos’, pero la policía me había advertido que no podía hacerlo”.
Los delincuentes le pidieron el dinero prometido, que él no tenía, y le exigieron firmar un contrato. “Me decían: ‘Muéstranos el dinero. Firma este contrato’. Tenía que encontrar una solución. Se me ocurrió decirles que estaba tan emocionado que tenía que ir al baño.
“Planeaba llamar a la policía”. Pero, claro, rara vez hay buena recepción telefónica en un baño subterráneo, particularmente en ese entonces. “Di vueltas por todo el baño hasta que lo logré y les dije: ‘¡Atrápenlos!’. Y cuando salí, de repente 6 policías aparecieron de la nada”.
¿Recuerdas a la niña de 15 años, el señor cojo y el mesero? Pues todos eran policías.
Lo extraordinario
“No soy un espía o un agente profesional”, recalcó Heller antes de confesar que completar la misión, para él “fue muy difícil”. Entonces, ¿por qué estuvo dispuesto a correr el riesgo?
“Porque para nosotros, como seres humanos, es increíblemente importante entender de dónde venimos”, declaró enfáticamente.
“Normalmente miramos hacia atrás solo cien, doscientos o trescientos años y nos sentimos súper listos; nos comparamos con los tiempos medievales y creemos que ahora somos los mejores, pero eso es una tontería.
“La gente de la Edad de Bronce era tan inteligente como nosotros, no eran idiotas. Por eso estaba emocionado: no tanto por el tesoro o por el arte, sino porque estoy absolutamente seguro de que este es un hallazgo clave de la historia de nuestra especie y, por lo tanto, quería hacer todo lo posible para que lo tuviéramos”, destacó.
Él mismo pudo apreciar la pieza con tranquilidad por primera vez después de los arrestos. Ahí, incrustado en oro, estaba el motivo por el que se ha calificado de mágico: una imagen increíble del cielo, con lo que parecían ser el Sol, la Luna y estrellas. Nunca se había visto nada parecido.
Poco después, la policía recuperó el resto del tesoro encontrado con el disco. Más tarde se averiguó dónde había sido el hallazgo.
Todo eso era relevante pues el contexto no sólo permite datar sino que ayuda a explicar el significado del disco. Desde que fue rescatado, numerosos estudios han ido revelando diversos y sorprendentes aspectos sobre el artefacto.
Uno de los más significativos gira en torno a su antigüedad y las estrellas. Como es metálico, no se pudo usar la datación por carbono, la técnica más precisa para saber de cuándo es. Pero se recurrió a la datación asociativa, valiéndose de las espadas que se hallaron en el mismo lugar, y resulta que eran de 1600 a.C.
Eso es impresionante, dado que también se estableció que un grupo de esos puntos que parecían ser estrellas era idéntico a los dibujos más antiguos conocidos de la constelación de las Pléyades.
Mapear las estrellas ha sido uno de los grandes logros de la humanidad, y una tarea que ha obsesionado a académicos y científicos durante miles de años.
Hasta donde se sabía, las imágenes realistas de estrellas no aparecieron sino hasta el año 1400 a.C. en Egipto, y esas siempre habían sido consideradas las más antiguas conocidas.
El disco celeste de Nebra es 200 años más antiguo: parecería que, en algunos aspectos, los noreuropeos de la Edad del Bronce eran tan sofisticados como las civilizaciones de Egipto y Oriente. Para Heller, “lo maravilloso es que el disco celeste de Nebra es de todos”.
“La memoria y patrimonio mundial nos conecta, sin importar la ideología. Es esperanzador y primordial que nos fascinen Stonehenge, las pirámides y el disco de Nebra, que nos una el arte y los maravillosos monumentos”, concluyó.
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