En sus 20 años de experiencia clínica, la psiquiatra estadounidense se dio cuenta de que cada vez más pacientes llegaban a las consultas médicas y hospitales con un cuadro de dependencia
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En sus 20 años de experiencia clínica, la psiquiatra estadounidense Anna Lembke se dio cuenta de que cada vez más pacientes llegaban a las consultas médicas y hospitales con un cuadro de dependencia a los fármacos que les habían recetado para tratar un dolor físico o algún sufrimiento mental. En otras palabras, lo que se ofrecía como solución acababa convirtiéndose en un grave problema a largo plazo.
Las historias que Lembke escuchó son sólo una pequeña parte de un problema mucho mayor en Estados Unidos. El país se enfrenta a una epidemia de medicamentos que son recetados y que afecta sobre todo a los jóvenes.
En 2022, el número de sobredosis por drogas en EE.UU. volvió a aumentar y alcanzó los 100.000, siendo el principal agente causante el fentanilo, un opioide 50 veces más potente que la heroína, adquirido de forma ilícita.
Basándose en informes de pacientes y familiares, investigaciones científicas y entrevistas con profesionales de la salud -administradores de hospitales, periodistas y farmacéuticos, entre otros- Lembke, quien dirige la Clínica de Medicina de la Adicción de Patología Dual de Stanford, escribió dos libros reveladores sobre estos problemas: Drug Dealer, MD – How Doctors Were Duped, Patients Got Hooked, and Why It’s So Hard to Stop (2016) y Dopamine Nation (2021). Este último fue traducido al español con el título Generación Dopamina, mientras que el primero ayuda a comprender las consecuencias de los actuales modelos de atención sanitaria, ya sean públicos o privados.
Según ella, el poco tiempo para las consultas, el aumento indiscriminado de la disponibilidad de medicamentos, la falta de control de su uso, la escasa educación para comprender los riesgos de adicción y la influencia del marketing en las prescripciones conforman un sistema que debe ser revisado. “La elección de la prescripción no está motivada principalmente por la ciencia médica, sino por la influencia de la industria, a menudo de forma oculta”, dijo en una entrevista con BBC News Brasil.
El acceso a los medicamentos en Estados Unidos es más fácil si son medicamentos no controlados, que representan la mayoría de las prescripciones. Los medicamentos controlados, en cambio, son los que presentan riesgo de adicción.
El problema, según Lembke, es que un medicamento no controlado “puede convertirse en controlado si, con el tiempo, su potencial adictivo sale a la luz”, advierte en su libro, citando el analgésico tramadol, aprobado para uso no controlado en 1995 y reclasificado como medicamento controlado en 2014.
El escenario analizado es el de EE.UU., pero en sus libros Lembke sugiere que los errores cometidos por los estadounidenses pueden servir de aprendizaje para otros países.
Entre 2009 y 2015, la comercialización de opioides de prescripción (potentes analgésicos) aumentó un 465%, mientras que las inversiones en la comercialización de medicamentos relacionados también aumentaron. Los mayores aumentos se observaron en las ventas de codeína, oxicodona y fentanilo.
Lembke se muestra cauta a la hora de no estigmatizar el uso y la aplicación de medicamentos con prescripción y dirige sus críticas al funcionamiento del sistema, en el que las pastillas recetadas con la buena intención de aliviar una dolencia acaban resultando fatales para los pacientes que se vuelven dependientes.
“Y lo que es más importante, ¿por qué seguimos recetando y consumiendo estos peligrosos medicamentos, aun sabiéndolo?”, se pregunta en uno de sus libros. A continuación te ofrecemos los principales extractos de la entrevista de Lembke con BBC News Brasil.
—En su nuevo libro, usted sostiene que la adicción a sustancias no es un problema individual, sino una cuestión de salud pública. ¿Cómo influyen los factores sociales, económicos y culturales en el actual panorama de consumo excesivo y qué se puede hacer para superarlo?
—Hay muchos factores de riesgo de adicción a sustancias y pueden dividirse en las categorías de genética, educación y entorno. Por “genética” se entiende el riesgo genético, es decir, la vulnerabilidad biológica innata de un individuo determinado a padecer un trastorno por consumo de sustancias.
Pero la “educación” y el “entorno” pertenecen claramente al ámbito de la salud pública, e incluyen factores de riesgo de adicción relacionados con la pobreza, el desempleo, los traumas multigeneracionales, la movilidad social y el simple acceso a las drogas.
Si uno vive en un barrio donde se venden drogas en la esquina, es más probable que las pruebe y se vuelva dependiente de ellas. Por tanto, las intervenciones contra la adicción deben abordar no solo los factores de riesgo individuales, sino también los ecológicos, es decir, todas las formas en que el mundo moderno conspira para convertirnos en adictos.
—Mucha gente dice que nunca se volvería adicta a las drogas, pero usted ha descubierto que miles de personas han abusado de los medicamentos recetados, lo que puede ser fatal. ¿Cree que los médicos son conscientes de su influencia a la hora de recetar determinados fármacos a sus pacientes?
—La mayoría de los médicos tienen poca formación sobre los trastornos por consumo de sustancias en general y, en particular, sobre el potencial adictivo de los medicamentos que recetan. No saben cómo vigilar el uso indebido de medicamentos con receta, cómo hablar con los pacientes sobre este tipo de consumo ni qué hacer si detectan que sus pacientes se han vuelto dependientes de los fármacos que recetan.
El lado positivo de la epidemia de opioides es que los médicos estadounidenses de hoy en día han recibido más formación sobre el uso indebido de medicamentos con receta y la adicción, y los médicos jóvenes de hoy en día son mucho más precavidos a la hora de recetar fármacos potencialmente adictivos.
—En su opinión, ¿qué motiva a los médicos a recetar determinados medicamentos a sus pacientes?
—Los pacientes imaginan que la decisión de sus médicos de recetar un medicamento concreto se basa exclusivamente en la toma de decisiones médicas, pero en realidad hay muchos factores que influyen en la elección y que tienen poco que ver con lo que es mejor para el paciente. La promoción de medicamentos por parte de los fabricantes y otros miembros de la cadena de suministro farmacéutica tiene una enorme influencia en la forma en que los médicos eligen qué recetar.
Es posible que los médicos ni siquiera se den cuenta de este impacto. Reciben mucho material promocional que viene con el discurso de la ciencia, pero que en realidad contiene mensajes falsos y engañosos sobre la seguridad y la eficacia. Incluso un regalo aparentemente sencillo, como un bolígrafo, un sombrero o una taza de café, puede influir en la prescripción.
Los pacientes también son bombardeados con publicidad directa al consumidor sobre medicamentos, por lo que acuden a sus médicos preguntando por determinados nombres. En Estados Unidos, la industria farmacéutica también ejerce una enorme influencia sobre el coste y la disponibilidad de los medicamentos, promoviendo algunos en detrimento de otros, independientemente de las pruebas médicas. En otras palabras, la elección de la receta no está motivada principalmente por la ciencia médica, sino por la influencia de la industria, a menudo de forma oculta.
—¿Qué segmentos de la sociedad son más propensos a ser tratados con medicamentos recetados?
—Si se pregunta a qué pacientes es más probable que se receten opiáceos para el dolor crónico, serían las personas con enfermedades mentales y las que viven en la pobreza. A las mujeres se les recetan más benzodiacepinas que a los hombres.
En Estados Unidos, los blancos tienen más probabilidades de que les receten opiáceos para el dolor, ya que los prejuicios raciales inconscientes hacen que los médicos sospechen más de los negros y los morenos pensando en uso indebido.
—Uno de los puntos más preocupantes discutidos en su libro es que la dependencia de drogas controladas proviene del acceso a prescripciones médicas, aunque sean bien intencionadas. Actualmente estamos avanzando hacia una intensificación del uso de la IA (Inteligencia Artificial) en la asistencia sanitaria. ¿Existe el riesgo de que esta situación de dependencia empeore, teniendo en cuenta que las prescripciones pueden proceder de protocolos sin presencia humana?
—Los protocolos de IA son tan inteligentes como los datos que se introducen en ellos. Si se introduce información útil en un algoritmo de IA, puede ayudar a los médicos a rastrear e intervenir en el uso indebido de medicamentos con receta y la adicción, eliminando al mismo tiempo algunos de los prejuicios de los que adolecen los humanos. Por otro lado, una herramienta de IA mal diseñada y con datos erróneos podría empeorar las cosas.
—Usted argumenta que la confianza que depositamos en las píldoras para curar el sufrimiento humano no tiene en cuenta los costes a largo plazo de este uso, ni el hecho de que estas mismas píldoras pueden empeorar el estado de salud del paciente a lo largo de los años. ¿Qué importancia tiene el factor “tiempo” en este debate?
—El sistema sanitario de Estados Unidos está diseñado casi en su totalidad en torno a soluciones rápidas, que a menudo tienen el efecto contrario en la salud de los pacientes con el paso del tiempo.
Necesitamos crear sistemas de tratamiento que den prioridad a la salud a largo plazo, en lugar de a la ayuda y el beneficio a corto plazo. Esto debe incluir dar a los médicos tiempo para dialogar y educar a los pacientes, y construir relaciones con ellos a lo largo del tiempo, permitiendo las conversaciones difíciles que a veces son necesarias para mejorar la salud de quienes buscan atención.
—Además, ¿cree que, como sociedad, nos damos el tiempo suficiente a la hora de atravesar situaciones difíciles en la vida?
—En general, la cultura moderna fomenta la rapidez. Incluso el dolor por la pérdida de un ser querido se considera ahora una enfermedad mental, para la que existe una categoría diagnóstica en el DSM (siglas en inglés del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, la publicación de referencia para los tratamientos psiquiátricos), a pesar de que el dolor es una de las respuestas humanas más normales y saludables.
La cultura occidental moderna, en particular, tolera poco el dolor. Las personas tristes son vistas como enfermas, no como seres humanos sanos comprometidos en la compleja tarea de navegar por la vida.
—¿Qué precauciones deben tomar los médicos y los pacientes al utilizar medicamentos prescritos para el tratamiento de la salud mental?
—Las decisiones sobre medicamentos deben considerar fundamentalmente un análisis coste-beneficio: ¿son mayores los beneficios que los perjuicios? Todos los medicamentos pueden tener efectos secundarios.
Cuando el sufrimiento de una persona no puede aliviarse de ninguna otra manera, y cuando los beneficios potenciales de un medicamento parecen superar sus riesgos, entonces probarlo tiene sentido. Una vez iniciada la medicación, el médico y el paciente deben evaluar continuamente los riesgos y beneficios, ya que éstos pueden cambiar con el tiempo.
Un medicamento inicialmente útil puede volverse perjudicial con el uso prolongado. En caso de que los efectos adversos superen a los beneficios, debe suspenderse la medicación de forma compasiva y humana. Esta evaluación de riesgos y beneficios debe incluir algo más que el informe subjetivo del paciente.
También debe incluir pruebas de laboratorio, lo que los familiares observan en el paciente y otros datos objetivos. Los propios pacientes, especialmente cuando se vuelven adictos a un fármaco, pueden ver beneficios incluso cuando no los hay. Al mismo tiempo, sigue existiendo un estigma en torno al uso de este tipo de medicación. ¿Cómo equilibrar la accesibilidad y la sensibilización?
Agradezco que existan medicamentos psicotrópicos para recetar a mis pacientes. En algunos casos, pueden salvar vidas. Al mismo tiempo, debemos tener cuidado con recetarlos en exceso, sobre todo cuando pueden causar adicción. Podemos estigmatizar las prácticas médicas inadecuadas sin estigmatizar los medicamentos en sí.
—Según su análisis, ¿desde cuándo los medicamentos recetados para tratamientos como la ansiedad, el insomnio, la depresión y la falta de concentración se consumen de forma masiva y acrítica?
—Esta oleada comenzó en los años setenta con la promoción del Valium como “ayuda para la madre” y no ha dejado de crecer desde entonces, incluyendo la prescripción de psicofármacos a niños cada vez más pequeños, incluso de tan sólo dos años.
—¿Y en qué momento los tratamientos de salud mental se asociaron tan estrechamente con el uso de medicamentos recetados?
—La década de 1990 fue la llamada “Década del Cerebro”, en la que la psiquiatría se alejó decisivamente de la psicoterapia (y de un enfoque más holístico de la salud mental) y se inclinó por los fármacos como solución a todas las formas de sufrimiento psicológico.
—¿Cómo valora el uso de cannabis y drogas psicodélicas para tratamientos de salud mental?
—No hay pruebas fiables de que el cannabis sea eficaz en el tratamiento de ningún trastorno mental, especialmente cuando se consume a largo plazo. Las pruebas sobre los psicodélicos son demasiado preliminares para ser fiables, especialmente debido a la subestimación sistemática de los daños causados. Por esta razón, no recomendaría ninguno de ellos a mis pacientes, al menos no sin pruebas más sólidas de seguridad y eficacia.
*Por Amanda Mont’Alvão Veloso
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