Aceptados por la Real Academia Española, son los dos términos que están entre los más representativos de las groserías nacionales; según los especialistas, ellos provienen de los tiempos de la lucha por la independencia
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Son dos de los vocablos que con mayor frecuencia aparecen en el habla coloquial de los argentinos. Integran el listado de esos términos con reprobable fama conocidos como ‘malas palabras’. Se utilizan desde hace decenas de años como insulto, aunque con el tiempo sus significados se han vuelto más versátiles. Se trata de las palabras boludo y pelotudo -con perdón de la expresión-, que son sin dudas unas de las que ocupan el lugar más alto en el ranking de palabrotas criollas. Y ambas tienen un origen similar, relacionado con el campo de batalla en los tiempos de la independencia.
Si bien los términos tienen ganado su lugar en el diccionario de la Real Academia Española (RAE), están acompañados por una abreviatura que los estigmatiza: “malson.”. Esta es la manera acortada que utiliza la entidad de la lengua para señalar que estos términos son “malsonantes”. Es decir, obviamente, que suenan mal. Pero esta aclaración se emplea también para advertir que una palabra, según la misma RAE, “ofende al pudor, al buen gusto o a la religiosidad”.
Luego de esta abreviatura, la entidad que limpia, fija y da esplendor define a la primera de estas palabras malsonantes, la que empieza con be larga, con el significado que tiene para la argentina: “necio o estúpido”. Como una manera de quitarle el indudable contenido de agresión que tiene el término, en el Diccionario del Habla de los Argentinos, de la Academia Argentina de Letras, se añade otra construcción relacionada, también muy de la idiosincrasia argenta que es la de “boludo alegre”, para definir a quien sería un “tonto sin malicia”.
Por su parte, el segundo mote grosero que se trata aquí, el que empiez con pe, en la RAE está definido como “dicho de una persona que tiene pocas luces o que obra como si las tuviera”. Una definición bastante ruda, casi tan lesiva de la autoestima del destinatario como el término en sí.
La palabra que más representa a los argentinos
Una característica común a destacar de estas dos blasfemias frecuentes en el léxico argentino es una nueva abreviatura que se encuentra en los diccionarios de español. Se trata de la enigmática “u.t.c.s.”, que no es un sindicato, sino que es una sigla que representa “Usado también como sustantivo”. Esto significa que tanto un término como el otro, que en principio son adjetivos (”Qué tipo boludo”), también puede utilizarse como sustantivos (”Hoy el pelotudo llegó más temprano”).
Se sabe que las malas palabras, al menos en los ámbitos académicos, están mal vistas. Pero para darles una pátina de prestigio a las dos que conciernen a esta nota, y para alejarlas un poco del lodo de lo chabacano, puede decirse que ambas han sido, de alguna manera, rescatadas por dos grandes celebridades de la cultura argentina. Fue el poeta Juan Gelman quien destacó la palabra “boludo” como la que más representa a los argentinos. Lo hizo para incorporar ese término en representación del país en el Atlas Sonoro que se realizó en el VI Congreso Internacional de la Lengua que se realizó en Panamá en 2013.
Dicho Atlas incluye términos representativos de diversos países hispanoamericanos, escogidos por una veintena de escritores de esta región del mundo que comparte la lengua española. A la hora de justificar su elección, el autor de Cólera buey señaló que se trataba de “un término muy popular y dueño de una gran ambivalencia”.
Esto último tiene que ver con que en la Argentina, el boludo va mucho más allá del mero insulto. Se usa también como una manera hasta cariñosa de mencionar a alguien, un amable apelativo. Entre amigos, por ejemplo, pueden oírse expresiones que parecieran contradictorias como “Te quiero, boludo”, o “Che, boludo, ¡sos un genio!”.
Roberto Fontanarrosa y un discurso memorable
En cuanto al otro término, pelotudo, tuvo su momento de realce en un entorno académico algunos años antes, en 2004, cuando el dibujante, escritor y humorista rosarino Roberto Fontanarrosa la incluyó en su memorable discurso sobre las malas palabras al cierre del III Congreso Internacional de la Lengua Española, precisamente en Rosario.
Allí, en una jocosa reivindicación de los términos calificados como groseros, el autor de Inodoro Pereyra señaló: “Hay palabras de las denominadas malas palabras que son irreemplazables, por sonoridad, por fuerza. Algunas, incluso, por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es tonta, o sonsa, que decir que es un pelotudo”.
“Cuando hablo de la contextura física me refiero a que el secreto, la fuerza de la palabra pelotudo, ya universalizada, está en la letra ‘t’. Anoten las maestras: no es lo mismo decir sonso que decir pelotudo”, concluyó el dibujante rosarino, poniendo fuerza en la mencionada letra ‘t’, con lo que provocó la risa de todos los presentes en el Congreso.
El origen en las luchas por la independencia
El origen de estas palabras tiene poco que ver con los insultos, aunque sí con la agresividad. Para saber de dónde vienen es necesario remontarse al siglo XIX, los tiempos de las batallas por la independencia de la Argentina. Y a la formación de las tropas en esos combates. Según lo cuenta la escritora María Laura Lelé en su libro Delenguados, los gauchos que en aquel entonces luchaban por la liberación de la patria se alineaban para enfrentar al enemigo en las primeras tres filas de la formación.
Así, en la primera línea se posicionaban los hombres que atacaban a los realistas con pelotas de piedra amarradas con un tiento. Estos valientes, llamados “pelotudos” en virtud de las armas que portaban, eran los encargados de esperar a los jinetes españoles para golpear el pecho de los caballos con sus rocas. De este modo, los animales rodaban y los soldados caían de sus monturas.
Atrás de la primera línea de gauchos llegaban los lanceros, que portaban cañas tacuara a las que ataban un facón para convertirlas en lanzas. Su misión era ensartar a los realistas caídos. En la tercera fila llegaban los contendientes criollos a los que se llamaba “boludos”, portadores de boleadoras, que se ocupaban de, por si hiciera falta, ultimar a los caídos.
“¡Ahí lo tenés al p...tudo!”
A partir de aquí, existen dos versiones de cómo los corajudos pelotudos que enfrentaban estoicos las tropas enemigas en la primera fila de las batallas por la independencia dieron origen al insulto que persiste en estos días. La primera de ellas, más sencilla, dice que por la manera temeraria pero casi suicida en que estos hombres se enfrentaban a la muerte, y muchas veces perdían contra ella, es que se popularizó la frase: “No hay que ser pelotudo”, y desde allí comenzó a difundirse como un insulto, como un sinónimo de tonto, o incauto.
Pero también existe otra versión que es más o menos similar, pero que le adjudica la misma frase a un diputado de la nación. Según este relato, en 1890, hubo un legislador que, en referencia a que sus colegas de partido no debían ser “tontos” o no debían realizar una acción que pudiera volverse contra ellos, habría dicho: “No hay que ser pelotudo”. Lo mismo que pasó en la historia anterior, si bien el legislador se refería a los gauchos de la batalla, se extendió la palabra como sinónimo de tonto, estúpido y, por qué no, de una persona con pocas luces.
Como un ejemplo contundente del uso de este término, vale recordar la escena de la mítica Esperando la carroza (que se convirtió en meme), en la que el personaje de Luis Brandoni reconoce desde su auto a su sobrino, un grandulón poco avispado interpretado por Darío Grandinetti, y se refiere a él con la frase: “Ahí lo tenés al pelotudo”.
Así, de ser referente de gauchos aguerridos, la palabra pelotudo pasó a resignificarse para convertirse en un insulto. Y junto a ella, también vivió un destino muy similar la palabra boludo.
El insulto que tiene su propio día
Con relación a esta última, Charlie López menciona otros orígenes en su libro Somos lo que decimos. De acuerdo a este escritor y docente, el término boludo se usaba en otras culturas para referirse al hombre que tenía los testículos grandes, a quienes se consideraba tontos. Para ejemplificar su teoría, él dice que en italiano se utiliza el término “coglione” y el tradicional “huevón” que se usa en Chile y otros países de Latinoamérica.
López señala que boludo también puede provenir de “boleado”, palabra que se utilizaba para señalar el estado de aturdimiento que presentaba una persona que había sido alcanzada en su cabeza por las boleadoras.
Esta última palabra es tan potente en el habla de los argentinos que, en el año 2009, un grupo de personas en las redes sociales puso como tendencia “el día del boludo”. Era, o es todavía, el 27 de junio, y allí se tomaba otra acepción del término, también muy de acá, referida a aquella persona que hace o que intenta hacer lo correcto en un contexto en que cada uno hace lo que más le convenga, aunque ello esté reñido con las reglas de la buena convivencia.
En ese entonces, los autores de esta movida planteaban sus principios en su página web: “Somos una nación de boludos. Millones de ilusos que aspiramos a vivir en paz, construyendo un futuro próspero y una sociedad justa. Sin embargo, los ‘vivos’ nos demuestran a diario que confiar en las promesas, mostrar respeto por los demás y actuar dentro de la ley es una estupidez. Algo que solo hacen los tontos, los fracasados y los boludos”.
Con esa misma interpretación, unos años antes, Jorge Lanata había hecho una de sus ocurrentes creaciones. Cuando estaba al frente de su revista Veintitrés, el legendario periodista sacó con ella un regalo para sus lectores: el Documento Nacional de Boludo. El particular DNI, se convirtió en todo un éxito. “Ese DNI estuvo genial. Lo firmo yo en el lugar del Registro Nacional de las Personas. Porque yo también me considero un boludo como cualquiera. Cuando piden el voto los políticos me mienten como a cualquiera”, decía el propio Lanata en una entrevista en LA NACION del año 2021.
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