Cabo Raso, en la costa atlántica de Chubut, hoy es un refugio para quienes buscan contactar con la naturaleza: tiene las mejores olas para surfear y una construcción militar que iba a servir de plataforma de despegue para misiles
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El viento raspa la estepa patagónica y el sonido de las olas invade el ambiente agreste del lugar. Ese el marco que envuelve a Cabo Raso, el pueblo fantasma de la costa de Chubut, ubicado a la vera de la ruta provincial 1, a 170 kilómetros de Trelew, que funciona hoy, gracias al trabajo de un matrimonio que hizo propio ese deshabitado paraje, como un refugio turístico para aquellos visitantes que quieren desconectarse del universo tecnológico -no hay internet, ni teléfono, ni televisor- y reconectarse con lo natural.
Allí, además de las antiguas casitas del pueblo recicladas para hospedar turistas, también puede encontrarse una verdadera reliquia del que fuera un episodio, quizás fallido, de nuestra historia reciente. Es que, en el medio de aquella estampa patagónica preñada de quietud se puede ver, aún en pie, un búnker de hormigón construido sobre finales de la década del ‘80, para poder lanzar desde Cabo Raso el misil fabricado en el país conocido como Cóndor II. Un proyecto armamentístico que terminó desmantelándose a comienzos de los ‘90 por presión de los Estados Unidos.
“Con respecto al búnker, no soy la persona indicada para ensalzar eso porque me parece que una cosa militar ahí no me interesa en lo más mínimo, me parece mucho mejor la función que tiene ahora, que es un refugio para la gente que está acampando, ahí se puede comer un asado, o resguardarse de las inclemencias del tiempo”, cuenta a LA NACION Eliane Fernández, quien junto a su marido Eduardo González fueron los que se encargaron de convertir una aldea abandonada y en ruinas en un destino soñado por amantes de la naturaleza y el silencio.
En efecto, entre todas las posibilidades de hospedaje con las que cuenta el complejo de Cabo Raso, llamado así por la chatura del accidente geográfico que penetra allí el Mar Argentino, se encuentra ‘El Ñandú'. Se trata de un colectivo viejo que recorría esa región de la Patagonia y que, ahora en desuso, funciona como sitio de alojamiento para unas ocho personas. Y, al lado de este particular sitio de descanso para los viajeros del sur, se encuentra el que fuera el búnker. “Es el comedor que el colectivo no tiene”, aclara Eliane.
Visto desde afuera, el refugio de origen militar, que en rigor puede ser también una casamata, tal el nombre que se le da a construcciones realizadas para albergar armamentos, exhibe una gran pared lateral de hormigón con una ventana -colocada por Eliane y Eduardo. Luego, el sitio parece estar semienterrado (o camuflado) en el paisaje de la estepa patagónica, a excepción de su puerta de acceso, también enmarcada en un acceso de hormigón. “Adentro está lleno de grafitis, porque la gente dibuja las paredes, eso está bueno. Además tiene una pileta para lavar, mesa, sillas, un aparador, todos objetos reciclados, re baqueteados, pero con alma”, describe la mujer que, junto con su marido, conforma la única dupla de habitantes permanentes de Cabo Raso.
La historia de Cabo Raso y el Refugio actual
Antes de ingresar a la historia del armado de ese búnker en condiciones secretas para lanzar un misil industria argentina vale la pena conocer más acerca del auge y el abandono del pueblo donde se levantó esa construcción. El lugar que luego sería Cabo Raso comenzó a recibir pobladores a fines del siglo XIX y fue fundado oficialmente en el año 1900, junto con el tendido telegráfico realizado entre lugares remotos de la entonces remota Patagonia. El profundo puerto natural de ese poblado servía para despachar lana de las estancias cercanas y desembarcar cartas y encomiendas para repartir en la región.
Desde mediados del siglo XX, la ruta provincial 1, que todavía existe, unía a los pueblos costeros de esa región de Chubut y los mantenía activos. Pero entre 1974 y 1979, la pavimentación de la ruta 3, que pasaba muy lejos de la costa, determinó los días finales de Cabo Raso, que terminó de sucumbir al desamparo en 1987 con la muerte de su última habitante, Mercedes Finat, patrona del almacén de ramos generales La Castellana.
Unas dos décadas después fue cuando Eliane y Eduardo, que entonces vivían con sus dos hijos pequeños en Trelew, en una de sus excursiones por la provincia, encontraron ese pueblo fantasma. “El Cabo nos encontró a nosotros, no nosotros al Cabo. Queríamos irnos de la ciudad y un día pasamos por ahí casualmente. No lo podía creer, un lugar con tanto trabajo así abandonado”, cuenta Eliane, que pronto comenzó a frecuentar el lugar los fines de semana, hasta que decidieron mudarse a vivir allí.
“Presentamos un proyecto (para hacer uso de las tierras entonces fiscales), nos instalamos todos en el lugar y no paramos nunca más -asegura la mujer-. Fue una locura afortunada la de seguir el sueño hasta el fin”. El sueño fue reciclar las antiguas viviendas abandonadas del pueblo y crear allí lo que hoy es El Cabo, Refugio Natural, un lugar con un camping y una serie de sencillos pero confortables alojamientos (algunos sin electricidad) para que el visitante se establezca en un paraje donde la naturaleza se encuentra en su estado más puro.
Allí se puede transcurrir horas en la contemplación del mar desde una hamaca enclavada en la costa, o pasar a la acción para surfear en sus olas, consideradas las mejores del país. Decoran el marco natural de ese páramo patagónico un grupo de ovejas despreocupadas, y también pueden aparecer zorros, guanacos o choiques y la postal se completa con la presencia de un cielo limpio, que ofrece por las noches el subyugante brillo de millones de estrellas que ya no se ven en los cielos urbanos.
El proyecto Cóndor II
Pero bastante antes de la llegada al lugar de Eliane y Eduardo, en los tiempos en que Cabo Raso se encontraba en estado de total abandono, y quizás aprovechando esta circunstancia, fue cuando la Fuerza Aérea Argentina pensó en lanzar desde allí, a modo de prueba, un prototipo del misil Cóndor II. En el año 1987, durante la presidencia de Raúl Alfonsín, comenzó a construirse la infraestructura para el lanzamiento, que sería en 1988, y que incluyó el búnker que todavía permanece en el lugar y ya forma parte de su paisaje.
“El Cóndor II surge hacia el final de la dictadura militar, tras la derrota en la Guerra de Malvinas, la Fuerza Aérea, que había perdido gran capacidad de combate, pese a su extraordinario desempeño en el conflicto, necesitaba tener capacidad de disuación”, explica a LA NACION Daniel Blinder, investigador adjunto de Conicet y autor del libro El proyecto del misil Cóndor II y la política espacial argentina.
Si bien el Estado argentino, en las décadas del 60 y 70 había tenido grandes avances en cohetería, según el investigador, “el proyecto Cóndor II era un salto cualitativo en términos de capacidad tecnológica”, y se trataba “de un misil con vector de dos etapas, con combustible sólido, mucho más poderoso técnicamente que todo lo anterior”.
Como se trataba de un proyecto llevado adelante bajo estricto secreto, no hay demasiadas certezas sobre la construcción, en el contexto de ese proyecto, del búnker en Cabo Raso. “Cerraron la ruta mientras lo construían”, informa Eliane sobre aquel momento y dice que “por suerte” ya no estaba en ese momento Mercedes, la última pobladora del lugar, porque “se moría de ver eso”.
Según la reconstrucción de lo que fuera el lugar de lanzamiento que hace el diario patagónico Jornada, allí se habían montado, además del refugio, una pequeña pista de aterrizaje, un helipuerto y los rieles que conducían a la que sería la plataforma de lanzamiento. Al frente del proyecto se encontraba el ingeniero civil y Comodoro Vicente Guerrero.
Si bien el plan del Cóndor II había nacido en tiempos de dictadura, siguió tras la llegada de la democracia. “El gobierno de Alfonsín, que comienza en 1983, decide continuarlo. Se saca un decreto secreto en el que plantean hacer un plan de satelización. Era un misil de uso dual, podría usarse eventualmente como tecnología de uso civil”, dice Blinder.
El lanzamiento que no fue
Más allá de que no se sabe bien hasta qué punto avanzó el proyecto del Cóndor II, se sabe que se instaló una fábrica para el misil en Falda del Carmen, Córdoba, y se realizaron algunos avances en cuanto al motor y la estructura. “Pero de todas las fuentes que consulté, poco se habló de una prueba de misil en dos etapas, o nada”, dice el investigador del Conicet, como una afirmación de la idea de que el lanzamiento del Cóndor II desde Cabo Raso nunca se llevó a cabo. “Un cohete de esas características hubiera despertado muchas alarmas”, asevera.
Blinder cuenta que, en la fabricación del Cóndor II (el insiste en llamarlo proyecto) intervinieron empresas de Italia y de Francia, pero también hubo financiamiento de algunos países árabes de Medio Oriente, por lo que Estados Unidos y Gran Bretaña seguían atentamente el desarrollo de este dispositivo.
En ese contexto, y por más que se suponía que todo estaba bajo absoluto secreto, la fantasía de que el misil se utilice para lanzarlo contra las Malvinas estaba presente. “Si el misil hubiera existido y el alcance teórico fuera correcto, de 1200 kilómetros, si funcionaran bien los materiales, el motor, el guiado, etcétera, mirando el Google Earth alcanzaría para llegar a Malvinas desde ese lugar. Pero estamos especulando”, dice el hombre del Conicet.
Los que hablan del fallido lanzamiento señalan la fecha en la que iba a realizarse el mismo en agosto de 1988. Lo cierto es que, para esas fechas, y otra vez, pese a tratarse de un procedimiento encubierto, según lo que algunas personas relacionadas con el proyecto le relataron a Blinder, el lugar “estaba lleno de espías”. De pronto aparecieron por la zona ornitólogos o geólogos, que no serían otra cosa que agentes de la CIA.
Finalmente, quizás a causa de estas presencias o por la intención de Alfonsín de no dar una imagen de un país beligerante, según las versiones más difundidas, el misil no se lanzó. Pocos años después, el proyecto Cóndor II se desmanteló. En 1989, en la Argentina asumió la presidencia Carlos Ménem y el mundo cambiaba. “Se termina la guerra fría, se disuelve la URSS y Estados Unidos, como superpotencia de un mundo unipolar, desde Washington promueve políticas de no proliferación y el Cóndor II fue considerado un desarrollo proliferante que podía amenazar la paz mundial si cayera en manos de países enemigos del nuevo orden de los ‘90″.
Así, con presiones internacionales cada vez más fuertes, el proyecto del Cóndor II se canceló definitivamente en 1992. El misil culminó su existencia sin haber volado, y los motores y carcazas que quedaron fueron destruidos en la Base Naval que tiene OTAN en Rota, España.
En estos días, aquel búnker construido por la Fuerza Aérea para albergar un misil argentino se convirtió en un lugar de encuentro de quienes descansan en el camping de El Cabo. “Los chicos lo usan como lugar de reunión. Se juntan extranjeros y locales, que llevan allí su música”, cuenta Eliane, que añade que en ese sitio, también, han organizado exposiciones de arte.
Cerca del mar y al lado de El Ñandú, la mole de hormigón de origen militar es un hito singular en Cabo Raso y, obviamente, no pasa desapercibida: “La gente se interesa por el búnker, ¿qué hace ahí? Nadie entiende nada, porque es como que no tiene nada que ver”, señala, todavía con sorpresa, la mujer que convirtió un pueblo desolado de la Patagonia atlántica en un paraíso de tranquilidad que está muy lejos de cualquier beligerancia.
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