En la infancia: vigilia y cuidado en lugar de control para formar adultos confiados
Cuidamos a nuestros hijos en estado de vigilia, atentos, despiertos, pero no desconfiados, controladores, ni intentando que todo sea exactamente como nosotros queremos. Miramos que no se caigan de muy alto ni se golpeen fuerte pero les permitimos trepar y poner a prueba sus fuerzas. Estamos despiertos para darnos cuenta cuándo nos están mintiendo -de modo que no se salgan con la suya- pero no desconfiando de cada cosa que nos dicen. Cuidando para que apaguen la tele o la playstation o se vayan a a la cama en un horario razonable, sin apelar a amenazas, caras enojadas, gritos, retos, culpabilizaciones, ofensas o desilusiones. Atentos al lugar que ocupan entre los hermanos o en el grupo de amigos, pero no queriendo saber cada detalle de lo que pasó en el recreo. Despiertos para saber si comen razonablemente bien sin convertir cada comida en un campo de batalla.
Alcanza con estos ejemplos para explicar de qué se tratan la vigilia y el cuidado de los que hablo, muy distintos a vigilancia y control. El cuidado y la vigilia son indispensables porque los chicos no siempre tienen la fortaleza interna que necesitan para hacer lo que les conviene, o lo que les hace bien, especialmente cuando el estímulo es muy atractivo, intenso o adictivo, o porque son muy chiquitos: los menores de cinco años se rigen por sus deseos y la búsqueda de placer.
Pero esta tarea de los padres continúa durante muchos años: el lóbulo prefrontal, la zona de la corteza cerebral que toma decisiones, termina de madurar a los 25 años. Nuestra mirada atenta es siempre necesaria con los más chiquitos y lo sigue siendo muy a menudo con nuestros niños y adolescentes.
Por otro lado es importante que perdamos el miedo a que nuestros hijos cometan errores, incluso que los dejemos equivocarse y pagar el costo, es decir atenerse a las consecuencias de sus errores. Una parte del aprendizaje en la vida pasa por ese camino, nosotros preferiríamos que no se equivoquen -porque no queremos que sufran- pero si no cometen errores pequeños cerca nuestro cuando son chicos, inevitablemente van a cometer errores grandes cuando crezcan y estén lejos de nosotros. ¿Por qué? Porque no van a haber tenido oportunidad de aprender en unas cuantas experiencias que las equivocaciones tienen consecuencias y tampoco habrán aprendido a pensar y evaluar bien las decisiones que toman.
Con nuestro acompañamiento al comienzo y luego a solas van logrando informarse más y mejor, buscar y evaluar sus fuentes de información sin quedarse con la primera, imaginar futuros posibles para sus opciones, de modo de ir teniendo herramientas para tomar sus decisiones con más y mejores recursos.
La desconfianza, mala consejera
La vigilancia y el control me remiten en cambio a desconfianza e intentos de dominio de parte nuestra. Desconfianza en ellos y en su capacidad de resolver pero también en nuestra capacidad para acompañarlos y orientarlos .
Mientras son chiquitos sí los vigilamos, para que no toquen el horno, para que no corran por la escalera, para que no muerdan al primo o le saquen un juguete. Pero seguir haciéndolo tan de cerca cuando crecen no solo no les enseña a pensar y a evaluar sus decisiones sino que además los hace desconfiar de ellos mismos porque, aunque no lo expresemos con palabras, nuestro control y vigilancia muestran nuestra falta de confianza en ellos, les dicen que los únicos que sabemos cómo tienen que ser las cosas somos nosotros, los adultos.
Por lo que vayamos virando de la vigilancia y el control "hombre a hombre", indispensable durante los primeros años con los más chiquitos, a la vigilia, a medida que los vemos crecer, sabiendo que moretones, lágrimas y errores son parte importante e inevitable de su desarrollo. Al no respirarles permanentemente en la nuca, al mirarlos desde un poco más lejos los veremos ensayar el despliegue de sus alas, seguramente torpe al comienzo pero fortaleciéndose con la práctica, y cada día irá creciendo su confianza en ellos mismos y nuestra confianza en ellos.
Habrá temas que seguiremos controlando un tiempo más, aquellos que tienen que ver con la salud, la seguridad, la ética o el bienestar o la convivencia familiar. Nuestros hijos son todos diferentes, no todos alcanzan la madurez y la fortaleza interna a la misma edad y para todos los temas. Seguramente haya temas tan atractivos o adictivos para alguno de nuestros hijos que no podremos dejar de estar atentos a su comportamiento. Pero vayamos dejando en sus manos cada vez más temas sin abandonar esa vigilia atenta, de modo que lleguen a adultos a cargo de su propias vidas y confiados en su capacidad de resolver construida en los muchos años vividos junto a nosotros.
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