Virginia Costa y Sebastián Cappiello trabajaban en una de las aerolíneas que durante el 2020 dejó de operar en el país; apostaron a un cambio radical en sus vidas y se mudaron a este paraje rural
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Para muchos el 2020 fue una prueba de fuego, un año de replanteos y definiciones. Un antes y un después. Virginia Costa (41) y Sebastián Cappiello (35) no fueron la excepción. Habían experimentado demasiados cambios y casi todos al mismo tiempo: el nacimiento del primer hijo de la pareja, la muerte de un padre, la llegada de la pandemia del coronavirus con sus restricciones y finalmente la decisión de la línea aérea para la que trabajaban de dejar de operar en el país con la consecuente pérdida de sus trabajos. “Todas las cosas que nos pasaron nos hicieron pensar. Creo que si no hubiese sucedido todo lo que nos pasó no lo hubiésemos hecho, no nos habríamos animado, pero ahora esto no lo dejo por nada del mundo”, dice Virginia.
Amor en el aire
Están juntos desde hace diez años, se conocieron mientras trabajaban en Latam como tripulantes de cabina, haciendo vuelos de cabotaje y regionales. A la par, ella estudió paisajismo y él para piloto comercial, “aunque aún le faltan cumplir algunas horas de vuelo”, aclara. Proyectaron su vida juntos y decidieron comprar en cuotas una casa en Martínez (Buenos Aires). También planearon la llegada de León, el niño que hoy ya tiene dos años. Y aunque todo marchaba en la dirección prevista, llegó el 2020 y sus vidas dieron un giro de 180 grados.
“Hacía unos años que nos habíamos mudado a Martínez, estábamos pagando una casa. Cuando pasó lo de la pandemia, en el 2020, nos quedaban pocas cuotas y nos despidieron del trabajo a los dos juntos. Hacía más de 10 años que estábamos en la empresa y la verdad es que en ese momento fue difícil porque no nos veíamos haciendo otra cosa”, cuenta Virginia.
“Sentí que si nos quedábamos la íbamos a pasar muy mal”
Antes de la pandemia, Virginia había entrado en licencia por maternidad y aprovechó ese tiempo para estudiar paisajismo, el contacto con la naturaleza estaba en su adn. Ella es oriunda de Chascomús la ciudad bonaerense que está apenas a una hora y media de la Capital y que es famosa por su laguna y el histórico parador de medialunas. Sebastián es de San Luis y se radicó definitivamente en Buenos Aires cuando ingresó a trabajar en Latam.
Las restricciones del coronavirus impactaron directamente en sus bolsillos. Sus salarios se redujeron y la joven pareja apeló a todos sus esfuerzos para salir a flote. “Yo hice algunas cosas de paisajismo a vecinos del barrio y Sebastián había empezado a hacer fletes con la camioneta. Podríamos habernos quedado en Buenos Aires y remarla, pero sentí que si lo hacíamos la íbamos a pasar muy mal”, dice Virginia adelantando la decisión que les cambiaría el rumbo un año y medio atrás.
¿Cómo llegan a Gándara?
-Me acordé de la casa familiar en Gándara. Nos encantaba ir allá a pasar los fines de semana y veranos. La casa estaba deteriorada, pero pensé que podíamos arreglarla. Además el costo de vida es más barato y pensé: “Si esto se pudre tenemos algo para hacer”.
Gándara es un paraje rural del partido de Chascomús, cuenta con una estación de tren y a fines de siglo XIX se instaló la fábrica de lácteos que fue icónica de los años 80 y que llevaba el mismo nombre que la localidad. En los años 90, con el cierre de la empresa, que empleaba alrededor de 500 operarios, el lugar quedó prácticamente desértico. No hay almacenes, proveedurías ni bares. Se encuentra también el monasterio San José, que según informan en la Municipalidad de Chascomús está cerrado y actualmente el predio se encuentra a la venta. El convento se inauguró en 1940 y fue construido sobre planos del arquitecto Alejandro Bustillo y donado por doña Manuela Nevares de Monasterio. “Gándara no es un pueblo fantasma, los pueblos fantasmas dan miedo porque están muertos, y eso no es lo que se siente acá”, dice.
“Fue una locura, pero ahora teníamos trabajo”
Al advertir que el mercado aeronáutico colapsaba, Virginia decidió contarle a Sebastián sus planes. Recuerda que él se quedó perplejo. “¡¿Y qué vamos a hacer nosotros allá?!”, le dijo. Ella le insistió en que podían empezar de nuevo, en su antiguo lugar de la infancia. “Le propuse poner en alquiler nuestra casa de Martínez y con eso tener un ingreso asegurado, después de a poco, podíamos reacondicionar la casa de campo y con la indemnización hacer una cabaña para huéspedes. Él me dijo: “¡¿Qué?!” Pero yo había visto unas en el Delta y sabía que costaban el 10% de lo que vale una casa. Así nos fuimos; con incertidumbre, pero llenos de proyectos”, cuenta.
Instalados en Gándara, la joven pareja contrató a un constructor de Ranchos, un pueblo que está a 40 kilómetros de Chascomús, para que la hiciera la cabaña. Para eso, invirtieron la mitad de la indemnización. “Fue una locura, pero ahora teníamos trabajo y en un lugar que nos encantaba”, dice sobre el nacimiento de Refugio el Vergel.
Las cosas funcionaron mejor que lo esperado y actualmente, Refugio el Vergel cuenta con dos cabañas donde la pareja ofrece hospedaje y desayuno optativo a quienes buscan el contacto con la naturaleza y la soledad. “Es un lugar al que venís y no hay nadie. No te cruzas con nadie y estas en contacto con el campo. No es para todo el mundo, pero hay gente que valora eso. Te tiene que gustar el tema del campo. Igual Chascomús está cerca y es muy turístico”, cuenta.
“Fue como una prueba de amor”
Por el momento, solo ellos dos son los encargados de mantener y atender el lugar, planean seguir de esa forma porque sostienen que los clientes valoran la atención personalizada que brindan. Sebastián es el encargado del mantenimiento de las instalaciones y cortar el pasto, mientras que Virginia realiza la limpieza de las cabañas e impulsa en las redes el alojamiento.
“La gente con la pandemia cambió su mentalidad, empezó a salir de la ciudad y a buscar el contacto con la naturaleza. Primero se cansó de hacer cola para todo y temor a las aglomeraciones por la pandemia, pero después muchos descubrieron que se puede vivir en el medio del campo, sin un Starbucks abajo. Se transformó en una necesidad poder estar con uno mismo y sentirse bien”, sostiene.
Virginia mira hacia atrás con orgullo. “A pesar de las cosas que nos pasaron, me hace sentir bien saber que elegimos trabajar juntos como un equipo y salir adelante. Fue como una prueba de amor. Hay parejas a las que la pandemia las afectó negativamente. En nuestro caso, creo que nos ayudó a reforzar nuestro vinculo y proyecto de familia. Claro que el paisaje ayuda”, dice.
-¿Extrañan volar?
-Sí, lo extrañamos mucho. Volar es algo que nos apasiona. Cuando paras un poco soñás con aviones y que haces vuelos. Hace poco me llamaron para hacer un vuelo privado y para mí fue muy sanador porque hacía mucho que no volaba y se extraña. Sebas, en cambio, todavía no tuvo ese vuelo y el quedó muy herido. Es extraño que la gente que se dedica a la aviación deje de la noche a la mañana como lo hicimos nosotros. Por eso pienso que, si no hubiese sucedido todo lo que nos pasó no lo hubiésemos hecho, pero ahora esto no lo dejo por nada del mundo.
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