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Es difícil hacerse amigo del silencio. Más que de la nada acústica, de la contemplación. Acoger los sonidos naturales y percibir los propios. Las pisadas que crujen sobre los senderos del Parque Nacional Los Alerces dejan huellas internas. Los que pasan por allí dicen que uno no se va indemne y que un hilo rojo queda atado para siempre. Afredo Zubiri fue por primera vez en 1973 con su papá. “Fue un mazaso -cuenta-, un golpe que me marcó para siempre”. Tiene la calma del lago, la intensidad del bosque que se regenera a su propio ritmo si nadie mete mano y la paciencia adrenalínica de la línea sumergida durante la pesca.
Para él, el vínculo con las personas comienza donde lo deja su padre, y nunca tan cierto como en este caso porque en 1974 se casó y se fue de luna de miel en carpa con Diana y un par de amigos, “desde entonces nunca dejé de ir”, afirma. Sus primeros campamentos fueron sobre el Futalaufquen, en la playa de Cume Hue, la hostería de Camilo y Élida Braese y los que siguieron sobre el río Arrayanes. Paradójicamente nunca acampó en Lago Verde, lugar que con los años se convertiría en su lugar en el Parque, donde por esas cosas de la vida un día construyó el primer Lodge, Lago Verde WR. “Salvo mi mamá (que sí estuvo en el Lodge) todos estuvieron en esos campamentos, el viejo, los chicos, Diana, los amigos, los hermanos y mi pareja hoy, María. Teníamos una semana por año y ¡qué semana! Durante unos pocos años de mucho trabajo y poco dinero, a fines de los 80, dejé de ir, hasta que un día Martín, mi hijo, me increpó por haber perdido el hábito de la pesca”, relata.
En 1984 comenzó su segunda etapa de visitas que jamás paro. En Junio de 2003, después de un año y medio de trabajo en conjunto, el Directorio de Parques Nacionales aprobó el proyecto para la construcción del Lodge y desde entonces todo cambió. “Voy todos los meses y las raíces que ya tenía se están haciendo más fuertes y profundas. Raíces de ciprés”, sonríe Alfredo.
La casa de la playa
El Parque Nacional Los Alerces se recuesta en el noroeste del Chubut, sobre el límite internacional con Chile, a 25 kilómetros de Trevelin y a 50 de Esquel. Integra la Reserva de Biosfera Andino Norpatagónica creada por la UNESCO, que se suma a los Parques Nacionales Lago Puelo, Nahuel Huapi, Los Arrayanes y Lanín, junto a territorios provinciales de Río Negro y Chubut.
Aquí hay costa, lago, río, lagunas, cascadas y glaciares. El bosque andino patagónico conforma una de las expresiones boscosas más antiguas y densas del mundo. Los márgenes del lago Menéndez guardan los ejemplares que poseen una edad estimada de 4000 años.
María y Alfredo se conocieron en segundas vueltas, él viudo, ella separada. El ya era el personaje más destacado de la pesca con mosca de la Argentina. Juntos se animaron a una cruzada monumental: crear un albergue de estrellas nivel internacional en el medio del parque nacional más escondido y rústico del sur. En el corazón del espacio circulable (casi 70 mil hectáreas son espacios protegidos), crearon El Aura Lodge, con diseños que bosquejaron juntos, una serie de cabañas que conservan todos los pasos de sostenibilidad, respeto al ambiente y ecología que uno se puede imaginar. Un refugio digno de los grandes lujos hoteleros del mundo. Bajo la mirada estricta de la sustentabilidad y el ingreso silencioso al medioambiente, sus cabañas repletas de vidrio, hociquean en el parque disimuladamente. Para el proceso se consideró el contexto histórico y las variables bioambientales a preservar. Fabio Staffolani fue el arquitecto a cargo del proyecto. “construir en territorio de Parques Nacionales, requería de una especial atención a su propia historia, dada en la tradición arquitectónica y en una innegable identidad institucional, en gran parte definida por Exequiel Bustillo, Ernesto de Estrada y Miguel Ángel Cesari. Es aquí donde el lenguaje y la materialidad de nuestra propuesta, adquirió un carácter referencial, aggiornando y recreando esta tradición con un lenguaje de arquitectura contemporánea”, explica.
La Administración de Parques Nacionales fue activa en la definición de los criterios a considerar en el diseño, uso y ocupación del predio, así como en la definición del Plan de Extracción de Exóticas y Recuperación del Bosque Nativo, especialmente a través de la Intendencia del Parque.
Pedro, hijo de Alfredo, es quien convive a diario con los visitantes y Danesa Williams ideó la carta del restaurante Huet Huet con cocina de autor bajo la consigna de hacer honor a los ingredientes propios de la comarca del parque.
Adentrarse en El Aura Lodge es retornar a la naturaleza en su esencia. Un pequeño paraíso integrado a su ambiente, que embebe su condición de lujo al sofisticado entorno. Piedra y madera atravesadas con la luz natural, que permite, con sus matices continuos, dar escenarios renovados en cada momento del año. Los domos pensados para glamping, se esconden entre los bosques, siempre para una estadía con vistas.
El gran logro de mimetizarse con el entorno hace al visitante adentrarse a las entrañas más auténticas del lugar. Es imposible no querer volver a él. Encima, tu “casa” en El Aura, tiene playa propia. El elogio de la lentitud gana aquí su partida.
Herencia pesquera
El Parque es un conglomerado de opciones pesqueras: los ríos Rivadavia, Arrayanes, Frei, el Estrecho de los Monstruos, el Colehual; y varios lagos: el Verde, el Rivadavia, el Kruger, el Menéndez, Laguna Larga. Aledaños quedan aún otros más como el Carrileufí, el Futaleufú y la zona de Esquel y Trevelín. “No conozco otra región geográfica, en donde se concentren en un área tan reducida semejante cantidad y variedad de ámbitos de pesca”, señala Zubiri. Su herencia pesquera lo ha convertido en una eminencia deportiva en el mundo de la práctica con mosca. Alfredo se sumerge desde que camina enfundado en su casi bote con piernas que, a modo de overall, pone paredes entre la fauna marina y él. Pero hay una armonía. Un mirarse a los ojos desde los dos lados del agua e invitarse a jugar una competencia adrenalínica donde ambas partes se respetan.
“Me gusta llevar a la gente a pescar de un modo personal -explica-. Hay decenas de maneras de pescar en un río determinado, de encarar un pozón, o de conocer la hora y los climas propios del lugar, no sólo los meteorológicos. Aprendí a pescar viendo a mis maestros, pero también escuchando las enseñanzas del río. Siempre me sorprende que haya gurúes que te anticipan lo que te conviene: esa caña, aquella mosca, tal luna”. En su tránsito por la actividad aprendió a pescar con los lugareños, cuando el parque estaba reservado a unos pocos aficionados al deporte y a la vida natural.
Allí aprendió que no hay pescadores iguales, sino que cada uno, como un artista, va creando su personalidad pesquera. “La pesca en Los Alerces te limita primero que nada por entender el agua en la que vas a pescar -advierte-. Acá todo es cristalino, calmo. El pescador y el pez se pueden encontrar. Podés buscar el que te gusta y establecer un duelo con él. Si buscás con algo de experiencia y cautela vas a encontrar las truchas. Vas a ver a algunas comiendo. Vas a poder elegir por cuál vas, una idea que se asemeja en parte con la caza: caminar lento, ojos abiertos y atentos a la superficie del agua. La concentración, la búsqueda, el acecho, la estrategia”. Un duelo de tango que se da sin víctimas. Prefiere la carnada seca. Va detrás de un pez activo, que está comiendo, e intenta disimular su mosca para engañarlo. “Entre todas las formas de pesca, cuando elegiste la tuya, definiste todo el proceso, incluso el equipo que vas a comprar -indica-. Estás eligiendo a tu compañero”.
Para Alfredo hay que mimetizarse con el agua, y con el río calmo, la serenidad es clave. “El gran reto de la pesca en el parque es preservar la calidad de sus aguas y de los peces que nadan en ellas”, dice. Oficialmente se regula que en la mayoría de las aguas de Los Alerces se pesque exclusivamente con mosca y con devolución obligatoria. “Tenemos que acompañar la vida propia del lugar, dejando que la naturaleza se meta adentro, nos dé forma, nos enseñe”, sigue Zubiri.