Es parte de la historia del barrio, la reconocen como un personaje y son muchos los vecinos que saben recurrir a ella
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Botones de Galalit, de pasamanería (hechos a mano), de vidrio, madera y de cerámica; puntillas de algodón importadas; hilos de seda o perlé; cajas de cartón, latas de metal (que supieron ser de bombones y ahora se utilizan como costureros), sombreros, vinchas y más antigüedades lucen en el mostrador de madera y estantes de una pintoresco local en el Mercado de San Telmo.
“Buenas tardes, ¿Qué le puedo ofrecer?”, consulta Doña Alicia Basilia Arribilliaga de 65 años, vestida con una impecable camisa de seda azul marino, anteojos y pelo prolijamente recogido. La clienta le solicita madejas de hilo Mouliné de color verde oscuro, rojo y blanco, para comenzar con un bordado navideño, y un par de botones azabache para un saquito veraniego. Alicia, entusiasmada, le prepara el pedido y además, sugiere algunos puntos de bordado. Ella es todo un personaje en el barrio y hace años que su mercería “De Aquellas Mujeres” es un clásico entre los vecinos.
Alicia en el país de los botones y avíos
El local es precioso y acogedor. De dimensiones pequeñas, pero lo suficientemente espacioso para atesorar los artículos de manualidades. Arribilliaga sabe a la perfección dónde se encuentra cada uno de sus productos. Con suma precisión acomoda las cajitas y cajones (de distintos tamaños) repletos de botones de todos los colores: bordó, azul oscuro y celeste, verde, entre otros de tonalidades pastel. Sus manos son fiel testigo de su experiencia en este maravilloso oficio que aprendió de niña. Ella siempre soñó con montar este emprendimiento, es por ello que varios habitués le dicen que es como la protagonista del libro de Lewis Carroll: Alicia en el país de las maravillas.
Alicia, o simplemente “Ali” como le dicen cariñosamente, aprendió a coser a los diez años. A la jovencita le encantaba tejer las prendas para sus muñecas. “Desde pequeña mi madre me mandaba a aprender corte y confección durante las temporadas de verano. Fui una niña muy inquieta y era una manera de mantenerme entretenida. Reconozco que al principio me aburría, es que a esa edad prefería estar jugando en la calle, pero con el tiempo agradecí todo ese aprendizaje”, confiesa, entre risas. En ese entonces su familia materna trabajaba en una fábrica de zapatos: su abuelo era armador y su madre aparadora de calzado. “Para juntar algunas monedas con mi hermana cosíamos la capellada de los mocasines a mano. Ahí me di cuenta que lo manual me apasionaba”, agrega.
Cuando se recibió en la escuela secundaria en Verónica (Provincia de Buenos Aires), hasta se diseñó su propio vestido. Con los años, se dedicó a la costura y estudió distintos cursos de modista. “En la década del 70 ya realizaba arreglos para mi familia. Años más tarde, arranqué a coser mallas de gimnasia rítmica para el club donde iban mis hijos. Me iba muy bien”, cuenta. Además, desplegó su talento con algunos encargos de vestidos de comunión y bodas.
Al tiempo, se le ocurrió empezar a tejer sweaters, capitas, tapados y chales al crochet artesanales. También boinas de género. A su pequeño emprendimiento lo llamó “Abrigos y abriguitos”. Primero los ofreció entre sus conocidos, luego en algunas ferias barriales. “Recuerdo que no encontraba un sitio ideal para exponerlas, hasta que con mi marido en el 2003 descubrimos un puestito en el Mercado de San Telmo”, confiesa. De viernes a domingo, ella armaba con un gran tablón de madera y mantel su puesto. Allí, se acercaban mujeres de todas las edades. Además, incorporó diversos productos de mercería.
Objetos y recuerdos de “otras mujeres”
Una década más tarde, se mudaría al local actual con mobiliario rústico y las cajoneras insignia. En esa época, registró su nueva marca. “Quería que el nombre fuera representativo. En un momento, pensé en ponerle Latita de botones porque siempre se suelen guardar en distintas latas de galletitas, bombones o té. Hasta que una tarde, se me vino a la mente la frase De aquellas mujeres y me encantó. Es que la mayoría de los artículos y objetos que hay en el local han sido de alguna mujer o los han utilizado en otras épocas. Hasta las vinchas y sombreros artesanales, están hechos con materiales reciclados”, expresa.
En lo de Alicia también se encuentran artículos de costura, adornos y repuestos textiles con gran historia. Según cuenta, los fue comprando en antiguas mercerías de barrio. Incluso muchos parroquianos se acercan al local para ofrecerle sus tesoros familiares. “La primera cantidad grande de botones de nácar que tuve se los compré a un señor de La Plata y los trajo de un depósito de mercería. También hay muchas puntillas con más de cien años hechas a mano. Lo que me gusta lo incorporo al inventario. Siempre me encantó coleccionar antigüedades” recuerda. Actualmente los productos más solicitados son los hilos, botones y puntillas. “Hay una revolución del bordado. Vienen muchas mujeres, pero también hombres. Los sastres buscan muchos hilos para hacer los ojales y los pespuntes”, cuenta. En cuanto a colores, llevan la delantera los clásicos y pastel. También se acercan estudiantes de diseño de indumentaria y clientes del interior del país.
En una de las vidrieras hay sombreros y tocados con diseños exclusivos. Uno de ellos, fue presentado en el Hat Show del 2019 (desfile y concurso de sombreros, tocados y fascinator). “Este tocado está hecho a partir de elementos reciclables y ecológicos”, anticipa. Lleva una bolsa arpillera de café, plumas, alambre forrado con hilo de yute y botones antiguos de tagua. Sobre las antiguas hormas de madera hay uno con terciopelo negro, un fascinator de encaje rebrode y plumas y uno ideal para el sol del verano: color beige y puntillas. “Estas flores de organza las diseñé con la tela de un antiguo vestido de comunión. ¿Quedaron bellas verdad?”, consulta sobre la creación que sostiene en sus manos. Diseñar este accesorio le fascina, sobre todo por su parte creativa. Uno de sus mayores orgullos es la réplica del bicornio del Gral. Don José de San Martín que realizó este año y se encuentra exhibido en el Museo Histórico Sanmartiniano de Yapeyú. “Lo hice todo a mano, disfruté mucho todo el proceso”, cuenta. Durante la cuarentena, también empezó a ofrecer vinchas artesanales hechas con antiguos collares y piedras. Para su sorpresa, resultaron un éxito y ya cosechó varias clientas que le piden por encargo.
La emprendedora reconoce que todas las noches cuando cierra la persiana de su local siente gratificación. “Jamás me imaginé que iba a cumplir mi sueño. Cuando me pongo a diseñar algo, por ejemplo, extiendo el género de la tela, coloco los moldes y corto cada una de las piezas, me doy cuenta que disfruto mucho este oficio”, concluye y rememora cuando aprendió a enhebrar la aguja para realizarle las prendas a sus muñecas. Alicia en su mercería hay días que se siente en su propio país de las maravillas.
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