Little Saint James y Great Saint James forman parte del archipiélago de Islas Vírgenes; hasta allí desplegó el empresario su red de prostitución infantil
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El cayo “Little Saint James” es un punto diminuto en la inmensidad del Océano Atlántico. Tiene 0.32 kilómetros cuadrados de superficie y está en el Caribe, 150 kilómetros al este de Puerto Rico. Forma parte del archipiélago de las Islas Vírgenes estadounidenses. Es un paraíso natural, un territorio de otro mundo; y hoy, después de más de 30 años, está a la venta. Pero hay un problema: por mucho que le bajen el precio, nadie lo quiere comprar.
Hoy es territorio estadounidense, pero antes pertenecía a Dinamarca. Fue adquirido en 1917, durante el gobierno de Woodrow Wilson, por la suma de 25 millones de dólares. El territorio está compuesto por tres islas: Saint John, Saint Croix y Saint Thomas. Little James se desprende del vértice sudeste de Saint Thomas. Por entonces el presidente Wilson consideraba que era imprescindible comprar todo el archipiélago: en plena Primera Guerra Mundial, solo así podría asegurarse de que los submarinos alemanes no lo utilizaran como base.
Al finalizar la guerra, Estados Unidos comenzó a poblar el archipiélago. Siempre funcionó como destino turístico. Luego, hacia fines del Siglo XX, el gobierno puso a la venta algunas fracciones del territorio. Little Saint James fue una de ellas. Se convirtió en una isla privada.
En 1998, Arch Cummins, que entonces era el dueño, decidió ofrecerla en el mercado. La puso en venta por 10 millones de dólares. Se la terminó vendiendo a una empresa fantasma llamada L.S.J. LLC, por un poco menos: 7.95 millones de dólares. Los documentos de compra señalaban que el propietario de esa compañía era un tal Jeffrey Epstein.
En pocos años, Epstein transformó la isla. Removió toda la maleza y la reemplazó con 40 palmeras. Su obra fue monumental. Llevó máquinas y obreros desde los Estados Unidos. Pagó por sus boletos de avión y por sus estadías durante todo el tiempo que durara cada construcción. En pocos meses, el valor del inmueble se disparó. La escena de la isla había cambiado: ahora había una mansión enorme, rodeada de piletas, muelles, casas de playa y cabañas para huéspedes... También había helicópteros y yates lujosos.
Los vecinos de Saint Thomas nunca habían convivido con tanta excentricidad. Veían los lujos de Epstein y no sabían si admirarle o temerle. Y eso que habían visto poco. Los meses siguientes comenzaron a llegar invitados. Fue Stephen Hawking, por ejemplo. También el premio Nobel Lawrence Krauss, el comediante Chris Tucker, el actor Kevin Spacey, la modelo Naomi Campbell y el príncipe Andrés del Reino Unido, entre otros. El ritual siempre era el mismo. Los huéspedes aterrizaban en Saint Thomas, hacían el trámite de aduanas y luego se trasladaban a la mansión de Epstein en helicóptero. Allí se hospedaban durante días, a veces semanas.
Pero empezaron a aparecer banderas rojas. Muchos testigos recuerdan que, entre las decenas de invitados, siempre había mujeres. Mujeres que llegaban de distintos países, eran atractivas e iban bien vestidas. Y, lo que más sospechas generaba: muchas parecían menores de edad. Sin embargo, su presencia se camuflaba entre tanta gente y lujo. Nadie hacía nada porque nadie imaginaba lo que realmente sucedía allí.
Pero en marzo de 2005, una mujer contactó al Departamento de Policía de Palm Beach de Florida para denunciar que una niña había ido a la mansión a cambio de desnudarse y darle un masaje a Epstein. Las autoridades de Palm Beach iniciaron una investigación que duró 13 meses. Después fueron a Little Saint James a revisar la isla del millonario. Allí encontraron cintas de cámaras ocultas en las que aparecían decenas de niñas, todas menores.
Esa primera denuncia destapó una olla, desató una larga fila de mujeres que querían hablar y que no se animaban. La policía, velozmente, recopiló informes de “34 menores confirmados”. Entre ellos hubo una acusación de que, para el cumpleaños de Epstein, unas trillizas de 12 años fueron trasladadas en avión desde Francia, abusadas sexualmente y luego devueltas.
Finalmente, Epstein cedió. Se declaró culpable de haber sometido a la prostitución a dos menores de edad y fue preso por 1 año. Sus abogados convencieron a los fiscales de que aceptaran un acuerdo de culpabilidad indulgente, salvándolo así de una condena mucho mayor.
Luego, Epstein recuperó la libertad y la mantuvo durante 10 años, pero nunca estuvo formalmente “tranquilo”. Las denuncias siguieron apareciendo. Decenas de testigos decidieron hablar. Una de las acusadoras dijo que Epstein había organizado encuentros sexuales con menores junto a políticos, académicos y otros hombres poderosos como, por ejemplo, el príncipe Andrés del Reino Unido. Todos estos acusados negaron los hechos rotundamente.
El acusado se refugió durante largos períodos en Little Saint James. Y en 2016 compró la isla vecina, Great Saint James, que tenía casi el doble de tamaño. Un residente de Saint Thomas recordó para Associated Press que el inversionista “no era bien visto”, ya que “la gente pensaba que era demasiado rico como para ser vigilado de forma adecuada”.
Eventualmente, la presión de todas las acusaciones fue demasiado grande. Las investigaciones avanzaron y, en julio de 2019, el financista fue arrestado nuevamente. Se lo acusó de tráfico sexual. Esa vez, sus abogados no pudieron hacer nada. Y Epstein tampoco. Fue ingresado en el Correccional de Manhattan, donde apenas duró 1 mes: se suicidó en agosto de 2019, mientras aguardaba por su condena.
Un paraíso (o un infierno) en venta
Hoy, esas islas paradisíacas, de mar turquesa y arenas blancas, son llamadas “las islas de las orgías”, “las islas del pecado”, “las islas de la pedofilia”... Muerto Epstein, sin dueño, pasaron a ser evidencia en las investigaciones que pretenden, hasta el día de hoy, construir un archivo de todos los delitos que el estadounidense cometió allí. Solo hay dos partes que, de momento, las quieren. El gobierno de las Islas Vírgenes pretende que se les de el control de ambas islas, Little Saint James y Great Saint James, junto con todas las propiedades que se utilizaron para llevar a cabo la operación de tráfico sexual.
Mientras que las albaceas de Epstein, Darren Indyke y Richard Kahn, sus habituales testaferros, pretenden que el gobierno les permita vender todos los activos. Quieren establecer un fondo de ayuda para las víctimas de agresión sexual. Indyke y Kahn son dos de las cuatro personas que conforman la lista de herederos que dejó el magnate. Las otras dos eran Boris Nikolic (un testaferro suplente) y Mark Epstein, el hermano de Jeffrey.
Entretanto, las dos islas fueron puestas a la venta a la venta en marzo de 2022. Bespoke, la inmobiliaria que las ofrece en el mercado, pretendió liquidarlas a un precio de 125 millones de dólares, las dos juntas. Pero pasaron los meses y nadie pareció estar interesado... En junio de 2022, Bespoke propuso ofrecerlas por separado y con un descuento: al precio de 55 millones de dólares cada una. La inmobiliaria se percató de que la isla grande estaba menos “contaminada” que la más pequeña, ya que la gran mayoría de los delitos fueron cometidos en Little Saint James.
Las demás propiedades del magnate fueron vendidas o están por venderse. Su mansión de Manhattan fue liquidada en marzo de 2021 por 51 millones de dólares; su terreno de Palm Beach, en donde había tenido una casa que luego fue demolida, fue vendido también en 2021, por 18 millones de dólares; su granja de Santa Fe, Nuevo México, todavía permanece a la venta, al igual que una morada de lujo que poseía en París.
Pero con las dos Saint James no es tan fácil. Mientras la inmobiliaria no sabe qué hacer para sacárselas de las manos, la isla se llena de Youtubers y Tiktokers curiosos. Todos las quieren conocer. Pero nadie las quiere comprar.
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