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En medio de la crisis económica argentina del 2001 Alberto Link y su mujer Bibiana abrieron las puertas de un pequeño kiosco sobre la calle Pareja 4089, justo frente a la plaza Arenales en Devoto.
Lo llamaron “Martina” en honor a su primera hija. Veinte años más tarde, en plena pandemia del Covid 19, el emprendimiento familiar cerró dejando un vacío enorme en el barrio. La persiana del local estuvo baja durante un par de meses y, aunque en su interior se veía cierto movimiento, había pocas certezas del futuro del negocio. Los vecinos y transeúntes estaban expectantes: se asomaban a pispear los avances de las reformas. Contaban los días para la ansiada apertura.
Finalmente el 20 de noviembre de 2021 inauguró “Korto”, un pintoresco café de especialidad. “La idea de transformar el kiosko en un café fue de mis hijas Martina y Josefina. Al principio nos daba miedo el cambio, pero había que reinventarse”, reconoce Alberto, detrás del mostrador. Allí, hace precisamente un año, comenzaba a escribirse un nuevo capítulo en su historia.
Punto de encuentro en Devoto
El comercio de la familia Link siempre fue un punto de encuentro en Devoto. Durante años deleitaron al barrio con su surtido de golosinas, gaseosas y sándwiches: desde panchos hasta sus afamados pebetes de jamón y queso. “Previamente yo trabajaba de médico en un consultorio privado y me especializaba en nutrición, pero cuando comenzó el corralito la situación se empezó a complicar. Decidimos abrir un kiosco para salir adelante y llevar el pan a casa”, relata. Alberto colgó el ambo y se puso al frente del emprendimiento junto a su mujer. Ambos se encargaban de la atención al cliente y de seleccionar minuciosamente la materia prima. “De la noche a la mañana cambié de rubro. Con el tiempo aprendí a manejar el negocio. Mi hija era chiquita y la cuidábamos acá”, rememora emocionado mientras mira algunas fotos de aquella época.
Martina y Josefina se criaron rodeadas de caramelos y alfajores. “Para mí Devoto es todo. Son mis raíces. Es donde nací y me crié. Me trae recuerdos hermosos. Lo que también me encanta es que nos conocemos todos”, asegura la mayor de 24 años. A la salida de la escuela tenían un ritual: pasar por el kioskito.
“Nos encantaba venir a saludar, jugamos en la vereda, tomábamos mate (con azúcar) hasta incluso estudiábamos antes de las pruebas del colegio. Si era por nosotras nos la pasábamos todo el día acá. Al mediodía cuando venían amigas a almorzar a casa, de postre nos buscábamos un chocolate. Ahora pasa lo mismo: cada vez que tenemos que rendir para algún exámen nos reunimos en las mesas de la vereda”, describe la joven Josefina de 17 años.
Ellas son fanáticas del café y fueron quienes motivaron a sus padres, en pleno confinamiento, para cambiar el rumbo del emprendimiento. “Al principio costó, pero los convencimos. Estábamos seguras que iba a funcionar, aunque fue todo nuevo: no sabíamos nada de gastronomía”, afirma Jose, entre risas. Después las jovencitas se empezaron a capacitar: realizaron catas y visitaron cientos de cafeterías de especialidad por toda la ciudad.
“Vimos la máquina de café que nos gustaba y la señamos”. Así comenzó la aventura. Tras dos meses de reforma inauguraron “Korto” con una estética totalmente renovada, pero con la misma pasión. El nombre, según explican, no fue puesto al azar y tiene varias connotaciones. Es un momento: “Cortás en “Korto” y seguís. El lugar es pequeño, es decir corto. Además, hace referencia al juego de palabras del clásico cortado. “Un café cortado, un cortito”, describen.
“¡Son los mismos, qué alegría!”
Al ver los cambios los vecinos del barrio quedaron sorprendidos. “¡Son los mismos, qué alegría!”, les suelen decir cuando descubren que los Link siguen detrás del mostrador.
En un principio se pensó como un “café al paso y para llevar”, pero los mismos clientes sugirieron que sumarán mesas. En una de la vereda se encuentra ubicado Antonio, mejor conocido como “Tony”, de 87 años, con una elegante camisa azul francia y anteojos. Él todos los días se despierta a las seis de la mañana, sale a caminar por la plaza y luego pasa por la cafetería a beber su infusión preferida: un espresso, mientras lee el diario. Por la tarde, regresa a sentarse en su sitio predilecto. “Vivo acá a la vuelta hace más de medio siglo. A la familia la conozco hace años, siempre venía con mi señora al kiosko. Cuando vi el cambio de fachada me sorprendió muchísimo. Es una gran aventura. Las chicas son súper emprendedoras”, reconoce.
Él se convirtió en el alma mater de Korto. Incluso, para el menú especial por el aniversario le prepararon un dulce con su nombre en su honor: un lingote de tiramisú, que recuerda a sus raíces. “Vine de Italia, de Trani, provincia de Bari, región de Puglia. Devoto es un barrio muy tranquilo y especial”, considera y saluda a los vecinos que pasan. Todos los llaman por su nombre. En el deck de madera, bajo la sombra de los árboles, el artista plástico Diego Papaleo, disfruta de un flat white con pastelería artesanal. “Vengo seguido. Me gusta mucho el café y la atención”, reconoce.
“Frapu Deconstruido”
Josefina, quien acaba de salir de la escuela, escucha atentamente los pedidos de cada una de las mesas. “Me encanta venir, la paso bien. Disfruto muchísimo la interacción con los clientes y que me cuenten su día. Es muy gratificante”, reconoce, mientras acomoda la vitrina con rolls de canela, croissant, palmeritas y budines artesanales. En tanto, los baristas, Santiago y Manuel, preparan los cafés (actualmente con granos de Guatemala). Hay espresso, americano, macchiato, cappuccino, entre otros. Para los fanáticos de los clásicos está el especial: “Magic”, un cortado en jarrito mitad y mitad. José recomienda probar el “Frapu Deconstruido”. “Se llama así porque no está frapeado en la licuadora. La leche está espumada y queda bien cremosa. Lleva un almíbar de dátiles casero”, cuenta.
Otro hit es el “Chocobomb” con un shot de espresso, cacao orgánico y leche. Para acompañar las bebidas hay variedad de opciones dulces y saladas. El caballito de batalla indiscutido es el chipá que sale calentito. Está la versión clásica, pero también otras propuestas creativas. Como el chipá de batata y queso, tipo “Vigilante”; con pesto; remolacha hasta incluso de roquefort y espinaca. Para el Mundial prepararon una bomba: uno relleno con asado braseado. También son un hit los fosforitos de pavita y queso; el alfajor de nuez y la carrot cake.
En uno de los estantes tienen varios productos que eran típicos en el anterior local: desde barritas de cereal, galletitas, golosinas hasta incluso alfajores. Sobre el mostrador hay una caramelera. “La idea es que la gente pueda agarrarse un caramelito”, detalló Josefina. Otro bello recuerdo del antiguo comercio que marcó generaciones. Sea como kiosko o como café, el pequeño local de la familia Link siempre será una coordenada de reunión y encuentro.
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