Alienado en suelo cubano, abandonó su tierra en busca de bienestar, pero en Bs. As. encontró a argentinos dispuestos a “que el gobierno les corte el derecho a desarrollar su cerebro”
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Ernesto Milanes vivía en Santiago de Cuba y a los 37 años decidió dejar su país natal atrás, un suceso duro, en extremo difícil de afrontar.
Desde niño, el cubano había visto y oído acerca del mundo a través de ciertos libros y algunos relatos con sabor a leyenda. Sabía que muchos seres humanos contaban con los recursos para cruzar fronteras y emprender aventuras para enriquecerse de la vasta tierra tan solo por placer e, incluso, para cambiar de vida. Sin embargo, su realidad era otra y lo creía imposible; él sentía que carecía del recurso más importante: libertad.
Pero, a medida que los años fueron pasando, Ernesto no cesaba de preguntarse qué habría más allá del bello mar infinito de su patria. Fue con el tiempo que descubrió que la libertad no significaba únicamente contar con el dinero, leyes y un sistema social acorde: la libertad, ante todo, debía ser mental y, tal vez, él podría cultivarla.
“En Cuba crecés con miedo, frustrado porque, a pesar de que la mayoría llegamos a ser profesionales, de nada sirve, es como si nos apagaran el cerebro en algún momento y dejaras de funcionar”, reflexiona hoy al recordar aquellos días. “Tus opiniones, ideas, innovaciones no cuentan, a no ser que tengas familias y amistades en las grandes esferas y le sirvas a alguien”.
Volver a nacer en Argentina
Fue así que, cuando sus cadenas mentales cedieron, Ernesto tomó coraje, contactó a un pariente que conocía los caminos para salir de Cuba, quebró las fronteras imaginarias y salió de su humilde hogar a emprender un largo viaje que lo trajo a la Argentina.
Con un dolor agudo, pero convencido de que aquella sería la mejor forma de ayudar a su familia, atrás dejó a un hijo adolescente - consciente de que no podría guiarlo en años tan vulnerables-, una madre enferma y muchos amigos y familiares, sin saber cuándo los volvería a ver.
“Dejar Cuba me produjo dos cosas: una felicidad extrema por salir de la isla, aparejada con la incertidumbre de no tener ni idea de lo que me iba a esperar”, cuenta, pensativo. “Abandonar tu casa, familia y amigos es muy doloroso”.
Ellos - su entorno tan querido, su hijo y su madre- lo despidieron con fiestas, lágrimas en los ojos y pidiéndole a todos los santos que lo protejan: “Ya que es como si se volviera a nacer”.
“Me parece extraño cómo tantos argentinos desperdician la oportunidad de estudiar y explotar más su país”
Ernesto llegó cuando el dólar estaba a 20 y, aún hoy, se siente como un pez fuera del agua. Las primeras dos noches durmió en un boliche y luego decidió compartir un alquiler con una amiga, que había emprendido un viaje similar. “Dormía sobre un cartón en el piso”, confiesa Ernesto, quien es licenciado en psicología, un título que todavía no logra homologar.
Tiempo después, con ingresos muy precarios, el cubano se instaló en una pensión marchita, descascarada, inhumana: “Hoy, gracias a mis esfuerzos, estoy alquilando, apretado todos los meses, pero contento en un dos ambientes en Flores”, sonríe.
Pero en su camino hacia cierto bienestar, Ernesto vivió una odisea en la que develó las dos caras de una Argentina desigual e intrigante: “Me impacta mucho la falta de unión de los argentinos, las faltas de respeto y abusos por parte de muchos hacía sus niños, mayores y mujeres”, observa Ernesto, quien tuvo que afrontar escenarios crudos, parte de una realidad bonaerense cotidiana: “En ese sentido, en Cuba esos valores aún no se han perdido”.
“Pero, por supuesto, hay mucho que encuentro muy positivo, como su capacidad para socializar, si te ganas la amistad de uno ¡es lo máximo! Por otro lado, es un país hermoso, sus mujeres son bellas e independientes”, continúa. “Pero me parece extraño cómo tantos argentinos desperdician la oportunidad de estudiar y explotar más su país, como que quieren imitar al europeo o estadounidense, cuando esta nación, si se lo propusiera, podría ser la mayor potencia del mundo”.
“Me impacta también cómo, a pesar de ser tan independientes y sociales, tener tantos feriados y salir de fiesta, en CABA se lleva una vida rápida, como si fuera una carrera contra el tiempo, donde el apego familiar está debilitado y se observa un gran índice de estrés, ansiedad, depresión, baja autoestima y dependencia hacia un trabajo, pareja o un amigo. Y esto, claro, da lugar a que tantos se pasen la mayor parte de su vida en el psicólogo. ¡Ojo! No hablo en sentido general, sé que no conozco aún en profundidad la Argentina”, observa Ernesto, quien lleva en el país tres años.
“En Argentina si no tenés contactos, no sos nadie”
Con un costo de homologación elevado y una burocracia apabullante, Ernesto puso a un lado su carrera y se dispuso a trabajar de todo aquello que se presentara ante él. Se desempeñó en supermercados, en el barrio chino, en venta de ropa en Avellaneda, en un almacén en el barrio judío; como ayudante de cocina, en construcciones, en un boliche e incluso impartió clases de baile: “De todos esos trabajos, el único que me trató como un ser humano y nunca me estafó lo pactado en el sueldo, fue el señor de Avellaneda”.
“Ahora me encuentro por mi cuenta haciendo trabajos de albañilería, colocación de cerámicos, electricidad, impermeabilización y otros. Además, tengo un empleo en un centro de kinesiología en la tablada”, cuenta Ernesto, quien también posee un título obtenido en Argentina de masaje y kinesiología.
“Creo que el país está lleno de oportunidades, pero su idiosincrasia no permite avanzar. Para el propio argentino existe el derecho de piso ¡imagínense para un extranjero! Acá todo es por recomendación, no importa si sos el mejor en lo que hacés o no. En Argentina si no tenés contactos o relaciones que te ayuden, no sos nadie y todo en un círculo muy competitivo. A eso hay que sumarle la burocracia y algunas leyes que no ayudan”.
“Pero, sin dudas, tengo más calidad de vida que en Cuba, tan solo por el hecho de que acá tengo la posibilidad de comer y hacer cosas que en mi país no se pueden”, asegura. “El sistema de salud, por otro lado, es bastante bueno”.
“Hay mucho que siento que no puedo terminar de definir, como lo es la calidad humana. Solo el 10% de las personas que se cruzaron en mis años acá me han ayudado, el 90% restante me ha embaucado: me han robado, se han aprovechado de mi situación financiera para pagar menos de un tercio por mis trabajos. Pero, como dije, es muy temprano para juzgar, tal vez la vida me sorprenda y solo esté conociendo personas oscuras al inicio de mi camino como aprendizaje”.
“A veces no sé si llorar o reír cuando veo a muchos argentinos quejarse, sin estudiar, esperando que el gobierno les de todo”
“¿Qué habrá más allá de estas fronteras acuáticas?”, se preguntaba Ernesto en sus días cubanos, colmados de restricciones y con la percepción de ser tan solo un títere en una existencia alienada.
Hoy, luego de tres años argentinos, siente que el reto del desarraigo es duro, agridulce y, por momentos, desalmado. Pero a pesar de las penas y las desilusiones, existe algo que la Argentina le ha obsequiado: la sensación de libertad.
“En este suelo aprendí que vivía preso en mi país. Entendí cómo se me fue mi adolescencia y parte de mi juventud viviendo prácticamente como si fuera un robot”, manifiesta. “Agradezco también que las necesidades que uno sufre en Cuba te abren paso para adaptarte en cualquier país. Asimismo, acá estoy aprendiendo a no dañar u odiar a nadie, sin importar lo que me hagan: son acciones y sentimientos de mediocres. Aunque en este país uno no puede dormirse o ser blando, ya que te pasan por encima. Hay que estar bien despierto, siempre”.
“Igual no me quejo, ni nunca lo haré. Mis decisiones son tomadas por mí, nadie me obligó a salir de Cuba. Está en mí no dejar que los otros me controlen y hagan de mi vida lo que ellos quieren hacer de ella. Ya sea en Argentina o Japón, uno es dueño de su destino y capitán de su propio barco. Mi objetivo final es buscar una estabilidad que me posibilite brindar la misma oportunidad que estoy teniendo yo, a los míos”.
“A veces no sé si llorar o reír cuando veo a muchos argentinos quejarse de la vida, sin estudiar, esperando que el gobierno les de todo y les corte el derecho a desarrollar su cerebro. Me digo: ¡vayan a vivir a Cuba! No como turista, sino como cubano y verán que son reyes que lo tienen todo, pero a la vez no tienen nada, a veces por falta de inteligencia y, muchas otras, por pura vagancia”.
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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