Más y mejores modelos de camisas no iban a resolver el problema de los doce trabajadores del taller que, como millones de argentinos, acababan de quedar sin la posibilidad de asistir a sus puestos de trabajo y, con eso, ganar su sustento diario. Días atrás, cada amanecer, en el taller de San Andrés de Giles, en el norte de la provincia de Buenos Aires, entre telas y moldes, agujas e hilos, la producción de camisas y otras prendas de vestir se ponía en marcha a un ritmo sereno pero sostenido y con una gran energía para sortear los constantes obstáculos planteados por los vaivenes económicos de la Argentina.
"Cuando pensamos que podíamos estar orgullosos de la resiliencia de la marca, la pandemia del coronavirus irrumpió sin previo aviso. La estricta cuarentena para evitar un mal mayor, dejó a todos inmovilizados en sus hogares y las persianas del taller bajas por tiempo indeterminado. La incertidumbre y el temor a perder mucho más que su sustento se apoderó de este grupo de trabajadores. Ellos están acostumbrados a sortear dificultades con esfuerzo, dedicación y trabajo pero esta fórmula parecía no ser efectiva en el contexto de cuarentena", dice Fernando Hermida (34), el dueño de Pura Sangre, una pyme que fabrica camisas y prendas de vestir que supo tener locales propios en el barrio de Recoleta, en Tandil, Santa Fe, City Bell y Luján pero que tuvo que readaptarse para subsistir.
Y, una vez más, en un contexto que planteaba adversidades, entendió que necesitaba transformar la angustia en esperanza. Entonces propuso a sus empleados abandonar la producción de camisas por un tiempo y dedicarse a fabricar barbijos, máscaras y otros productos textiles sanitarios, una protección que con el correr de los días se convertiría en un recurso fundamental para la lucha contra el coronavirus y cuyo uso desde esta semana es obligatorio en la Argentina para ingresar a cualquier comercio o dependencia de atención al público y trasladarse en transporte público. Así se salvaría la empresa, los puestos de trabajo de los empleados, y podrían ayudar a diferentes instituciones de salud.
Una idea y muchos interrogantes
"La idea fue un rayo de luz ante tanta oscuridad pero también planteaba una cantidad de temas a resolver. Reconvertir un taller para producir un producto diferente es un desafío técnico, pero desarmarlo para poder descentralizarlo en pequeñas células de producción hogareña fue una tarea titánica", reconoce Hermida, que está a solo tres finales de obtener el título de Ingeniero Agrónomo.
La causa bien valía el esfuerzo: así, en cuestión de días, se informó, pidió asesoramiento de hospitales y, paso a paso, reconvirtió y desarmó el taller. Luego, se dedicó a redistribuir el equipamiento para que los empleados pudieran trabajar desde su casa. Consiguió los moldes, los materiales necesarios y las manos empezaron a recorrer otros cortes, otras costuras. Quedaron atrás ojales y cuellos para fabricar barbijos, tapabocas y otros materiales de uso sanitario. Hoy, las costureras del taller, desde sus casas, están fabricando barbijos y productos textiles sanitarios en lugar de camisas, pantalones y trajes de baño. Tuvieron que aprender a cortar, armar, coser y empaquetar un producto nuevo.
Hermida dice con orgullo que, gracias a esa transformación, hoy puede sostener el salario de sus doce empleados directos. Y además, tuvo la posibilidad de dar trabajo en los domicilios de muchos otros barrios: Luján, San Andrés de Giles, Pilar, Mercedes, Carmen de Areco, La Matanza, San Martín e Ituzaingó. Una parte del trabajo que hacen en conjunto se comercializa en hospitales, empresas y municipalidades pero también hay un porcentaje que se destina a la donación. Bomberos, más hospitales, salitas y otros profesionales vinculados al rubro médico fueron algunos de los que recibieron insumos. "Nos mueve la esperanza, la capacidad de adaptación a una situación nueva, y las ganas de seguir aportando esfuerzo y largas horas de trabajo que, en cuarentena, además de productivas son solidarias".
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