Lo recuerdan sus compañeros de la Compañía de Comandos 602 y su familia
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Esta semana, el lunes 22 de abril, murió un héroe de la patria. Un oficial admirado por sus camaradas y subordinados, miembro de la temible Compañía de Comandos 602. En el campo de batalla lo llamaban “El Yankee” por su indisimulable dificultad para hablar inglés. Durante la guerra de Malvinas combatió con el grado de teniente primero.
Jorge Manuel Vizoso Posse hoy es recordado por sus colegas como “una fiera, un soldado excepcional”. Participó en uno de los combates más cruentos, la batalla del monte Dos Hermanas. Y fue protagonista de un hecho que se reproduce en todas las crónicas de guerra como “un verdadero milagro”.
No lo mató el misil inglés que estalló a su lado. Tampoco el soldado que le disparó a quemarropa, por la espalda, cuando lo encontró tendido en el piso haciéndose el muerto. Falleció a causa de un infarto. Estaba casado con el gran amor de su vida, la mujer de quien se enamoró perdidamente cuando tenía 16 años, María del Huerto Eloísa Pinto, con quien tuvo cinco hijos: María Guadalupe, María Constanza, Jesús Manuel, María del Rosario y María de los Milagros.
El martes 23 último fue enterrado en el Parque de la Paz, en Tucumán, su provincia natal, con merecidos honores militares. Su familia conserva la “Cruz al heroico valor en combate”, condecoración que obtuvo por su destacada actuación en Malvinas.
Soldado de elite
Nació el 8 de marzo de 1951 en San Miguel de Tucumán. Con 23 años egresó del Colegio Militar como subteniente del arma de Infantería. Su promoción fue la número 105. En la Guerra de Malvinas formó parte de la 3er patrulla de asalto de la Compañía de Comandos 602, bajo las órdenes del capitán Andrés Ferrero.
“Los comandos son soldados profesionales de operaciones especiales capacitados para conducir y ejecutar tareas de alta complejidad, en cualquier ambiente geográfico y bajo cualquier condición meteorológica, integrando fracciones reducidas que operaran normalmente aisladas”, explica el historiador Isidoro Ruiz Moreno, que recopiló todas las misiones de las Compañías 601 y 602 en el libro “Comandos en acción”.
En la Guerra de Malvinas, las Compañías 601 y 602 tuvieron un rol destacado. Fueron los únicos que tomaron prisioneros y le arrebataron una bandera al enemigo. Siempre combatieron a las SAS (el grupo Special Air Service), su equivalente en el ejército británico.
“Decidí fingir que estaba muerto”
La noche del 9 de junio, con las últimas horas de luz, la Compañía 602 partió hacia el monte Dos Hermanas para emboscar a los ingleses. Se dividieron en tres grupos: un escalón de asalto, cuya finalidad de encerrar y maniobrar a los ingleses, un escalón apoyo y un escalón de recepción, cuya misión era recibir a cualquier herido, más allá de apoyar con el fuego y combatir.
“El Yankee” estaba en el escalón apoyo, junto a Mario Antonio “El Perro” Cisnero. Se ocultaron en una loma, tras un filón de piedra. Se acomodaron espalda contra espalda, compartieron una barra de chocolate y luego mantuvieron silencio. Minutos más tarde se desataría una de las batallas más intensas de la guerra de Malvinas.
A continuación, el estremecedor relato de Vizoso Posse, en una entrevista con Nicolás Kasanzew:
“Era el día 10 de junio, alrededor de la 1:30 a.m. Había luna llena, hacía mucho frío. Nos encontrábamos a la izquierda de la emboscada con una ametralladora. El enemigo, a la hora indicada, se aproximó por el lado derecho y comenzó a entrar en la zona donde estaba prevista la destrucción del enemigo. En ese lugar destacó una patrulla de ocho hombres hacia donde nosotros nos encontrábamos. No los podíamos ver bien, pero ellos a nosotros sí. Nos tiraron con un cohete que pegó en el pecho al sargento Cisnero. Como yo estaba de espaldas, la onda expansiva me tiró hacia delante y me impactaron cinco esquirlas en la cabeza. Yo quedé aturdido, pero empecé a reaccionar, di vuelta al sargento Cisnero, vi que estaba muerto y quise tomar la ametralladora. Pero la ametralladora estaba totalmente destruida...
En ese instante siento voces en inglés, sumamente bajas, lo que me daba la certeza de la proximidad en la que se encontraba el enemigo. Y como me había propuesto, como comando, no rendirme ni caer prisionero, decidí fingir que estaba muerto. Indudablemente los ingleses vieron el movimiento que yo hice. Se aproximó uno, se paró detrás del sargento Cisneros, y luego otro detrás mío. A Cisnero lo remata. Y el que estaba detrás mío, que recuerdo que me estaba tocando el pie derecho, me remata con una ráfaga y me pega una patada en la pierna derecha y me da vuelta. Quedé mirando el cielo...
En ese instante toda nuestra emboscada reacciona contra los enemigos que estaban abajo. Los ingleses, al ver que eran atacados, bajan enseguida. Cuando veo bajar al último, tomo mi fusil y los agarro por atrás. El último hombre estaría a ocho metros, no más de eso, y veo que caen varios. Cambio el cargador, tiro otro... En ese instante siento que me quemaba el hombro, una quemadura grande. Y sentía que me corría sangre por la espalda, pecho, nuca... Entonces le pido al mayor Rico un cambio de posición. Él me dijo ‘Hágala que lo apoyo’ y empiezo a replegarme en esa posición. Era aproximadamente una pendiente de 80 grados. Llego a donde se encontraba junto con el mayor el capitán Hugo Ranieri, médico comando. Me revisa y me dice ‘tenés una herida grande’. ‘Seguí combatiendo que atrajiste todo el fuego enemigo hacia acá'. Artillería argentina tiró una barbaridad para apoyarnos. El enemigo se desesperó. Gritaban, le tirábamos con todo lo que teníamos, hasta que cesó la resistencia. Ahí nos replegamos hacia nuestra primera línea y me practican la primera curación. Luego vamos caminando hacia Puerto Argentino y me meten en el quirófano, me desvisten, reacciono, y Ranieri dice ‘aquí está’. Saca el proyectil y nota que tenía pegada una de las cuentas de mi Rosario. ¡Estaba fundida, pegada al proyectil! La Virgen te quiere”.
El recuerdo de sus camaradas: “Lo vi combatir y era una fiera”
“Indudablemente, fue un milagro”, dice el Coronel (RE) Andrés Antonio Ferrero, de 73 años, que peleó junto a Vizoso Posse en la batalla del monte Dos Hermanas. Fue su jefe, en la 3ra patrulla de asalto de la Compañía de Comandos 602.
“Lo recuerdo con un gran cariño. Era una buena persona, gran profesional, gran amigo, un hombre de convicciones firmes, un gran patriota que quería muchísimo a nuestro querido país. Era un gran combatiente. Muy bueno, un gran compañero, tenía un corazón de oro, siempre entregado al otro. Él era un ferviente católico, sobre todo de la Virgen del Valle, y ese fue el milagro que lo salvó”, agrega.
El coronel Horacio Lauría (VGM), miembro de la Compañía 602, destaca: “Era, sin dudas, un tipo muy querido, un verdadero luchador de la vida, además de un gran profesional y un ser excepcional. Era, como se dice entre los Comandos, un ‘gran soldado de cristo’. Lo vi combatir y era una fiera. Tenía un espíritu que le permitió continuar en una batalla en la que muchísimas personas habrían quedado a mitad de camino. Era un soldado único, corajudo”. Y añade: “Después de la guerra, cayó en lo que prácticamente todos tuvimos: el estrés postraumático. Estuvo mal un tiempo, pero después se fue recuperando”.
“El amor de mi padre es mi arma secreta”
La doctora María Guadalupe Vizoso Pinto, investigadora de CONICET, docente en la Universidad Nacional de Tucumán, recuerda a su padre en un emotivo texto que envió a LA NACION:
“Aunque tenía muchos apodos -Coco, el Flaco, Yankee- para nosotros era ‘el Papi’ y para sus nietos ‘el Tatita’. Sus brazos y oídos siempre estaban abiertos. Después del Milagro del Rosario, la familia se expandió y pasamos a ser 5 hijos. Él nos amaba a todos con la misma intensidad pero de distintas maneras porque todos somos muy distintos y así lo explicaba. Si hay algo de lo que nunca tuve ni la más mínima duda es de su amor incondicional. El amor de mi padre es mi arma secreta. No importa si fallo, porque sé que hay una red que me sostiene. Así, aunque tenga miedo, puedo seguir adelante. Él nos fue preparando para este momento que de cierta forma añoraba y su presencia se siente en todos los pequeños gestos que tenía con nosotros en lo cotidiano: el burro para el mate, el chocolate águila en el cajón, los arreglitos atados con alambre, sus rosas, los limones que quedaron recién cosechados para que nos llevemos…
‘El Papi’ me contaba unos cuentos hermosos cuando era chica, sobre todo de aventuras y relatos bíblicos… también las travesuras que hacía cuando era chico ,como cuando estuvo un día completo perdido en el campo porque había salido a buscar un tesoro al final del arcoíris o lo triste que estuvo cuando murió su yegua alazán Minri, o el día en que su madre, mamá Hortemi, le partió la cabeza con el cucharón de la sopa por travieso o cuando se cayó de un árbol altísimo donde buscaba ramitas para fabricarse unas hondas.
Papá era autodidacta, amaba leer y escuchar las historias familiares de boca de sus abuelas y tías abuelas que remontan a varias generaciones de familias criollas que albergaron a más de un prócer. Así que cuando su madre le dijo que él tenía la energía y valentía para ser soldado, él no dudó en ir tras las huellas de sus héroes. En contraposición a lo que muchos pensaban al ver sus botas, papá no era machista, él empoderaba a todas las mujeres de la casa.
Recuerdo al papi entrenándome para una carrera intercolegial a mis 6 años y recibiéndome en sus brazos después de la línea, jugando con soldaditos en el fondo de la casa, llevándome a pasear en mula por el Cerro Negro en Covunco, o llevándonos en sus brazos por las veredas de una Buenos Aires inundada para volver de la escuela. Nos hacía cantar y nos grababa en unos cassettes… ¡qué ganas tengo de escucharlos de nuevo! En las vacaciones viajábamos desde Neuquén a Jujuy en un Fiat blanco, en aquella época sin aire, sin estéreos, distrayéndonos contando los nidos en los postes de luz, cantando o escuchando cuentos. No sé como hacíamos para entrar los siete en la cama grande, cual tetris, para ver juntos una película… ¡qué lindos tiempos aquellos!
Él decía que la prueba más difícil en su entrenamiento para comando fue el minuto que le permitieron ver a mi madre y a mí, que me aferré a su pierna y no quería soltarlo… Voluntariamente podía terminar todo ahí y volver a casa… Yo lo sé porque lo escuché de su boca, pero se ve que lo borré de mi recuerdo.
La Mami, su fiel compañera, desde los 16 años que están juntos… toda una vida. La única vez que lo vi débil a mi viejo fue cuando, después de un accidente, mamá estaba con 13 fracturas al borde de la muerte. Pero ambos salieron adelante con esa fortaleza que siempre los caracterizó”.
La vida después de Malvinas
El 13 de junio de 1982, después de combatir en Dos Hermanas, tras ser operado, Vizoso Posse regresó al continente en un avión C-130 Hércules. Hasta su muerte sostuvo con convicción que no se había rendido, que no había cesado el fuego ni habían terminado las hostilidades porque él no estuvo el 14 de junio. Lo repetía como una muletilla frente a sus camaradas.
Se retiró del Ejército Argentino en 1993, con el grado de mayor. “Luego de retirarse, Vizoso Posse trabajó en el ámbito privado. Estuvo en la mutual Juramento como gerente varios años. Trabajó con su hermano en el campo, dio charlas contando su experiencia en Malvinas y escribió sus memorias. Era estudioso y admirador del general Manuel Belgrano, solía referirse mucho a él y a la batalla de Tucumán”, dice el teniente coronel (Re) César Octavio de Jesús Betolli, amigo de su familia.
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