Una pareja encontró un sitio en bruto sobre la costa uruguaya y allí, donde todo era abundancia, se abocó a descubrir los ecosistemas naturales y a potenciarlos sin intervenir en el equilibrio propio del lugar.
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Castillos es una ciudad uruguaya del departamento de Rocha y contiene la mayor laguna costera de ese país. La laguna Negra lleva su nombre porque su lecho refracta la luz, y sin embargo son aguas de gran pureza que favorecen la biodiversidad que la rodea. Las selvas contra ribera generan ese ambiente húmedo que da exuberancia y sustenta una diversa cantidad de especies. Se destacan los palmares de butias, que son parte del paisaje exótico y único. Allí, en 2008, una pareja creó su reino en lo alto de las sierras, un jardín con la sensibilidad de los que gobiernan sin imponerse, dando vida a la mejor versión posible.
Encontraron un lugar en bruto, con todo el potencial y la abundancia, pero sin intervención humana todavía. Y quizás ese fuera el desafío: descubrir los ecosistemas naturales, abrir posibles recorridos y recrear la maravilla que la naturaleza proponía, pero sin casi notarlo.
El parque que rodea la casa llevó un arduo trabajo de edición y es un constante centro experimental. Los dueños admiran y respetan la flora, y conocen cada arbusto, trepadora, herbácea y musgo que crece cerca. Quizás no conozcan sus nombres científicos, pero sí saben en qué momento florecen, en qué ambientes se desarrollan y han decodificado algunas maneras de reproducirlas para llevarlas al jardín alrededor del casco. Sobre todo, juntan semillas y las dispersan entre los canteros de piedra –naturales o artificiales– que tienen alrededor de la pileta, que emula las lagunas de la zona, dentro de los troncos huecos de palmeras que devienen macetas o entre las uniones de los adoquines que rodean el antiguo aljibe. Las piedras fueron elegidas, trasladadas y plantadas en el lugar con agudeza. Nada es azaroso. E incluso el musgo y los líquenes que visten las piedras con sutileza se trajeron como mantos y se apoyaron hasta que, solos, abrazaron su nuevo lienzo.
Fuera de los límites del jardín –un límite de alambrado que pasa inadvertido– se fueron abriendo senderos entre el monte en galería y la espesura natural de la selva. Allí, la idea es solo tener la posibilidad de recorrer y descubrir la biodiversidad de los múltiples ecosistemas que van sucediéndose hasta llegar a la laguna. A lo largo de todo el lugar se encuentran especies endémicas, prioritarias para la conservación. Pero están en buenas manos.
"Allá por 2011 les he llevado triunfal mis primeros plantines de Campuloclinium macrocephalum y Dyckia remotiflora var. remotiflora, esta última endémica y en peligro de extinción. Al día de hoy siguen saludables junto a su descendencia en distintos lugares del jardín", cuenta la paisajista Amalia Robredo, habitué del campo como amante de las plantas y como amiga.
Es un lugar de auténtica identidad local, prácticamente virgen, un santuario de naturaleza. Es por eso que, de la mano de Amalia Robredo, lo visitan reconocidos paisajistas naturalistas que van a Punta del Este.
"Con el paisajista y escritor inglés Noël Kingsbury y su mujer Jo Eliot nos aventuramos junto a los dueños de casa a recorrer senderos apenas sugeridos entre el sotobosque. El paisaje es tan variado que durante un día pudimos recorrer desde ambientes casi tropicales hasta desiertos de piedra, pasando por una prolífica pradera. Curioso como siempre, Noël no dejó pasar la oportunidad de probar distintos frutos ante el pánico de los presentes, por si resultaban tóxicos. Con la cámara llena de fotos de flores, de asociaciones parásitas y de texturas interesantes, volvimos a lo alto de la casa en medio de un atardecer que parecía abrazado por el fuego".
También James Golden, paisajista norteamericano del blog View from Federal Twist, trepó por las inmensas rocas, tanto para admirar la vista hacia el infinito como para mirar en detalle un ejemplar de Polypodium lepidopteris aferrado a la piedra, con un excelente potencial para usar en techos verdes.
Pero lo que lo enamoró fueron los distintos tipos de Eryngium pandanifolium y Eryngium elegans que se encontraban en los bajos del palmar repletos de pájaros y ñandúes escapando de la presencia humana. “Con Robert Peel, del comité de The Gardens Trust de Londres, la experiencia fue en un antiguo jeep, intentando volver a encontrar una Verbena bonariensis con una mutación que había divisado más temprano en una cabalgata”.
Este campo de Castillos se propone como un lugar de disfrute y exploración, una verdadera aventura para sus creadores y sus visitantes. Es que el hombre habita el mundo a su manera. Con visión y con genialidad, esa manera puede comulgar con las formas de la Naturaleza. Y así el mundo ya no se dividirá en reinos; solo habrá hogares como castillos en la más plena diversidad de hábitats.