Lucas, hermano del chico que intentó robar el celular, ayer comenzó a trabajar como bachero
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Martín Moschioni tiene 42 años. Cuando terminó el secundario empezó a trabajar para pagar sus estudios. Se recibió en Administrador de Empresas y luego, la compañía en la que trabajaba lo ayudó a pagar un MBA en la Universidad Di Tella. Hace un año que se dedica al rubro gastronómico. La idea nació entre amigos como un plan B, un ingreso extra. Al principio, no estaba en su intención abandonar los seguros, el rubro en el que tenía expertise. Pero, las vueltas de la vida, terminó dedicándose a full time al nuevo proyecto y desde hace once meses que está al frente de Dalchemist, la cafetería que hace unos días se convirtió en el escenario de esta historia.
“Siento que no hice nada extraordinario. Los argentinos somos solidarios, lo que pasa que siempre hay una causa que se visibiliza y hoy nos tocó a nosotros, pero hay mucha gente que hace lo mismo”, dice Martín tratando de justificar el desenlace de un robo que durante la semana conmovió a todos.
“Le dije que tenía otra opción”
“Acá es normal que vengan vendedores ambulantes. Muchas veces venden y otras, porque ya nos pasó, roban. En el último tiempo, robaron dos veces en el patio. Su modalidad es aprovechar la excusa de la venta y cuando la gente está distraída se llevan los celulares que están sobre la mesa. Ese día vi que entró al café un joven vendiendo bolsas de residuos. Fue entonces que me acerqué a pedirle que se retirara porque hay clientes que no les gusta, pero a la vez le iba a ofrecer un plato de comida, es lo que hago con todos. Cuando le estaba diciendo que lo acompañaba a la puerta me acordé que en esa mesa, en la que él se había acercado, minutos antes había visto un celular y no estaba. Le pregunté a la clienta si tenía su teléfono y ella dijo que no. Ahí fue cuando corrí y lo agarré”, dice Martín.
En los medios aparecieron las imágenes de las cámaras de seguridad del local que muestran como Martín tiró al piso al ladrón y logró retenerlo hasta que llegó la policía. “Cuando lo agarré se puso a llorar, yo me di cuenta que era muy chico, que no debía pasar los 16 años. Me pedía que lo deje ir, me decía que lo hacía para darle de comer a su familia, pero como eso lo que todos dicen, en ese momento, no le di importancia. Ahí le dije: ‘Lo hubieses pensado antes porque acá damos de comer todos los días’”, cuenta.
Cuando llegó la policía Martín entró al local. Minutos después le pidió a una de sus empleadas que vaya a ver cómo estaba el joven. “Me había quedado una sensación extraña, pero también estaba enojado”. Cuando la empleada regresó le contó que el joven tenía 15 años y que se llamaba Martín. Aún no sabe si fue el nombre lo que lo conmovió, pero tomó la decisión de salir a buscarlo.
“Quería decirle que tenía otra opción. Le dije que si en lugar de venir a robar él venía a pedir un trabajo o comida, acá tenía la puerta abierta. Él se puso a llorar. Por detrás, con las esposas en sus muñecas, extendió la mano y yo se la agarré”, dice y recrea el diálogo que tuvo con su socio Daniel después de ofrecerle trabajo:
-No sé si estuve mal, pero le ofrecí laburo.
-¡¿Sos boludo?!
-Y bueno fue lo que me salió
-Martín, ¿qué pasó cuando, al día siguiente, cuando el joven regresó?
-Me sorprendió. No lo reconocí. Vino con el padre y con Lucas, el hermano. El papá se acercó y me dijo que Martín venía a pedirme disculpas. Yo no lo podía creer, me emocionó. Creo que él se había quedado muy apenado y tal vez eso fue lo que generó un cambio.
“Tengo que aprovechar esta oportunidad”
Como Martín es menor de edad, el dueño terminó ofreciéndole el trabajo a su hermano, Lucas (17), quien va a ser padre a en septiembre próximo. Ayer, jueves 20, el joven llegó al local de Las Cañitas acompañado por Martín y su hermano mayor, Walter (22).
“Estoy contento y nervioso a la vez. Hoy es un día importante, ahora tengo un trabajo que cumplir”, dijo Lucas, que fue empleado como bachero, con horario de 15 a 21.
Con este trabajo, Lucas se ilusiona con la posibilidad de darle a su hijo lo que él no tuvo: “En mi casa pasaba hambre. La situación se puso cada vez peor... y ahora estamos acá. Quién iba a decir que de una cosa mala podía salir algo bueno. Tengo que aprovechar esta oportunidad”, dice.
A su lado su hermano Martín sonríe. Aunque él no consiguió trabajo, por la repercusión que el caso tuvo en los medios, cuentan que el director de la escuela de la zona de José C. Paz, donde vive la familia, se acercó a su casa y le ofreció un vacante para regresar al colegio. Hacía más de un año que el joven había abandonado el secundario. “Dejé en Segundo Año porque en mi casa no tenía ni útiles”, dice Martín.
Walter acompañó a sus hermanos con la esperanza de conseguir un trabajo para él también. El dueño del bar le dijo que en este momento no lo podía contratar pero que iba a recomendarlo. “A mí también me gustaría conseguir un trabajo, hago cualquier cosa. Lo que me ofrezcan, yo enseguida le agarro la mano. Hoy vivo de changas, en la última arreglé los hornos en una panadería”, dice.
-Walter, todos los días aparecen en los medios casos como los de tu hermano Martín y muchos piensan que los chicos que roban no les interesa nada, que no quieren trabajar.
-No, no es así. No es que no nos interesa, nosotros necesitamos una compañía, alguien que este ahí, que nos hable, que nos guíe. Para nosotros, esta oportunidad es empezar la vida de vuelta. [llora]
“Puedo equivocarme... pero si no pruebo, no lo sé”
Martín cuenta que la noticia se filtró en los medios casi por casualidad. Su mejor amigo de la infancia es productor de un noticiero y cuando se enteró que había ocurrido un robo en la zona lo llamó para preguntarle cómo estaba. “Le mandé el video de las cámaras de seguridad y enseguida él armó una nota, pero era por el robo, después fui contando lo que había pasado”, dice. La primera que le envió un mensaje para apoyarlo y decirle que estaba haciendo una obra de bien fue su madre, que tiene 82 años y es jubilada. Su papá falleció en 2005.
Hace 11 meses que Martín y sus socios abrieron el local. “El verano fue difícil. Recién ahora, que la gente toma más café por el clima, estamos saliendo. Estabilizándonos porque hicimos todo a pulmón. Ahora estoy tratando de juntar dinero para arreglar la terraza del local, creemos que puede quedar muy linda y atraer más clientes”, cuenta.
-Martín, ¿cómo es ser emprendedor en la Argentina?
-Durísimo. Empleados que faltan, resoluciones del Gobierno que tenés que cumplir de un día para otro, impuestos... encima el rubro tampoco ayuda, la gastronomía es difícil. Es un rubro en el que hay mucha rotación de empleados porque no se valora el trabajo. Me ha pasado que muchos se iban y después volvían. Por eso, si un chico valora el trabajo, seguramente le va a ir bien, porque casi no hay.
Durante la entrevista con LA NACION se acercó al local un hombre que traía una mochila con ropa. Se la dejó a Martín para que la entregue al adolescente. “Ayer vi la noticia y me conmovió tu actitud. No soy de está zona, pero quería venir a felicitarte y traerle esto a los chicos”, dijo mientras estrechaba la mando del dueño.
-¿Te asombró la repercusión que tuvo el caso?
-Un poco. Aunque bastante repercusión, la facturación del local de ayer y hoy estuvo medio mal. Subieron los seguidores en las redes, pero no las ventas.
-Hoy los chicos están contentos con el trabajo y parecen comprometidos. Pero, como dice el refrán, “en la cancha se ven los pingos”. ¿Analizaste la posibilidad de que las cosas no funcionen o no salgan como lo planeado?
-Sí, por eso me senté a hablar con los chicos para conocerlos un poco más y sigo pensando lo mismo que pensé el otro día: ellos necesitan una oportunidad. Estoy convencido de que si les doy una mano no me van a defraudar. ¿Me puedo equivocar? Sí, puedo equivocarme pero si no pruebo no lo sé. Mejor irme a dormir sin la duda.
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