Desde muy chico, Gonzalo quiso tener la experiencia de vivir en otro país, abrirse a otra cultura y ver cómo transcurrían los días más allá de las fronteras conocidas. Para cumplir su sueño se focalizó en sus estudios y fue así como, a los 22 años y recién graduado de la universidad, le ofrecieron el primer trabajo lejos de su tierra, en Estados Unidos.
De aquel viaje tuvo que volver al año por cuestiones familiares, un regreso que se prolongó lo suficiente como para incorporarse al ritmo de la vida adulta de su ciudad natal. Hasta que diez años después, y recién casado, se le presentó la oportunidad laboral de volver al país del norte, más precisamente Miami, un lugar que el matrimonio no dudó en elegir y que los alojó por tres años.
Cambio de rumbo
Aquel destino no era inesperado; Miami resulta al fin y al cabo un territorio familiar en el imaginario de las personas. "Pero por un proyecto de siete meses nos transfirieron a Toronto, Canadá. Y luego de ese tiempo tomamos la decisión de obtener la residencia permanente", revela Gonzalo, "Mi mujer creció viviendo entre México y Argentina, por lo que me fue más fácil convencerla, pero a la familia creo que aún le cuesta la distancia. Y la realidad es que a ellos y los amigos se los extraña mucho, es el costo a pagar", continúa.
Por el acceso directo e incluso por la universalización de la cultura estadounidense, Miami había sido aceptado como un espacio que hasta se sentía cercano, pero Canadá ya era otra historia: otra distancia y otro costo para visitas frecuentes, otro clima y otras formas de ser.
"Todas las partidas conllevan un dejo de nostalgia, pero la llegada a Toronto la recuerdo con una enorme ilusión. Mi mujer dice que llegó a la conclusión de que parezco más canadiense que los canadienses, y es que realmente no se me hizo difícil la adaptación. A mi mujer le costó más al comienzo por el hecho de no aterrizar con un trabajo definitivo y extrañar mucho a su familia", cuenta Gonzalo.
El nuevo hogar
Lo primero que les impactó a su llegada fue el orden, la paz y la tranquilidad, características diferenciales en relación a cualquiera de los otros lugares donde les había tocado vivir. "Nuestra casa está a media hora al oeste de la ciudad de Toronto, rodeada de mucho verde y cerca del lago Ontario", explica.
Con el paso del tiempo, Gonzalo descubrió en Canadá a un país con una calidad de vida muy alta y oportunidades infinitas, dependiendo del nivel de educación y de perseverancia de cada uno. Ante aquel panorama hoy siente que sus dos hijos, ambos nacidos allí, tendrán mayores oportunidades.
"La educación es pública, lo que facilita su acceso – solo el 7 % de los chicos asiste a escuelas privadas – y la universidad es paga", explica, "Acá son 8 años de primaria y 4 años de secundario, los horarios son de 8 AM a 3 PM y las materias son similares a las que tenemos en Argentina. Francés es el idioma complementario. La actividad extracurricular más habitual es anotarlos en una escuela de fútbol o hockey sobre hielo. En nuestro caso vamos al gimnasio todas las semanas con mi hijo mayor y en el verano pasamos mucho tiempo en la pileta municipal. Intentamos hacer muchas actividades al aire libre como andar en bicicleta todos juntos, ir a alguna playa sobre el lago y en invierno patinar sobre hielo, tirarnos en trineo en alguna colina o cada tanto esquiar por el día", continúa.
En relación a la salud pública, Gonzalo y su familia también encontraron tranquilidad; la misma se brinda a todos por igual, sin importar el nivel de ingresos. "Las tasas de desempleo y criminalidad son bajísimas por lo que impresiona la paz, que es absoluta. Los canadienses son muy educados y respetuosos, pero definitivamente en Argentina es superior el nivel de calidad interpersonal por la calidez y los fuertes vínculos familiares. Aunque acá, entre grandes, nos juntamos a comer asado o a comer afuera, al igual que haríamos en Buenos Aires", afirma Gonzalo.
Los regresos y los aprendizajes
Para Gonzalo, Canadá fue un destino inesperado que siente que lo ayuda a comprender mejor las experiencias de sus abuelos de España cuando llegaron a la Argentina. "Solo que ahora somos nosotros los que ocupamos ese lugar en otro punto del mundo, con sus ventajas y desventajas", reflexiona.
"De toda esta experiencia siento que lo más difícil es adaptarse a tener que ser totalmente autosuficientes. Al no contar con familia extendida cerca, ni los amigos de toda la vida, se siente esa soledad. Pero esto a su vez te une mucho más como núcleo familiar frente a cualquier adversidad. Pasamos mucho más tiempo juntos los cuatro de lo que creo que haríamos sino y nuestro vínculo con nuestros hijos crece de manera exponencial, lo cual es muy lindo", expresa con una sonrisa.
Después de quince años viviendo lejos, Gonzalo siente que por fin los regresos a la Argentina se han descomprimido para transformarse en puro disfrute de amigos, familiares y de la comida. "La vida social es mucho más rica en Buenos Aires", dice convencido.
"Siento que vivir en un lugar tan diferente de donde nacimos te abre la cabeza. El mundo es enorme, pero a la vez muy chico. Estar lejos te permite ver a la Argentina con mucha más objetividad. Aquí aprendí a ser más respetuoso del espacio ajeno, a disfrutar de la paz, del orden en el tránsito y a cumplir las reglas, ya que son la razón excluyente por la cual casi todo funciona adecuadamente", concluye.
Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com .
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