En busca del espacio perdido
Quizá lleguemos a agradecerles a los piqueteros sus excesos cuando nos olvidemos de sus palos, de sus bufandas palestinas, de sus gritos de odio: "Qué me importa, yo no tengo trabajo", en rechazo a la súplica de empleados retrasados a los que faltaba sólo acoclarse servilmente esperando salir de un embotellamiento hostil. Cuando estemos flacos de memoria de los abusos, quizás entonces rescatemos que los manifestantes recuperaron los espacios públicos para uso peatonal. Porque, la verdad, vamos perdiendo nuestras plazas como punto de reunión y ventilación, y dejando de usar las calles para caminarlas. Claro que, se dirá con razón, la reunión de café con televisión desplazó a la plaza, y aun así hay paseos a los que recurre la gente en su hora de almuerzo en días de semana: la Plaza de Mayo es muy pública en días de manifestaciones, si bien pocos se detienen ahí a descansar o a entretenerse en el encuentro informal, y los jardines de Palermo son un destino natural en fines de semana.
Tenemos buenas plazas y plazoletas, grandes y pequeñas, pero en su mayoría reflejan una ciudad sucia, ineficiente y congestionada. Hay destinos céntricos hermosos para el descanso, como la plaza Roberto Arlt, sede de la Asistencia Pública hasta fines de los años sesenta, hoy dormidero de gente sin techo, o la plaza Colón, donde la discreción de sus cercos es usada por mendigos residentes para la descarga de orina y cuyo monumento a Colón esconde un sótano lleno de historia pero abandonado. Estas dos, a las que pueden agregarse otras, como las plazas Francia y Roma, transmiten al ciudadano un encanto cosmopolita, en la versión siglo dieciocho de la palabra: "Hombre que se mueve cómodamente en la diversidad".
La función de tales espacios es dar, y recibir, placer en la vida urbana. Ese atractivo para el habitante de la ciudad (el turista es cosa aparte) no lo cuidamos.
Y aun cuando las cuadrillas municipales parecen recuperar algunas plazas, el uso público pronto trae los desperdicios tirados sin cuidado, el graffiti, el vandalismo, y en poco tiempo el lugar rechaza el afecto posible. Hay lugares bautizados en homenaje de alguien e ignorados a partir del momento de terminada la inauguración (plaza Mafalda, por ejemplo).
Además de la plaza, el peatón tiene que recuperar la calle. Es ahí en la calzada donde deberían instalarse las ferias de artesanías y no atosigar veredas o impedir el acceso al césped de las plazas. Naturalmente, incluso cuando se pusieran impecables cien plazas y plazoletas, luego habría que convencer a la gente de que volviera a usarlas. Pero cuidadas, respetadas, enriquecerían la vida de los vecinos. Quizá pueda lograrse que éstos tomen a su cargo el mantenimiento de los jardines del barrio (más allá del "A esta plaza la cuidan el Banco Mongo y usted"). Difícil propuesta, necesita aliento oficial e iniciativa personal. Pero tal vez pueda estudiarse: el jefe de Gabinete, por ejemplo, podría interesarse por la plaza Colón.