En busca de un lenguaje cada vez más inclusivo: ¿qué hacemos con el neutro?
Esta nota va a tener muchas x. Más que nada, x como símbolo de incógnita, igual que en las ecuaciones matemáticas, solo que aquí van a quedar todas sin despejar. ¿Qué tal si, por ejemplo, la fórmula común y corriente para denominar al conjunto de habitantes de Buenos Aires fuera "las porteñas"? ¿Y, entonces, en las publicidades del gobierno de la ciudad en la vía pública viéramos campañas como "Cuidémonos de la gripe entre todas" o "Juntas hagamos realidad las ideas de las vecinas"? ¿Cómo sería el mundo si el botón del homebanking dijera "atención a la clienta", las redes sociales mostraran "usuaria" y "seguidoras" o si "las millennials", "las consumidoras" y, ya que viene al caso, "las hablantes del castellano" fueran las formas naturalizadas para referirnos a grupos que contienen a todos los géneros? Si hace ruido, se entendió la idea. Tener la sensación de quedar fuera del lenguaje es, por lo menos, raro. Si googlean van a encontrar muchos estudios especializados, y no solo feministas, sobre el tema.
Es que el hecho de que sigamos usando el género gramatical masculino para designar plurales o colectivos que no abarcan únicamente a personas de género masculino le está haciendo ruido a mucha gente. Si sumáramos a las mujeres -se llamen o no a sí mismas feministas-, y a las personas que se llaman a sí mismas LGBTTIQNB+ (lesbianas, gays, bisexuales, trans, travestis, intergénero, queer, no binarios y más denominaciones por cristalizar), estaríamos hablando de la mayoría de quienes utilizan cualquiera de las lenguas de este planeta.
Las ideas y la comprensión de la humanidad sobre el género, tanto desde el punto de vista científico como social y también individual, íntimo, están atravesando una transformación formidable. Una prueba contundente es la cantidad de gente que se considera no binaria, una categoría amplia, donde caben muchas otras, que hasta hace muy poco ni siquiera tenía nombre. Y que significa que hay una generación, o quizá dos -comenzando en la infancia-, que ya no solo se está cuestionando el género que le fue asignado al nacer: se niega a meterse en el sistema basado en la dicotomía fija mujer-hombre. "Existe una revolución del género", dice Adrián Helien, el médico psiquiatra que coordina el Grupo de Atención a Personas Transexuales del Hospital Durand, donde los últimos diez años la edad promedio de consulta bajó de los 35 a los 17 años, y sigue en descenso. "Es algo que está sucediendo de manera vertiginosa y en realidad muy brutal; es un súper cambio que el binario varón-mujer, el modelo héteronormativo, haya estallado en pedazos. Lo hétero era la norma, y todo lo demás no existía. O estaba socialmente mal visto, o era patologizado. Lo más importante, para mí, es que el binario hoy claramente no alcanza para definir a las personas, que no quieren entrar en esos cajones que hasta hace poco marcaban 'lo normal'. Entonces, la gente empieza a adueñarse del género y hay infinitos cajones, infinitas denominaciones". Fluido, antigénero, bigénero, multigénero, pangénero, ultigénero; todas van más allá del binario.
Así que, para contextualizar algo más la incógnita central de esta nota: entre la lucha imparable de las mujeres por la igualdad en todos los frentes; las nuevas identidades de género que desbordan todos los patrones y también dan batalla (la ley argentina de 2012 fue pionera en el reconocimiento de sus derechos); y una cultura digital global, democratizando el acceso a la información y a la expresión a la velocidad del rayo; francamente, ¿alguien creía que todo el mundo se iba a quedar en el molde de un masculino gramatical como única opción para denotar 'plural universal'?
Tiempo de polisemias
"El hecho de que el masculino se haya puesto a sí mismo como referencia neutra del mundo no me parece casual", dice Santiago Kalinowski, director del departamento de investigaciones lingüísticas y filológicas de la Academia Argentina de Letras. "Para mí es legítima la pregunta de por qué pasó que el género gramatical femenino solo es femenino, mientras el masculino también es no marcado. Y es algo que se puede responder al cabo de una larga investigación antropológica, pero hunde sus causas en la prehistoria de la humanidad. Tal vez es una continuidad de la situación en la que la fuerza física era la condición principal de la supervivencia, en un momento, que es sumamente reciente para la especie, en el cual ese paradigma cambió. Para la gramática, que lleva con nosotros cientos de miles y acaso algún millón de años, estos cambios en la sociedad son del último segundo. Y por eso la cosa está codificada como está".
Así es como la cultura popular contemporánea convirtió, por su cuenta, a esa x que reemplaza a la a y la o en el símbolo de la polisemia por excelencia: significa "no femenino ni masculino", pero también una fractura, un llamado de atención. Un desafío: completame como quieras. "Lejos de cerrar, la x abre", resume Sasa Testa, activista, docente e investigadorx queer. "Yo tengo esta política; y como tengo que recurrir al lenguaje, escribo con x. Ahora, atendiendo a lo que la misma academia dice, que leemos de manera gestáltica, no hago una nota al pie aclarando por qué uso la x. Yo apelo a priori a la Gestalt y a la estructura profunda chomskiana para que quien lee reponga en esa x lo que quiera, lo que sepa, lo que pueda. En una aclaración se sigue sosteniendo la lógica de la norma; te estoy diciendo 'perdón por correrme de la norma'. Yo no siento que le tenga que aclarar nada a ninguna norma. Porque la norma es el eufemismo del poder".
Los pronombres personales él y ella pueden transformarse en le o elle/elles. Y la x en e, sobre todo en la oralidad, para poder pronunciarse. "Estas formas que estamos viendo son recursos de intervención del discurso público, que persiguen el fin de denunciar y poner en evidencia una injusticia en la sociedad", dice Kalinowski, aclarando siempre que se trata de su mirada, ya que la Academia Argentina de Letras no se expidió sobre la materia. "Desde el punto de vista de las organizaciones sociales que buscan la corrección de esa injusticia, es perfectamente legítimo valerse de los recursos que provee la lengua. Lo que no podemos pretender es que estén codificados en la gramática inmediatamente".
La RAE, sin embargo, se apuró a poner el grito en el cielo, aunque solo contra el lenguaje inclusivo feminista (sus definiciones se basan en los conceptos de sexo y colectivo mixto). El debate tiene un nivel de violencia importante, a pesar de que los cambios lingüísticos son procesos, llevan tiempo y no dependen de que una institución ni un grupo de organizaciones los decida. Son tan difíciles de controlar como de predecir, así que nadie puede decir dónde terminará esto. ¿Una lengua que invisibilice toda marca de género -binarixs, no binarixs- será la expresión de una sociedad igualitaria? ¿O encontraremos formas de que todxs nos volvamos igual de visibles? Mientras muchxs están expectantes de cómo seguirá interviniendo la policía del género (humano y gramatical), no les quepa duda de que la lengua, como la vida, siempre va a abrirse camino. Porque lxs que tenemos el poder sobre ella somos nosotras, nosotros y nosotres, que la hacemos todos los días.
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