En Grecia pasó hambre durante su adolescencia, hasta que regresó a Argentina para conquistar sus sueños; tras desilusionarse, emigró a Los Ángeles, donde halló una comunidad que valora su trabajo.
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Para Ernesto Lechner, volver de visita a la Argentina es maravilloso. Los Ángeles, su lugar de residencia, queda allá, a lo lejos, casi como si se tratara de otra vida. Buenos Aires se mete rápidamente en su piel, con su delicioso caos, en el que todo le parece novedoso y entretenido.
Suele quedarse un mes, se instala en algún ARNB en Belgrano C, cerca de lo de su padre, trabaja desde su laptop por las mañanas y sale a nutrirse de la energía porteña por las tardes. Las noches son para su papá y amigos, con quienes recorre sus restaurantes favoritos, como Gran Dabbang en Palermo, la pizzería Croxi en Belgrano R, y Cantina Chinatown en el Barrio Chino.
A veces, Ernesto va a la estación Constitución, se para contra algún mostrador, come un Paty, toma una gaseosa de pomelo, y observa a la gente pasar. Otras, pasea por Tigre, o se queda un largo rato hablando sobre historietas en las comiquerías. También disfruta recorrer Vicente López, el barrio de su infancia. Todo, absolutamente todo es una fuente de inspiración para el periodista, locutor y director de videos.
“A Vicente López me gusta ir al atardecer y caminar por las callecitas cerca de la estación, llenas de árboles y casonas viejas”, cuenta. “Siempre me siento de excelente humor cuando estoy en Argentina. Me encanta tomar el subte atiborrado, desayunar un café con leche con medialunas, visitar las librerías y caminar por las calles, que siempre están llenas de gente: los gritos de los chicos que salen del colegio, personas mayores paseando sus perros, profesionales de cara muy seria que caminan con paso apurado”.
“Durante mucho tiempo pensé que mi recuerdo de esos paisajes estaba distorsionado por la nostalgia, endulzado por la perspectiva de la infancia. Pero no es así. Después de viajar un poco por el mundo, y vivir casi toda mi vida lejos, me doy cuenta de que tuve la fortuna de crecer en uno de los rinconcitos más mágicos del planeta. Hay un lado de Buenos Aires que es increíblemente atmosférico y evocador – en sus perfumes, sonidos y vibraciones. Tiene algo muy cinematográfico. Mi apreciación de esa magia crece con cada año que pasa, más allá de los problemas existentes en el país o las circunstancias del momento”.
Camino a Los Ángeles: “Había un dejo de burla en el aire”
Ernesto dejó la Argentina a los 20, con la cabeza llena ideas y proyectos. Sus sueños incluían escribir para diarios y revistas, tener un programa de radio y dirigir videoclips, todas actividades que su país de origen parecía querer negarle.
Sin embargo, Ernesto nunca se caracterizó por ser simplemente un soñador, él siempre fue un hacedor, de aquellos que saben a la perfección que para concretar algo hay que trabajar por ello. Y así lo hizo en sus años argentinos, aunque no sin penas.
“Entre los 17 y los 20 me pasé tres años tocando puertas”, relata. “Lo que más me molestaba no era que me cerraran la puerta en la cara, que me dijeran que no sin realmente escuchar mis propuestas. Había también un dejo de burla en el aire, como una satisfacción en el garantizarme de que nunca entraría en el selecto club de los que ya estaban haciendo esas cosas que yo quería hacer”.
La energía de los egos flotando en el ambiente era sutil, pero Ernesto podía sentirla y le hacía daño. Fue entonces que tomó la decisión de postularse para estudiar Escritura y Dirección de Cine en una universidad de Pasadena (Art Center College of Design).
Era 1989 cuando decidió que era tiempo de volar. Tal vez, se dijo, por aquel camino los sueños dejarían de parecer lejanos y las puertas cederían.
Una adolescencia peculiar en Grecia: “Al lado de esa delirante odisea griega, estudiar en Los Ángeles sonaba convencional”
Cuando fue aceptado, la familia de Ernesto no se sorprendió ante la noticia. De hecho, su plan de estudiar en Los Ángeles sonaba ordinario en comparación a la vida que el joven había llevado hasta entonces. Su madre había emigrado a Rodas, una isla griega, donde él vivió entre los 9 y los 17.
Aquellos ocho años suspendidos en el tiempo marcaron a Ernesto de manera profunda, permitiéndole comenzar a comprender ciertas cuestiones de la humanidad.
Allí, en Rodas, Ernesto cursó el secundario. Y, entre playas paradisíacas y ruinas griegas visitadas por turistas, el adolescente argentino atravesó la pobreza y pasó hambre: “Al lado de esa delirante odisea griega, mi proyecto de estudiar en Los Ángeles sonaba muy convencional”, asegura Ernesto hoy, al rememorar aquellos días.
La dificultad del cambio y el primer trabajo en LA: “La música me salvó la vida”
Pero a pesar de la “convencionalidad” del plan, emigrar a Estados Unidos fue muy difícil. A Ernesto le tomó alrededor de cinco años habituarse a su nuevo mapa en una ciudad que amaneció ante él compleja e infinita.
Sin embargo, había algo especial en los comportamientos de aquella tierra extranjera que lo animaba a quedarse. Todo parecía suceder allí, en Los Ángeles, él simplemente debía encontrar el camino dentro del laberinto: “Lo que me motivó a quedarme fue que me encantaba la modalidad de los estudios y todo lo que aprendía en mi carrera de Escritura y Dirección de Cine, además de las bibliotecas públicas, que son espectaculares”.
“Tuve una adolescencia muy difícil, quizás hasta un poco depresiva, y la música me salvó la vida. Principalmente el rock, pero ya desde entonces me fascinaba explorar música de todos los géneros y países”, continúa.
“En el colegio escribía extensas críticas de discos durante las clases de álgebra y astronomía. Mientras estaba en la universidad, empecé a ir a conciertos y le propuse notas a La Opinión, el diario hispano de la ciudad. Antes de graduarme ya estaba colaborando con ellos y ganando un poquito de dinero. Casi me volví loco de alegría cuando me enteré de que si ibas a cubrir un concierto, te dejaban entrar gratis. Ese momento fue toda una revelación”.
Un lugar en una ciudad donde hay equipo y gente de todos los colores: “Es lo que más me gusta de Los Ángeles”
Tras los primeros cinco años, en los que Ernesto se focalizó en estudiar y nutrirse de una urbe apabullante, la vida en su nueva tierra comenzó a encontrar un orden. Los conciertos y las entrevistas se multiplicaron a medida que las puertas en los medios se abrían. Poco a poco, llegaron los reportajes a decenas de músicos que el argentino admiraba, desde artistas de rock, hasta salsa y jazz.
“Una vez fui a un hotel a cubrir una orquesta cubana que me encantaba. Cuando salí del show escuché una voz en otra sala, que sonaba muy parecida a Anna Vissi, en ese entonces mi cantante favorita griega. Era ella. Había venido de gira, estaba cantando en ese mismo hotel, y yo ni siquiera me había dado cuenta. Los Ángeles es así. En una misma noche podés ver a Babasónicos o Massive Attack, Omara Portuondo o Arcade Fire”, asegura Ernesto.
“Esta ciudad es como una torre de Babel. Somos casi todos inmigrantes, cada uno con su respectivo acento, tratando de comunicarse con los otros acentos. Y la tonalidad de los que nacieron acá también se convierte en otro acento más. Hace unos años dirigí un videoclip para una banda de rock, y en un momento me di cuenta de que en el equipo había gente de todos los países y colores; todos trabajando juntos para que el videoclip saliera lo mejor posible. Es el lado que más me gusta de Los Ángeles”.
“Pero sin dudas es muy distinto a Buenos Aires. Acá hay que manejar en auto a todos lados. Yo paso mucho tiempo en casa, en mi biblioteca, rodeado de libros y discos. Salgo para ver amigos, ir a conciertos, hacer entrevistas, practicar artes marciales y para probar la gastronomía de un montón de lugares distintos. Comer afuera en Los Ángeles es muy lindo, porque hay restaurantes típicos de todos los países imaginables”.
El conflicto del inglés y un suceso inolvidable: “Me hicieron sentir que mi perspectiva era valiosa”
Ernesto jamás olvidará aquello que provocó uno de los puntos de inflexión en su carrera y su vida. Hacer la transición del español al inglés en la escritura periodística le costó largas noches en vela. Había decidido crearse un hábito privado de estudio intensivo, donde invirtió todo un verano en analizar obsesivamente toda pieza escrita acerca de la música que llegara a sus manos, ya sea de Los Ángeles Times o el LA Weekly: “Trataba de imitarlos, párrafo por párrafo. Era como una obsesión que me consumía”.
Fue por aquella época que Ernesto decidió llamar a Natalie Nichols, la editora del semanario LA Reader: “Una periodista brillante”, señala el argentino: “La llamé por teléfono y la convencí de que me viera en persona con la ridícula excusa de que tenía tanto material para mostrar que no podía simplemente mandarle muestras por correo. Increíblemente, Natalie aceptó, y me presenté en su oficina con una carpeta llena de notas en español. Ahí le confesé la verdad y le pedí una primera oportunidad de escribir algo en inglés”.
Natalie no sólo aceptó, sino que apoyó a Ernesto en el proceso de superar sus miedos cuando le tocó escribir su primera nota en el medio sobre Willie Colón y el auge de la salsa: “Lo importante es que toda la información está aquí. No te preocupes por el estilo; yo te ayudo”, dijo ella, ante un Ernesto conmovido por su generosidad.
“Todo se hizo más fácil”, continúa el periodista, quien también fue el crítico de música latina del LA Times y durante varios años trabajó a un ritmo frenético con editores legendarios como Robert Hilburn.
“Con Robert discutíamos a los gritos sobre los méritos de mi género favorito, el rock progresivo”, sonríe. “Con ellos empecé a escribir mejor. En realidad mi carrera está basada en la apertura y el interés genuino de todos los editores que conocí. Desde el principio me hicieron sentir que mi perspectiva era valiosa, que les interesaba mi conocimiento sobre la música y la cultura latina. Querían construir un puente entre mi punto de vista, la música latinoamericana y el mainstream. Obviamente siempre hay algunas experiencias conflictivas. Pero generalmente, la relación con los editores es positiva, y hay un clima de colaboración”, reflexiona Ernesto, quien asimismo colaboró con el sello discográfico Fania como productor y recopilador de más de 100 lanzamientos de música afrocaribeña, incluyendo antologías de artistas como Celia Cruz, Rubén Blades y Tito Puente.
Los placeres que los amigos argentinos dan por sentado: “Soy muy afortunado de haberme ido, y ellos de haberse quedado”
Casi tres décadas y media pasaron desde que Ernesto dejó la Argentina con el gran sueño de ser periodista de música, locutor y director de videos.
Lejos, en una ciudad inmensa y casi impersonal, el joven tuvo que encontrar el propio cauce hasta alcanzar su meta. Tras mucha dedicación y una recepción empática, las puertas se abrieron; al LA Reader y el Times, le siguieron Rolling Stone, Interview, Billboard, e incluso colaboraciones con el museo del Grammy y varias compañías de streaming.
Hoy, Ernesto se transformó en todo aquello que soñaba ser a sus 20 años. Lo logró en Estados Unidos, aunque no sin revelar algo inesperado: Argentina siempre fue y será su gran fuente de inspiración, entre sus barrios icónicos, sus cafés y esa atmósfera inigualable.
“De mi experiencia aprendí que es mejor no generalizar sobre los lugares y sus personas. Estoy contento con mi decisión de haberme instalado en Los Ángeles, pero también soy plenamente consciente de todos los momentos que me perdí por no vivir en Argentina; un cotidiano lleno de vivencias hermosas y pequeños placeres que todos mis amigos allá toman por sentado. Soy muy afortunado de haberme ido, y ellos son muy afortunados de haberse quedado. De alguna manera, todos perdimos y ganamos por igual”.
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