Vivía en Río Grande, soñaba con Europa, y tras mucho esfuerzo llegó a España, un lugar que creía ordenado hasta que pisó suelo austríaco.
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Junto a su familia, Diego Rodríguez dejó Capital Federal para vivir en Río Grande, un polo industrial y la ciudad más poblada de Tierra del Fuego. Llegó a los 11 años y allí aprendió a querer a los vientos, al vuelo de las aves y las pinceladas verdes del mar, aunque su llanura y su clima nunca fueron algo sencillo. Aquellos paisajes peculiares y su atmósfera introspectiva lo invitaban a imaginar otros horizontes lejanos.
Fue cuando culminó sus estudios secundarios que decidió volar a Córdoba para cursar estudios universitarios y dar comienzo a una incansable carrera laboral. Sin dudas, no se trataba de la Europa de sus sueños, pero aquellos años transcurrieron inolvidables, entre amigos, belleza y humor cordobés.
En febrero de 2002 recibió su título de ingeniero aeronáutico, algo que marcó el fin de una era en casi todos los sentidos de su vida: el país acababa de colapsar y, aunque tenía trabajo, Diego comprendió que debía repensar su futuro y considerar su anhelo de conocer otras culturas.
“Los sucesos me llevaron a querer demostrarme a mí mismo que estaba capacitado para trabajar al nivel que se necesita en Europa”, rememora. “Me impulsaba saber que las cosas como sociedad se podían hacer mejor y que, como contribuyente que pagaba mis impuestos, merecía más. También me hastié de la violencia social que acumulaba la gente en el día a día (y me incluyo). El típico ejemplo de ir en el auto y que, ante la más mínima mala maniobra, la agresión fuera protagonista”.
Su familia lo comprendió, de hecho, de alguna manera sus padres le habían inculcado la idea. Ellos no eran conformistas y le decían que en la vida siempre se podía apuntar más alto: “Me enseñaron la cultura del laburo, del ahorro, y del estudio. Tuve la suerte de que mi mamá me `obligara´ (y lo digo cariñosamente) a ir a clases particulares de inglés, lo que me abrió muchas puertas”.
A pesar de su entusiasmo por volar hacia otro destino, Diego – que no contaba con pasaporte europeo- descubrió que el camino no sería sencillo.
España en la mira, renunciar a una gran oportunidad y volver a Río Grande
España emergió en el mapa por un cúmulo de consecuencias. Ya corría el año 2005 cuando Diego comenzó a trabajar en una pequeña consultora de ingeniería, en Córdoba Capital. La empresa era francesa y, Philippe, su simpático jefe al que le estará eternamente agradecido, le informó que estaban buscando un ingeniero aeronáutico con algo de experiencia en cálculo de estructuras, para que fuera por un par de meses a Europa con el objetivo de traer trabajo a la Argentina.
Diego se postuló y, aunque su experiencia era limitada, su perfil fue del agrado de los contratantes: “Teóricamente yo no iba a trabajar porque no tenía visa apta, solamente iba de pasante para hacerme conocer en la oficina que mi empresa tenía en Madrid, y con algunos clientes de ellos”, revela.
Aquel viaje, un atisbo de su sueño, duró tres meses. A su regreso, a pesar del éxito de la misión, el joven tuvo que renunciar para volver a Río Grande. Su padre había fallecido y supo que era tiempo de acompañar a su madre, que había quedado a cargo de la empresa familiar.
Fue justo cuando las dificultades menguaron en el sur que Diego recibió una oferta desde España por parte de una empresa que había conocido en su estadía europea. Ellos estaban dispuestos a tramitar los permisos de residencia: “Sin creérmelo del todo dije que sí y mandé los documentos que me pidieron. Durante el 2006, y por las noticias que me llegaban de España, me fui dando cuenta de que el tema iba en serio. Ahí empezó el problema de los papeles”, continúa. “Tuve que validar y apostillar todos los documentos que pedían y muchos de esos caducaban a los tres meses, por lo que me tocó ir y venir desde Río Grande a Buenos Aires para renovarlos, sin tener idea si me iban a dar la residencia”.
Finalmente, en septiembre y tras una pequeña fortuna invertida en trámites y viajes, recibió la buena noticia. En octubre de 2006, Diego empacó su vida en una valija y voló a Madrid.
España y las ganas de ver qué hay más allá: “Quería darles la oportunidad a mis hijos de que crezcan con un tercer idioma”
Una gran casualidad quiso que Diego coincidiera en tiempo y espacio con dos excompañeros de la facultad, Carlos y Gabriel. Con ellos coordinó compartir un departamento en una pequeña urbe llamada Pinto, a veinte minutos de Madrid. Ellos trabajaban muy cerca, en Getafe, y la empresa de Diego curiosamente se localizaba en Pinto: “Coincidencias de la vida”.
Los años en España estuvieron marcados por el crecimiento profesional, el amor y la familia. El joven ingeniero conoció a una mujer italiana, Silvia, se casó y le dio la bienvenida a Fabián, quien nació en Getafe, Madrid. Todo parecía fluir sin contratiempos, pero en Diego –un explorador por naturaleza- creció la curiosidad por ver qué había más allá.
“Fabián estaba por cumplir dos años, y pensamos que, si había un momento para cambiar, era ese, porque sabíamos que después, cuando los chicos se hacen más grandes, la cosa se complica”, reflexiona. “Con mi mujer teníamos la idea de que nuestros hijos crecieran en otro país de Europa donde se hable un idioma que no sea ni el español ni el italiano, para darles la posibilidad de aprender un tercer idioma”.
“Pensamos en Francia, Alemania, Suiza, Países Bajos y Austria como opciones, y luego de mandar algunos currículums y hacer un par de entrevistas telefónicas, me ofrecieron pagarme el viaje para una entrevista personalizada en Alemania (Múnich) y luego otra en Austria (Ried im Innkreis), y al final el combo más interesante fue el de Austria, ya que nos gustaba la vida de ciudad pequeña que teníamos en Pinto y no queríamos meternos en un lugar grande como Múnich”.
Lo más duro de Austria: una tierra prolija y descentralizada
Diego creyó que España era ordenada hasta que el suelo austríaco cambió su visión de las cosas. Jamás olvidará la primera entrevista, todo a su alrededor se veía en extremo cuidado, prolijo y accesible, a pesar de hallarse en una pequeña ciudad de no más de 12 mil habitantes.
Una vez instalado, otros aspectos llamaron su atención. A pesar del aire de pueblo, pronto descubrió que Ried im Innkreis contaba con todos los servicios de una gran ciudad: “Es el centro neurálgico de muchos pueblitos, así que tiene todo lo necesario”, observa. “Una de las cosas más raras que tiene Austria es que todo está descentralizado. Claro que Viena es importante, pero vos vas por el medio del campo en Austria y de la nada te encontrás una terrible fábrica de lo que sea. Yo trabajo en una empresa aeronáutica de 2.500 empleados, que fabrica componentes de alta tecnología, y queda literalmente en el medio de la nada”.
“Otra de las cosas que llamó mi atención al principio es que en la zona en la que estamos (y casi en toda Austria en general, salvo las grandes ciudades) la gente habla dialectos que muchas veces pueden distar del alemán propiamente dicho (el `Hochdeutsch´). Nosotros estamos en una zona que se la conoce como Innviertel (traducido coloquialmente sería algo así como “el entorno del río Inn”), y acá no hablan alemán, hablan `Innviertlerisch´”.
“La gente joven, o la gente con un nivel de educación medio-alto normalmente cambia al alemán cuando se dan cuenta que sos extranjero, pero las personas mayores o del campo muchas veces no saben hablar el alemán estándar, a pesar de escucharlo en la tele o la radio. Sin dudas que, hasta día de hoy, incluso diez años después de haber llegado, el tema del idioma ha sido, es y seguirá siendo el más duro”.
Calidad de vida: “Acá cuando aparece la más mínima duda de que un político es corrupto, este se baja de su cargo”
Tras los primeros impactos, Diego encontró en Ried im Innkreis, Austria, una calma inusual. Su hogar, localizado en el estado de Alta Austria, y cerca del río Eno y la frontera con Alemania, le resultó el ambiente óptimo para agrandar la familia, en un paraje típico centroeuropeo, rodeados por prolijas zonas boscosas y claros rurales. Fue así que Giulia llegó al mundo en septiembre de 2012.
Con un ritmo social diferente y predecible, Diego y su familia incorporaron nuevos horarios para comer y comprar, donde todo comienza mucho más temprano y los domingos no abren ni los supermercados: “Si en España cenábamos a las 21 o incluso a más tarde en verano, acá lo hacemos a las 19, 19:30, y eso ya es tarde para los austríacos”.
Y allí, tanto en su comunidad como en toda Austria, Diego aprendió a apreciar lo que significa tener un buen nivel de vida en sus aspectos fundamentales. Hoy, un día típico comienza a las 6 de la mañana, Silvia y Diego parten a sus respectivos trabajos y sus hijos, Fabi y Giulia, tienen colegio hasta las 13; luego realizan actividades como fútbol, gimnasia y violín. Los viernes a la tarde y los sábados suelen ser días de compras y, a veces, de llevar la basura al centro de reciclado.
En verano siempre tienen algo para hacer, entre el partido de fútbol de Fabi de cada fin de semana y los paseos por la naturaleza, que incluyen nadar en algún lago o en la pileta pública, hacer senderismo o, en el caso de Diego, salir a navegar con un amigo austríaco.
“En invierno el clima no ayuda tanto, así que de vez en cuando, si hay sol y ganas, vamos a esquiar, si no, toca vida de entrecasa: limpiar, ordenar y mirar algunas pelis con los chicos. Y, cuando el COVID lo permite, nos juntamos con algunos amigos para hacer algún asadito (austríacos, italianos y españoles). Y, como todo expatriado, cada tanto tenemos visita de gente de afuera”.
“Me gusta que la gente acá es muy respetuosa y, en general, son bastante abiertos con los extranjeros, aunque por supuesto, no todos”, reflexiona el ingeniero argentino. “En Austria todo funciona bien, hay poca burocracia, poca desocupación. Básicamente acá el que no trabaja es porque no quiere. Acceder a la vivienda propia es posible, dependerá de tu sueldo y el lugar donde vivas”, agrega. “Particularmente me gusta el sistema educativo, pero sobre todo el sanitario. La medicina es gratuita y universal, y con la prestación básica tenés el equivalente a una prepaga premium de Argentina”.
“Pero una de las cosas que más sorprende es el respeto por las instituciones y por la política. Decir que no hay corrupción es ridículo, en todos lados hay corrupción. La diferencia es que acá cuando aparece la más mínima duda de que un político es corrupto, este se baja de su cargo inmediatamente, como en el caso más reciente del Canciller Sebastian Kurz. Pensar algo así en Argentina sería imposible”.
Aprender a no sentirse menos que nadie: “Acá casi nadie tiene miedo de perder el trabajo o de tener problemas económicos”
Allí, en el fin del mundo, quedaron su madre, su hermana y sus sobrinos, a quienes Diego lleva dos años sin ver; la pandemia y los precios para cubrir semejante distancia complican el anhelado reencuentro.
“Normalmente para las fiestas tengo arreglado con mi mujer que un año lo pasamos en Italia con su familia, y al otro con la mía. Previo COVID, cuando nos tocaba con la mía, buscábamos un punto fuera de Tierra del Fuego, lo que me ha quitado la posibilidad de ver a los amigos: rara vez voy a Río Grande o a Córdoba. Sin embargo, con los buenos amigos, esos del alma, sigo en contacto hasta hoy, aunque a algunos no los he vuelto a ver desde que dejé Argentina”, asegura.
Quince años pasaron desde que su tierra natal quedó atrás. Aunque vivir en otras culturas y ampliar su mirada siempre había formado parte de sus sueños, para Diego, la vida calma con ritmo de pueblo es un punto fundamental a la hora de definir lo que significa tener una buena calidad de vida. Una vida a la que a veces, confiesa, le cuesta adaptarse.
“Más allá de la dificultad del idioma, con este tipo de experiencias uno aprende a entender otras mentalidades. La gente es muy relajada con el tema del trabajo, por ejemplo. Acá casi nadie tiene miedo de perder el trabajo o de tener problemas económicos. Y conozco gente de diversos niveles sociales y esto aplica a todos por igual. Tienen la tranquilidad de saber que detrás hay un sistema que funciona, gobierne quien gobierne. Sinceramente, yo todavía no me adapté a esa filosofía, son muchos años que viví de manera diferente y me cuesta `relajarme´ en ese sentido”.
“Si hay algo que he aprendido en este tiempo es que nunca hay que sentirse menos que nadie. Me ha pasado que algún compañero de trabajo no pueda aceptar que un extranjero le diga cómo se tienen que hacer las cosas, claro que por una cuestión de respeto nunca te lo van a decir abiertamente. Entiendo que eso es consecuencia de no tener suficientes profesionales disponibles con la capacitación necesaria que quieran venir a una zona rural. Aunque hay una leve tendencia en Europa a repoblar ‘el interior’, en general el mundo no está dispuesto a vivir en medio de la nada, pero para nosotros es un desafío que vale la pena”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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