
En 1983. El robo de la primera Copa del Mundo, con un argentino involucrado, que hirió el orgullo de una nación
El primer trofeo que confeccionó la FIFA para los campeones del mundo fue sustraído en Río de Janeiro hace 40 años en una operación que incluyó a un joyero de la Argentina
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A comienzos de los años ‘80, la Copa Jules Rimet, el trofeo entregado a los campeones de los mundiales de fútbol antes de la Copa que se conoce hoy, se exhibía en un cofre con un cristal a prueba de balas en una sala de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), en el centro de Río de Janeiro. El trofeo representaba el máximo orgullo alcanzado por la selección de Brasil en su historia. Es que la escuadra verdeamarelha había obtenido el Mundial de Fútbol en tres oportunidades (1958, 1962 y 1970) y la FIFA había establecido previamente que quien lograra la hazaña del tricampeonato se quedaría con esa copa, una especie de Santo Grial futbolístico, para siempre.
Pero ese “para siempre” no duró demasiado. En la noche que iba del 19 al 20 de diciembre de 1983, hace exactamente 40 años, un par de amigos de lo ajeno ingresaron a la CBF y, luego de reducir al guardia nocturno y de forzar el cofre en apariencia inexpugnable, se robaron la Copa Jules Rimet. El audaz atraco conmovió a la sociedad brasileña, que se sintió tocada en su honor deportivo, y a los futboleros de todo el mundo. La mala noticia es que, pese a las infructuosas investigaciones realizadas, el trofeo jamás apareció. Y un dato más: la policía encontró, entre los principales sospechosos del delito, a un argentino. Así fue como Juan Hernández, de profesión joyero, se convirtió en el primer argentino en levantar, aunque en forma non-sancta, una Copa del Mundo.

El origen de la Copa Jules Rimet
El primer Mundial de Fútbol fue realizado en Uruguay en 1930. Dos años antes, el presidente de entonces de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) y promotor de ese torneo, el francés Jules Rimet, encargó a su compatriota, el escultor Abel Lafleur, la confección de una copa para el ganador de esa competencia. Así nació este trofeo, que llevaba la figura dorada de Niké, la deidad griega de la victoria, con sus alas desplegadas, apoyada en una base octogonal. Con sus 35 centímetros de altura y sus 3,8 kilos de peso -de los cuales, 1,8 kilos eran de oro-, el trofeo se convirtió pronto en el botín más preciado en el universo futbolístico y selecciones nacionales de distintos puntos del planeta se lo disputarían cada cuatro años.

La pelota comenzó a correr en la Copa de Uruguay 1930 y fueron los locales los que se quedaron con el primer título de campeón del mundo. En 1934 y 1938 el triunfo fue para Italia. La Segunda Guerra Mundial interrumpió, lógicamente, el desarrollo de la competencia, que regresó en 1950, año en que Uruguay volvió a quedarse con el trofeo al vencer en la final a Brasil en el memorable “Maracanazo”. Para ese año, la Copa que se entregaba había dejado su nombre original, ‘De la Victoria’, para pasar a llamarse “Jules Rimet’, en homenaje a su creador. En 1954, Alemania se alzó con el torneo y Brasil la ganó por primera vez en Suecia 1958, para repetir la epopeya en 1962. En 1966 fue el turno de Inglaterra y en 1970, otra vez Brasil, que con esto quedó así como el consignatario eterno (o eso parecía) de la Jules Rimet.

Mientras se confeccionaba el modelo para la nueva Copa del Mundo, la que se conoce hoy, que debutaría en Alemania 1974 y ya no se entregaría al ganador de tres certámenes, el trofeo anterior fue llevado a Brasil. El importante galardón se ubicó en el hall de acceso de la Sala principal de la CFB, ubicada entonces en la rúa da Alfandega 70, en pleno centro de la ciudad maravillosa. Lo curioso es que la entidad del fútbol de Brasil había hecho una copia del trofeo, pero, al revés del sentido común, en lugar de exhibir la réplica, pusieron a la vista de la gente la original y guardaron la otra bajo siete llaves.

El robo de la Copa
Bigote y Barbudo eran los apodos de los dos brasileños que ingresaron a la CFB en la noche del 19 de diciembre con la aviesa intención de llevarse de allí el orgullo de una nación. Ellos eran, respectivamente, José Luis Vieira y Francisco Rocha, que se ocuparon de ingresar al lugar por una de las puertas traseras, de maniatar al personal de seguridad y, finalmente, de alzarse con la Copa que, al contrario del famoso cántico, se mira y sí se toca.

Las crónicas que reconstruyen el robo señalan que, si bien el vidrio tras el que se exhibía la Jules Rimet era a prueba de balas y roturas, el cofre en sí tenía un fondo y marco de madera. De modo que, con la ayuda de una barra metálica, no fue nada complicado para Bigote y Barbudo despegar la madera del cristal. De este modo ambos malvivientes se llevaron de manera sencilla un botín que habían conquistado con sudor y talento fenómenos como Pelé, Tostao, Garrincha, Zagallo, Gerson, Rivelino, entre muchos otros futbolistas del scracht. Además, en el mismo cofre había otros tres trofeos de menor importancia, que los cacos también se apropiaron.

“El valor espiritual de la copa es mucho mayor que su valor material”, dijo, tras el anuncio del arrebato del trofeo, Giulite Coutinho, entonces presidente de la CBF, quien agregó que los ladrones carecían de “sentimientos de patriotismo”, según lo que señala el libro El robo del trofeo Jules Rimet, de Martín Atherton. Y mientras los brasileños vivía el hecho con espanto, la policía se puso a investigar el caso.
Murillo Bernardes Miguel, que trabajaba entonces como fiscal en Angra dos Reis, cerca de Río de Janeiro, fue el elegido por la Justicia para que tratara de poner luz sobre el impactante caso. El hombre, que llegó a la CBF sin saber de qué se trataba el asunto, se sorprendió al ver la caja de vidrio donde había estado la copa vacía y se dio cuenta de la magnitud del asunto que debería intentar resolver.

Uno de los primeros pasos que realizó el investigador fue recurrir a quien perfectamente podría haber cometido el delito, según sus antecedentes. Se trataba de un famoso ladrón de cajas fuertes de Río llamado Antonio Setta, conocido como Broa. Este hombre de singular prontuario aseguró a los agentes que no había participado en el delito, aunque aseguró que lo contactaron para realizarlo, pero él se negó.
Según contó Bernardes Miguel a la BBC, el motivo por el cuál Setta no quiso participar del arrebato copero fue que su hermano había fallecido de un infarto el día que Brasil ganó su tercer campeonato mundial, el 21 de junio de 1970. De modo que, por cuestiones sentimentales, el ladrón de cajas fuertes no quiso meterse con la sagrada Jules Rimet. Pero Broa dio una pista fundamental, ya que otorgó a los investigadores el nombre de la persona que lo había contactado.

Según el medio O Globo, este hombre era conocido como Sergio Peralta, y era el representante del Atlético Mineiro en la CBF. En alguna de las visitas a esta entidad, el hombre se habría tentado con la idea de hacerse con el trofeo y de inmediato ideó un plan que requería de algunos cómplices. Además, por su posición cercana a la entidad futbolística brasileña, era de los pocos que conocían el hecho de que el trofeo expuesto era el original.

La sonrisa del argentino
Entre las leyendas que circulan alrededor de este robo, se dice que los hombres organizaron los detalles del atraco en un bar y tomando cachaça. De haber sido esto cierto, seguramente en ese conciliábulo también estaba Juan Hernández, el joyero argentino que, se sabría luego, habría participado en una de las más importantes operaciones del plan: la de fundir el oro de la copa.
En efecto, luego de que la policía encontrara a Peralta, poco tardaron en caer los llamados Barbudo y Bigote y a su vez estos no perdieron mucho el tiempo antes de delatar al argentino. La investigación señaló que los ladrones habían dejado la Jules Rimet envuelta en papel de diario dentro de una heladera en desuso en un bar abandonado y la fueron a buscar al día siguiente para llevarla a fundir.

Hernández, que había llegado a Río de Janeiro a mediados de los ‘70, era conocido, según Murillo Miguel, como el vendedor de oro robado más importante de la ciudad. Sin embargo, nunca confesó nada acerca de su participación en el robo de la Copa, pese a que fue interrogado por horas por el fiscal. “Se notaba que era alguien muy astuto, muy hábil para este tipo de procedimientos”, asumió el investigador.

El hombre de la fiscalía tenía, sin embargo, un as en la manga para lograr una confesión, o algo parecido, del joyero argentino: apelar a su espíritu patriótico y futbolero. En el diálogo con BBC, Murillo Miguel contó cómo fue ese momento: “Le dije a Hernández que para los brasileños era una bofetada que un argentino haya convertido la Copa en lingotes de oro. Entonces vi que en su rostro se dibujaba una sonrisa. Ese momento fue la prueba de que lo había hecho”.

Peralta, organizador del atraco, y los dos autores materiales del hecho, fueron juzgados en 1988 y condenados a nueve años de prisión. Uno de ellos, Barbudo Rocha fue asesinado un año después. Hernández, por su parte, recibió una condena de tres años, y, tras su cumplimiento, se fue a Francia, donde volvió a caer en prisión por tráfico de drogas. Una nota de este medio de 2014 señalaba que el argentino había regresado a su país, aunque se perdió su rastro. Allí se aseguraba que el joyero era el único involucrado en el célebre robo que se encontraba con vida.
La Copa, los nazis y un perro heroico llamado Pickles
Pese a la actuación de la justicia, el caso de la sustracción de la Copa Jules Rimet dejó una serie de dudas y también algunas hipótesis sobre su posible destino. Muchos aseguraron, por caso, que el tiempo que transcurrió entre el robo y la detención de Hernández no fue suficiente como para fundir la copa, que además no solo estaba conformada por oro. Otros sugirieron que la Jules Rimet había sido vendida a un coleccionista italiano que la tendría, obviamente, entre sus bienes más preciados. El asunto es que, a ciencia cierta y más allá de las conjeturas, el trofeo nunca más volvió a aparecer.

El robo de 1983 fue el tercer incidente que rozó lo delictivo que estuvo relacionado con ese dorado objeto de deseo futbolístico. Durante la Segunda Guerra Mundial, y para evitar que los nazis se la robaran, un dirigente del fútbol italiano, Ottorino Barassi, sacó el trofeo del Banco de Roma donde estaba guardado y lo escondió en una caja de zapatos debajo de una cama en su propia casa. La vivienda fue allanada por los alemanes, pero el improvisado escondite del botín no fue ni siquiera tocado.
Por otra parte, poco antes del inicio de la Copa del Mundo de Inglaterra 1966 el trofeo fue robado del lugar donde estaba exhibido, en el Westminster Central Hall, de Londres. Increíblemente, la valiosa pieza fue hallada poco después en el patio de una casa de la capital británica por un perro llamado Pickles, que se convirtió en un verdadero héroe de cuatro patas.

Justamente en el momento en el que la Copa Jules Rimet se encontraba desaparecida en Inglaterra, un dirigente de la CFB, Abrainn Tebel, tiró esta arriesgada frase: “Eso en Brasil nunca hubiera ocurrido. Incluso los ladrones en nuestro país consideran la copa sagrada y robársela hubiera sido un sacrilegio”. Diecisiete años después, el directivo brasileño conocería brutalmente el significado de aquel refrán que reza “no escupas contra el viento...”.
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