Las Flores, colmenas y más colmenas de abejas. Allí está el dueño de todas esas colmenas, Jorge Omar Rafael. Y allí está su hijo Matías de 12 años que, en sus vacaciones, se hace un lugar y viaja con papá al campo a cuidar las abejas, reparar colmenas y cosechar miel. Chico prematuro, el niño Matías. Tenía las cosas en claro, cuando otros no tenían nada claro. A los 14 años, ya se apuntaba y completaba un curso oficial de apicultor. Allí terminó de entender lo que hacía intuitivamente en los campos de papá: especialmente, desarrollar sus propios apiarios. Descubrió en ese curso el tesoro de todo apicultor: la miel cremosa, un producto, por entonces, prácticamente desconocido.
600 locales ofrecen sus productos en todo el país
A Matías se le había metido una abeja en la cabeza y no había quién se la sacara. Mientras sus amigos pensaban en pelotas y en polleras, él pensaba en pelotas y en colmenas. Aun en el colegio, encontraba tiempo para hacerse cargo de su propia –y, por ahora, pequeña– cosecha. La envasaba con cuchara, se salpicaba todo y el resultado lo vendía a sus compañeros de escuela. Y familia también. Y, con eso, se pagaba las vacaciones. Y costeaba su otra pasión: las giras con el Hindú Club de rugby: era miembro ilustre de la camada 88.
De la escuela y las cosechas a cuchara, saltó a Administración de Empresas en la UBA. Allí aprendió de dos grandes que le zumbaron en el bocho: Eduardo Kastika, que dictaba Creatividad e Innovación, y Gerónimo Levaggi, que dictaba Comercialización (armado de proyectos de inversión). Entre los dos, le dieron al joven apicultor una nueva concepción de los negocios. Rafael, con sus abejas revoloteando en la cabeza, hacía un proyecto de inversión tras otro en la facultad y lo desarrollaba en negocios con miel. Se había puesto, el joven Matías, un poco monotemático. Los profesores le decían que la intención era muy interesante, que la historia de su padre apicultor, el campo de las flores y la historia de él, pequeño e inocente, ganándose sus vacaciones extrayendo la miel con cuchara, era linda y atractiva como anécdota, pero de ahí a un proyecto de negocios había un abismo. Y no hay puentes que unan abismos. Hay simplemente caída en picada. "Olvidate, Matías", le decían los profesores, realistas y sin ánimos de pinchar el globo. "Desarrollar un negocio con la miel en Argentina es imposible".
20.000 kilos de miel y 10.000 de granola vende al mes
Pero Matías estaba empecinado, y para 2008, con ayuda de padres y amigos, se propuso encarar un negocio basado en miel en un galpón abandonado en Las Flores. Tres años más tarde, inauguraba su propia planta de envasado. Pero la marca aún gozaba por su ausencia.
Tras un almuerzo con un amigo, este ofreció dar una mano: y así nació Ser de Sol, su primera marca, hecha y derecha. Vendían 30 tambores de miel al año. Compraron máquinas cremadoras –para hacer la miel, obvio, más cremosa–, envasadora, filtros, tapadoras. Y desembolsaron US$150.000 para equiparse como Dios manda.
Pero sin valor agregado en el mercado, y con colosos mieleros instalados y sin ganas de dejar espacio a nuevos emprendedores, se le hizo bravo. Entonces, se propuso tunear el asunto. Lo retocó. O, como dice Matías en su jerga rugbier: lo pivoteó.
A la cruzada apícola se sumaron dos socios, Fernando Tiscornia, que dio forma al negocio, y Sebastián Viggiola, en diseño gráfico, que pensó el concepto y la imagen. Tiscornia y Viggiola eran viejos compañeros de rugby.
US$115.000 fue la inversión inicial en maquinaria
Y de todo ese espíritu de hermandad pelotera, y de todos para uno y uno para todos, nació BeePure, que diversificó la oferta de miel, e incorporó al negocio productos orgánicos y naturales de –juraban– primera calidad. Año: 2016. Apuntaron a dietéticas y mercados naturales. Y la demanda empezó incluso a superar las expectativas. Descubrieron que, si querían seguir en pie y, sobre todo, en crecimiento sostenido, debían renovarse, así que invirtieron en máquinas, optimizaron procesos, convocaron personal. En fin, resultado: plata que entraba, pasaba de largo y terminaba en máquinas y en nuevas contrataciones.
Para abrir el abanico de ofertas, Matías tuvo que, momentáneamente, dejar el revoloteo de abejas y sumar productos varios y del mismo espíritu natural: empezaron a vender azúcar de mascabo traída de Misiones, dulces artesanales con frutos de la Patagonia, y dulce de leche con sabor –dice– sin igual. Todo, lo querían así, dulce.
1400 m2 tiene su nueva fábrica
A meses de desembarcar, se pusieron pro: y crearon Natevia, el primer endulzante orgánico certificado del país a base de stevia. Luego, concibieron su propia línea de alimentos secos: la llamaron The BeePure Goods. Allí, Matías y pandilla rugbier aportaron al mercado granola artesanal, mix salado, selección de nueces, pistacho, almendras y mix de frutos secos. Todos sin conservantes ni aditivos. Re, copadamente, natural. Les fue tan bien que crecieron aún más en la oferta: y en un abrir y cerrar de ojos –o bueno, tal vez varios abrir y cerrar de ojos– surtían en sus góndolas hamburguesas veggies congeladas, azúcar orgánica rubia, granola con chocolate, dulce de leche sin azúcar, pizzas integrales vegetarianas, aceite de coco orgánico, y lo más reciente, café de Colombia y mantequilla de maní.
En 2016, recibieron elogios de toda índole en el Buenos Aires Market. De allí se asociaron con la chef top, Juliana López May, y desarrollaron unas hamburguesas veganas a las que bautizaron Delitas. En 2017, se convirtieron en patrocinador oficial de Haras del Sur, el equipo groso entre los grosos de polo. Y así se codearon con la crème de la crème. Y, desde la Secretaría de Industria de la Nación, lo distinguieron con el sello "Buen Diseño Argentino": más que dinero en premios, una medalla para colgarse del orgullo. Concibieron un eslogan a tono con el espíritu, natural, orgánico y auténtico de la empresa: "Lo que ves es lo que es".
Mientras sumaban ingresos, productos y personal, saltaron de ese galpón mustio y abandonado en Las Flores para otro un poquito más prometedor en Munro: primero funcionó como centro distribuidor y luego como fábrica –lo compraron, entre otras cosas, gracias a un regalo corporativo de fin de año que le vendieron a YPF–. Y, cuando ese también quedó chico, a fines de 2017 pasaron a uno más amplio y próspero en San Martín, de 1400 m2 –y sumaron un socio en ventas, José Minella, fundador de Quinta Fresca–. Allí, hoy en día tienen su fábrica con cuatro sectores: dulces y salsas por un lado, envasado de alimentos secos, congelados y, por supuesto, cómo no, la empecinada miel. La puesta a punto del nuevo lugar le costó US$200.000.
Para 2019, quieren remontar vuelo social. Tienen, ya en actividad, un proyecto para sustentar sociedades sin fines de lucro. Una de ellas, la Orquesta Escuela Juvenil de San Telmo, donde aprenden gratis 230 niños. Crearon, para eso, una asociación civil. La llamaron Templar y la estrenaron en mayo pasado en la Usina del Arte. Quieren hacer de la pasión un camino para todos. Lo bautizaron: Power BeePure. También aportan en un hogar de niños llamado Amaranta y en una fundación: Casa Rafael. Para financiarlo, diseñaron cajas de BeePure para regalos corporativos. Y el asunto, promete.
Hoy en día, en números redondos, la empresa vende al mes 25.000 kilos de productos congelados, 4.000 de frutos secos, 8.000 de azúcar orgánica y mascabo, 12.000 de dulces naturales, 10.000 de granola y, por supuesto, mucha miel: 20.000 kilos mensuales. Tienen 33 productos pitucos y entradores, y abastecen a 600 locales, cafés y dietéticas de toda Argentina, de Ushuaia a la Quiaca. Entre sus clientes, hay estrellas: desde el Club de la Milanesa hasta Café Martínez, exhiben sus productos. Desde New Garden a Vitalcer. De Ninina Bakery a YPF, tienen BeePure en sus góndolas. El negocio crece y crece. Ya tienen celebrities que los eligen: desde el futbolista José Luis Calderón y la nutricionista e influencer healthy Sofi Deli, a las periodistas Valentina Salezzi y Paula García. Y su padre, Jorge Omar Rafael, que antes lo inició en el mundo de las colmenas, ahora es presidente y contador de la empresa: cuida número y sustenta acciones. Y Matías, mientras tanto, vuela y vuela. Nadie, en todo este tiempo, le quitó las abejas de la cabeza. Y nadie lo hará.
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