Empezar de nuevo
No son héroes, ni sobreviven a lo Rambo. Lo hacen sintiendo miedo y desvelándose en las noches. Son personas comunes cuyas historias representan a quienes transitan la adversidad y logran encontrar siempre el lado luminoso del camino. Ejemplos para pensar la propia vida
Claudio Montaldo
Se sobrevive con la ayuda de los demás
En 1996, un frigorífico lo estafó. Se quedó con una deuda millonaria. Eligió quedarse en su pueblo (General Madariaga), pagar las deudas, seguir con su empresa adelante, evitar la quiebra. Esta es una historia de apoyo incondicional de amigos, familiares y empleados. De valores morales y pasión por el trabajo
Claudio Montaldo es consignatario de hacienda. Compra y vende ganado. En este medio, los acuerdos son de palabra. Pero un consignatario se hace responsable frente a los proveedores de que, si un frigorífico no paga, él les paga igual. Y de pronto, un frigorífico no pagó. No pagó una cantidad enorme de cabezas de ganado. Una fortuna. Y Montaldo quedó como único responsable frente a los ganaderos.
Las circunstancias pueden cambiar. Pueden cambiar los anécdotas o la profesión. Pero, ¿cuántas veces nos "clavaron"? Con poco dinero o una fortuna. Porque eran malas personas o porque simplemente también tuvieron una crisis y no pudieron hacer otra cosa. Y uno se quedó ahí, en el medio, como responsable de la situación frente a cientos de personas, o miles, o dos; es lo mismo. Cambian las cifras, pero uno queda deshecho. Y, además, tiene que salir adelante y no sabe cómo. Se elige un camino. Puede ser el correcto, o no. Los resultados se verán mucho después. Se elige pelear o desaparecer, creyendo que desparecer es posible.
Montaldo nos ha concedido esta entrevista como un homenaje a los colegas suyos que, cuando les llegó la crisis económica, intentaron todo para rearmarse, pero no tuvieron su suerte y ya no pertenecen al sector; en honor a todos los que permanecieron a su lado y lo ayudaron. "Soy un hombre afortunado", dice.
–¿Habías pensado alguna vez que un frigorífico podía no pagarte?
–La posibilidad estaba porque el nuestro es un negocio de riesgo. Lo que creo es que uno tiene que hacer un análisis de riesgo mucho más exhaustivo al momento de vender. En un curso que hice después, el profesor que lo dictaba decía que la mayoría de las empresas de la Argentina se habían hecho con buenos vendedores, o con personas con mucha capacidad de trabajo que habían logrado un negocio muy importante, pero que no se habían hecho con buenos empresarios, o con gente que conociera realmente lo que estaba haciendo desde la empresa. Yo creo que ése es un tema clave. Que nosotros, los empresarios, hemos empezado nuestros negocios basándonos en una capacidad muy fuerte de trabajo. Creo, y me hago cargo, que empecé con una actividad que cada vez se fue haciendo más grande y yo no tenía los conocimientos empresariales que uno debe tener.
–¿Tenías ahorros para cubrir la situación?
–Nosotros teníamos un capital suficiente para aguantar un revés, pero no semejante revés. Nos superó el monto.
–¿Cómo te enteraste de que no iban a pagarte?
–Dejaron de pagar y tuve una reunión en Buenos Aires donde me lo dijeron directamente.
–Uno supone que subiste al auto y volviste a General Madariaga. ¿Con quién hablaste en primer lugar?
–Hablé con mi esposa, que ha sido y es una compañera incansable, y le dije que al día siguiente no íbamos a poder pagar. Nos abrazamos, y le pedí que me dijera todo lo que quisiera en ese mismo momento porque había mucho por hacer. Me contestó que la habíamos pasado muy bien juntos, que era el momento de arremangarse. Que lo hiciéramos juntos. (Montaldo se emociona y hacemos un alto en la conversación.)
–¿Qué es lo que tanto te emociona?
–Esto para un hombre es fundamental.
–¿En qué lugar de la casa tu mujer te dice que está con vos?
–En la cocina.
–¿Y tus hijos?
–Los chicos eran muy chicos. Estábamos por salir de viaje. La mayor tenía nueve años y el menor cuatro, y todos tenían sus bolsos listos para irnos a Bariloche. Les dije lo que nos había pasado. Que a papá lo había embromado un señor y que no íbamos a poder viajar. Algunos lloraron, otros enmudecieron.
–Y los compañeritos de escuela de tus hijos, ¿los trataron bien o los maltrataron?
–Alguna vez vino alguno llorando a casa, y yo tenía que decirle que lo que le habían dicho no era así.
–¿Qué le habían dicho?
–Que yo me había quedado con plata.
–¿Qué cosas cuidaste especialmente con tus hijos?
–Yo nunca mandé a mis hijos a decir que no estaba cuando sonaba el teléfono, porque sería la contradicción más grande.
–Y después de ese abrazo familiar, ¿cómo seguiste?
–Fui a la oficina y empecé a hablar con las personas, una por una, a todos mis acreedores.
–¿Por teléfono o cara a cara?
–Cara a cara. Iba a verlos. Les hablaba.
–¿Cuánta gente?
–Cuarenta personas.
–¿Cuarenta entrevistas en las que tuviste que decir que no ibas a poder pagar?
–Sí, y pedirles que me dieran un tiempo.
–¿Cuánto tiempo te pasaste dando explicaciones?
–Las explicaciones las di una vez y después me dediqué a pagar.
–¿Y la otra gente, los que no eran tus proveedores?
–También fui a hablarles, a contarles lo que me había pasado, para que la versión les llegara por mí. Fui tranquera por tranquera. Les decía que iba a pelear.
–¿Te pasaron otras opciones por la cabeza? ¿Huir, por ejemplo?
–Hace un silencio...Mi familia tiene cien años donde vivo. Hice lo más fácil. Honrar mi nombre, el de mis hijos y el de mis padres. No podía dejar de intentarlo. El mundo de la ganadería es más chico de lo que se cree. Lo más difícil hubiera sido haberme ido de la zona a la que llegaron mis abuelos hace cien años. Estoy seguro de que aquel que le da más importancia al dinero que a su nombre, tarde o temprano pierde su nombre también. Mi madre siempre nos había dicho que la palabra debía valer más que los papeles. Hemos recibido muchas cosas muy buenas de nuestros padres, con lo cual no existía la posibilidad de que yo no lo intentara.
–¿Pensaste en matarte?
–No, porque ya lo había hecho mi padre.
Elegir la vida
El suicidio del padre se instala en medio de la conversación. Montaldo cree que todos los hombres cometemos un error histórico. Como Napoleón. Y que su padre cometió el suyo y que se sintió fundido. Se separó de la madre de Montaldo y a los dos años se suicidó.
–Entonces…
–Entonces, en lo único en que podía pensar era en vivir.
–¿Sentiste que otra vez se volvía a repetir en la familia el mismo tema? ¿Te preguntaste por qué?
–Sí... Sí, puede ser. Creo que lo sentí.
–¿Bronca?
–No (lo medita). Entendí el milagro del perdón. el padrenuestro no lo terminaba de entender y lo entendí ahí. Y recé por mí, como recé por los que me habían embromado. Era mi manera de no tener bronca. La bronca es muy mala. Saca energía y yo necesitaba justamente energía.
–¿Los amigos huyeron o se quedaron a tu lado?
_Se quedaron a mi lado, maravillosamente. Uno de mis amigos me mandó un carrito de supermercado con comida.
–¿No tenías ni para comer?
–Practicamente. Yo vendí mis autos y todo lo que tenía y con eso pagué parte de lo que debía. Cuando vuelvo a trabajar, voy quedándome con un mínimo para comer y el resto, para pagar.
–¿Vendiste todo menos la casa?
–Sí, no la vendí. ¿A dónde me iba a ir a vivir? Ya no podía pagar ni un alquiler. La hipotequé.
–¿Vos tuviste que lograr que la gente te siguiera dando ganado porque sino el negocio se terminaba?
–Exactamente. Mis clientes sabían lo que me había pasado. Es decir sabían que me había equivocado, pero que no me había quedado con nada. Simplemente me había equivocado. Siempre había tratado de tener buenos clientes, no por la cantidad, sino por la calidad humana.
–¿Todos te vuelven a dar su ganado?
–La gran mayoría. Yo les dí mi palabra de honor de que les iba a pagar y les pedí tiempo. El tiempo me lo dieron porque la gente vió mi actitud de aceptar mi equivocación, que es lo que primero se debe hacer.
–¿Y tus empleados?
–Decidieron que no querían cobrar. Me dijeron que con un poquito como para comer les alcanzaba. Hablé con mi mano derecha también, Carlos Jaureguiberry, un vasco de ley. Le dije que si se quería ir lo iba a entender, porque hasta hacía tres días era bueno estar al lado mío, pero que ya no era lo mismo. Pero él se quedó también.
–¿Fumaste, bebiste, o cualquier otra de estas opciones?
–Cuando un amigo de Buenos Aires se enteró y vino a verme, me tomé tres "whiskies" y fumé toda la noche. Al otro día me levanté a la mañana, me afeité, y me dije que si iba a salir de eso, iba a salir sano, y dejé todo. Reforcé mi gimnasia, mi andar en bicicleta, porque sentí que tenía que estar sano para sacar el barco adelante. Pero en general, la gente empieza a fumar, a comer, a beber, porque la autoestima baja un montón.
–Me imagino que tu mujer ayudó a que tu autoestima no se desintegrara del todo.
–Se vino a trabajar conmigo full time, y trabajábamos quince horas por día. El más chiquito de mis hijos se quedaba dormido en la puerta de casa esperándonos.
Montaldo dice que tiene una mujer fantástica y que los hijos entendían en silencio lo que les pasaba. Que trataron de darle el mayor de los cariños a esos hijos y que ahora se da cuenta de que con cariño y un poco de comida basta para que lo hijos sean felices. El resto son necesidades inventadas. Dice que tiene amigos indestructibles y que no le alcanzan los dedos para contarlos.
–Algo de bueno habrás dado antes.
–No sé. He tratado de ser lo mejor posible.
–¿O la gente es muy buena en General Madariaga?
–(Se ríe) Sí, vivo en un lugar de gente buena.
–¿Pasaste vergüenza?
–Pasé miedo y tuve verguenza. Es un pueblo chico. La mayor cantidad de gente del sector sabía de este lío. Ahí entendí esa frase: "No puso la cara". Es que poner la cara es lo más grande que puede hacer una persona. No irse de noche, sin cumplir con las obligaciones. Claro que afrontar la situación es muy difícil, porque te encontrás con gente que te cree y gente que no.
–Parece una historia rosa, sin miserias humanas.
–Creo que mucha gente quería que yo saliera adelante, pero otra, no. Es raro, pero pasa. La gente prefiere que fracases, pero yo no quiero poner las opciones entre fracaso y éxito. Fue una experiencia muy fuerte e inolvidable, nada más.
–¿Hiciste terapia?
–He hecho. Cuando tengo un nudito en el alma, voy.
–Me parece que tu crédito no dependía de los bancos, dependía de la gente, de que te siguieran dando el ganado
–Sí. Ese es mi crédito.
–¿No huíste de los bancos?
–Tenía clarísimo que había que cuidar la conducta bancaria...mas allá de que después los bancos no cuidaron su conducta con los argentinos, ¿no? Yo creo que el banco es lo primero que se tira, y en realidad hay que cuidarlo.
–¿Todos los clientes te apoyaron?
–Los clientes me apoyaron en general. Una minoría, no. Hice una alianza entre nosotros y los que me apoyaron que fue fantástica.
–¿Y ahora?
–Nuestra empresa ha crecido mucho. Es un barco chico, pero puede bancarse grandes tormentas. Cuento con el capital que es la gente. Cuento con mi esposa. Cuento con Carlos.
–¿Qué les dirías a las personas que están atravesando situaciones similares a la tuya? ¿Dónde les dirías que pongan el foco?
–En hablar con la gente. En dar la cara. Yo observo que muchas veces se arman grupos de abogados, de contadores, que les dicen a los que están en problemas que no se expongan, que se vayan de viaje. Yo creo que el hombre tiene que aguantar su error y poner la cara y bancársela. Les diría que prioricen la importancia del nombre sobre la del dinero. El dinero se puede volver a ganar, el nombre cuando está ensuciado... es muy difícil. Duele mucho. Duele el alma. Duele.
–¿Qué aprendiste?
–Aprendí que la vida es maravillosa, y que hay que saber donde se pisa. Hay que aprender a mirar. Tal vez no tuve una niñez demasiado alegre y confié más de lo que tenía que confiar. Hay que confiar, pero con atención. Estas cosas ponen todo a prueba: el amor, la amistad, el carácter de uno.
Claudio Montaldo recuperó su empresa. Pagó todas sus deudas y sigue creciendo. Ha vuelto a viajar y disfrutar de la vida.
Libros recomendados por Claudio Montaldo
1- El alquimista / Paulo Coehlo
2- Ser persona / Leo Buscaglia
3- Autoliberación interior / A. De Melo
4- El Hombre en busca de sentido / Víctor E. Frankl
5- La elección / OG Mandino
6- Tus zonas erróneas / Dyer
7- El poder infinito de la mente / Lauro Trevisan
8- La fe / Lauro Trevisal
9- El libro de las virtudes / W. Bennett
Mercedes García Oliver
“Aprendí a aullar”
A Mercedes se le murió un hijo, Tomy, en 1991, en Punta del Este. Esta es la primera vez que habla para un medio periodístico de su caso. Los que atravesaron situaciones similares y salieron a pedir ayuda, suelen conocerla. Integró todos los grupos que había en su momento sobre el duelo, fue a cuanta conferencia que sobre el tema de la muerte se diera y se entrenó como acompañante espiritual. Coordinó grupos y escuchó a cientos de personas que le llegaban en carne viva, tanto como ella lo había estado. “Por el mismo conducto que transita el dolor –dice Mercedes– transita la alegría. Si podés atravesar el dolor con total intensidad, la vida te regalará también su abundancia. Se puede volver a ser feliz.”
Mercedes y Jenaro tenían cuatro hijos varones. Todos eran todo. Un día, de vacaciones en Punta del Este, Tomy, el menor, se murió en un accidente. Iban a veinte, en un ciclomotor, pero los atropellaron. Se murió todo.
Esa tarde, Tomy había pedido permiso para ir al cine y se lo habían dado. El permiso y el dinero para la entrada. A la salida del cine, Tomy se encontró con un amigo que se ofreció a llevarlo en el ciclomotor, y subió. Tras el accidente, sobrevivió 36 horas descerebrado. Y luego murió.
Era 1991. Han pasado casi quince años. Mercedes ha trabajado incansablemente sobre sí misma para sobrevivir, se ha formado para ayudar a otros y ha trabajado, incansablemente también, para ayudar a esos otros.
–Todo es límite, límite total –dice Mercedes no bien encendemos el grabador–. La muerte de un hijo es devastadora, pero el tema es que tenés que salir. La decisión se impone muy rápido y es muy terminante. O te hundís, te ahogás literalmente, te quedás en la cama para siempre, te convertís en una amargada, o...
–¿Te suicidás?
–Suicidarse no sé, pero te querés morir. Sí. Me quería morir. La sensación es de desánimo, de lo irremediable, lo inconcebible...
–Justo esa palabra...
–Me venía mucho esa palabra: lo inconcebible. Después la analicé y es exactamente así, porque uno a un hijo lo concibe y es un proyecto para la vida. Cuando se corta, es inconcebible. Toda la familia se muere. Se rompe todo. Supe que tenía que pedir ayuda y salí a buscarla.
–¿Ayuda para vos?
–Salí a buscar ayuda para mis chicos. Fui a una psiquiatra, por ellos. “¿Qué puedo hacer por tres chicos que comienzan la vida y todo es un caos?”, pregunté. Uno se había deprimido y veía televisión las 24 horas. Otro salía sin parar, y el tercero estudiaba como loco.
–¿Y qué te dijo?
–Lo primero que me dijo fue que me olvidara de los demás, que me ocupara de mí misma. Me dijo que dedicara todo mi tiempo a recu perarme, a ordenar mi vida, porque iba a ser la única forma de poder ayudarlos. Me costó. El primer grupo al que fui se llamaba Amanecer, en la parroquia de San José. Tenía como esquema de trabajo el de Alanon (o Al-Anon, Familiares de Alcohólicos).
–¿Tu psiquiatra te medicó?
–Sólo para dormir.
–Los amigos de ustedes, los de la pareja, ¿estuvieron o desaparecieron?
–Estuvieron, pero no sabían acompañarnos. Sólo dos amigas supieron cómo sostenerme. Hasta el día de hoy, si yo nombro a Tomy, o lo evoco, la gente se pone incómoda, porque duele y no sabemos transitar el dolor. Antes parecía que era para protegerme a mí, pero ahora es evidente que es para protegerse a sí mismos. En el camino del duelo se encuentran nuevas amistades y una gran intimidad.
–¿Qué decís cuando decís que “la familia también se muere”?
–Mi familia es otra. Mi matrimonio es otro. Del matrimonio que había no quedó nada. Tuvimos que buscar otros códigos. No nos podíamos acercar, tocar. Eso de llorar juntos, que parece muy romántico, era imposible. Eramos dos seres en carne viva, entonces evitábamos estar juntos. ¿Qué íbamos a hacer estando juntos? Si hablábamos de Tomy, el dolor era insoportable. ¿Qué íbamos a hacer entonces? ¿No hablar de Tomy?
–¿Vos cambiaste?
–Totalmente. Sabía que tenía que pedir ayuda, pero se me había roto toda mi capacidad de comprender. Me cuestioné todo.
–¿Y Dios?
–Y Dios, ni que hablar. Por suerte yo tenía poco Dios, poca enseñanza religiosa tradicional. Mi Dios de hoy no tiene nada que ver con el de la infancia, el catecismo y todo eso. Me habría costado mucho más si hubiera tenido que romper con esa imagen infantil de Dios. Para mí fue más fácil porque tuve que partir de la nada, de lo irremediable; no había negociación posible. Mi marido y mis hijos son agnósticos.
–¿Y vos?
–No. Lo que cambió por completo con la muerte de mi hijo es la imagen de Dios y mi manera de relacionarme con los otros.
–¿Y tus otros hijos?
–Mis chicos se convirtieron en personas más compasivas.
La culpa, la envidia, el enojo
Mercedes había vivido en el campo y criado cuatro hijos varones. Su vocación era la historia, y no había tenido tiempo para eso. Precisamente estaba cursando la carrera cuando Tomy murió. El, el benjamín, estaba muy orgulloso de que su madre estudiara y, en su memoria, Mercedes terminó la carrera. Lo hizo con el apoyo de su grupo de estudio. Pero evidentemente su destino no era la historia, y la muerte de su hijo la llevó por otros caminos. Terminó su carrera con un enorme esfuerzo, pero quería romper con todo lo que se le cruzaba a su paso.
–Aprendí a aullar de dolor –enfatiza Mercedes–. El trabajo físico es importantísimo. El dolor está ahí también, en el cuerpo. Los animales aúllan cuando les sacan a su cría y nosotros, apenas unas lagrimitas, conteniéndonos. No. Hay que aprender a aullar, a gritar, a sacar afuera.
–¿Sola o en el grupo?
–En el grupo. Ese es en el único lugar donde uno se siente comprendida, donde el idioma es el mismo. Uno dice que se quiere morir y todos saben a qué se está refiriendo y qué está sintiendo. Es el único lugar donde además se puede hablar de la muerte.
–Sin eufemismos.
–Claro. No es “perder” a alguien, como se suele decir. No perdiste a alguien. ¡Se te murió alguien! Además, en el grupo nadie te juzga.
–¿Por qué habrían de hacerlo?
–Porque sentís culpa, bronca, envidia. Aparecen sentimientos muy desagradables. La culpa es un sentimiento muy traicionero.
–¿Cómo se jugó en vos la culpa?
–Tomy vivió 36 horas después del accidente. Cuando murió, eran las tres de la tarde; estábamos en un hospital de Montevideo, con cincuenta personas alrededor que habían venido de todos lados, y no teníamos adónde ir. Luis Alberto Lacalle, presidente del Uruguay en ese momento, era muy amigo nuestro y nos recibió en su casa, pero nos fuimos a dormir a un hotel. Además, había paro general y nos tuvimos que volver en un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya, para traerlo a Buenos Aires. El aeropuerto, los trámites... Vinimos en el avión militar, sentaditos en los costados y el cajón en el medio...
–¿Y la culpa...?
–La culpa mía fue: ¿por qué lo dejé esa noche? A Tomy se lo llevaron a alguna morgue. ¿Por qué lo dejé? Me fui al hotel, no estuve con él.Y mientras él se moría, yo entraba, después salía y me quedaba afuera. ¿Cómo no me quede siempre a su lado? Desde el momento en que lo vi, accidentado, me di cuenta enseguida de que ya había partido. Quizá por eso no estuve más, pero me sentí culpable después.
–¿Y la envidia?
–La envidia era muy fea. Llegaba el verano y todos con todos sus hijos. Entonces, en el grupo, me encontraba con otros y me daba cuenta de que eran buenos y generosos, pero tenían sentimientos de envidia, como los míos.
–¿No eras tan mala entonces?
–Aprendí después que los pensamientos y los sentimientos no son buenos o malos. No tienen valor moral. Lo que tiene valor moral son las acciones. El sentimiento que me invade es lindo o feo, amargo o dulce. Le puedo poner muchos adjetivos, pero no es moralmente bueno o malo. Es algo que cuesta incorporar.
–¿Y el enojo?
–Hay gente a la que le cuesta aceptar su enojo. En un grupo, después de tres años una señora dijo: “¿Sabés qué? ¡Tengo un odio, tengo un ODIO... pero es un odio sano, eh!”. Lo del odio sano se convirtió en una broma.
–¿Por qué nos resulta tan difícil aceptar esos sentimientos?
–Todos buscamos que nos acepten. Y uno piensa que si tiene estos sentimientos, en especial la envidia, no va a ser aceptado.
La “resurrección” de Tomy
En nuestra sociedad, la muerte es un tema tabú. No sabemos nada de ella, no lo conversamos ni mucho menos nos preparamos. A veces uno tiene una idea previa, que es la que nos acompaña frente a la muerte de los seres queridos, consolándonos o no. A veces no hay ninguna idea previa, y la muerte se instala, y trae ideas diversas. A veces, como en el caso de Mercedes, se vuelve su compromiso con los demás, su tema de investigación.
–Además de irte a cuanta conferencia había sobr la muerte, ¿investigaste?, ¿alguna teoría vino en tu ayuda?
–Kubler-Ross fue lo primero que leí y lo último. Ella plantea desde lo científico que la muerte no existe.
–¿La muerte no existe?
–Desde la espiritualidad, desde lo religioso, el tema de que la muerte no existe es algo muy trabajado. Pero ella lo hace desde la ciencia. Recurre a la imagen del gusano que delante de nuestros ojos deja una cáscara y se transforma en mariposa. Es una transformación. Es el mismo proceso, que no llegamos a ver porque somos humanos y limitados. Esta imagen es fácil desde lo espiritual. Pero ella dice que materialmente es comprobable que la persona sigue viviendo. Esto coincide con el mensaje de Jesús, el cuerpo resucitado, el cuerpo glorificado. No es sólo una resurrección espiritual. Es la persona, distinta, pero la misma.
–¿Cómo sentís a Tomás ahora?
–A Tomy lo siento vivo. En una manera que me cuesta, porque no me puedo comunicar y porque me sigue faltando. Lo extraño. Lo extraño en las manos, pero que está vivo, está vivo. Que yo no lo pueda tocar es otra cosa. Yo morí en parte con mi hijo, pero estoy de vuelta viva. Yo no soy la misma que era antes. –¿Lo sentís como alguien con quien podés comunicarte?
–No. Es otra cosa. Hubo gente a la que acompañé tres años. Gente que me regaló su vida. Me regalaron sus misterios, sus secretos, su vida profunda. El proceso de duelo tiene que terminar. El final es dificilísimo. Es despedirte. Pero lo tuve que hacer, por ellos y por mí. A la mayoría nunca más los vi. Para mí están vivos. No hablo con ellos, no me comunico, pero están. Es lo mismo. Que yo no hable con él, no quiere decir que no esté vivo. Me da nostalgia no poder ver a esa gente, pero no podría seguir viéndolos a todos. Hay momentos en que se puede ser absolutamente feliz, porque ellos están. Los tres primeros años de mi duelo eso no se daba, por eso era insoportable. No se daba esa experiencia de vida de él.
–¿Sólo la gente religiosa puede tener esta sensación, sólo los cristianos?
–No, mis chicos y mi marido tienen la misma sensación y son agnósticos, y no quieren ser convertidos. Mi marido me dijo una sola vez en estos años: “Yo sé que lo voy a volver a encontrar. De eso estoy seguro”.
–Y vos, ¿qué le contestaste?
–Yo no le dije nada.
–¿Tu manera de ser feliz ahora es diferente de la de antes?
–Yo ahora tengo más capacidad de disfrutar, de sentir la felicidad.
–¿Es equivalente la capacidad de sufrir a la de ser feliz?
–Metiéndote a fondo tenés el riesgo de sufrir, pero también el de ser feliz.
–¿Cómo es la felicidad ahora para vos?
–Es un estado imposible de transmitir con palabras.
–¿Dónde te preparaste formalmente como acompañante espiritual?
–En el curso de acompañamiento espiritual del Centro de Espiritualidad Santa María.
–¿Y hay una preparación informal?
–La informal fue muy importante, quizá mucho más que la otra. He tenido muchas maestras. La que marcó mi camino fue sin duda Elizabeth Basavilbaso, que me acompañó en mi duelo personal y me enseñó todo lo esencial.
–¿Qué aprendiste básicamente en los primeros grupos?
–En un grupo al que fui, el sacerdote Mateo Bautista, de la Pastoral de la Salud de la Iglesia, me enseñó, a través de sus charlas y sus libros, técnicas de confrontación que hoy me resultan básicas para el acompañamiento.
–¿De qué se trata la confrontación?
–Mateo decía que la gente llegaba con el agua al cuello, ahogándose. Y que hay gente que no se quiere ahogar, pero no quiere salir del agua; entonces, no se la puede ayudar. “Yo le tiro la mano, decía, pero si no quiere salir es una decisión personal. Hay gente que quiere sobrevivir con el agua al cuello.” Era rápido, directo, fuerte, lo enfrentaba a uno con la situación. Cuando la gente llegaba diciendo que había perdido a su hijo, él contestaba: “Usted no perdió a su hijo, señora; si lo hubiera perdido, tendría que ir a buscarlo; su hijo se murió”.
–¿El acompañamiento puede ser grupal o individual?
–No. El acompañamiento espiritual de vida siempre es individual, es mano a mano.
–¿Y en qué consiste básicamente?
–Es ponerse al lado del otro y acompañarlo en su vida cristiana, desde su relación con Dios. Pero en su vida concreta. Hoy. Vas viendo qué te está pasando en la vida, qué te cuesta, qué no soportás.
–¿Y dónde está Dios allí?
–Cómo me comunico con Dios es cómo me comunico con los demás. Dónde está hoy Dios, en la muerte, en la vida, en el dolor.
–¿Dónde está Dios hoy para vos?
–En el nacimiento de mis nietos. Los mellizos que tienen ahora diez meses. Es abundancia, es amor. Porque el misterio que es la muerte, también es la vida.
Días después de este reportaje, nació un nuevo nieto de Mercedes. Se llama Jenaro, como su abuelo.
Libros recomendados por Mercedes García Oliver
1- El hombre en busca de sentido / Viktor Frankl
2- La muerte: un amanecer / Elizabeth Kubler-Ross
3- Orar nuestros adioses / Joyce Rupp
4- Cuando la gente buena sufre / Harold Kuchner
5- Sobre el dolor y el duelo / Elizabeth Kubler-Ross
6- ¿Por qué a mí ? / Anselm Grum
Vivir para contarlo
Por Mercedes García Oliver
“La muerte de un hijo es la experiencia más cercana a la propia muerte. Una parte de nuestro ser parece morir con el hijo. El camino hacia la resurrección, volver a vivir plenamente, pero distinto, transformado, es un camino de pasión, de calvario, de caídas profundas, de sentimientos contradictorios,
de experiencia de injusticia, de fracaso, de frustración, de abandono de Dios y finalmente de entrega. Es una oportunidad de sanación profunda.
La muerte de un hijo nos abre hasta las entrañas y es desde allí de donde surgen otras heridas no del todo sanadas.
La primera reacción es la de cerrarse, proteger el corazón (y hasta el cuerpo) en carne viva, pero Jesús nos enseña a hacer el movimiento contrario: abrirnos para asumir el dolor, para participar de la redención, que es obra de la gracia, del amor de Dios y de los otros. El Amor, que es el único remedio, es el que nos hace vislumbrar el sentido de la vida, de la muerte, y de la vida para siempre.”
Lugares útiles
- Monasterio Santa Catalina- Miércoles, de 15 a 17. Coordinadora: Ana Durrieu.
- Centro de Espiritualidad Santa María - Oro 2760 - Capital- Tel.: 4778-0249/0492.
- Parroquia San Juan Bosco - San Isidro. Tel.: 4765-4954. Jueves, de 16 a 18. Coordinadoras: Lilia Acerbo y Patricia Guyot.
En todos los casos es necesario pedir una entrevista previa con la coordinadora.
Adela Peñaranda
Lo que el agua se llevó y trajo
El campo del que ella estaba a cargo, y del que vivían su familia y muchas otras, quedó bajo un metro de agua en las inundaciones de 1985. Un desastre natural la dejó sin recursos y sin rumbo de un día para otro. Pero frente a lo irrecuperable transformó su vida, y se convirtió en una maestra sabia.
Se dedica a asesorar empresas y personas. Los recuerdos de las comidas en el campo, la línea del horizonte, las tranqueras, y el agua, siempre el agua, se vuelven metáfora en su relato. Lo que aprendió y aplica, a su propia vida y a la vida de las personas y empresas a las que asesora. Cómo usar al máximo nuestras posibilidades reales, aun en medio de la adversidad.
Parece una maestra sufí. Por su riqueza simbólica, la sutileza de sus alusiones y la extraordinaria profundidad de su experiencia. Adela vivió en el campo hasta los veinte años; estudió en un colegio, pupila, en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Mide 1,50 m y pesa 48 kg. Usa anteojos y se mueve como una ardilla, dentro de su casa-oficina y fuera de ella. Siempre sonríe. Siempre tiene una palabra de aliento para los otros. La solidaridad le brota naturalmente, tanto como a veces, sólo a veces, brota el agua.
–De cuando era chica recuerdo mi visión contemplativa del campo. Yo me sentaba a mirar el horizonte. No tenía una mirada productiva. Yo era una humanista.
–¿Cuándo cambia esa visión?
–Cuando me tuve que hacer cargo. Mi padre se enfermó y sabía que se iba a morir. Me emancipó a los 18 años y me dejó el manejo de todo el patrimonio familiar y de mi familia. El preparó un poco su partida. Murió cuando yo tenía veinte años, y tras su féretro nos vinimos a Buenos Aires a estudiar, como estaba planificado. Mi hermana, psicología, y yo, periodismo y luego servicio social. Pero cuando estaba en tercer año tomamos la decisión de hacernos cargo del campo nuevamente. Fue una etapa muy dura para mí: tuve que abandonar la estudiantina porque las épocas de cosechas coinciden con las de exámenes.
–¿Cómo fue cambiar de joven estudiante a responsable de un campo?
–Me costó aprender la vida de campo desde lo productivo, pero era buena buscadora de colaboradores. Era buena seleccionando con quiénes trabajar. Terminó siendo un campo modelo, por su tecnología de avanzada en ese momento y en ese lugar. Fue una experiencia que me enseñó el mundo de los negocios. Y eso es de lo que realmente yo entiendo hoy. Pero en 1985 se producen las inundaciones conjuntas del río Quinto y las lagunas encadenadas del oeste bonaerense. Nos dejaron con un metro de agua encima del campo. Fueron durísimas, no sólo para mí. Era imposible vivir ahí, con caminos enteros llenos de agua.
–¿Te quedaste sin la fuente de ingresos y perdiste todo lo invertido?
–Y además se pierde el sentido de la vida de campo. El campo es producción.
–¿Y el sentido de tu vida?
–Ese fue el tema que se me vino encima. Había que hacer otra cosa. En la Navidad del ’85 me enfermé para pensar.
–Y después, ¿qué encontraste?
–Me levanté con la convicción interna de que tenía que conseguir trabajo. Unos primos me ofrecieron cuidar a una tía abuela que estaba enferma. A la noche cuidaba a mi tía y a la mañana tomaba el colectivo, luego compraba factura, tomaba mate con mi madre y me iba a trabajar como secretaria. Dormía en los intervalos. Cada tres horas tenía que dar vuelta a mi tía. Dormía de a dos horas.
–¿Y con eso mantenías a tu familia?
–Eso no alcanzaba. Yo me sentía responsable de la gente del campo, que se había quedado sin trabajo. Vendí el oro de mis quince años y el de mi familia, con lo que fuimos pagando los sueldos hasta que la gente encontró otro trabajo. Eramos muchos para vivir del mismo ingreso. Pero yo estaba haciendo todo lo posible. Y el término “posible” signó mi vida. Era todo lo que yo podía hacer, y lo hacía, aunque no fuera suficiente. Pero era todo lo que había.
Adela tiene un dejo verde en los ojos cuando la luz le da de frente. Compra poca ropa, sólo algunos trajecitos sastre de colores clásicos. No se tiñe el pelo ni se maquilla. Se levanta muy temprano, entre las cinco y las seis de la mañana. Desayuna y almuerza siempre, y bien, con una dieta balanceada. Cena muy frugal y se acuesta temprano.
Su casa está armada para que todo funcione, porque no le gustan los imprevistos. Quizá porque ya tuvo bastantes. Generalmente, todo responde a una rutina (el menú, los horarios, las compras). Compra al por mayor, la menor cantidad de veces posible. Usa el celular solamente para su familia, para que ellos la puedan localizar si se presenta una urgencia.
La manera de sacar el agua del campo hubiera sido, en su momento, dinamitar un médano, pero eso significaba inundar a gente que tenía campos mucho más chicos. Era una opción que Adela no quería considerar. Su ética no se lo permitía.
–La Ley General de Aguas dice que el agua queda donde cae.
–¿Es un concepto que se puede trasladar a otra áreas?
–Cada uno se tiene que hacer cargo de lo que le toca. Mi vida la encaré con este criterio.
–¿No pudiste hacer lo que querías?
–Siempre creí que estaba haciendo lo que tenía que hacer. Era lo que me había tocado, pero, a la vez, era lo que tenía que hacer, lo que me aparecía, la solución que yo tenía. A lo largo de mi vida vi que cuando uno hace todo lo posible se acerca mucho a lo que desea obtener. Pero hay que hacer lo posible, que no es lo mismo que creer que se puede todo.
–¿Es difícil encontrar la propia medida?
–Todo no se puede. Es mi frase. En la aceptación de nuestra posibilidad está nuestra fuerza para crecer y salir adelante. Hay que hacer pie, y se hace sobre la realidad.
–¿Algo así como no pelearse con el agua que cayó?
–El agua no es un producto tuyo. Es lo que te tocó. Pelearla, en el mal sentido, es gastar la energía contra algo que no se puede. Pararte sobre tu realidad inundada te permite alcanzar la tierra seca que quizás hay a la vista.
–¿Tu realidad más concreta volvió después como cuento y como metáfora?
–Vivo a partir de estas metáforas, a partir de estas interpretaciones con las que yo dibujo mi realidad. El poder de la metáfora es que es más rica que el ejemplo. Nadie puede repetir lo que a otro le pasa, ni corresponde que lo haga. La metáfora te permite interpretar lo que le ha pasado a otro y aplicarlo a tu propia posibilidad, a tu propia realidad, a tu propia interpretación.
–¿Te deprimiste en su momento, o te deprimís a veces?
–Tengo unas depresiones reactivas, que suelen tomar el modo de una enfermedad que me manda 15 días a la cama y me hace resurgir con ganas de salir adelante. Yo respeto mucho esa especie de útero fecundo que es la depresión reactiva. Permite el grado de introspección necesaria en una persona hiperactiva. Mi madre, que me conoce bien, dice: “Atención con esta chica cuando se levante”.
–¿Te enojás?
–La vida no me enoja, y lo que viene de la naturaleza (la enfermedad, la muerte, los fenómenos naturales) sólo puede agobiarme o entristecerme, pero no me da bronca.
–¿Te sentiste sola cuando el agua te tapó?
–Yo soy una persona solitaria en el sentido profundo del término, aunque siempre estoy rodeada de gente. Por eso nunca me he sentido sola. Para mí, las relaciones humanas son como la teoría de conjuntos: una serie de círculos donde una pequeña porción es común y el resto no se comparte. Y cuanto más admitimos ese principio, más satisfacción encontramos en los vínculos, ya que los aceptamos en lo que verdaderamente se puede compartir, y les otorgamos, y nos otorgan, libertad en el resto.
Por cuenta propia
Adela estaba con principio de neumonía, en cama, cuando un amigo la llamó para ofrecerle la administración de un departamento. Surgió Adela Peñaranda Soluciones. Como la empresa derivó fundamentalmente hacia los recursos humanos, la transformó, años después, en Recursos Posibles. Hoy hace consultoría de recursos humanos, búsqueda de personal, asesoría, reingeniería, consultas individuales sobre proyectos de carrera. Asesora empresas públicas y privadas, grandes y chicas.
–Eso lo fui organizando paralelamente al trabajo que tenía en ese momento.
–¿Cuántas horas trabajabas por día?
(Se ríe) –Muchas. Pero a mí me gusta trabajar. Trabajo de lo que soy.
–Y además te ayuda el cuerpo.
–Soy sana y tengo voluntad.
–Pueda suceder que una persona no tenga tu capacidad de trabajo, ¿y entonces?
–Yo vengo de una familia normal, sin grandes problemas, con una infancia sana, bien comida, bien criada, con medios económicos, tengo buena cabeza, una psicología armónica, o por lo menos no conflictiva, y una salud física razonable. Es decir, tengo mucho más de lo que tiene mucha gente. Creo que he hecho un buen uso de mis recursos. Pero no hay tanto mérito. No hay virtud en lo mío. Vino conmigo. Hay mucha gente que no tiene todo esto. Sé también que hay gente que con algo más que yo lo resuelve peor. Pero tiene que ver con que una parte de su método lógico de pensamiento o de su psicología que no se lo permite.
–Es decir que no te ponés de ejemplo.
–Yo tengo sumo respeto por el lugar al que llega cada uno. No me pondría nunca de ejemplo, porque lo que yo hice, lo hice con lo que yo tenía.
–¿Qué es lo primero que hacés frente a un cliente?
–La primera cosa que hago frente a una persona o a una organización, que es lo mismo, es ver hasta dónde puede esa persona o esa organización. Uno de los ejemplos que siempre utilizo es el de comparar la situación de cada persona con la escena de la comida en el campo. Uno se plantea qué va a cocinar. Puede abrir un libro de cocina de un chef famoso y sobre eso querer cocinar. Entonces se encontrará con que le falta la mitad de los ingredientes y no puede salir a comprarlos porque el pueblo más cercano está a 30 kilómetros. La otra opción es abrir la heladera y plantearse qué hacer con lo que hay. Esta es mi concepción. Yo abro la heladera y veo qué hago con lo que tengo.
–¿Y eso les decís a los empresarios?
–Trato de que cada persona abra su corazón. Trato de buscar sus opciones, conocer su realidad y ver qué puede hacer con eso.
–¿Qué sería conocer la propia realidad?
–Conocer la realidad económica, pero también su proyecto y sus posibilidades de hacer lo que quiere. Trato de modificar la idea cuando veo que es imposible. Porque hay gente que desea muchas cosas, pero no está dispuesta a pagar el precio por lo que quiere hacer. Hay gente que quiere una secretaria bilingüe, joven, agradable y con experiencia en el sector. Pero ofrece pagarle muy poco. Todo no se puede.
–Al darse cuenta de todas estas cosas, ¿cómo reaccionan los empresarios?
–El concepto que acompaña, el otro lado de la misma moneda, es que hay que hacer el ciento por ciento de lo que uno tiene. Entonces, cuando empiezan a trabajar con lo que se puede, llegan al ciento por ciento de lo posible para esa empresa o persona. Es mucho más que nada. La persona se va dando cuenta de cuál es su límite y cuál es su punto de partida. Ese es el comienzo de un proyecto cierto.
–¿Vas a escribir un libro con estas cosas que aprendiste a los bofetones?
–No lo pienso como bofetón.
–Para hablar en tu idioma, tus tranqueras.
–Frente a una tranquera, si está cerrada, se puede abrir el candado o pasar por encima. Las opciones que uno tiene son las que le presenta el camino. Y las mejores utilizaciones del camino son las que te llevan al éxito.
Libros recomendados por Adela Peñaranda
“Los mejores libros que he leído y los marcaron mi vida son:
1- Las etapas críticas de la vida / Rüdiger Dhalke
2- Diario de una buena vecina / Doris Lessing
“En ambos, se toma la vida desde el nacimiento hasta la muerte. En el primero, en forma de ensayo; en el segundo, como novela. Pero en ambos el conocimiento y la comprensión del proceso de la vida ayudan profundamente a entender lo natural, y lo inevitable, de la existencia.
“Luego, cuando tengo un tema nuevo en mi camino, voy a una buena librería (que fundamentalmente cuente con un buen librero) y busco material. Compro muchos libros, todos en función de mis intereses específicos. Pero los leo como si fueran proveedores circunstanciales, ayudas para pensar.
“En estos días, estoy por buscar algún viejo libro de lógica de 4° año de la secundaria. Me parece que si todos trabajáramos un poco más el concepto racional de “A + B = C” o “Si A = B y B = C, A = C”, simplificaríamos deducciones incorrectas que nos hacen pedir peras al olmo y dejaríamos de aplicar interpretaciones psicoanalíticas a simples y previsibles consecuencias de acciones equivocadas.”
Alicia Kertsz
Lo bueno viene en frasco chico
Es médica oncóloga y trabaja en el Hospital Municipal de Oncología M. Curie. Desde chica supo que no iba a crecer como las demás amigas. Por un tiempo supuso que los médicos iban a curar el mal que le impedía crecer, pero un diagnóstico y un tratamiento equivocados le causaron males peores. Femenina, solidaria,y atiende con un amor gigante a sus pacientes.
Tiene un gran sentido del humor. Es capaz de decir cuánto mide (1,35 m), pero no los años que tiene. La altura se la “ganó” por iatrogenia, es decir, un diagnóstico mal hecho, cuando era niña. Esto, más la medicación equivocada, hizo que se le soldaran los ligamentos y no pudo crecer más. El título de médica, en cambio, se lo ganó por vocación y esfuerzo. Y el amor de los pacientes se lo gana cada día, porque libra las batallas junto a ellos, comprometiéndose con su dolor. Incluso en lo irremediable. Cuando LNR le pregunta por su problema, consulta si la referencia es a su corta estatura o a alguna otra cuestión.
–¿Mi corta estatura? No es un tema médico, sino de iatrogenia. Me diagnosticaron –mal– cuando era chica, síndrome de Turner. Y me dieron desde muy temprana edad estrógenos, con lo cual, a los 12 o 13 años mis cartílagos de crecimiento se soldaron totalmente y no pude crecer más. Yo no tendría esta estatura si no hubiese sido por iatrogenia.
–¿Qué es el síndrome de Turner? ¿Cómo se confundieron?
–Es una alteración cromosómica por la que a las mujeres les falta un cromosoma X. No necesariamente son de corta estatura. Pueden medir 1,50. Pero tienen otras características físicas distintivas. Básicamente, no tienen ovarios, o son muy rudimentarios. No tienen útero y son estériles.
–¿O sea que creciste con la idea de que no ibas a poder tener hijos?
–Con esa idea, y medicada con estrógenos. Pero cuando llegó la edad de menstruar, lo hice normalmente. Cuando estaba por recibirme de médica quedé embarazada y tuve a mi hija, que ahora tiene 27 años. El diagnóstico fue equivocado.
–¿Volviste a cruzarte con el médico que te diagnosticó mal?
–Tuve esa suerte, un regalo que Dios me brindó. Con siete meses y medio de embarazo, fui a un curso de endocrinología ginecológica en el Hospital Francés, cuyo director era el doctor Nusimovich, que era el que me había diagnosticado mal. Le pregunté si se acordaba de mí. Le di mi nombre. El dijo que no. Le recordé que había sido su paciente y que me había atendido por síndrome de Turner durante mucho tiempo. “Mire –le dije–: estoy embarazada.” Me miró descolocado y no supo qué decirme. Me preguntó si yo era médica. Le dije que sí, que me había recibido hacía poco. Ese fue todo nuestro diálogo.
–¿Cómo quedás embarazada?
–Yo no estaba casada y sabía que mi pareja no me iba a apoyar, pero estaba totalmente decidida a tener mi bebé. Estaba muy tranquila. Cuando el análisis me dio positivo, me puse muy feliz. Yo estaba decidida y salió todo perfectamente. Mi hija nació en julio y me dediqué el resto del año a cuidar a mi bebé. Al año siguiente empecé mi residencia.
Alicia tiene un estilo muy personal para vestirse. Su madre le dice que debería cambiarlo, porque no parece una médica. Pero a ella no le importa. Usa telas volátiles. Nada rígido, ni peinados, ni líneas geométricas. Y tacos altos.
–¿Cómo pasaste la adolescencia?
–Me sentía diferente, discriminada. Tal vez no era así, pero yo me sentía en inferioridad de condiciones. Especialmente frente a otras chicas. La competencia era con otras mujeres. Todo eso desapareció después.
–¿De dónde sacaste la fuerza para hacer la carrera, para pelear el mundo?
–Me he doblado varias veces, pero nunca me quebré. Una vez que empecé la carrera de medicina me sentí muy contenta. Todo lo contrario de la época del secundario. Me sentí muy integrada. Los seis años de la carrera fueron muy hermosos.
–¿Sentiste bronca?
–No. Supongo que la sublimé de alguna manera estudiando medicina. La canalicé estudiando desde chica. Me interesó el tema genético, aunque no me dedico a eso. Si sentí bronca, el hecho de haberme encontrado con Nusimovich fue una pequeña gran satisfacción. Yo no puedo sentir tanta bronca porque, como médica, entiendo que los médicos somos seres humanos y nos podemos equivocar, y en esa época no existían los medios de diagnóstico de hoy. Quizá con una simple ecografía se hubiera visto que yo tenía úteros y ovarios normales. Nadie se equivoca porque quiere. No, no sentí bronca. No es ésa la palabra.
–¿Qué palabra usarías?
–Un poco de pena quizás.
–Cuando eras chica, ¿cómo pensabas que ibas a ser de grande?
–A los 9 o 10 años, yo pensaba que los médicos sabían todo y que me iban a hacer crecer, y que cuando tuviera 15 años iba a ser una chica normal e iba a tener mi fiestita de 15. Cuando, a los doce o trece, me di cuenta de que no iba a ocurrir, estuve muy triste. Pero no con bronca; triste es la palabra.
–Y en la adolescencia, ¿siguió la tristeza?
–Cuando fui adolescente creí que llevaba una cruz muy grande en mis espaldas. Hoy debo decir que mi corta estatura quizá fue una ventaja. No sé. En todo lo demás, Dios me ha privilegiado, y me siento muy satisfecha con lo que me ha pasado hasta ahora.
–¿Sos feliz?
–Tengo momentos felices, como todos. No tengo asignaturas pendientes en mi vida. Todo lo que me he propuesto hacer lo he logrado. Me encanta la carreta que elegí, tengo una hija que adoro, tengo el cariño de mis padres. Puedo considerarme rica entre comillas, aunque no he hecho mucho dinero con la carrera. Y tengo muchas satisfacciones con mis pacientes.
–¿Hay alguna persona en especial que te haya provocado este cambio de mirada?
–Sí. Hay una persona especial a la que no puedo mencionar.
–¿Es un gran amor?
–Sí.
–¿Cuál es el hito que cambió tu vida?
–El nacimiento de mi hija. Me sentí reparada.
Se recibió de médica el 24 de mayo de 1979. Dice que la decisión la tomó a raíz de un episodio, durante un campamento, cuando un compañero estuvo mal y tuvo que cuidarlo. Estaban en Córdoba. Iban de excursión al Uritorco, pero a ella no la dejaron subir por un problema en la rodilla. En cambio, se lo permitieron a su amigo, que estaba muy excedido en peso. Se trataba de Boby Lang, que hoy también es médico, y ejerce en Chicago. Lo trajeron prácticamente en coma. Alicia se dedicó a cuidarlo. Le ponía paños fríos en la frente, lo único que tenía. Y el chico se salvó.
–¿Cómo influye tu corta estatura en tu relación con los pacientes?
–En este momento no me afecta en absoluto. Ni en mi relación con los pacientes ni en nada. Me olvido de mi estatura.Y tengo muy buena relación con los pacientes. Sé que soy eficiente en lo que hago y me gusta el trato con la gente. Siempre me dediqué a la medicina asistencial.
–Y el haber sufrido tanto, ¿influye en tu relación con ellos?
–Es independiente. Tengo la capacidad de sentir empatía con mis pacientes y me gusta ayudar. Siempre me gustó.
–¿Cómo manejás tus emociones para estar al frente de problemas graves?
–Cada uno maneja las emociones de una manera distinta. No todos los pacientes son terminales, y cada paciente es un desafío. Entonces, libro con cada uno de ellos una batalla. Y cuando el paciente no tiene posibilidades de curación, me siento igualmente satisfecha de poder ayudar, de calmarle el dolor. Siempre se puede hacer algo por los pacientes.
–¿Qué buscan ellos en vos?
–Especialmente contención. La mayoría de ellos sabe cuando está mal, y cuándo se va a morir. Pero lo que necesitan es alguien que pueda escucharlos y aliviar el sufrimiento. Eso es básicamente lo único que piden.
–¿Qué objetivos básicos te propusiste al educar a tu hija?
–Fundamentalmente, la generosidad. Dar y ser honesto. Quería que mi hija fuera una buena persona, generosa y honesta. Creo que lo he logrado.