

Es un lunes de otoño, son las 10 de la mañana. Los 600 metros cuadrados de la nuevísima sede del Instituto Baikal, en Aráoz y Loyola, están muy vacíos y saturados de sol. Junto a una puerta, un cartel indica "yoga". También hay stickers pegados en los vidrios: "Be happy now", "You are peace", "Namasté". Son resabios de la vida anterior de esta casa que fue, hasta hace muy poco, un centro del Arte de Vivir, la Fundación de Ravi Shankar. Es una arquitectura laberíntica en tres plantas, con ambientes amplios. Una cúpula transparente en el segundo piso que se extiende hasta el tercero es el epicentro de todo. Al fondo del salón principal, unas sillas cubiertas con nailon están a punto de ser estrenadas. Será esta noche.
"Arranca Campa (Sebastián Campanario) con el curso del relato de la innovación", confirma Emiliano Chamorro, el creador de este espacio. "La planta baja va a ser la parte maker –proyecta como un guía–. Va a haber un laboratorio de construcción con micelio (hongos) y acá atrás vamos a dar un taller de tecnología espacial, para armar cohetes". Subimos un piso y hay algo parecido a un estudio de radio ("la idea es hacer podcasts"). Un piso más, y aulas. "Arriba vamos a poner nuestro lugar de estar: una heladera con bebidas y sillones para quedarse horas", señala. Retumba el eco de unas risas que llegan desde la planta baja, donde dos mujeres de la organización hacen ronda de mate y traman algo. Nosotros apuramos la recorrida y vamos a un bar palermitano de Villa Crespo a tomar un café, el primero de varios.
–Hace un par de años, ¿imaginabas llegar a hacer esto?
–Ni en pedo. Tampoco hace siete meses me imaginaba estar haciendo lo que estamos haciendo.
–¿Qué es Baikal?
–Es nuestro Disney.
Habla siempre en plural, usa el "nosotros" con arbitrariedad al contar lo que él impulsa, porque su modus operandi implica armar en banda. Emiliano Chamorro orbita en una constelación que fue construyendo a fuerza de generar encuentros entre personas interesantes originarias de distintas galaxias: el neurocientífico Mariano Sigman, la educadora Melina Furman, el filósofo Christián Carman, el cineasta Fernando Salem, el biólogo Diego Golombek, la diseñadora industrial Lalá Lospennato, el crítico cultural Daniel Molina, el emprendedor tecnológico Esteban Brenman, el jurista Martín Böhmer, el infectólogo Fernando Polack, el músico Sergio Feferovich, la politóloga Florencia Polimeni, y más.
Lo que está haciendo Emiliano es ampliar y abrir el proyecto que inició hace siete años y, así, llevar su universo –hasta ahora bastante íntimo– a un gran espacio para que sucedan talleres, experiencias, encuentros, cursos y muestras con público general.
En su dimensión aumentada, Baikal es un instituto donde, con membresías o cuotas de unos $4.000, se accede a actividades para abordar desde distintas herramientas de gestión en empresas, conferencias de astronomía antigua, pasando por sesiones de música experimental, clases sobre procesos fisicoquímicos de la gastronomía, hasta cursos de tecnología de blockchain e, incluso, "reuniones de padres" espontáneas para compartir preocupaciones sobre la crianza de los hijos o presentaciones de libros de los amigos de la casa.
Lo peculiar es que Baikal no es una institución educativa, ni un club, ni un centro de recreación. Menos, una empresa. No tiene el propósito de generar ingresos económicos, pero tampoco se plantea un fin social. "No tiene una misión –resume Chamorro–. Este lugar es un fin en sí mismo, sin ningún objetivo extrínseco. Lo hacemos para nosotros". Desde este momento, además, lo comparten.

La empresa impensable
Emiliano tiene 42 años, estudió Derecho, se especializó en Finanzas y se gana la vida haciendo negocios. Trabajó en fondos internacionales, armó un par de empresas que marchan exitosamente –Trimaker, de impresoras 3D, e Ikitoi, de juguetes de diseño–, participa en inversiones, da clases en universidades, es parte del equipo inicial del programa de emprendedorismo de la Facultad de Ingeniería de la UBA –EmprendIng–. Así se gana la vida, pero dice que lo que él hace, lo que él es, no se ciñe al mundo empresarial. Emiliano también es uno de los organizadores de TEDxRíodelaPlata, coachea oradores y hace la curaduría del evento de charlas, es papá de Juan –de 10– y Helena –de 2–, es un extenista federado que hoy apenas sale a correr cada tanto y practica caminatas como deporte, es el marido de Inés –una compañera del Colegio Nacional de Buenos Aires–, es un fanático de Borges. Cuando llena formularios suele poner que es profesor. Empresario o emprendedor, jamás.
–¿Sos un tipo que la pegó con los negocios, está hecho y ahora se dedica a irse a Disney con sus amigos?
–¡Ni loco! No me identifico con eso. Tampoco necesito ser un tipo que la pegó para dedicarme a esto. Cuando nos preguntamos qué haríamos si tuviéramos millones de dólares, pensamos: "¿Por qué esperar a vender una empresa en millones para hacerlo?". Hagámoslo ahora.
Entonces se propuso solventar, a partir de una riqueza no monetaria, un proyecto millonario y armó una organización de otra naturaleza. "Es como una empresa impensable. En una compañía, te movés dentro de cierta escala para ser rentable. En Baikal, no medimos la escala. Queremos hacer lo mejor, por más que no sea sustentable económicamente. No es una inversión, sino un consumo".
–¿Pero es un consumo carísimo?
–Buscamos que la plata no sea un tema, sí un medio. Yo quiero que Baikal maneje muchísima plata, porque me interesa lo que podemos hacer con muchísima plata. Pero es la lógica inversa a las empresas, donde uno hace cosas para ganar cada vez más. Acá queremos tener más plata para hacer cada vez más cosas. Vemos cómo conseguir sustentabilidad. Hay cursos de temas empresariales que ganan plata y los que mezclan ciencia, tecnología y arte pueden perder y no pasa nada. Brindamos un montón de becas, los que dan las actividades cobran por lo que hacen.
El origen del universo
Meticuloso y con una curiosidad insaciable, Emiliano Chamorro es una máquina que funciona como coleccionista de mentes. Lo explica con su tono parsimonioso, de hablar bajo y fluido, con casi nada de gesticulación:
"Cuando me cruzo con alguien que me despierta interés, lo conservo. Busco excusas para seguir en contacto. Me la paso conversando con gente de distintos momentos de mi vida y fui armando una galería de mis héroes tangibles".
Esteban Brenman, una de las piezas de esta colección, lo describe como una especie de vampiro de cerebros. "A Emiliano le gusta conocer gente para ver qué tienen en la cabeza y llegar a cosas que no había pensado, le gusta mirar el mundo a través de los ojos de los demás". Por su parte, Gerry Garbulsky –el director de TEDxRíodelaPlata y de TED en Español– cuenta que una vez que dio una charla, después Emiliano se le acercó, se presentó y lo invitó a tomar un café. "A partir de ahí nos fuimos haciendo muy muy amigos. Aprendí mucho de su manera de experimentar, de ir haciendo pequeños experimentos para aprender cuando está armando algo".
En 2011, Emiliano se imaginó la potencia de reunir a todas estas neuronas que iba acopiando para que hicieran sinapsis colectiva. Imaginó una iluminación descomunal. Como un alquimista, hizo el ensayo: alquiló un departamento en Barrio Norte, invitó a unas 20 personas un martes a charlar "con alguien, sobre algún tema". Sin dar detalles, y en copia oculta. La confianza hizo efecto, no faltó nadie. El que habló esa tarde fue el matemático Marcelo Rinesi y se metió con los mecanismos de la psicología de las entidades no humanas.

Inmediatamente se generaron ganas. Y, al mail siguiente, se repitió la mecánica de la copia oculta y el invitado sorpresa.
Ubicado en el pulmón de una manzana sobre una ruidosa avenida, el PH de techos altísimos donde se juntaban era un oasis de silencio. Parecía una cueva mitológica y la llamaron "Avalon", como la isla celta donde va el rey Arturo a curar sus heridas para después salir a conquistar el mundo.
Instauraron reglas: "Nadie se podía presentar –recuerda Emiliano–. Era para no incurrir en falacia de autoridad. Las preguntas se hacían desde el interés de uno, no desde un cargo o una trayectoria en un tema". Y bautizaron Serendipity Lab al círculo que armaron.
La serendipedia refiere a un hallazgo afortunado al que se llega inesperadamente cuando se estaba buscando otra cosa. Se sumaron los amigos de amigos, pero siempre pasando por el filtro Chamorro. Un mail que para los recién llegados decía: "Pensamos Serendipity Lab como un laberinto, un lugar no lineal en el que hay que meterse para ir descubriendo sus recovecos. Por eso, no tenemos página web, ni usuario de redes sociales, ni logo ni nada. Ni siquiera somos un proyecto secreto. Y, en este sentido, vas a ir descubriendo Serendipity a medida que vayas participando".
–¿Conformaron una elite?
–Elitista o no elitista, formar parte no pasaba ni por un tema económico ni de capacidad intelectual, pero sí por los intereses genuinos. Los que se acercaban para hacer de cuenta que no entraban o no duraban.
–¿Siempre te movés, más o menos, entre las mismas personas?
–Casi siempre. Yo tengo algo fuerte de antiinnovación. Me interesa mucho más ver qué está pensando ahora alguien que conozco antes que conocer a alguien nuevo. Me importa más llegar a la profundidad que abarcar.

Los serendipities se propusieron autoeducarse a través de los grandes libros de la Humanidad. Empezaron leyendo a pensadores presocráticos y terminaron compartiendo la lectura del I Ching. "La idea era comentar estos textos desde nuestra ingenuidad y recién después traer a alguien que supiera". Además, se repartían suscripciones a las principales publicaciones científicas del mundo para comentarlas y mantenerse tremendamente actualizados. Organizaron hasta una degustación de insectos comestibles, porque "como saben, la población mundial crece de forma exponencial… ¿qué le vamos a dar de comer a toda esa gente?", y también una cena rusa para intercambiar anécdotas sobre el viaje que ocho de ellos hicieron a Rusia.
Llegaron a ser 150 personas las que rondaban por Avalon; el departamento de 60 metros cuadrados quedó chico.
Los caminos de la vida
Esta vez nos encontramos más temprano. En el mismo bar de la primera vez. Emiliano desayuna suculenta y saludablemente: frutas, granola, yogur, jugo y café con leche. Llueve a cántaros y salió sin paraguas. "Hasta las 11 de la noche no vuelvo a casa", calcula quejoso.
Después de nuestra charla, va a ir a Baikal a ultimar detalles de una grilla de contenidos que está en plena ebullición. Al mediodía, va a ir a buscar a Juan a la escuela, como hace siempre. Es su actividad fija e indelegable. Todo el resto, en su agenda habitual, carece de esta regularidad. Si le llegara a tocar la reunión semanal en Ikitoi, pasaría un par de horas craneando cómo vender los mejores juguetes en todo el mundo. Si fuera el día que cursa Historia del Arte, iría al Museo de Bellas Artes. Si tuviera que tomar una decisión importante, saldría a caminar por la ciudad, solo y en silencio, porque no sabe razonar en la quietud. A la tarde, tal vez, podría llevar a su hijo a fútbol, o a música, o a pasear en subte, o a una librería, o a merendar farfalá con chocotorta a La Crespo. Muchas veces da clases –en la UBA, en la Universidad Di Tella, en el IAE, en la San Andrés o en el Mundo de las Ideas–. Si no fuera porque se tomó un año sabático, quizás tendría que coachear a un orador TEDxRíodelaPlata. Tal vez, es uno de los dos días al año que se junta con el directorio de Trimaker. Podría ser que, después de cenar en familia y acostar a los chicos, descorche un vino y arme en el living una reunión de trabajo, porque no encontró otro momento para hacerla. Pero hoy no, porque hoy vuelve a casa recién a las 11. Hoy quedó en algo con el equipo de tutores de EmprendIng. "¿No querés venir?", invita y sigue narrando la historia de su proyecto.
En algún momento, hace cuatro años, la cofradía Serendipity asomó una cara visible. La llamaron Baikal y, en honor a cierto espíritu dadaísta, se representó visualmente un paraguas con un vaso arriba. Por entonces su frase era: "Celebrando las ideas de la Humanidad". "Este año le pusimos: «Expandí tu universo». No sé cuánto va a durar, tampoco quiero tatuarme", reniega Emiliano. El "logo de la marca" ahora está basado en la perfección de los triángulos, es una figura que parece una cinta de Moebius, una geometría imposible y compleja.
Lo central es que este año Baikal cambió de proporción. "Nos mudamos a un lugar 10 veces más grande. Veníamos de algo gestionado voluntariamente y ahora tenemos a tres personas rentadas". Una es Laura Benbenaste, una licenciada en Organizaciones Sociales que se dedica a liderar emprendimientos educativos, y hoy dirige Baikal. Emiliano la entrenó cuando ella dio su charla TEDxRíodelaPlata sobre su experiencia al fundar Puerta 18 y la "coleccionó". La define como "la que hace que esta máquina ande", pero además la señala como una piedra fundacional del emprendimiento a esta escala. "El hito inicial fue que Lau viniera a laburar con nosotros. Primero las personas, luego el espacio, y atrás viene todo el resto".
El espacio fue lo que le dio tamaño a la ambición. "Nos imaginábamos algo más chico, pero recorrimos 70 lugares a la medida de lo que proyectábamos y, cuando vimos este, preferimos que nos quedara grande y que el desafío fuese crecer".
La casa no estaba en alquiler: "Que la plata no sea un tema", debe haber repetido Emiliano, porque combinó su operación con la de un grupo inversionista inmobiliario que estaba buscando una propiedad que comprar para alquilarle a alguien, a alguien como a Baikal.
La disposición y el armado del espacio en el nuevo edificio se está haciendo con muebles de fabricación digital y criterios de arquitectura paramétrica. La coordinación está puesta en manos de Esteban Brenman. "Él tiene un gusto muy sofisticado, compatible con lo que a mí me gusta y jamás podría generar. Esteban anda siempre impecable, ¿lo viste?", busca complicidad Emiliano, quien anda siempre variable. "A mí me cargan, me dicen que un día aparezco vestido como psicólogo y la vez siguiente parezco un diseñador con onda o un científico loco y después un linyera o lo que sea", ríe y se mira el suéter con pitucones de gamuza en los codos.

El coach
Desde 2012, Emiliano trabaja con los oradores TedxRiodelaPlata. Participó en la preparación de las charlas que hicieron: el creador de satélites Emiliano Kargieman, la científica Romina Libster, la cocinera Narda Lepes, el director de cine Fernando Salem, la cantante Magdalena Fleitas, la periodista Luciana Mantero, además de Laura Benbenaste y Melina Furman.
"Estábamos con mi última charla y hubo un momento en que sentí que ya estaba lista -cuenta Melina-. Pero él me dijo reach for the sky -llegá al cielo-, esta charla es un siete, no es tu charla. Hacía mucho que nadie me decía algo así y tenía razón. Él hace que estiremos los límites de nuestro universo, que es el lema de Baikal justamente".
Luciana Mantero describe a quien la alentó y ayudó a hablar ante diez mil personas sobre la importancia de decidir a tiempo tener hijos como "un coach respetuoso, preciso y estimulante", de comentarios quirúrgicos, indica y rescata que "tiene un ego súper controlado, algo bastante raro entre los jóvenes exitosos de estos tiempos".
"Transmite mucha confianza -dice Fer Salem-, hace que uno se tenga que tomar muy en serio. Vos decís si alguien como Emiliano confía tanto en mí, no tengo más remedio que creerle. Es una persona arriesgada, que cree en algo y se arroja sin medir. Cuando me contó lo de Baikal se le iluminaron los ojos, está loco, es quijotesca la misión que se puso. Es un visionario".
Tiren al tutor
Ya casi dejó de llover. Son las siete de la tarde de un jueves. En la sede de Baikal se va a reunir un grupo de tutores de emprendedores a hacer análisis de casos de negocios. Apenas entrar, hay una pizarra blanca escrita con marcador azul: una flecha hacia la izquierda dice "Neuromagia por Andrés Rieznik"; otra en diagonal ascendente, "EmprendIng".
En el aula más pequeña del último piso hay unas 23 personas de treintaipico, un pizarrón, sillas en círculo, una mesa enorme, 12 vasos vacíos, ninguna botella, un paquete de yerba, ningún mate.
En el pulmón de la casa emerge la cúpula de vidrio del salón de abajo y deja espiar. Desde esta perspectiva cenital se lo ve a Emiliano Chamorro, cruzado de brazos, el pie derecho apoyado en la rodilla izquierda, la cabeza ladeada. Allá abajo se escucha sobre neuromagia, algo así como de qué manera aplicar los recursos de los magos para entender cómo funciona el cerebro.
La reunión de EmprendIng se retrasa. Se conocen todos, son los que conducen encuentros gratuitos de emprendedores en la Facultad de Ingeniería de la UBA. A las 19.30 arranca. A las 19.32 entra Emiliano y se integra a la ronda. Vienen a darse palos. La dinámica que propone un coordinador se titula: "Tiren al tutor". "Alguno de nosotros va a contar el problema de su emprendimiento. El resto le va a hacer preguntas. Vale ser agresivo, pero no se puede ser demasiado agresivo".
Entonces, uno relata que creó un sistema para hacer reservas en hoteles y no está funcionando. Le consultan datos, si ya hizo tal o cual cosa, le dan consejos, comparten con él fracasos en tono de secta de autoayuda, lo retan, pero poco.
Emiliano pide la palabra: "¿Cuál es tu problema? Repetilo". Lo escucha y dice que no es un problema. "¿Cuál es tu problema?", insiste. Es evidente que no busca información, sino guiarlo. No habla más hasta el final.
Después de desmenuzar el plan del negocio, de revisar expectativas, fortalezas, debilidades, después de escuchar esos aplausos que suben por la cúpula y alimentan una intriga voraz, Emiliano suena lapidario con la última de todas las preguntas: "¿Si no pasa qué, y cuándo, cortás con esto y te dedicás a otra cosa?".
La era del emprendedorismo
"Si alguien te dice que se nace emprendedor, te está mintiendo. A emprender se aprende y, por eso, creamos este curso, para enseñarte cómo". Así se promociona el Semillero de Emprendedores que da Emiliano Chamorro junto con otros que, según el flyer, "ya se equivocaron y te cuentan todo".
–¿Cómo impacta esta idea del "todos podemos ser emprendedores"?
–Genera algo malo al impulsar masivamente a un montón de gente a hacer algo que, la mayor parte de las veces, fracasa. Lo positivo es que, de esa marea humana, surgen proyectos muy interesantes que, quizás, de no ser porque está de moda, no se habrían concretado.
–Pero es una moda.
–Es un cliché de época. Fijate que los emprendedores más interesantes no se autodenominan emprendedores, sino que cuentan qué están haciendo. Nosotros lo abordamos desde el lado de los problemas y no de las oportunidades. Puede parecer muy fina la línea, pero es abismal la diferencia entre quien quiere hacer algo y después la sociedad lo llama emprendedor y el que busca ser emprendedor. Hay gente que juega el juego en serio y es muy respetable. No así el que usa emprendedorismo como pilcha para que se la miren.
–¿Cómo ves el fomento al emprendedorismo desde las políticas públicas?
–Se podría hacer mejor. En la ley de emprendedores le pusieron mucho énfasis a que una empresa pueda abrirse en un día. Pero, para una economía dinámica, me parece más importante permitir el proceso de destrucción creativa, un componente esencial del capitalismo. Si no, es guita pública que se va en subsidios, y terminan siendo como planes trabajar para ricos.

El antigrieta
Una de las reglas en Baikal es que no se promueve el debate de ideas. "Lo desincentivamos, hasta lo prohibimos –exagera Emiliano–. El objetivo de una reunión es entender a fondo lo que pensó quien está desde hace años con este tema. Le podemos hacer preguntas, pero no nos interesa el «yo pienso que»".
–¿Nunca intercambian opiniones?
–Se puede generar una instancia para el debate, pero se da como el emergente. La vocación es aprender, no convencer. Así como en TED transformamos las ideas de los demás; en Baikal, las propias.
–¿Cómo juega la grieta política en Baikal?
–No existe
–¿No hay grieta o la saltan?
–Las diferencias están. El día que murió (Hugo) Chávez, uno se levantó y se fue llorando y otro pensó que era irónico, no le entraba en la cabeza. Creo que si hacés una encuesta en Baikal, se vota muy diversificado.
–¿Pero les interesa la política?
–Sí, pero, salvo que pase algo muy grueso, en general la coyuntura política es efímera. Ya me quemé en el secundario, en el Buenos Aires la política lo aplastaba todo. Si Macri o Cristina no es algo que se ponga bajo la lupa, acá el diálogo pasa por otro lado.
Hijo único de dos psicoanalistas militantes progres que se separaron antes de que él cumpliera su primer año, Emiliano Chamorro fue un chico "con problemas". "Me costaba mucho relacionarme, me daba vergüenza. Alguien podría decir que lo que hago con Baikal es identificación al síntoma", autoanaliza.
Cuando una crisis económica los dejó sin auto para ir a la escuela, su padre le enseñó que, a diferencia de unos amigos comerciantes sin intereses culturales, la riqueza de ellos persistía porque estaba en los anaqueles de la biblioteca. "Nosotros tenemos los libros", le dijo, y a Emiliano le quedó para siempre esa idea del respaldo invulnerable en la literatura.
La biblioteca principal de Emiliano Chamorro está en el living. Es un mastodonte de madera clara, con divisiones que forman cubos. Tiene un corazón borgiano; en el centro, la obra completa del escritor argentino y, desde ahí, irradian Las mil y una noches, La isla del tesoro, varios ejemplares de Dostoievski, además de obras de Dickens, Shakespeare, Schopenhauer, Nietzsche, Marx, Einstein, Oscar Wilde, Aristóteles, Tolstoi, Víctor Hugo. Todo Harry Potter y la Biblia. Warren Buffet, Nassim Taleb y Asimov. "Borges decía que ordenar una biblioteca es un discreto ejercicio de la crítica y yo me la paso cambiando de lugar", comenta.
Emiliano no consulta la mesa de novedades en las librerías, solo consume clásicos. "Debe ser de las personas que conozco el que más leyó en su vida –afirma el tecnólogo Santiago Bilinkis y agrega–, es mi contraparte perfecta: a él le fascina tanto el pasado como a mí el futuro".

En Baikal, hay algo de aquellos salones rusos o de las tertulias existencialistas en los cafés de París, algo de las reuniones de estudiantes en el medioevo, un reflujo muy sutil de vanguardias artísticas como la del Di Tella y de los debates positivistas en el Círculo de Viena. "Mirar hacia esos momentos en los que se juntó gente que fue como un Big Bang de algo me encanta –se entusiasma Emiliano Chamorro.
–Si dentro de un siglo se evidenciara que lo que ustedes hacen hoy es un movimiento que representa nuestra contemporaneidad, ¿cuál creés que podría llegar a ser el eje?
–Uno de los grandes temas de la actualidad para mí es la ansiedad. Y Baikal es un proyecto desprovisto de ansiedad, no ansía llegar rápido a ningún lado.
–¿La contracultura en una sociedad empastillada?
–Exacto. Y la contracultura de las instituciones que nos taladran: "¿Cuál es tu plan de negocios? ¿Dónde te ves dentro de tres años?". Nosotros tenemos certezas de hoy y vamos a recontrafondo sin metas artificiales.
–¿Cómo se encara un proyecto sin metas?
–Lo estamos averiguando. Dani Molina, en su curso sobre arte contemporáneo, nos decía una frase de Walt Whitman: "El mundo siempre encontró su camino porque nunca supo adónde iba". Esto resume el espíritu de Baikal, perseguimos una curiosidad que no sabemos adónde nos lleva.
–¿Por qué se llama Baikal?
–Baikal es un lago gigante de agua dulce, en Rusia. Es un lago que tiene una isla, con un lago adentro que tiene una isla con un lago... O sea, es un lago fractal. Nos gustaba eso y también el hecho de que es la reserva de agua potable más grande del mundo.
–¿Cuál es la sed por saciar?
–El interés genuino.
Sin ofender a los dioses
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