Vive hace años en Europa, encontró calidad de vida, pero siente que adquirió una deuda con el desarraigo.
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“14 de julio de 2021”. Guadalupe Piñeiro observa la fecha escrita en su pasaje y un escalofrío recorre su cuerpo. La decisión ya está tomada, la segunda más importante que tomó en su vida. “No entiendo, ¿por qué te volvés?”, le preguntan personas cercanas y otras impensadas. “¿Por qué volver a la Argentina?”, insisten.
Para Guada es un interrogante con infinitas respuestas; cada vez que la pregunta surge, ella encuentra nuevas razones y emociones en sus devoluciones. Sin embargo, existen unas pocas palabras que, tal vez, lo resuman todo para ella: “Hoy valoro más una charla en la cocina con mi vieja”.
Dejar Argentina: los retos del viejo continente
Para Guadalupe, dejar Argentina fue muy difícil y natural al mismo tiempo. Desde la primera vez que había viajado a Europa, en el 2010, soñaba con vivir en el viejo continente. No se sentía mal en Argentina, su partida tuvo más que ver con la realización de un sueño, que con un escape de una ciudad que siempre amó.
Fue así que la joven, periodista de profesión, dejó atrás Buenos Aires para vivir en Madrid, donde realizó un máster en el diario ABC. Tiempo después, decidió mudarse a Barcelona y entonces la sacudió lo inesperado: un amor la llevó a Francia.
En su nuevo hogar, París emergió diversa. Guadalupe percibió que no habitaba en una única ciudad, sino que transitaba tres atmósferas que por momentos podían mutar y transformarse. Estaban aquellos rincones de ensueño de los que había oído hablar desde pequeña en el colegio, con sus historias de reyes controvertidos, imponentes parques, e impresionantes castillos, y aquellos otros de la bohemia que tanto la seducían desde que tenía memoria: “Soy una gran admiradora de Cortázar y París me remonta inmediatamente a Rayuela, a sus personajes y a aquel lugar que inspiró a su creador a escribir una novela que desafía todos los parámetros”, suspira.
Sin embargo, para Guada fue otra París la que en cada amanecer supo conquistarla: “Una que es la mía, la de los croissant calentitos por la mañana, la de los apéro -reuniones previas a la cena – con amigos, y una que pude redescubrir día a día en sus calles y a través de mi ventana parisina”.
Y, desde el comienzo, París también le recordaba a Buenos Aires. Las calles de Buenos Aires siempre se colaron en sus pensamientos...
Los primeros impactos en París
Guada recibió el primer gran impacto parisino a través de su gente. Descubrió en ellos un sentido del humor único y, en cierta manera, muy similar al argentino, colmado de una jocosidad impregnada por las ironías y los dobles sentidos, y con un alto nivel de autocrítica reflejada a través de las bromas. Jamás imaginó que pudieran existir lenguas tan filosas en suelo europeo y, sin embargo, allí estaban, en pleno dominio del sarcasmo y, al mismo tiempo, del control y la corrección por fuera de los círculos íntimos.
“En contra de las creencias, en mi caso considero a los parisinos personas muy atentas y este grado de humor me parece fantástico”, dice al respecto, “Pero la gran diferencia con Argentina reside en que, para bien o para mal, aquí las formas tienen una importancia radical. `Por favor´, `gracias´ y `lo siento´ – désolé - son expresiones necesarias para la comunicación y su ausencia se castiga inmediatamente con una mala cara. Si bien encuentro que esto es muy bueno, al mismo tiempo la obsesión por las reglas lleva muchas veces a una rigidez extrema y hace que algunos parisinos no puedan `salirse de la norma´ - en el aspecto positivo de lograr hacerlo- y que les cueste tener cierta flexibilidad. Este tipo de severidad deviene en el rechazo hacia actitudes espontáneas y, obviamente, la ausencia de las mismas”.
El silencio de los franceses y un elevado costo de vida
Pasadas algunas semanas signadas por el encantamiento de la novedad, la periodista se incorporó al pulso habitual de los residentes. En aquel ritmo, y a diferencia de la cultura argentina, donde en las calles se suelen entremezclar gritos –de alegría o de enojo-, apasionados encuentros, bocinazos y discusiones, develó una vía pública sumida en el silencio: “Los franceses, en general, saben mejor escuchar que hablar. En la calle y hasta en los subtes reina la calma y les molesta mucho el ruido”.
“La calidad de vida es buena, en general las cosas funcionan y es una ciudad bastante más segura que Buenos Aires, así la siento sin dudas, y la educación acá tiene mucho prestigio”, afirma. “Aun así, no deja de ser una ciudad cara. Actividades como salir a comer afuera son un lujo que uno se puede permitir muy pocas veces. Los alquileres, por otro lado, también son elevados, y en cuanto a las oportunidades laborales, la búsqueda es igual que en cualquier país, pero es muy difícil conseguir contratos permanentes. Pero a pesar de las dificultades, en mi París, que es la sencilla, la cotidiana y la del esfuerzo, logré una buena vida”, continúa sonriente.
Sin embargo, hoy Guada tiene un pasaje en mano. Luego de tantos años lejos, tomó una decisión sumamente difícil: volver a la Argentina.
Las razones para elegir Argentina
Guadalupe no se arrepiente de haber emigrado, pero abraza con fuerza su decisión de volver. Para ella, el exilio trajo consigo un constante aprendizaje que le demostró su coraje para asomarse, explorar y salir del universo conocido. Pero, a su vez, siente que adquirió una deuda con el desarraigo incapaz de saldar y que la llevó a instancias complejas, donde le fue difícil reconciliarse con la idea de la distancia, de la lejanía de los seres queridos.
En la cotidianidad de su París, que ya hace mucho dejó de ser simplemente la de los monumentos icónicos y las idealizadas postales bohemias, ella siempre intentó estar en el presente, sentir el aquí y el ahora tan vitales, pero, con la pandemia como extremo disparador, no pudo evitar sucumbir en las aguas de la nostalgia: hoy el mundo ya no se siente tan cercano, y duele.
“Las razones por las que vuelvo son varias”, explica. “Así como no puedo negar que la calidad de vida en Europa es impecable -camino por las calles sin miedo a que me roben y en los últimos cinco años viajé como nunca antes en mi vida-, hoy me doy cuenta de que elijo otra cosa”.
“Mucho sucedió desde que partí de Ezeiza con una valija enorme y mi pequeña gata. Seguramente, no soy la misma que la que dejó el país aquel mes de octubre, llena de ilusiones y miedos. Construí una vida desde la nada y casi sin contactos. Sin dudas, vivir afuera es crecer de golpe, es un gran aprendizaje interno, un metaviaje hacia el interior de uno mismo. Pero hace tiempo noto que las raíces me tiran. La última vez que visité Argentina me fue muy duro regresar a Europa. Algo de mí no quería irse, y tal vez nunca se fue. Es ese mismo impulso el que hoy me lleva a volver”.
“La pandemia también me hizo reflexionar sobre mis prioridades actuales. Sin tener la posibilidad de viajar a mi país durante gran parte del año, debo admitir que hoy valoro más lo cotidiano, como esa charla en la cocina con mamá, que visitar un monumento histórico desconocido. Tal vez de eso se trate justamente, porque eso es lo que no tuve en estos últimos años”.
“Sin embargo, como me dijo una chica muy sabia, Loli: una vez que nos fuimos de casa, no podemos volver a hablar de un regreso definitivo. Con sentidas palabras me recordó que nuestro hogar es siempre donde elegimos estar y que las puertas de Ezeiza siempre pueden volver a estar abiertas”, concluye conmovida, mientras vuelve a leer: “14 de julio”.
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