Para José, Argentina siempre fue un país intrigante, en lo bueno y en lo malo. Cuáles fueron los motivos por los que eligió este destino.
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José Ortega Gil-Fournier llegó a Mendoza un 6 de septiembre de 2006. El español jamás olvidará aquel día. Junto a su familia, fueron a almorzar a un restaurante en Plaza de Chacras de Coria, en las cercanías de su nuevo hogar. Era domingo. José precisaba retirar dinero y se dirigió al banco, que, para su fortuna, se hallaba justo al lado del establecimiento. Intentó utilizar su tarjera de crédito en un cajero y esta quedó retenida.
Al ver su aflicción, una mujer de amplia sonrisa le anunció que sabía dónde vivía el director de la sucursal y se ofreció a llevarlo. El director no estaba en su domicilio y el guardia de seguridad les facilitó la dirección de la subdirectora: “Fue ella la que, a las tres de la tarde de un domingo, me devolvió la tarjeta. Esa fue mi primera experiencia en Mendoza, lo que magnificó mi emoción por haber llegado a un lugar tan maravilloso”, revela.
Argentina: un país intrigante y una valiosa experiencia para los hijos
Para José, Argentina siempre fue un país intrigante, en lo bueno y en lo malo. Gracias a sus padres, había tenido la dicha de viajar y conocer otros rincones fuera de su querida España, una posibilidad que agradece profundamente hasta el día de hoy y que extiende a sus hijos, con el anhelo de que conozcan otras visiones y realidades del mundo.
Aún recuerda cuando pisó suelo austral por primera vez, el enamoramiento personal y empresarial fue inmediato. Arribó gracias a un cargo dentro de un importante banco, que lo llevó a visitar el país en múltiples ocasiones. Encandilado por aquella tierra, decidió invertir en un proyecto familiar, y crear un grupo bodeguero de alta gama. En sincronía con su idea de facilitarles a sus hijos una experiencia de vida en el extranjero, ya no tenía dudas: Argentina sería el país elegido.
“La primera bodega de O. Fournier fue erigida en Mendoza”, cuenta. “En el 2005 me casé con Nadia Harón y en 2006 decidimos afrontar esta experiencia como expatriados y mudarnos con nuestros dos hijos, Carmen y Manolete. Siempre acordamos que nos quedaríamos hasta que tuviera sentido volver a España. Posteriormente nacieron Macarena y Rocío, mendocinas y españolas”, sonríe.
“Existían también razones personales poderosas para cambiar de vida, que tenían que ver con mi hija mayor”, continúa. “Por ello y tanto más, mis padres aceptaron y comprendieron inmediatamente la oportunidad de vivir en un país tan excepcional como Argentina, aunque no fue sencillo para ellos. Nunca es fácil dejar la tierra de uno, pero sabía de las ganancias: había vivido en otros países como Inglaterra y Estados Unidos. Siempre tuve la ilusión y esperanza de que mis hijos fueran educados como ciudadanos del mundo; que aprendieran a interiorizarse con lo mejor de cada lugar, para llegar a ser mejores personas y ciudadanos. Y estoy profundamente agradecido a Nadia, mi actual exesposa, que fue la que más se arriesgó en este cambio. Y creo que es la que más se enamoró de este país y su gente”.
“Todo el mundo debería tener el privilegio de visitar Mendoza una vez en la vida”
Ante la familia española, Mendoza se manifestó sublime, de una belleza que a José le resulta casi imposible describir con palabras. Custodiados por la imponente cordillera de los Andes y rodeados de viñedos, el suelo desértico de la región le demostró al bodeguero el milagro de la supervivencia, gracias al sacrificio y esfuerzo de su comunidad: “Todo el mundo debería tener el privilegio de visitar Mendoza por lo menos una vez en la vida”, asegura emocionado. “Hay pocos lugares en el mundo que ofrecen tantas características atractivas para vivir”.
Con el correr de los meses, en su nuevo hogar, José reafirmó un triste hecho que había observado en su pasado: en España, sobre todo en las grandes ciudades, el valor de la familia y la amistad estaba en caída. En Mendoza y en otras urbes argentinas, en cambio, se maravilló al ver que todos los domingos las familias y amigos se reunían en asados que se extendían por horas, con una buena botella de vino local de por medio.
“Sin dudas, lo que más me impresionó al principio fue esa concepción de la familia y la amistad. En la actualidad, vivo entre Buenos Aires y Mendoza y es un excelente mix, que me permite disfrutar de lo mejor de ambos mundos. Puedo trabajar, ir al teatro Colón o a cenar entre semana, y el fin de semana cocinar para amigos en Mendoza”, dice complacido. “Pero....una cosa que me extraña es la cantidad de horas que se invierte en hablar de la economía, ¡eso no es nada habitual en otros lugares! ¡Y todo el mundo parece tener una solución a los problemas del país!”, ríe.
“Aunque, debo decir, no son iguales las formas en Buenos Aires, que en mi provincia adoptiva”, aclara. “Los hombres y mujeres de este lugar mágico en el mundo que es Mendoza, tienen una personalidad similar a la zona de donde provengo. Son gente discreta al principio, pero una vez que se intima con ellos, te abren sus casas y su corazón”.
“En Argentina verás lo mejor y lo peor del ser humano”
Más allá del idilio, más allá de los paisajes y la magia de los amigos, para José, Argentina también significó aprender a danzar un baile agridulce. La realidad de un país fragmentado y evidentemente conflictivo, tocó su puerta desde los comienzos, algo por momentos complejo de superar.
En este camino obstaculizado, el español experimentó episodios impactantes, tanto a nivel humano como empresarial: “Un amigo extranjero me hizo una observación sobre el país, que con los años que he vivido acá se confirmó: `En Argentina verás lo mejor y lo peor del ser humano´. En lo personal, he visto muestras de generosidad y bondad infinita, que nunca sentí en España, pero también grados de maldad a los que no estaba acostumbrado allá”, confiesa.
“En Mendoza la calidad de vida cuando llegamos era excelente. En la actualidad, aunque sigue mejor que en Buenos Aires, se ha complicado con el problema de la inseguridad. Es muy duro vivir en un país, sobre todo si uno tiene hijos, donde te pueden asesinar para robarte una bici o un celular. Y ahí es donde comienza uno a pensar si ya es el momento de volver a España, donde uno puede vivir con más tranquilidad”.
“También me da mucha pena ver el agrandamiento de la grieta. Yo he decidido no hablar de política, pues son temas muy sensibles y sinceramente prefiero mantener un amigo o amiga, que perder a alguien que aprecie. En los últimos años de mi vida he pasado por momentos dramáticos, tanto en lo personal como en lo profesional, y reconozco que hubo muy poca gente preocupada de mis problemas, pero los que lo han hecho se volcaron con una generosidad que nunca olvidaré y fueron parte fundamental para salir adelante”, continúa pensativo.
“Desde el punto de vista empresarial, reconozco que me he sentido sobrepasado al intentar sobrevivir en Argentina. Traje la idea de cumplir con las reglas al 100%, pero la experiencia me ha demostrado que es extremadamente difícil mantener una empresa abierta cumpliendo con las obligaciones laborales, fiscales, y tantas más, tal como hice siempre con la gestión de la bodega. Tuve el privilegio de trabajar con personas excepcionales que fueron esenciales para desarrollar O. Fournier. Gracias a ellos llegamos a ser una de las bodegas líderes a nivel mundial por sus vinos, por su arquitectura y por su restaurante, liderado por mi exesposa, con quien disfruté de muchos momentos únicos y de quien aprendí varios de los secretos de la gastronomía, que ahora pongo en práctica como chef”, expresa José, quien junto a su exmujer, en el 2018, decidieron vender la bodega y buscar nuevos horizontes personales, que incluyen la consultoría, la escritura y la realización de eventos gastronómicos de primer nivel, tanto en Buenos Aires como Mendoza.
Aprendizajes de una Argentina que enseña a reinventarse
Allá, en un lejano septiembre del 2006, junto a su familia, José Ortega Gil-Fournier arribó a un suelo que consideró maravilloso desde el primer día. Su espíritu aventurero y trabajador, buscó desde el comienzo enriquecerse y enriquecer el mundo de sus hijos. Para el español, vivir en otras tierras significa ampliar los horizontes mentales y, en aquel camino, fomentar una mayor empatía en el planeta.
“Y en estos quince años argentinos aprendí que cada país tiene sus ventajas e inconvenientes. Aprendí a echar de menos a mi familia y a mi país de origen. Aprendí a nunca olvidar - aunque me toque volver a España- a todos los amigos y amigas que dejaré aquí y que espero ver constantemente si eso sucediera. Argentina me enseñó a apreciar el amor por la familia, la importancia de los amigos. Acá aprendí a valorar la capacidad de argentinas y argentinos de reinventarse y no bajar los brazos para salir adelante”.
“Siento cierta melancolía al ver que acá no se puede tener un poco más de estabilidad y tranquilidad en nuestras vidas”, se conmueve. “He conocido a personas excepcionales con un talento especial. Gente muy trabajadora y honesta que sale adelante. Pero también conocí personas sin escrúpulos que hacen mucho daño a la imagen de la Argentina en el exterior. Siempre me queda la sensación de que aquí se admira más al vivo que al honesto. Y eso es una pena. Una verdadera pena”.
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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