Dejar Argentina dolió, pero un amor la llevó descubrir algunas herramientas esenciales para trabajar y entablar amistades en sociedades dispares: “No se queden en la comodidad de YouTube, Netflix, Google Translator. ¡Desafíense!”, dice
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Carla no podía imaginar sus días fuera de la Argentina, pero así es la vida a veces, fluye por caminos inesperados. El primer indicio de que su rumbo podía cambiar surgió cuando se enamoró de un alemán que trabajaba en Buenos Aires. Lejos de ser un amor pasajero, su vínculo se fortaleció hasta que, cierto día, los proyectos de su novio concluyeron, un suceso que afectó el futuro de una joven arraigada a su patria.
Dispuestos a apostar por el amor, decidieron casarse y Carla tomó la difícil resolución de acompañar a su marido en su camino laboral, de regreso al país germano. La noticia no fue bien recibida y fue la parte más dolorosa de su experiencia migratoria. Y así, entre la incomprensión y las lágrimas desconsoladas, ella dejó el suelo que siempre amó para volver a empezar en una tierra extraña.
“Mi idea nunca fue irme para siempre, no me podía imaginar la vida en otro lugar”, rememora. “Todo fue demasiado difícil, y además no existía la facilidad de comunicación actual. Por eso no hay dos experiencias iguales en esto de dejar tu lugar de origen”.
Un comienzo agridulce en Alemania: La angustia como motor para encontrar un espacio
Los primeros meses en Erlangen, su nuevo lugar de residencia en Baviera, estuvieron dominados, en parte, por la magia de la novedad. Al comienzo, todo estaba teñido por la adrenalina de lo desconocido, Carla se movía por los paisajes con la sensación de transitar unas largas vacaciones, sin sentir pertenencia. El idilio, sin embargo, llegó a su fin dejando de manifiesto que se hallaba perdida, entre costumbres foráneas y un idioma que no entendía: “La sensación de agobio, por momentos, era muy angustiante. Tenés ganas de salir corriendo, y como en las peores pesadillas, estás estancado en el lugar”.
Sin dejarse vencer, Carla utilizó su angustia como motor para salir adelante, para conocer y aprender. Sabía que debía abrirse camino para transformar sus emociones. Todo dependía de ella, su título universitario como intérprete de conferencias en inglés-español y su experiencia laboral como profesora de inglés en empresas no eran suficientes, entonces decidió realizar un curso intensivo de alemán.
“Y ahí, ya con un poquito más de herramientas, me armé mi CV y salí a `patear la calle´. Dejé mi CV en todos los lugares que te puedas imaginar. Sin darme cuenta estaba dando clases de inglés y español en empresas y universidades populares (Volkshochschulen). Vale aclarar que el tema papeles en mi caso fue simple por estar casada con un alemán: tres años de residente permanente y ahí entonces pude sacar la ciudadanía alemana (con un determinado nivel de alemán, más examen de cultura y cívica alemana)”.
“Erlangen es una ciudad bastante internacional por las empresas que hay en la región. Y es, además, una ciudad universitaria”, continúa Carla. “Sin embargo, de Buenos Aires a Erlangen había un universo de diferencia. Y se extrañaba lo cotidiano. Desde el café cortado con medialunas, estar sentado en una mesa y escuchar hablar tu idioma, hasta la forma en que se deja la propina, en Alemania se redondea: Si la cuenta es 13,30 € le decís al mozo ´Cóbrese 14€´”.
La clave de la inserción: “El idioma es la puerta de entrada a la sociedad, la única manera de entenderla, de que no te la cuenten”
A pesar de que su alemán comenzaba a tomar forma, el idioma fue el impacto más fuerte. En aquel desafío, Carla aceptó cada invitación, como aquellas al cine (siempre doblado), donde apenas podía apreciar las imágenes como si fueran dibujitos.
Sin embargo, no poder expresar lo que le pasaba, tanto con sus vecinos, sus colegas o amigos de su marido, fue lo más duro. Al supermercado iba con el diccionario a cuestas (no había Google), e intentaba leer las etiquetas, mientras hacía listas de vocabularios. Antes de una cita médica preparaba con esmero la lista de preguntas y, al final de cada día, llegaba con dolor de cabeza.
“El cerebro no descansa, la concentración es constante. Sin embargo, estaba obligada a usar el idioma y es el mensaje que les transmito a mis alumnos de alemán hoy: No se queden en la comodidad de YouTube, Netflix, Google Translator, etc. ¡Desafíense! El idioma es la puerta de entrada a la sociedad, la única manera de entenderla, de que no te la cuenten”.
Hábitos que se adoptan y costumbres que esconden una razón: “En Alemania el himno es una especie de tabú, no se toca ni escucha nunca”
Desde el comienzo, a Carla le llamó poderosamente la atención el uso generalizado de la bicicleta por parte de su nueva comunidad, algo que adoptó y funcionó, asimismo, como otra herramienta de integración. Durante los primeros tres años se movilizó en dos ruedas a cada rincón, lo que le permitió conocer la región y sentirse “más en casa”.
Y cuando finalmente tomó coraje y superó el desafío de obtener el registro en Alemania, traspasó fronteras y disfrutó de las autopistas alemanas, sin peajes, y de las rutas en excelente estado.
“Vivía de un lado a otro dando clases por miles de lugares. Me permitió conocer a mucha gente y aprender a entender la forma alemana, el porqué de ciertas actitudes. A veces me faltaba cierta calidez, esa cosa bien argentina de hacernos amigos enseguida. Pero, por otro lado, podía confiar plenamente en su palabra y eso me daba seguridad y confianza”, cuenta Carla. “Una costumbre social que adopté enseguida es la de `Kaffee und Kuchen´ (Café con torta) que se sirve a eso de las 15, la pastelería alemana no me la pierdo por nada del mundo”.
“Por supuesto, todo termina más temprano. La vida nocturna no se asemeja a la de Buenos Aires. Pero es mi experiencia de los lugares que conozco. Siempre digo que yo no hablo de Alemania en general sino de la Alemania que yo conozco. Lo mismo de Argentina. El vivir afuera me volvió más humilde y siempre digo: En Buenos Aires, porque en Salta la vida es diferente, o en Bariloche. Y lo es también en Berlín o Hamburgo. Cada lugar tiene su vida y su dinámica”.
Con el paso de los años llegaron los hijos, y junto a ellos, Carla comenzó a experimentar otros aspectos de la sociedad alemana, en especial su sistema educativo, muy complejo: “llevaría mucho tiempo explicarlo para que se entienda”, dice. “Pero es un sistema un poco obsoleto en ciertos aspectos y hasta elitista, lo que también tiene un impacto sociológico. El tema da para un análisis muy profundo”.
“Por otro lado, en Alemania el himno es una especie de tabú, no se toca ni escucha nunca. Es por la historia. No quieren hacer nada que pueda significar algo muy nacionalista. Los alemanes tienen mucha vergüenza de su historia, aun cuando sean ya segunda o tercera generación post Segunda Guerra Mundial. El tema se enseña en la escuela, se habla abiertamente con los chicos y se discute con mucha profundidad. Mi hija de 15 años este año fue de excursión a un campo de concentración. Mi hijo debería haber ido a Auschwitz, pero por la pandemia se canceló”.
Volver a empezar en Canadá: “Creíamos que al ser de `primer mundo´ nos íbamos a encontrar con una vida como en Alemania”
Cuando los hijos de Carla cumplieron 4, 7 y 10, surgió la posibilidad de irse a vivir a Canadá. Así como fue su paso por Buenos Aires, su marido tenía ante sí un proyecto que los llevaba a Winnipeg por tres años, que finalmente se transformaron en seis.
La empresa los había enviado como expatriados, con casa, trabajo, auto, el apoyo logístico y económico de la empresa. Mucho más fácil que abrirse camino solo. El primer año, sin embargo, fue tan duro que se cuestionaron la decisión.
“Después de seis años de vivir ahí puedo decir que sí, que fue una experiencia increíble. Me abrió la mente de una manera que Alemania no lo había hecho. Primero, creíamos que al ser Canadá un país desarrollado, de `primer mundo´, nos íbamos a encontrar con una vida como en Alemania. Pero no. Y nos llevó tres años, sí tres años, entender cómo funcionaba la sociedad canadiense. En mi experiencia, ese es otro umbral a tener en cuenta: en seis meses no conozco un país, menos que menos una sociedad. Recién pude decir que me `sentí´ en casa, tanto en Alemania como en Canadá, a partir del tercer año”.
“El shock cultural estuvo. En las cosas más simples como las más complejas. Un punto muy conflictivo fue el sistema de salud. Lamentablemente en Canadá en general el sistema de salud no es de lo mejor, y en la provincia de Manitoba es aún peor. Listas de espera de meses para especialistas, ecografías, estudios simples. El médico de cabecera que atiende en la `walk-in clinic´ (consultorios de paso) a la entrada del Walmart (sí, hay consultorios en los supermercados), mis hijos estuvieron cuatro años sin pediatra, el médico de cabecera hace las veces de ginecólogo. Más de una vez pensé que si algo grave pasaba nos volvíamos inmediatamente a Alemania. Eso tuvo peso, finalmente, en nuestra decisión de regresar”.
“Otro tema no menor fue el clima, si bien esto puede ser subjetivo. Para mí los inviernos fueron extremadamente fríos y largos. Sin embargo, los canadienses tienen un dicho: No es que hace frío, el problema es que no llevas la ropa adecuada. La vida sigue como si nada. Los chicos salen al recreo al exterior hasta los 25 grados bajo cero. Si hace 26, el recreo es dentro de la escuela, que, a diferencia de Alemania, es contenedora. Es sinceramente excelente”.
“Los veranos, por otro lado, son muy calurosos y soleados, muy lindos, se disfrutan mucho. En cuanto a la calidad humana, los canadienses se ocupan y preocupan, son muy reservados, muy cuidadosos de su privacidad y sus tiempos. Me siento muy afortunada de haber tenido la oportunidad de conocerlos y de tener amigas canadienses que adoro. ¿Cómo logré esa amistad? A partir de participar como voluntaria en actividades de la escuela. Es una de las mejores maneras de conocer gente, aprender y de empezar a relacionarse en un ámbito entre formal e informal”.
Trabajo y calidad de vida en Canadá: “En la Canadá que yo conozco existen dos realidades totalmente diferentes”
A los dos meses de su llegada a Canadá, Carla comenzó a dejar su CV por todos los rincones con la intención de dar clases de inglés y español en empresas. Pronto descubrió que en Winnipeg no era algo habitual y ella, que siempre había trabajado, se halló perdida. Recurrió a un plan B y C, que tampoco funcionaron. Entonces recordó la vez que le dijeron que la clave de emigrar era tener plan A, B, C, D, E hasta Z: “Si nos quedamos con una sola idea, vamos a frustrarnos y no seremos capaces de aprovechar la oportunidad”.
Cierto día un conocido le sugirió que dicte clases en alemán, algo que Carla nunca se había planteado. La certificación para enseñar alemán como lengua extranjera la tenía, era cuestión de probar suerte. Se presentó en la University of Winnipeg y la contrataron.
“Hubo un factor suerte: una profesora se había jubilado y estaban buscando gente nueva. Y así fue. Durante cinco años trabajé como profesora de alemán en la universidad. Hermosa experiencia. Y al año y medio de llegar a Canadá, me ofrecieron también la capacitación para trabajar como intérprete en la comunidad (en ámbitos difíciles junto a asistentes sociales, como, por ejemplo, refugios de mujeres víctimas de violencia de género), que después devino en intérprete en el área de salud, en tribunales, en escuelas... Me permitió conocer gente fuera de mi burbuja, poder ayudarlas en la barrera que es no saber un idioma, acompañarla en momentos difíciles y sentir que lo que hacía iba más allá de mi trabajo”.
“En la Canadá que yo conozco existen dos realidades totalmente diferentes y opuestas: la realidad del `sueño americano´, con esas lindas casas y coches y vacaciones y chicos haciendo deportes y de shopping. Y la realidad de la pobreza absoluta, de los indigentes, de la gente durmiendo en la calle o bajo los puentes o en las paradas de colectivos (donde todos los inviernos hay muertos por las bajas temperaturas). Esa Canadá de la que nadie habla por desconocimiento. La droga está haciendo estragos. En general, esa población es la de los indígenas. ¿Es peligroso Winnipeg?, mi respuesta es: sí y no. El norte de la ciudad, mejor evitarlo. El sur es seguro, cómodo, agradable”.
Volver a Alemania, doler y reinventarse: “El que emigra tiene que saber que hay que ser flexible”
Tras seis años en Canadá, el proyecto del marido de Carla finalizó y la familia decidió regresar a Alemania. No fue fácil, sus hijos, que se fueron niños y regresaron adolescentes, atravesaron una tristeza profunda al dejar su lugar, sus amigos, su vida.
Fueron épocas de lágrimas, cansancio mental y emocional, tuvieron que enfrentarse a una realidad diferente, a una escuela poco empática y paciente. Sin embargo, en aquel regreso se habían evaluado muchos aspectos, entre ellos, el sistema de salud, la educación universitaria pública y el hecho de que en Erlangen tenían una casa propia.
“Como en toda decisión, se pierde y se gana al mismo tiempo. Para mí fue empezar de cero una vez más. Las clases de inglés y español no estaban más en auge. Contacté a mis exempleadores, les conté que estaba de vuelta y enseguida estaba trabajando de nuevo, pero ahora como profesora de alemán”, continúa Carla, quien se capacitó para dar cursos de alemán para refugiados, principalmente ucranianos. “Así me encuentro hoy, haciendo algo también que me fascina, conociendo nuevas realidades, redescubriendo Alemania. Me tuve que reinventar. El que emigra tiene que saber que todo es dinámico, que hay que ser flexible”.
Los regresos y aprendizajes: “Al tener hijos las prioridades cambian y creo que les puedo brindar una vida más tranquila y estable en Alemania”
Carla jamás imaginó una vida fuera de Argentina, pero hoy suele decir que “la vida muy probablemente sea diferente a nuestro plan original”. A pesar de su destino inesperado, hay algo que nunca cambia: Argentina es su lugar en el mundo, la tierra que la vio nacer y crecer, y que le brindó las herramientas para desarrollarse más allá de sus fronteras.
A sus hijos siempre les transmitió su amor por su país, los tres tienen pasaporte argentino desde que nacieron y sienten la bandera. Tanto en Erlangen como en Winnipeg, la comunidad argentina es grande y Carla comparte tiempo con sus compatriotas, algo que considera enriquecedor.
“La inserción en la sociedad no excluye el contacto con tu gente. Se complementan. Porque a veces necesitamos hablar argentino y hablar de temas en común, de lugares comunes, de experiencias comunes. Se siente bien”.
“Mis hijos hablan el español rioplatense, aman las comidas argentinas, toman mate, son de River como el abuelo y la tía, el equipo nacional de la casa es Argentina. Escuchamos rock nacional, la radio y hablamos de política; como dicen ellos: Mami, nosotros somos 50% alemanes y 50% argentinos. Con orgullo. ¿Volver a Argentina? Soy de las que dicen: nunca digas nunca. Uno nunca sabe las vueltas de la vida. Es el país de mis costumbres originales. De mi ser puro. Nunca renegaría de ella. Siento orgullo de ser argentina. Reconozco sus dificultades, todos sus aspectos negativos, sus crisis …”
“Muchas veces me recriminan que hablo así de Argentina porque tengo la suerte de vivir afuera. Sí, entiendo que vivir en Argentina hoy no es nada fácil. Pero vivir `afuera´ tampoco lo es. Tiene muchos aspectos positivos, claro, no voy a negarlo. Pero el irte significa perderte parte de tu vida, y de la vida. Cada vez que me voy de Argentina dejo un pedacito de mi corazón en Ezeiza. Pero hoy sinceramente la idea de volver no está contemplada. Y lo digo con mucho dolor y mucha tristeza. Pero al tener hijos las prioridades cambian y creo que les puedo brindar una vida más tranquila y estable en Alemania, donde ya están totalmente reinsertados”.
“Yo no me siento ni alemana ni canadiense. Pero tampoco 100% argentina, pertenezco a los tres lugares y me identifico con ellos. Son parte de mi ser. Lo interesante es que en cada lugar desarrollás una identidad diferente. Es un mecanismo de adaptación. Eso es también parte del emigrar, te hace resiliente y te enseña a que no todo es simple en la vida y sin embargo hay que seguir. Nada es imposible si uno se lo propone. Se aprende de los logros, pero más de los fracasos. Y lo que más valoran mis hijos es su mente abierta. Poder ver el mundo desde diferentes perspectivas. Si hay algo que deja la experiencia de vivir en el extranjero es precisamente eso: el emigrar es un viaje de ida. Nunca volvés a sentirte igual”.
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