Emanuel Ginóbili y la obsesión por crecer
Si los Juegos Olímpicos de la Juventud hubieran existido en los años 90, cuando Emanuel Ginóbili transitaba su adolescencia, no habría sido convocado para representar a la Argentina. Una verdadera paradoja teniendo en cuenta que, con el correr del tiempo, se transformaría en uno de los deportistas más importantes de la historia de la Argentina.
Manu no podría haber estado en esos hipotéticos Juegos ya que, en 1993, cuando tenía 15 años, sufrió una de las mayores decepciones al ser cortado del seleccionado de básquet que iba a representar a Bahía Blanca en el Campeonato Provincial de Cadetes. Medía entonces 1,76 metros y pesaba poco más de 50 kilos. Otros con mayor potencia física ocuparon su lugar. No podría haber representado al país si ni siquiera podía representar a su ciudad.
Aquella frustración y otras que vivió en su juventud, como haber descendido con su querido Bahiense del Norte en su primera temporada en Primera, en la liga local, cuando tenía 17 años, marcaron su carácter y explican en parte su personalidad ganadora, su deseo de superación y la búsqueda de la excelencia. Como un alquimista moderno, no bajó los brazos, e impulsado por la fuerza del deseo pegó el tan ansiado estirón pasados los 18 años, para alcanzar finalmente 1,98 metros de altura y transformar esos reveses en energía positiva. Y a fuerza de talento, corazón, inteligencia y profesionalismo, redobló la apuesta y fue por más. Lo que siguió es conocido: una trayectoria de 23 años en el máximo nivel del básquet mundial, que incluyen la participación en cuatro Juegos Olímpicos, con logros inéditos y extraordinarios. Así lo demuestran los cuatro anillos de la NBA y, especialmente, junto con la Generación Dorada, el Oro Olímpico en Atenas y el Bronce en Pekín, en el que fue el abanderado de la delegación argentina. Más importante aún fue la forma en que obtuvo esos logros. Respetando sus procesos internos de crecimiento, sin atajos ni ventajas y, sin perder la autoestima, anteponiendo al equipo por sobre el protagonismo personal.
Hoy, cuando cientos de jóvenes atletas argentinos y otros tantos extranjeros se preparan para competir y escribir su propia historia, ese legado de Ginóbili es un faro que no deberían soslayar.
Como me expresó Jorge Valdano para Manu. El cielo con las manos, la biografía de Ginóbili que escribí, "su carrera nos dice a todos que ‘se puede’. Su mensaje dentro de la cancha es que los obstáculos solo indican el tamaño del desafío. Su mensaje fuera de la cancha, en una época en que los deportistas son héroes amenazados por la vanidad, es que se puede ser una primera figura internacional y una persona digna. De esa forma, el héroe devino en maestro". Si la sabiduría de ese maestro –que no busca enseñar, parafraseando a Sergio Oveja Hernández– ilumina a las generaciones que vienen, la figura de Manu, ya legendaria, habrá conseguido el mejor de sus logros.
Daniel Fresco
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