Ellas, las más chicas
Si algo ha cambiado rotundamente en los últimos años entre las adolescentes, es el repertorio de manifestaciones propias de la femineidad. Cada época diseña un modo de transitar la adolescencia, con sus códigos, modas y síntomas. En nuestra cultura, su llegada se anuncia, en general, con un frente de tormenta que se desata en el vínculo madre-hija. Allí, con actitud desafiante, las chicas interponen barreras para generar distancia. Displicentes, evasivas y hasta hirientes, vociferan no te soporto, no te metas, y entonces crece la tensión, se desgasta la buena disposición y disminuye la mutua tolerancia.
Este supuesto salto sin transición en el que se perpetúan demandas, caprichos y modos de explorar de chicos con atribuciones (potestades) de grandes, genera desconcierto en los adultos, desajustes en las chicas y algunas batallas en familia. Casi sin solución de continuidad, sin nostalgia y con un smartphone en mano, las nenas se disparan repentinamente de la infancia. Conectadas ininterrumpidamente con sus pares, se vuelven sobre todo osadas en la virtualidad, donde se animan a decirse y a mostrarse todo. Poco más tarde aterrizan, en general, en escenarios –llamados previas– en los que, alcohol de por medio, toman más coraje para desinhibirse y encarar. La noche, la exclusión, la pelea por un pibe con el que más de una quiere estar, parecen necesitar combustible extra para hacerles frente.
Pero el disfraz, hoy llamado pose, de mujercita apetecible con tacos no está a la altura de su maduración emocional. Son torpes en su trato, en sus búsquedas y les cuesta regular o dosificar intensidades. Ciertos baluartes que ostentan y naturalizan entre sus hábitos, como por ejemplo el acercamiento a la sexualidad, son, curiosamente, comportamientos propios de la infancia. La exploración del cuerpo, el tocarse, el mirarse indefinidamente en el espejo (hoy Facebook), la tendencia de las nenas a aferrarse a las amigas cual novias son la coreografía con la que se baila la sexualidad infantil.
Paradójicamente, no hay en la actualidad una conquista exogámica en la adolescencia, y la supuesta libertad y atrevimiento que acompaña el chapar de hoy de las chicas de 13 o 14 años, no es otra cosa que una prolongación en el tiempo de las manifestaciones sexuales de la niñez, aquellas que en otros tiempos se representaban en el juego encubridor del doctor revisando a su paciente. Claro que a esta edad los descuidos podrían tener otros riesgos.
Con asombro para los mayores, se ha extendido últimamente entre las chicas algo que ellas llaman onda lésbica, que supone un contacto erotizado entre mujeres que se saludan con piquitos, abrazos interminables, se peinan y se producen unas a otras y se duermen juntas mirando una serie de la mano. Y esto también es moda. No necesariamente se trata de una elección amorosa homosexual. Muchas veces es sobre todo un refugio, una defensa transitoria por temor a encontrarse con el desconocido mundo de los varones.
Otro paisaje relativamente nuevo (y bastante chocante por cierto) es verlas en situaciones de agresión física, tirándose de los pelos, amenazándose a empujones y piñas reservadas, hasta hace poco, a chicos brutos. Las sensatas reivindicaciones de igualdad con los varones han generado una dilución de las diferencias de género, que se traduce en comportamientos en los que predomina la indiscriminación. Las autolesiones cutáneas, como rayarse la piel de los antebrazos, o los desórdenes alimentarios severos, más frecuentes en mujeres, son variantes psicopatológicas que se escenifican en el cuerpo y conllevan riesgo. La insatisfacción, la esclavitud de la imagen, las distorsiones en relación con el esquema corporal, tensiones y conflictos con sus afectos cercanos, golpean la autoestima y las vulneran más de lo que resisten en ese momento del crecimiento.
Es difícil entenderlas y ayudarlas, interviniendo, filtrando sin ser intrusivas de su intimidad, ni complacientes a ciegas. Es éste un momento vital turbulento, que pide de los padres una mirada atenta pero no asfixiante, interesada pero respetuosa a la vez, coherente y, sobre todo, sin miedo.
* la autora es psicoanalista