Tras un plan frustrado, una nueva propuesta cambió su vida para siempre...
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“¿Qué te parece si empezamos a jugar al tenis?” Mariana aplaudió la propuesta de su amiga de la infancia, deseosa por mover un poco el cuerpo, compartir risas y ponerse al día. Cuando llegaron expectantes a las canchas un domingo de mayo, pronto arribó la desilusión: no había ninguna libre. Decididas a no resignar la parte de las risas y la charla, se dirigieron a Locos x Fútbol, en Caballito, donde tomaron algo y vieron un partido de Coria.”¿Querés venir a la quinta a almorzar que tenemos invitados?”, una nueva propuesta salió de los labios de su amiga, quien, con una mirada pícara, agregó: “Uno de los chicos que viene es un potro”.
Mariana, que tenía ganas de pasarla bien, no dudó en sumarse. En la quinta, por otro lado, también había cancha de tenis, ¡se podrían sacar las ganas! Jamás hubiera imaginado que aceptar aquella invitación le cambiaría su vida para siempre.
Un chico de la selva misionera
Ya en la quinta, Mariana se acercó a la cancha, mientras su amiga le señalaba al famoso “potro” que, a decir verdad, en un comienzo un poco la desilusionó, aunque nunca había sido fanática de los chicos perfectitos, todo lo contrario y, en definitiva, tampoco había aceptado la invitación para encontrar novio.
Aquel día la pasaron genial y Mariana comenzó a frecuentar la quinta todos los domingos. Pronto supo que Beto había llegado de San Pedro , plena selva misionera, a Ezeiza a los 18 años, con una primaria finalizada a los 14. Ahora tenía 28 y estaba mejor plantado en una vida que en nada se parecía a la de ella, una chica de clase media acomodada, egresada de colegio y de una universidad católica. Su círculo de amistades, de hecho, lejos estaba de sus nuevos amigos de la quinta, cuyas historias tenían sabor a aventura.
“Pero, a pesar de toda su experiencia de vida, Beto era muy de perfil bajo en contraste conmigo”, rememora Mariana. “En la quinta jugábamos todos al tenis, a las cartas y así pasamos todo el invierno del 2006 hasta que en agosto se produjo un impasse y todos dejamos de ir”.
El reencuentro y la confesión
Cuando octubre arribó, a Mariana le llegó el anuncio de que se reanudaban los encuentros. Quedó sorprendida de su propia felicidad, acompañada por una exquisita ansiedad por volver a reencontrarse con todos, en especial con Beto, aquel chico tan diferente a ella, que chocaba con su mundo.
A partir del reencuentro, estos se sucedieron, mágicos, embriagados por la primavera hasta la llegada del verano y del día de la gran fiesta de cumpleaños de su amiga. La quinta del Trébol se colmó de gente y nadie del grupo íntimo se perdió la cita, tampoco Beto, quien envalentonado por el ánimo festivo, se acercó a Mariana para contarle un secreto: “Sabés, hay una chica de la que estoy enamorado”, le dijo. “Se llama Mariana”.
La joven primero lo miró extrañada, pero, apenas comprendió que se trataba de ella, percibió una extraña electricidad recorriendo su cuerpo, ¿qué le pasaba? “Entonces no tuve dudas”, cuenta. “Veníamos de mundos dispares, pero quería darnos una oportunidad”.
“La diferencias que teníamos no eran solo de costumbres, también de edad. Él tenía 28 y yo 35″, continúa. “Pero con el tiempo supimos que compartíamos la esencia: la bondad, la nobleza, la practicidad y el amor por la vida”.
Dos realidades distintas unidas: “Fue mucho sacrificio”
Los años pasaron y para Mariana y Beto llegaron los primeros aprendizajes. Él la había abierto a un mundo nuevo, desconocido hasta entonces. Mariana venía de una realidad que parecía inamovible, una identidad otorgada en donde el ambiente que frecuentaba era frívolo. Antes de la llegada de Beto, ella se movía en aquella esfera con la sensación de que algo estaba desencajado en su vida: “Beto era todo un mundo distinto para mí, tenía experiencias de película que me contaba de su niñez en medio de la selva y a mí, que había aprendido a patinar en el living del departamento de mis padres, me deslumbraba y lo admiraba”.
Pero el enriquecimiento de sus mundos fue mutuo. Beto le abrió la mente a Mariana y, ella lo alentó cada día, en especial cuando se anotó en secundario de Parque Chacabuco: “Lo hizo, previendo un futuro juntos, que incluía formar una familia. Fue mucho el sacrificio, pero con la ayuda de mis padres se pudo lograr”, dice ella, emocionada.
El apoyo de la familia como pilar fundamental y una quinta inolvidable
Tras más de dos años de relación, llegó Sofía, su primera hija. Con el amor multiplicado, Beto apostó por más, y se anotó en la carrera de Técnico Dental. Al finalizar sus estudios llegó Agustín, su segundo hijo.
“Yo siempre trabajé en bancos como contadora y eso me demandaba estar fuera de casa; nos replanteamos y convenimos que Beto armara su propio laboratorio y renunciara a la relación de dependencia para poder dedicarse a la logística diaria de los chicos. Fue un gran esfuerzo por parte de él. Los chicos crecieron en familia y con amor Sofi ya con 14 y Agustín con 10 son niños maravillosos”, se emociona.
Esta historia de amor, que ya lleva 17 años, es una que Mariana comparte con orgullo. Para ella, son el vivo ejemplo de que la unión de dos mundos dispares no solo es posible, sino que es un regalo: gracias a ello, ambos desplegaron sus alas como jamás lo hubieran imaginado.
En el camino su familia fue fundamental. A pesar de las distancias geográficas y sociales, nunca se opusieron, en definitiva, saben que cada día ellos se proponen seguir probando, tal como se lo propusieron aquella noche de diciembre, tantos años atrás.
Tal como también se propusieron allá a lo lejos, en la primavera del 2008, cuando en un día mágico, se casaron en la quinta de su amiga, la celestina de la historia.
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