Elige tu propia aventura. Escapadas en distintos formatos
Cae la tarde en la playa. Nico y sus amigos se preparan para entrar al mar. El frío y el viento no molestan dentro de sus trajes de neoprene. De hecho, el viento es el ideal para surfear, y ese es justamente uno de los atractivos que traen cada vez más gente a esta playa. En verano, pero también en invierno. "Buenas olas, lindas playas, un gran paisaje", sintetiza Nicolás Hermida, de 24 años, propietario del NH Surf Shop, de Chapadmalal, ciudad que con su ritmo tranquilo, cuenta, "cada vez atrae más gente que se escapa de la ciudad un par de días a pasar el rato y disfrutar de estar al aire libre".
Surfear o simplemente caminar y sentarse a orillas del mar a contemplar la porción de playa rodeada de acantilados, esa es parte de la propuesta de esta ciudad costera que hoy cuenta con un pequeño circuito gastronómico que atrae a un número cada vez mayor de grupos de amigos y familias. Claro que esta es solo una de tantas opciones de escapadas posibles a unas pocas horas de Buenos Aires; incluso muchas de ellas no requieren mayor planificación que emprender camino al destino con un par de coordenadas que permitan dar con los lugares o las actividades claves.
Algunas de esas escapadas son las que cuentan los cronistas en esta nota, que reúne salidas a la medida de las ganas y de los participantes: solo, con amigos, en familia, en plan de aventura o de tour gastronómico. ¡Hay para elegir! Está Chapadmalal, con su actual impronta entre hippie y cool, Tandil en plan kids (y pets) friendly, un tour foodie que une tres pueblos bonaerenses, una salida de pesca que no requiere más que ganas y una escapada –avión de por medio– que combina esquí y paseo de compras en el vecino Chile.
Naturaleza y un ambiente cool
Entre los secretos mejor guardados de la Costa Atlántica, sobre la Ruta 11, está Chapadmalal. A veces olvidado por el circuito turístico tradicional, aunque bien famoso por sus acantilados y sus olas, este poblado se materializa 15 kilómetros al sur del faro Punta Mogotes, ahí donde las construcciones empiezan a mermar y el paisaje se torna más abierto. La visual del mar en el horizonte, interrumpida solo por acantilados impresionantes, es el escenario de entrada a Chapadmalal, el destino que elegimos con mis amigos para una escapada de fin de semana. Al llegar, algo sucede. Es como automático: las revoluciones bajan, la respiración se acompasa y la sonrisa nos inunda la cara.
Quizás hayan sido los surfers los primeros en poner en boca del circuito joven las coordenadas de este místico destino. Lo cierto es que cada vez son más los que llegan acá buscando un lugar para conectar con la naturaleza y el mar. Incluso creció la población permanente del lugar, impulsada por quienes se instalaron en pos de un estilo de vida más tranquilo. Y con ellos surgió una nueva movida gastronómica y hotelera.
Fiel a su estilo descontracturado y perfil bajo, Chapa tiene su restaurant a puertas cerradas. Para ir a Lo de López hay que prender el GPS y reservar con anticipación, pues son pocas las mesas en lo de Alejandro, que abre su casa para agasajarnos con pescados y mariscos alucinantes. Una vez allí, todo es disfrute. Buen ambiente y manjares caseros hacen de este restó una elección perfecta para darse una panzada con amigos. La Olita, a pocos metros del balneario Luna Roja, también está muy alineado con la energía de la zona. Con ambiente familiar y frente al mar, ofrece alojamiento y una cocina con platos del día, menú a la carta y cerveza artesanal de elaboración propia. Además, es un espacio donde encuentran su lugar bandas en vivo, clases de yoga y talleres de alimentación consciente.
Para los amantes de las tablas, no hace falta aclarar que Playa Chapadmalal es un surf point en sí mismo. Pero la magia de este lugar trasciende la calidad de sus olas. Siempre se puede estacionar el auto en un acantilado (no apto para quienes sufren de vértigo) y ver el sol caer con un mate en mano. Y si vas con un grupo de amigos timbero como el mío, seguramente todo gire en torno a las cartas.
Una joyita que pocos conocen es la playa que está justo antes de La Paloma (yendo hacia Mar del Plata). Ahí donde la calle Los Pescadores muere en el mar, se deja el auto y se baja a pie por un cañadón de tierra. Se llega a una playita de arena con acantilados en primer plano y privacidad total (o el lugar ideal para jugar un partido de Crapette). A esta playa escondida nos llevó un amigo y, aunque quizás no sea tan secreta y probablemente tenga un nombre mucho más oficial, para nosotros siempre será La Playa de Urraca.
Olivia Torres Lacroze
Tres destinos para saborear
Qué placer, esa sensación de subirse al auto en un día soleado de invierno, apuntar hacia el sudoeste de la provincia de Buenos Aires y recorrer un horizonte de campo, entre cultivos de cereales, estancias arboladas y ganado disperso. Es un viaje corto, hora y media o dos de manejo tranquilo. Saliendo de mañana, se llega en horario ideal para estirar las piernas, visitar las plazas históricas, recorrer una antigua estación de tren y culminar en el ansiado almuerzo. Un paseo familiar, para ir y volver en el día; o, mejor aún, para dormir allá y disfrutar del aire silencioso del turismo rural. Todo esto ofrecen Uribelarrea (a 86 km de CABA), Lobos (103 km) y Navarro (130 km), tres destinos hilvanados, repletos de sabores deliciosos.
Uribelarrea es bien conocido: desde hace años viene realizando un prolijo márketing gastronómico, con apenas 1300 habitantes que dan vida a restaurantes, pulperías, parrillas y casas de té. Hay para elegir, con calidades diversas. La esquina de Macedonio ofrece carnes al asado y pastas caseras; ahí nomás La Uribeña produce su propia cerveza; más allá está el Palenque, una construcción de casi 130 años de historia; y el favorito personal, la esquina de Pueblo Escondido, donde proveerse de quesos y charcutería casera. Todo sin olvidar Valle de Goñi, un tambo caprino donde merendar con un perfecto dulce de leche de cabra; y la escuela agrotécnica salesiana Don Bosco, con producción de quesos, huevos de campo y dulces.
Si Uribelarrea es bucólico, Lobos une campo con modernidad. Las afueras de la ciudad muestran paisajes pacíficos dominados por la laguna; el centro en cambio vive una renovación gastronómica, con hamburgueserías, cervecerías y varios restaurantes. En Lobos hay actividad: paracaidismo, pesca, golf, polo; también se puede visitar la casa donde nació Juan Domingo Perón. Quien busque comer rico, tiene dos opciones ineludibles: en 12 Servilletas, la dupla de Ernesto Oldemburg y Carolina Mendoza abre su casa con un menú de cuatro pasos para los sábados a la noche (en vacaciones suman algunos mediodías, reservas en exclusiva por sus redes: @12servilletaslobos). Utilizando productos locales (cordero, quesos, incluso vinos Don Atilio, de Uribelarrea), podrá haber unos perfectos ravioles de ricota y nuez con hongos de pino, un goulash con spätzle o un lomo al vino tinto, entre más opciones. Todo muy sabroso, en un ambiente donde dan ganas de quedarse charlando hasta altas horas de la noche. Otro gran punto de la ciudad es Cantina Villapicante, un lugar que es pura alegría, con paredes grafiteadas, mucha madera y manteles de colores intensos, que apuestan a pescados y mariscos frescos. Muchos van por el pulpo a la gallega o a la plancha, otros por los pescados enteros, varios más por los langostinos o la generosa milanesa de surubí. Dato: la pareja a cargo, Andrea y Gonzalo, trabajaron antes en las playas de Cerdeña, en Italia, donde se enamoraron de los sabores del mar.
El tercer destino de este plan gastronómico está a unos 30 kilómetros de distancia: la ciudad de Navarro, con su laguna en un borde y una calma pueblerina. Precursora en el turismo de la zona es La Lechuza, uno de esos restaurantes de campo donde pasar el día completo. Pero la mejor cocina se consigue en Don Julio, lugar que se define como "campero mediterráneo". Su creador, Nicolás Minetti, se dedicó a los fuegos en Alicante, España; y de vuelta en sus pagos decidió unir todo lo aprendido. La casa de ladrillos es acogedora, con paredes repletas de frascos de chutneys y conservas. Para comer, el mix va desde un tremendo bife de chorizo con papas a la provenzal, huevos fritos, aros de cebolla y chimichurri a la provoleta con tomates asados, jamón crudo, albahaca y aceitunas negras, pasando el papillote de besugo relleno de verduras asadas y papas confit.
Rodolfo Reich
Un ski week comprimido
No tenía ni tiempo ni ganas de tomarme un vuelo largo. No quería gastar mucho, pero necesitaba cambiar de país, de gente, de paisaje, de marcas, de compras. Además, me encanta esquiar, pero no me dio para un ski week completo y me pareció raro andar toda la semana solo entre las pistas. Porque sí, este viaje me lo planteé para estar solo, para tener una escapada conmigo mismo.
Busqué ofertas en el teléfono, algo que me empuje a viajar, hasta que me apareció un vuelo directo a Santiago de Chile saliendo a las ocho de la mañana de Ezeiza. Un horario cruel, aunque el precio estaba regalado. Puse click en comprar, casi sin detenerme a pensar en los detalles, y sentí esa pequeña adrenalina de cuando sacamos un pasaje de manera inesperada.
El madrugón fue espantoso pero valió la pena, pues a las diez de la mañana estaba haciendo mi check in en un hotel boutique (el NH) de Vitacura, la zona más conveniente en términos estéticos y de cercanías de Santiago. Dejé mis cosas tiradas en la cama y bajé a Casacostanera, un mall con marcas de lujo y opciones accesibles. Desayuné ahí mismo, en el bistró Millefleur, y realmente me sentí en París. Después, me puse a comprar de manera furiosa, y para desquitarme por las cosas que no conseguí en ese shopping me fui al Costanera Mall, una opción mucho más grande donde te podés pasar horas en el H&M más completo de la región.
A las dos de la tarde me junté con una amiga chilena almorzar en La Vinoteca, porque todo el mundo me hablaba de lo genial que era ese lugar. Probé el menú desgustación de seis pasos maridados con doce vinos, y fui feliz. Después dormí la siesta, anduve en monopatín eléctrico por las calles tranquilas de Vitacura y para la noche reservé una mesa en Boragó, el restaurante número 27 entre los 50 mejores del mundo. Googleen Boragó, realmente hay que ir.
El día siguiente me lo pasé esquiando en Valle Nevado sin abandonar mi hotel en Santiago, porque allá todo es cerca. El tercer día fue más turístico y cultural: visité el famoso cerro Santa Lucía y saqué fotos desde el funicular, tomé un café en Altura y conversé con los mejores baristas de la ciudad, y terminé en el Centro Gabriela Mistral con su inmensa bibliteca y salas de exposiciones. A la noche comí con otro amigo en Sotovocce (una reversión chilena del clásico argentino), justo abajo de mi hotel.
Al mediodía siguiente tuve que irme al aeropuerto, porque mi vuelo inesperado y en sale partía a la una de la tarde. ¿Que si me quedó algo por hacer? La respuesta es no.
Luis Corbacho
Desconexión baby friendly
Ya había estado de pasada algunas veces, y siempre me había llamado la atención su belleza sorpresiva. Esa sensación de estar viendo la ruta llana y de pronto empezar a notar pequeñas crestas en el horizonte, que un poco más adelante se convierten en sierras hechas y derechas y te hacen sentir a años luz de la ciudad. Es que Tandil es así: apenas a 370 kilómetros de Buenos Aires, resulta un lugar perfecto para el descanso y la desconexión, reemplazando rascacielos y tráfico por paisajes escarpados y profusión de verde.
Decía que ya había estado antes, pero me terminé de enamorar en diciembre del año pasado. Fue el lugar elegido para pasar fin de año con mi familia, que incluye una beba de un año y una dachshund (salchicha) mini. Y para quienes piensan que viajar con perro + bebé es difícil, les cuento que Tandil nos lo hizo bastante fácil. No solo hay varios hoteles que aceptan a ambos, sino que hay muchos programas para hacer al aire libre entre todos. Por ejemplo, la subida al imponente Monte Calvario -se dice que es el tercer Vía Crucis en importancia del mundo-, la visita al Cerro Centinela, la caminata a la (réplica de la) Piedra Movediza, las excursiones en el Valle del Picapedrero, la ida al Parque Independencia y su Castillo Morisco, las múltiples opciones deportivas en el Dique y Lago del Fuerte, entre muchas otras actividades.
¿Qué más tiene Tandil que lo hace la escapada perfecta? Es amable, es rico, es lindo. Me explayo: su gente tiene vocación de servicio y un excelente trato, haciendo que hasta pedir indicaciones sea agradable. Entienden que el turismo es una gran fuente de su economía, y así lo honran. Luego, su cocina casera es variada y muy sabrosa (recomiendo enfáticamente pasar por Tierra de Azafranes y Fauna al Sereno) y además es una reconocida factoría de salames y salamines, quesos y conservas. Lo cual me lleva a mi último punto: la belleza más perfecta de esta ciudad puede encontrarse llevando una nutrida picada a cualquiera de sus varios miradores, que permiten verla en su esplendor y en total paz, armoniosa en su contraste entre edificación y naturaleza. Les prometo que (sea por la comida o por la vista) hasta los chicos estarán en silencio.
Vicky Guazzone di Passalacqua
Salir de pesca, pero sin caña
Salir de pesca con amigos, ese es un buen plan, pero mejor aún si no hace falta llevar nada más que las ganas de pasarla bien. Esa es la propuesta de Charly y Rodrigo (www.facebook.com/pescaembarcadorodrigo), nuestros guías de pesca embarcada en Mar del Plata, que a nuestro arribo, alrededor de las 20 del sábado, nos esperaban con un asado en la previa a la salida. Esa hospitalidad de llegar y encontrarse con la mesa lista es similar a la que experimentamos al día siguiente, cuando a las 7 de la mañana partamos rumbo a embarcarnos –haciendo una necesaria escala técnica para aprovisionarnos de medialunas– en las inmediaciones del Torreón del Monje.
La embarcación que nos espera es imponente: casi 9 metros de eslora y dos motores enormes. Y, lo más importante, desde lejos se podía apreciar el equipo de pesca preparado para los ocho como mástiles flameando en el semirrígido. Es una gran ventaja la de no llevar nada de nada, porque para los pescadores –experimentados o no– nos ofrece la posibilidad de salir sin apuro, con la seguridad de no olvidar la carnada, la tanza, los anzuelos ni ningún otro capricho de pescador. Están las ganas de pasarla bien y como único equipaje la mochila que cada uno trajo con lo esencial para una salida de finde.
Una vez adentro del mar la experiencia es placentera. Dos kilómetros de la costa parecen dos cuadras, pero una vez que el timonel pone proa al sur la cosa cambia. Los motores parecen un reloj suizo, el zumbido del viento no deja apreciar que nos estamos alejando de la costa, lo que se nota una vez que se tira el ancla a 17 kilómetros. Parece mucho, pero al ver la ciudad de fondo hace que uno no sienta estar tan lejos. Comienza la pesca y al minuto engancha uno, al minuto y medio otro, y así es hasta que el cardumen que está debajo nuestro se mueve de lugar. Probamos a distintas profundidades: primero al fondo, unos 20 metros, y luego se va acotando hasta encontrar al otro cardumen. Así se van llenando los cajones hasta llegar a seis colmados de pesca variada: anchoas de banco, besugos y algunas corvinas.
Tras casi tres horas de pesca los cuerpos, el cansancio físico comienza a hacerse evidente. Se pone proa al torreón y es ahí cuando uno piensa en los manjares que esperan con tanto pescado camino a casa. Tocamos playa: los guías nos indican que es hora de limpiar y enfriar el pescado.
Alejandro Bogado
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