Eleonora Cassano: el último baile
De formación clásica, en 25 años de carrera rompió con los estereotipos de la bailarina. Ahora encara su despedida, piensa en entregar un poco de todo lo que sabe y celebra la vida en familia. Chapeau!
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Sentada en el borde de un banco, Eleonora Cassano corta con una tijera los bigotes de raso de unas puntas color champagne. Después se las pone, ata las cintas alrededor de su pantorrilla, prolijamente, con obsesión… Si la viera María Luisa Lemos, su primera maestra en la escuela del Colón, la que le enseñó todo, diría que lo hace perfectamente. “Los zapatos de tango me sacaron los juanetes que en toda una vida las zapatillas de danza me perdonaron”, comenta. Luego se levanta de un envión, se aleja picoteando el suelo con un silencioso pas de bourré y sale a escena como ya no lo hará más. Cuando esta noche vuelva al camarín del Luna Park y se quite el traje de Nikiya sentirá en el cuerpo la marca de La bayadera. Porque hoy Eleonora baila su último clásico. Hubiera querido animarse a El lago de los cisnes, pero su columna ya no está para el contoneo de esos seres alados. Le hubiera gustado un papel dramático, de gran interpretación, como Manon, pero el Teatro Colón no la invitó a protagonizar esa obra con la que más de una vez soñó despedirse. Así que el desafío la enfrenta a este Petipa oriental, siempre exigente, que no visita desde hace… 20 años. Siente miedo. Dice que no hay problema con lo técnico, aunque sí se preocupa. Quiere que le salga bien. Como antes.
Antes abre un inagotable paréntesis en la carrera de esta bailarina clásica, bastante poco clásica. No por su formación, que es absolutamente académica, ni por su repertorio, que anota unos cuantos títulos inoxidables, como Giselle. Es que ahora que está por bajarse del escenario uno cierra los ojos y la imagen que se figura de ella no es precisamente la de una sílfide, etérea, con coronita. Más afín a carmencitas y quijotes que han aplaudido en todos los idiomas, en los últimos 25 años Cassano ganó reconocimiento yendo del Colón al Maipo en desprejuiciado rally, sacándose el tutú para posar desnuda en una Playboy que no sabía de Photoshop, marcando pasos de tango, folklore o rock, desfilando en un convertible por la Gran Vía caracterizada como Evita, con la mano saludando, al viento. Además, en su historia que comienza al derecho y se vuelve el revés de la trama, consta que se casó muy joven y que no postergó la maternidad por aquello de que la carrera de una bailarina es corta. Es más, subió a su marido, a sus hijos y hasta a su suegra a giras trasatlánticas con tal de no delegar la crianza. Y, de remate, nunca se ciñó al corset de la alimentación pautada. Comió mucho y, sin culpa, hasta llegar a cenar un plato de canelones con puré. Rotos casi todos los estereotipos, a los 47 exhibe la madurez con esplendor, y su físico, noble, le da la oportunidad de colgar las puntas después de hacer un ballet completo.
Su adiós de largo aliento, que comenzó en septiembre último, tendrá su día D en diciembre, en el Obelisco. Mientras tanto, Chapeau!, como se llama el tour del final, la tiene de aquí para allá, con dos espectáculos (por un lado, un programa mixto integrado por Carmen y Entre tangos y milongas; por otro, La Duarte) alternados en una agenda por el interior de nuestro país y Europa, más algunas incursiones por Asia y Africa. En principio, fue todo esto lo que hizo que le dijera que no a Marcelo Tinelli, cuando insistentemente la convocó para participar de la temporada actual de su popular show de televisión. "Tal vez sea la próxima", se oye en su entorno. A diferencia de Julio Bocca, que en 2007 juró no bailo más y cumplió, Cassano, su compañera fiel, imagina que a partir de 2013 se dedicará a la docencia o a la dirección o a la formación de una compañía propia... y que excepcionalmente podrá permitirse una vuelta al ruedo. Pero en fin, eso será después. Ahora, mientras entra en un vertiginoso tiempo de descuento, ejercita en cada función el chau, chicos del final. Y se llena de recuerdos.
La casa de la calle Pavón. La tarde que vio El lago de los cisnes y quedó prendada. El veredicto de una autorizada Olga Ferri alentando que sí, que la niña tenía condiciones. Las 600 concursantes que, como ella, buscaban su lugar en el Instituto Superior de Arte. Los madrugones para estar cada día, 7.30, tomarse de la barra, con el rodete bien rociado de spray. Las rateadas de Nuestra Señora del Huerto, en el turno tarde, porque siempre había una clase de danza más por tomar. "Esta soy yo, a los 9 años, la primera vez que salí al escenario del Colón", dice sobre un retrato evocador que pone sobre la mesa una selección de sus fotos preferidas. Al dorso, corrobora los datos del que fue, exactamente, el primer gran paso de su carrera. "La Sylphide, 1974, anotó de puño y letra mi mamá." De Lidia Sawicki lo primero que dirá es que es "una típica madre de bailarina". Cuando era chica, estudió en la escuela de danzas del Colón y después bailó en la televisión, algo muy propio de los años 50 y 60. Fue secretaria de Carlos Ginés, precursor de la animación en la pantalla chica, hizo un comercial de cerveza para Alemania y filmó una película con Luis Aguilé. A diferencia de Eleonora, que a los 4 años ya se ponía los dos pies atrás de la cabeza y caminaba con los brazos como un bicho raro, Lidia no pudo entrar en el Ballet Estable. "Por eso tuvo esta obsesión conmigo. Hasta el día de hoy, que sigue mirando mis videos. Mis hermanos, Alejandra y Martín, todavía me pasan factura. Ella siempre me dio más bola a mí."
–¿Y tu papá?
–Horacio Cassano. Era martillero público. Antes de casarse con mi mamá estaba con una bailarina, Olga Francés, y se empezó a vincular con el mundo del ballet. El tenía una boîte muy conocida, Flamingo, frente al Alvear. Muy top. Era como un playboy. El primer auto convertible lo tuvo él: un Cadillac espectacular. Con mi mamá se llevaban 18 años, y se separaron cuando yo tenía 5. Ahí es cuando mi vieja se mete más en llevarme a mí…, siguiendo lo que a ella le gustaba hacer. Mi papá falleció hace 15 años, cuando mi hijo, Tomás, tenía 5 meses. Yo estaba haciendo La Cassano en el Maipo.
–¿Tenés el recuerdo de una infancia sacrificada?
–A mí no me resultó sacrificada, me encantaba. Pero hoy lo pienso y como mamá me parece muy duro para mi hija. Julieta tiene justo 9 años ahora. Si quisiera bailar, podría, pero creo que va a hacer más que eso. Tiene una cosa creativa que yo no tenía. Yo era una madera, muy tímida.
No lucía precisamente de madera cuando egresó del Instituto Superior de Arte e inmediatamente fue contratada para intervenir en producciones de la Fundación Teresa Carreño, en Venezuela. De regreso a Buenos Aires y otra vez en el Colón, con Daniel Escobar, bailó su primer pas de deux: Poulenc a deux, de John Clifford, director del Ballet de Los Angeles. Eleonora prometía en una generación del Ballet Estable que dio a las dos figuras masculinas más emblemáticas de la danza argentina de fines del siglo XX: Julio Bocca y Maximiliano Guerra. De hecho, aunque luego hiciera la carrera que hoy celebra de la mano del primero –con quien su nombre se asoció inequívocamente a tal punto que fueron sencillamente Julio y Eleonora–, con Maximiliano hizo su primera gira importante en los Estados Unidos, invitados por la compañía del mismo Clifford.
Para entonces, Sergio Albertoni ya era mucho más que el atractivo jovencito de shorts celestes que con 190 de estatura y 87 kilos le había cortado la respiración una tarde del verano del 84, en Santa Teresita. La misma noche, en el boliche Babieca, él coqueteó con unas mellizas y ella bailó descalza, con otro, aunque no se sacaron los ojos de encima. Y días después, de casualidad, la encontró en la puerta de la casa que alquilaban los Cassano y… por fin se animó a invitarla a tomar algo. "Desde ese día nunca más nos separamos. Pasaron 28 años y me sigue gustando. Es el hombre de mi vida. No sabría estar sin él ni sabría estar con otra persona."
Cuando se casaron, Eleonora todavía no era mayor de edad. Con un puesto de químico en el hospital de Ituzaingó que cada vez cuadraba menos en el plan de a dos, Sergio empezaba a advertir que se le abría otro camino profesional en el mundo donde se movía su mujer. "Cuando en 1987 volvieron de ganar la medalla de plata en la Competencia Internacional de Nueva York y todas las notas eran para Maximiliano, ahí entendí que a ella le faltaba un manager", observa hoy quien pronto cambió el estatus de esposo polizonte por el de asistente full time. Y con el último suspiro de la década, se integró también como productor al clan de Bocca: un colectivo artístico bastante inquieto, muy a la italiana, encabezado por un especialista en sacarle brillo a figuras del espectáculo: Lino Patalano.
"El debut oficial de la Cassano con Julio, en Caracas, fue de antología. Ella sale al escenario del Teresa Carreño en Diana y Acteón, y… ¡se cae de culo!", rememora Lino, el padrino de Gaeta, gran coleccionista de las anécdotas que durante dos décadas Bocca, Cassano y la familia del Ballet Argentino desperdigaron por el mundo. La mejor de Eleonora tal vez fue en Aix-en-Provence, aquella temporada tan brava de incendios. "Del aeropuerto de Marsella, salimos hacia el hotel en dos coches, para que ellos pudieran estirar las piernas: en uno iba Julio; en otro, Eleonora y yo. Los hidrantes tiraban agua por todas partes. Ella atrás, sola, viajaba muda. Escapándonos de las columnas de fuego, tres veces tuvimos que volver al aeropuerto. Finalmente llegamos al hotel y cuando la miro a la cara le digo: ¿Cómo sufriste, no? Ni se había enterado. Había dormido la hora y media de travesía."
Así, mientras Bocca se iba convirtiendo en un ser mitológico, todo el clan pasaba los meses de ronda con trato de ilustres. Se alojaban en los mejores hoteles, que aunque ofrecieran menú de almohadas no persuadían a Eleonora de que no llevara la propia. "Esta profesión me permitió conocer el mundo, compartir el escenario con estrellas. Que me venga a saludar Lady Di (¡esa mujer tenía un aura!). Bailar en la Plaza Roja, en las escalinatas de Piazza Spagna filmada por la RAI. Cosas que no te imaginás nunca. Y acá me empezaron a dar bola después de tener una carrera internacional, de la mano de Julio, claro. Pero en mi cabeza, siempre manejé la historia de otra forma: Está Julio, pero yo quiero que la gente se vaya hablando de mí también."
–Después empezaste a abrir tu propio camino, a hacer tu experiencia, sin dejar de bailar con él.
–Sentí la necesidad de romper con la situación cómoda de estar siempre avalada o cubierta por Bocca. Hacía cosas por mi cuenta y cuando volvía a él estaba mucho más segura.
Un caso concreto y determinante fue el planteo que les hizo a Bocca y Patalano cuando sintió el profundo deseo de ser mamá. Patalano lo rememora. "Nos sentó y nos dijo que fuéramos previniendo la situación, porque iba a buscar un hijo. Y pasó casi un año y no quedaba embarazada. Entonces, como amigo, le dije: Mientras sigas buscando el chico sin bailar, no va a venir nunca. Y armamos La Cassano en el Maipo." Mientras Sergio terminaba una gira con Bocca, Eleonora estrenó el music hall, que fue a la vez un éxito y una revolución: la bailarina clásica ahora también cantaba en un mítico teatro de revistas. Con su marido de vuelta, pronto tuvieron noticias del embarazo, que lo llevó con plumas hasta los seis meses.
–Hiciste vida de gira en familia.
–Paré en los dos embarazos, pero después fueron 25 años al mismo ritmo. Sentí que era normal incluir a mis hijos en los viajes y, en consecuencia, a mi suegra o mi mamá, para poder seguir en armonía. No descuidé ni a la bailarina ni a la mamá.
Cualquier persona que conozca a Eleonora con un poco más de proximidad que la butaca dirá que es mejor mamá que bailarina. Hasta su más ferviente admiradora, su propia madre, lo destaca. No hace mucho en una cena de gala, tras una función memorable en Madrid, se la escuchó decirle bajito a una joven figura del Royal Ballet: "Bailé en los escenarios más lindos del mundo y te aseguro que no hay nada que me haga sentir mejor que la sonrisa de mis hijos". Aquí y ahora completa: "Viajé en limosina, en avión privado, me recibió la reina de España. Pero esa no es mi realidad, es mi trabajo. Mi realidad es que soy la mamá de Tomás y Julieta".
–Te formaste y empezaste tu carrera en el Colón, después tomaste una licencia y ya no volviste.
–Como a Julio, me otorgaron una licencia especial porque estaba bailando tanto afuera que no había posibilidad de hacer los dos proyectos compatibles. Nunca más corté esa licencia, aunque me han contratado para hacer cosas puntuales. Sigo teniendo mi lugar en el cuerpo de baile, figuro en la nómina, no cobro sueldo y para jubilarme tengo que esperar hasta los 60 años, así que si quiero volver, lo hago. Tendría que volver, tengo derecho, es mi lugar. Ahora trato de no estar muy atenta a lo que pasa en el Colón, como estoy enojada y dolida… Me estoy despidiendo y no fueron capaces de decirme ¿Querés venir como invitada?
–¿Te llevaste bien con la fama?
–Hago mi vida normal. Cada tanto, en la verdulería me dicen que me parezco a Eleonora Cassano. La gente no hace más que darte cosas lindas. Yo le decía a Julio, andá, salí… Pero con él el tema era el descontrol de las chicas. En cambio los chicos no te dan ni cinco de bola. No es para nada ganador ser bailarina. Cada 50 chicas que se acercan a pedir autógrafo, hay un hombre y seguro quiere uno para su mujer.
–Mudarte a San Antonio de Padua te protegió un poco de tanta exposición.
–Nos fuimos hace 15 años. Lo determinante fue una mancha de hollín que le limpié a Tomás de la frente cuando era un bebe de menos de un año… Vivíamos en San Juan y La Rioja, nuestro primer departamento. ¿Mi hijo está respirando esto? Y luego está Gesell. Hace cinco años compramos una casa en la zona norte, en las Alamedas, que es nuestro escape, nuestro rincón de paz.
–¿Cómo está tu cuerpo? ¿El saldo de lesiones es importante?
–No. Tengo mis achaques. Dos hernias de disco que piloteo. Tuve esguinces. Pero nada que me haya hecho parar. Mis únicas dos cirugías son las cesáreas. Tampoco sufrí problemas con las comidas. A esta edad, en vez de 5 o 6 medialunas, como 2 o 3. Fritura, cuando quiero. Y ahora también tomo una copita de vino cuando termino la función.
–Estás haciendo La Duarte. ¿Cuáles son tus afinidades políticas?
–No tengo. Mi interés es que se hagan las cosas bien. Como artista, hoy ser K te ayuda muchísimo. Lo vemos en otros y en el perjuicio que deriva de ser independiente. Lo que me maravilló es el personaje. En Eva descubrí a una mujer increíble. ¿Ves esta arruga, acá, en el ceño? Me la sacó La Duarte, de tanto sufrimiento. En serio, hay funciones que termino muy mal anímicamente.
–Fuiste partenaire, amiga, hasta tu propio esposo dice que Julio era tu marido en el escenario. Y cuando él se retiró, lloraste como una viuda. ¿Te cuesta pensar tu despedida sin Julio?
–Al principio me costó acostumbrarme a bailar con otros. Me fui adaptando a la situación. Ahora somos amigos, aunque estamos un poco alejados porque él vive en Uruguay. Yo sé que cuento con él y él conmigo. Y que hay algo más. Abandonarme no me va a abandonar ahora.
–¿Tu modelo de despedida es un poco parecido al de él?
–Para mí no es una fiesta. El pensaba bajarse para no subirse más al escenario. Yo no lo veo por ese lado. Mi despedida es básicamente del clásico. Si se presenta algo interesante, haré una excepción. No voy a cerrar definitivamente la puerta.
–Aunque hayas llegado hasta acá.
–Muchas buenas bailarinas hubo, hay y habrá. Todo esto que sucedió no hubiera pasado sin la cobertura emocional de mi marido, pero sobre todo sin Lino Patalano, que se jugó siempre. El me quiere hacer la despedida en la 9 de Julio, pero no sé, porque si es solamente para alimentar el ego y decir tuve una despedida como la de Julio Bocca, eso no es algo que yo necesite.
Constanza Bertolini