Elena Roger: Esa joya argentina
Para los expertos, es la mejor artista que dio el musical en los últimos años. Nació en Barracas y triunfa en el mundo. En Buenos Aires interpretara a Edith Piaf
Una ventisca -rara, irreal- se coló por el ventanal. El cortinado -pesado, inamovible- bailó un baile extravagante y la mujer -pequeña, mínima- se apoyó en el piano y siguió cantando. El viento llegaba desde el Sur. Y ella lo aprovechaba para hilvanar las palabras en el aire.
Corría el año 2006 y en la casa de lord Andrew Lloyd Webber, la argentina Elena Roger cantaba Don´t cry for me Argentina en un idioma que todavía no comprendía del todo. La evaluaban, desparramados en el sillón, el dueño de casa y Tim Rice, próceres del teatro musical y creadores de la música y las palabras que Roger entonaba.
Era 2004, Buenos Aires. En la puerta de un teatro de la calle Corrientes Ana Moll fastidiaba a Elena Roger: "Vos tenés que hacer Evita en Londres, vas a ver que vas a hacer Evita". Y Roger respondía: "Sí, sí. Nos hablamos".
Tiempo después, trabajando en la productora de Andrew Lloyd Webber, en Londres, la misma Moll fastidiaba a los productores que le pedían que consiguiera orquestadores y coreógrafos: "Yo tengo a Evita". Los productores -ingleses al fin- bufaban: "Bueno, bueno... Ya veremos".
Ninguno de los orquestadores que Moll presento fue tomado. Ninguno de los coreógrafos. Pero ella insistía en su Evita.
Los productores la toleraban.
Elena Roger la ignoraba.
-Por supuesto que no pensaba que iba a hacer Evita. ¿Por qué en el país de los musicales me iban a contratan a mí teniendo gente mucho más preparada? ¡Yo ni siquiera hablaba inglés!
Un DVD de Mina, che cosa sei, el tributo a la cantante italiana que hicieron Elena Roger y Valeria Ambrosio en Buenos Aires, despertó el interés de los ingleses. Aunque no tanto como para correr con los gastos de pasajes y estadía: Roger usó sus ahorros y se instaló, sin muchas esperanzas, en la casa de Moll.
Desde la primera audición rompió todos los moldes. Ana Moll estaba ahí.
- Los desarmó. Cantó con una fuerza y brilló de tal manera que los volvió locos. Elena, chiquitita, en el escenario, cantando Evita, en Londres. ¡No sabés la cara de los tipos! Lo cuento y se me pone la piel de gallina...
Desorientados, los productores convocaron a Webber para que la viera. El hombre la vio. La oyó. Y dio su veredicto: "¿Queríamos reinventar a Evita? Reinventémosla con ella".
Ana Moll estaba ahí.
- Los productores se querían matar... Aceptar a Elena significaba volver a cero un trabajo de mucho tiempo. Había que rearmar la puesta. Había que rearmarla para ella…
Nadie aceptaba correr el riesgo. Y los ingleses insistían en que Roger viaje una y otra vez para seguir sorteando pruebas.
A lo largo de cuatro viajes -seis audiciones- Ana Moll se convirtió en anfitriona, hermana, secretaria, madre y terapeuta de su amiga en Londres.
-Llega el día en que tenemos que ir a la casa de Lloyd Webber para que la viera por segunda vez y Elena me decía: ¿Qué más quieren de mí? ¡Ya di todo lo que podía!
Pero dio más. Lloyd Webber, Tim Rice, Ana Moll y un promisorio viento sur estaban ahí para confirmar a Elena Roger como la única capaz de interpretar a Evita.
* * *
El bar -mesas de fórmica amarilla, estufas que caldean el ambiente, espejos en las paredes y una cafetera ruidosa -está casi vacío.
Elena Roger -polera de lana verde, cartera, morral y bolsa- atraviesa la puerta sin que el único parroquiano que hay se entere. Es menuda. Mide poco más de un metro y medio y tiene unos ojos de verde/gris/azul incandescente, con profundas pupilas negras.
Llega demorada. Viene de ensayar La Piaf, la obra que protagonizará a partir del 15 de julio, en el teatro Liceo.
-Tengo 45 minutos porque después tengo una clase. Un té con limón por favor...
Elenita Roger nació hace 35 años en una típica familia de clase media de Barracas.
Mamá -Mimí- dejó de trabajar para dedicarse a sus tres hijos (Amalia, Sergio y Elena) y papá -Ricardo- hizo carrera como empleado de una empresa que vendía caucho.
Desde que los tres hermanos eran chicos se respiró en la casa de Barracas cierto aire creativo. Tal vez por la influencia de una abuela, Amalia Castellani, que fue condesa hasta que su padre se jugó el título nobiliario y pasó de la riqueza a la pobreza total- que leía hasta las cuatro de la mañana y cantaba Un bel di vedremo, el aria de Madame Butterfly , como quien canta un tango o un bolero ("No era ninguna estúpida mi nona"). O de los tíos Corrado y Valdoni, pintor uno y luthier otro. O del tío abuelo Fausto Danesa, que tocaba el bandoneón.
Amalia y Sergio, sus hermanos, tomaban clases de guitarra. Pero Elena era demasiado movediza para tolerarlo. La nena imitaba a Julio Bocca y a Gene Kelly haciendo piruetas en el patio de la casa. Así que sus padres resolvieron que ella podía ser su propio instrumento y consiguieron un lugar para que estudiara danzas. Eso hizo durante un año, a razón de una hora por semana, en el Barracas Juniors ("No teníamos ni barra, nos agarrábamos de las sillas")
Elenita era una nena de barrio ("casi un hombrecito"). Inocente, muy inocente ("hasta los 18 años era raro que viaje sola en colectivo"). Andaba con los pelos largos y algo descuidados, y era muy varonera. Al juego de las piruetas en el patio supo incorporarle el de andar a los gritos cantando óperas por toda la casa. Gracias a la nona leía la letra de las partituras en italiano.
Atenta, mamá Mimí siguió buscando opciones hasta que apareció Marcela Avila, una profesora que iba a Barracas dos veces por semana y daba clases de tap, clásico, jazz y español. Ideal para una movediza. Y ésa fue su rutina, desde los 10 hasta los 21 años. Con el tiempo empezó ella misma a dar clases.
A los 15 años, mientras estudiaba lo mínimo indispensable como para no repetir de año en el colegio, empezó a hacer canto lírico en el Conservatorio Silvestri, también en Barracas. Y a los 18 intentó entrar al Teatro Colón...
-Pero me bocharon en canto. Todavía no tenía graves. Era muy aguda. Era muy soprano ligera... Y me faltaba desarrollar la voz.
Cuando logró superar la angustia y se atenuaron las cargadas de su hermano ("Al Colón, al Colón, a pasar el papelón"), hizo un curso en el Teatro San Martín y después aprendió canto y piano en el Conservatorio Manuel de Falla.
Un día se enteró de que su capacidad artística podía traspasar las fronteras de la familia y el conservatorio: El aria de La Sonnambula, de Bellini, interpretada a capella, le sirvió a toda su división para ganar el viaje a Bariloche en Feliz Domingo.
Elena Roger era feliz. Hasta que, un domingo de abril, una llamada de teléfono le mostró lo rápido, lo inmediato, que puede aparecer el dolor. Desde el otro lado de la línea su hermana le decía que su papá había sufrido un accidente cerebrovascular y había quedado hemipléjico.
- Así, un domingo, plum. Fueron 45 días de coma. Fueron días de mucho dolor y de mucha unión familiar.
Pero su papá logró superarlo. Mimí, Amalia, Sergio, Elena y la tía Chichi (que se ofreció incondicional) se abroquelaron para sobreponerse al desgarro y sostener a Ricardo. Ricardo, por su parte, se transformaría en el mayor ejemplo de vida para Elena.
-Después del accidente logró caminar otra vez. Aprendió a decir "hola" y "cómo te va". Y sigue practicando su escritura. Interactúa todo el tiempo con nosotros. Lee el diario todos los días. Y cuando ve notas mías enseguida la llama a mi mamá con el diario levantado.
El armonio de su celular vuelve a sonar otra vez. La fastidia pero no lo apaga.
Hay que hacer un esfuerzo para ver en esa mujer, limitada detrás de una mesa de fórmica amarilla de bar, a la increíble intérprete que se despliega en los escenarios. A la actriz que, según su amiga Ana Moll "se luce aunque haga de árbol". Porque tiene una luz especial. Porque hace magia en el escenario. Porque "no miente. Se dedica. Compone sus personajes sin copiar, con naturalidad. Y tiene una calidad humana que pocos tienen".
El celular sigue sonando, Elena abre y cierra la tapa en con un único movimiento. Se concentra para no perder el hilo de lo que quiere decir y si uno interfiere sube naturalmente el tono de su voz para superponerse.
Su derrotero artístico, visto a la distancia, parece lineal, unívoco y sin sobresaltos, hacia el final feliz.
En 1995, cuando Pepe Cibrián la seleccionó para el Jorobado de París, descubrió que lo que hacía desde pequeña, lo que la movía cuando inventaba bailes en el patio de la casa de Barracas, podía ser una profesión. Que era algo que le gustaba hacer a mucha gente. Y que mucha gente disfrutaba y sabía valorar. Descubrió, a su otra familia. Gente de su raza. Así lo dice...
- Gente de mi raza, la de los artistas.
Y parece pensarlo por primera vez.
- Entonces decidí seguir con la artistada. Dejé el conservatorio y empecé a tomar clases particulares, primero con Oscar Ruiz y con Mirta Arrua Lichi.
El resto es la parte de la historia más o menos pública de Elena Roger: algunos papeles en televisión (Floricienta y Hombres de honor). Y muchos en teatro: Yo que tu me enamoraba, Nine, La Bella y la Bestia, Los Miserables, Fiebre de sábado por la noche, Mi Bello dragón (con Enrique Pinti), El violinista sobre el tejado, El Pelele, La fiaca, Houdini, Tango por dos, Jazz Swing Tap y su trabajo más personal, Mina, che cosa sei.
- Mina, che cosa sei fue el momento más importante de mi carrera. Mi viejo había tenido el accidente. El proyecto de Cabaret se había suspendido. Y yo había terminado haciendo de "árbol 34" en El Violinista sobre el tejado (se ríe). Hacer Mina fue mi gran crecimiento personal. Fue hacer algo propio, en mi país, y con mi gente querida en la platea. Te diría que más importante que todo lo que vino después...
Y lo que vino después fue importante.
* * *
Tras impresionar por segunda vez a Lloyd Webber, en su propia casa, Roger tuvo que sortear una prueba más: competir con cinco actrices llegadas de Broadway dispuestas a quedarse con el papel de Eva Perón.
- Eran chicas muy experimentadas -dice Ana Moll-. Pero Elena robó otra vez. Ella, maravillosa, intuitiva, hizo la diferencia. Ella sabía qué era el Río de la Plata, la calle Corrientes, los descamisados. Les dio significado a esas cosas que el personaje de Evita tiene que cantar.
Seis audiciones y cuatro viajes, Elena Roger se quedaba con el papel.
Ana Moll, como siempre, estaba ahí.
-Salimos del teatro y Elena lloraba. Yo gritaba por las calles de Londres y ella trataba de callarme. Me decía: "Yo soy de Barracas, ¿me entendés?". Y yo le decía: "Y yo soy de Quilmes boluda". Nos reíamos y llorábamos...
El ringtone del organito vuelve a sonar. La fastidia ("Uhhh qué barbaridad"), pero sigue hablando sin dedicarle ni siquiera una mirada. Dice que nunca sintió haber llegado a ninguna cima. Pero reconoce claramente el día en que la sorprendió su recorrido.
"Esta no te la creo", se dijo. Estaba en la Casa Blanca. Había sido invitada para cantar en un homenaje a Lloyd Webber frente a gente como Tom Hanks, Spielberg, Aretha Franklin y George Bush. Y no se la podía creer.
- Ahí dije ¡Guau...! Esta no te la creo. Venir de Barracas y estar en la Casa Blanca con estas personalidades no te la creo.
La nena varonera y desaliñada de Barracas se había transformado. Había tenido que aprender inglés para interpretar a Eva Perón en Londres (por su trabajo fue nominada al premio teatral Laurence Olivier, el más destacado dentro del rubro en el Reino Unido, pero no lo ganó). Había tenido que aprender a actuar en inglés sin cantar para la comedia Boeing-Boeing. Y tuvo que aprender francés cuando le propusieron interpretar a Edith Piaf. Protagónico que, esta vez sí, le valió el premio Olivier.
- Fue como una victoria (piensa)... más allá del premio fue como cerrar un ciclo de mucho esfuerzo, tres años trabajando duro.
Para Mariana Correa, productora de Piaf en la Argentina ese trabajo la convirtió en un monstruo. "Tuvo un crecimiento que a mí me resulta emocionante. Es un monstruo en el escenario. Ver lo que creció en poco tiempo es muy impresionante. Porque siempre cantó bien, pero ahora le incorporó una interpretación conmovedora."
Jamie Lloyd, su director inglés en La Piaf lo confirma: "Ella es increíblemente única. Es, sin duda, la actriz más talentosa que jamás haya conocido. Tiene una brillante capacidad para la comedia, y puede alcanzar las profundidades más extremas. En Piaf, se transforma frente a la audiencia, de una joven chica de la calle a una anciana mujer en silla de ruedas, deteriorada por el tiempo y una horrorosa adicción a la morfina. Es una actuación espeluznante".
En el bar, bajo las estufas y ajena al calor de los elogios, Elena Roger juega con la rodaja de limón que flota en su té frío y habla del viento sur. No aquel que se metió en el living de Lloyd Webber sino de Viento Sur, el disco que editó en Inglaterra y pronto llegará a las bateas de Buenos Aires.
En el bar, con el gorgoteo de la máquina de café de fondo, Elena Roger dice que lo que más le interesa es seguir evolucionando.
- Me gusta aprender más y más y más... Me gusta buscar los desafíos. Es lo que me permite mejorar mi artista, meter más data en mi cabeza, educarme más...
Su crecimiento estuvo a la vista del público inglés y estará pronto disponible para el público argentino, cuando Piaf se estrene en el teatro Liceo.
- Me moviliza mucho estrenar acá. Este es mi lugar. Donde tengo mi historia... Hasta lo hago para que mi mamá y mi papá me vean.
Mientras tanto, Ricardo agitará esta revista llamando a Mimí.
Y Mimí estará orgullosa.
Lo que viene
La Piaf que veremos los argentinos es la misma que vieron los ingleses. "Pero ojo, que no es un clon -se preocupa en aclarar su productora general Mariana Correa-. Jamie, el director, tiene una manera de trabajar con los actores muy intensa. Y la puesta depende mucho de ellos. El no quiere de ninguna manera que sea un clon."
Según Correa, la obra, una producción de Fernando Blanco y Adrián Suar, con una inversión aproximada de un millón de pesos, "Es una delicatessen. No tiene el despliegue típico de las comedias musicales sino una interesante sofisticación en lo chiquito. Es una joyita. Con una exactitud artística conmovedora."
El equipo de trabajo es mixto, lo integran ingleses y argentinos. Y la obra tiene previstos cinco meses de cartel en el Liceo.