Lily Soriano tenía 17 años cuando ingresó junto a su madre y su hermana a Auschwitz; fue la única de las tres que sobrevivió
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Tenía una estrella protectora, o al menos eso pensaba ella cuando era adolescente. Vivía junto a su familia en la isla de Rodas, en una casona con un parque tan grande que en un sector del terreno su padre, gerente general de una empresa, construyó el primer edificio de la isla. “Fueron años felices, rodeada de familia, amigos, primos”, recordó Rachel Lily Soriano (95), con cierta nostalgia, durante una entrevista con la Shoah Foundation. En ese entonces no tenía forma de saber que de un día para el otro su paraíso terrenal se derrumbaría, y pasaría a convertirse, con tan solo 17 años, en prisionera de guerra del gobierno nazi.
“Nos encerraron a todos”
Cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, la familia Soriano, de origen judío sefardí, acababa de mudarse a Atenas. Pero al tiempo de que Alemania tomara la capital, en 1941, su padre fue advertido de que los invasores querían capturarlo. Para proteger a su familia, los envió de regreso a Rodas, donde le habían asegurado que la guerra no llegaría, y él huyó a Egipto.
“Pasamos varios meses prácticamente tranquilos, hasta que en julio del ‘44 los alemanes pidieron a todos los hombres judíos de Rodas que se presentaran en la Gendarmería para recibir permisos de trabajo. Mi hermano, que tenía 19, se presentó con sus amigos. La próxima cosa que supimos es que si el resto de la familia no se presentaba, los iban a encarcelar. Entonces, todos fuimos como un tropel de ovejas a la gendarmería, donde nos encerraron a todos”, contó décadas después.
Todavía tenía la esperanza de salir del calabozo y que todo volviera a la normalidad, pero no duró más que unas pocas horas. La familia le pidió a su empleada doméstica que le acercara algo para comer. Ella apareció con la comida minutos más tarde, vestida con un vestido de la dueña de casa. “Si esa chica se animaba a ponerse un vestido de mamá cuando iba a llevarle comida, quería decir que ya estaba todo perdido. Me di cuenta de que la cosa era muy seria”, dice. Lily perdió toda esperanza. En pocas semanas, pasó de ser una niña privilegiada que manejaba siete idiomas a convertirse en un saco de piel y huesos, con el pelo rapado y el brazo tatuado con un número.
Pensaba que su estrella se había apagado. Pero no tardaría en darse cuenta de que no era así. Hoy, a sus 95 años, Lily asegura que la misma estrella que la acompañó durante su infancia la protegió de la muerte en diversas ocasiones durante su adolescencia, convirtiendo su historia en un relato que, de ser una película, parecería poco atado a la realidad. Y es que Lily Soriano no solo vivió -o, mejor dicho, sobrevivió- un año en dos campos de concentración nazis. Sino que además, junto a tres amigas, logró escapar con éxito del último, en un acto impulsivo de valentía que podría haberle costado la vida. Pero su historia no termina ahí: 73 años después, gracias a sus nietos, ella y la italiana Rosa Hanan, una de las amigas con quien escapó del campo de concentración, y a quien nunca más volvió a ver, se reencontraron.
“No morí de casualidad”
Los perros, atados a correas, ladraban sin cesar. Por encima de los alaridos, los oficiales de la SS lanzaban indicaciones: “Los hombres, por un lado; las mujeres y niños, por el otro”. Los prisioneros no sabían en dónde estaban. Recién bajaban del tren, después de días de viaje, acompañados por un calor intenso y pegajoso, sin nada para comer ni un lugar donde hacer sus necesidades. Habían llegado a Auschwitz, Polonia, el mayor campo de concentración nazi, donde fueron exterminadas 1,1 millones de personas, el 90 por ciento de todos los que pasaron por allí.
El primer contacto con la muerte ocurrió ese mismo día. La fila de mujeres fue dividida en dos. Ella, su madre y Perla, su hermana menor, de 10 años, debían subirse a un camión tan hacinado como el tren del que acaban de bajar. Su madre y Perla subieron, pero cuando Lily estaba por seguirlas, notó que había una señora mayor que también quería subir. No había lugar para ambas, así que decidió cederle el lugar y empezar a caminar detrás del camión, junto al segundo grupo de mujeres. Cuando la ruta se bifurcó, el camión tomó un camino y los caminantes fueron escoltados por el segundo.
Recién a los tres días, ya rapada, tatuada y vestida con el clásico conjunto rayado blanco y negro, supo sobre ellas. “Se encontró a su hermano a través de la reja electrificada. Él le contó que un conocido suyo de Rodas había visto los cuerpos de su madre y su hermana en el crematorio -detalla Nicole Alhadeff, una de las nietas de Lily, quien junto a sus hermanas, Chiara y Cindy, se dedica a comunicar la historia de su abuela. “Fue un golpe muy duro. Se dio cuenta de que toda esa gente que se había subido al camión había terminado en las cámaras de gas”, agrega Cindy.
Hace pocas semanas, las dos hermanas presidieron, junto a sus padres, un evento en la Feria del Libro, donde relataron la historia de su abuela. Hasta hace pocos años, Lily solía contar sus vivencias en primera persona en diferentes eventos, pero lo ha dejado de hacer debido a su edad.
“Mi papá me ayudó a sobrevivir”
Las principales dificultades que vivían en Auschwitz eran el hambre y el frío. Lily todavía recuerda el gusto metálico del agua caliente. Los reclusos comían solo una vez por día. Les daba cáscaras de papa y un triángulo de pan, que, según recuerda, parecía más aserrín que pan. “Además de estar desnutridos, se morían de frío, literalmente -suma Cindy-. Conocí Auschwitz hace unos años. Estaba muy abrigada, con campera y doble par de medias, e igual tenía frío. Me imaginaba a mi abuela con zuecos de madera y una camisa y pensaba: no entiendo cómo sobrevivió”.
Cada mañana, a las cinco, las reclusas debían hacer fila uno al lado del otro para que los oficiales hicieran el conteo. Diariamente, separaban a las que parecían no estar en condiciones de seguir trabajando y las llevaban a las cámara de gas. Un día, una de las amigas de Lily fue separada. Soriano todavía recuerda la mirada de su compañera cuando se dio vuelta para despedirse del resto.
“Yo no tenía noticias de mi papá. Pero sabía que él estaba a salvo. Y eso fue lo que eventualmente me ayudó a sobrevivir. Es muy importante saber que hay alguien de los tuyos que todavía está vivo y te espera. Te da fuerza”, dijo Lily hace unos años, en diálogo con la Shoa Foundation.
“Era un tiro en la espalda o morir en el campo de concentración”
Después de meses moviendo ladrillos de un lugar a otro, Lily y los otros más de 60.000 prisioneros de Auschwitz fueron trasladados a otros campos, la mayoría en Alemania. Los reclusos no lo sabían, pero el ejército ruso había invadido Polonia, y sus captores tenían que evacuar el predio lo antes posible.
Lily y sus tres amigas sobrevivientes, Rosa, Vicky y Jenny, fueron evacuadas a Kaufering, cerca de Landsberg, Bavaria. “Cuando llegaron, junto a un grupo grande de personas, los soldados nazis les preguntaron en alemán si alguno sabía hablar el idioma. Lily levantó la mano y le dijo a sus tres amigas que también las levantaran. “Ya a ese punto se había dado cuenta de que si le eras útil a los SS, tenías más posibilidades de sobrevivir. Lily había aprendido Alemán antes de la guerra. Su mamá le había puesto un tutor a ella y a sus dos hermanos porque se imaginaba que la cosa se iba a poner fea, y creía importante que aprendieran el idioma. Eso la salvó”, acota Nicole. Entre ellas, Lily y sus amigas, todas de diferentes nacionalidades, se comunicaban en Ladino, una lengua romance derivada del español antiguo que solían hablar los judíos sefardíes y que aún hablan algunos de sus descendientes.
Por haber levantado la mano, las cuatro adolescentes obtuvieron el trabajo que, meses después, les permitió escapar: eran las encargadas de llevar el almuerzo a las casas de los oficiales nazis, que vivían junto a sus familias en el pueblo de Landsberg. “Los SS las custodiaban. Por el estado físico en el que estaban, les daba vergüenza cruzar el pueblo. Cuando pasaban por el camino, había niños que les tiraban piedras y les gritaban”, detalla Cindy.
Un día, la oportunidad de escapar se presentó. “Había mucho movimiento en el campo. Muchos oficiales estaban recogiendo sus pertenencias, yéndose. Y pensaron: ‘Acá algo pasa, o nos van a hacer hacer una marcha de la muerte hacia otro campo, o nos van a matar a todos para borrar evidencia’. Entonces decidieron intentar escapar: Lily siempre dice: ‘era un tiro en la espalda o morir en el campo’. Aprovecharon ese día, que los guardias no estaban muy atentos, y se fueron con las latas de comida, las dejaron en las casas de los oficiales y después, en vez de volver, siguieron caminando por la ciudad. No las estaba escoltando nadie”, detalla Nicole.
Las cuatro jóvenes atravesaron la ciudad. Llegaron a un bosque, que también cruzaron, hasta que se chocaron con un campo de trigo. Encontraron una pequeña choza vacía en medio de los cultivos y pasaron allí tres noches, sin saber si estaban a salvo o no, pero con la adrenalina inevitable de estar escapando. Al cuarto día, se despertaron con un ruido extraño. Era un tanque de guerra con la bandera estadounidense, cruzando por la ruta. El temor de las cuatro adolescentes se transformó en un entusiasmo incontenible. Razonaron bien: si el tanque avanzaba hacia delante, era porque todo lo que dejaba atrás ya había sido invadido, así que caminaron en esa dirección, hasta que llegaron a Colonia. Se encontraron con una ciudad repleta de militares norteamericanos y australianos.
Extasiadas, las jóvenes entraron al primer local que encontraron, una zapatería de hombres, y empezaron a probarse calzados, aún vestidas con su uniforme del campo de concentración. Lily escuchó un piano a los lejos. Había olvidado cuánto le gustaba tocar. Recordó su vida en Grecia. Solía tocar el piano todos los días, era su mayor pasión. En un arrebato de emoción, se presentó a la puerta de la casa donde sonaba el instrumento y pidió tocar una pieza. “Ella dice que ahí fue cuando el alma le volvió al cuerpo”, suma Cindy.
“No puedo haber llegado hasta acá para morir”
Las cuatro jóvenes fueron trasladadas a un campo de refugiados junto al resto de las personas que permanecían en el campo. Allí pasaron meses. Lily pidió un trabajo, no soportaba pasar todo el día sin hacer nada. Le dieron trabajo en una de las oficinas del predio, tipeando cartas en una máquina de escribir. Un sábado, un oficial que se dedicaba a rastrillar la zona para encontrar y desactivar proyectiles, apareció en la habitación con una granada, pensando que estaba desactivada. Cuando la apoyó, explotó, asesinando en el acto a la mayoría de los oficinistas.
“Murieron 11. Lily estaba tendida en el piso y pensaba: ‘yo no puedo haber llegado hasta acá para morir. Después de todo lo que pasé, ¿morirme ahora?’. Ella sintió explotar en mil pedazos, pero se aferró a la vida, decidió no morir”, cuenta Nicole.
La recuperación tardó meses. En el interín, logró comunicarse con su padre por carta, quien no sabía siquiera si ella estaba viva. Había pasado el último año volviéndose loco de la culpa, cuentan sus bisnietas, sin saber si su familia estaba viva o muerta.
“Mientras la curaba, se enamoró de mi abuela”
Lily se reunió con su padre y su hermano, que también sobrevivió a la masacre nazi, en Milán. De allí, los tres viajaron a Londres para que el brazo de ella, destruido por la granada, fuera tratado en un hospital que les habían recomendado. Allí conoció a quien después sería su marido, el doctor Roberto Alhadeff.
“Él la curaba. Y mientras se enamoró de mi abuela. Cuando a ella la dieron de alta, decidieron casarse. Mi papá y su hermano más grande nacieron allá. Después se mudaron a la Argentina junto a las dos familias, la de él y la de ella”, cuenta Cindy.
Lily todavía lleva en la piel las esquirlas de la granada, especialmente en el brazo. A primera vista parecen simples manchas, dicen sus nietas. Durante décadas, su abuela evitó hablar del tema, tanto de la granada como también de todo lo relacionado con la guerra.
Sus tres hijos varones crecieron sin conocer ningún detalle sobre su vida, más allá del hecho de que había estado en un campo de concentración. Veían su cuerpo repleto de manchas y cicatrices, pero no querían preguntarle porque sabían que era un tema que le incomodaba. Recién empezó a contar su historia cuando sus nietas empezaron a hacerle preguntas. Lo fue naturalizando cada vez más, hasta que llegó a dar charlas en colegios y a dar notas.
Un reencuentro impensado, 70 años después
Cuando tenía 16, Nicole viajó junto al grupo “Marcha por la Vida” a Auschwitz. Era un viaje opcional que ofrecía su colegio (ORT) y que incluía, además, otros destinos, como Israel. “El día que fuimos a Auschwitz, el colegio me preguntó si podía escribir algo sobre mi experiencia, porque había un blog que publicaban para que vieran los papás. Escribí una carta dedicada a mi abuela”, cuenta.
El texto solo tuvo repercusión dentro de la escuela, hasta que años después, Nicole recibió un mensaje en su casilla de Facebook, en el que un joven italiano le preguntaba si era la nieta de Lily Soriano. Era el nieto de Rosa Hanan, una de las amigas de Lily que se escapó con ella de Landsberg, a quien su abuela le había perdido el contacto después del campo de refugiados.
Los dos nietos coordinaron para que Lily llamara de sorpresa a Rosa. “Nos hubiese encantado que alguna viajara y se encontraran, pero las dos eran muy mayores. Hablaron como si se hubieran visto ayer. Parece que Rosa le hablaba bastante a sus hijos y nietos de Lily. Rosa le dijo: ‘Justo ayer estuve pensando en vos’. Fue muy emocionante”, cuenta Nicole.
En otra parte de la carta que escribió a los 16, la nieta definía a su abuela como una persona optimista, valiente y fuerte, y agregaba: “Cada día que paso con vos aprendo algo nuevo de la vida. Sos la persona a la que más admiro”. Esa admiración no ha cambiado con los años. Cindy y Nicole describen a su abuela como una persona increíblemente fuerte y, a la vez, alegre y optimista.
“No conozco a nadie que haya tenido una vida tan dura y sea tan feliz y positiva -suma Cindy-. Nunca la vimos quejarse de nada. Todo está bien para ella, por más que estén pasando un montón de cosas. Dice: ‘Me gustaría poder transmitirle a la gente que gracias a Dios no tuvo que pasar por esto, que gocen de lo que tienen, porque tienen mucha suerte, la vida es linda y hay que tomarla, y yo soy una persona positiva que siempre trato de ver el lado positivo de las cosas”.
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