A comienzos de siglo apareció el Segway, un vehículo que prometía revolucionar las ciudades y transformar la movilidad urbana para siempre, sin embargo, se consagró como uno de los mayores fiascos tecnológicos de la historia
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Cuando lo presentaron, en 2001, generó grandes expectativas. Decían que iba a marcar un punto de inflexión en la historia del transporte urbano. Su diseño era futurista, digno de una película de ciencia ficción. Hasta Steve Jobs, cofundador de Apple, se dejó deslumbrar por el Segway: “Las ciudades serían construidas alrededor de este método de transporte”, anticipó. Sin embargo su destino tomó un rumbo inesperado...
John Doerr -uno de los inversores de capital de riesgo más influyentes- expresó un entusiasmo desbordante por el Segway en sus primeras etapas. Llegó a describirlo como un invento que podría ser “más grande que Internet”. Además, anticipó un éxito comercial sin precedentes: dijo que la empresa detrás del nuevo vehículo sería “la más rápida en alcanzar los mil millones de dólares en ventas”.
Estas declaraciones destacaban el nivel de confianza y ambición que rodeaba al Segway desde antes de su lanzamiento, consolidándolo como una de las apuestas más prometedoras y audaces en la historia de la innovación.
¿Qué era el Segway? Se trataba de un vehículo individual, una patineta eléctrica con dos ruedas laterales, equipada con un sistema giroscópico que permitía mantener el equilibrio de forma automática. Se promocionó como una revolución en el transporte, capaz de transformar la movilidad urbana al reducir la dependencia de los coches gracias a su eficiencia, sostenibilidad y reducido impacto en el espacio urbano.
“Un par de zapatillas mágicas”
El Segway fue inventado por el ingeniero estadounidense Dean Kamen, reconocido por su pasión por la tecnología y la innovación. Kamen comenzó a desarrollar el Segway en los 90 como parte de su visión de transformar la movilidad personal mediante un dispositivo que fuera eficiente, sostenible y tecnológicamente avanzado.
El vehículo fue presentado oficialmente en diciembre de 2001 en el programa Good Morning America de la cadena ABC como “un par de zapatillas mágicas”. Los primeros modelos alcanzaban velocidades de hasta 16 kilómetros por hora, lo que reforzaba su imagen futurista y eficiente. Tal fue el entusiasmo generado por su lanzamiento que los Segways utilizados durante la presentación fueron subastados en Amazon y se vendieron por 100.000 dólares cada uno. Ante la expectativa de una demanda masiva, se construyó una fábrica en Bedford con la capacidad de producir hasta 40.000 unidades al mes, reflejando las ambiciosas proyecciones del proyecto.
“Como en el futuro... pero aún estamos en el siglo XXI”, decían los conductores de uno los programas más populares de los Estados Unidos al presentar el innovador vehículo.
En una entrevista, Kamen expresó que su intención era crear un dispositivo que facilitara tanto los desplazamientos urbanos que los automóviles se volvieran innecesarios. Afirmó que, gracias a los giroscopios, chips informáticos y sensores de inclinación incorporados en el Segway, la movilidad en las ciudades sería más eficiente y sostenible. También explicó que eligió ese nombre para el dispositivo porque suena muy similar a la palabra inglesa “segue”, que significa “transición fluida” o “paso continuo de una cosa a otra”.
Kamen es también reconocido por otros inventos destacados en el ámbito de la ingeniería biomédica, como la bomba de insulina portátil y otros dispositivos médicos. Pero incluso los genios tienen derecho a un tropezón.
El futuro nunca llegó...
El entusiasmo por el Segway fue corto. Lo que prometía ser un éxito arrollador se desinfló rápidamente: en lugar de los 40.000 vehículos que esperaban vender en el primer año, apenas lograron vender menos de 6000. ¿La razón? Dos grandes obstáculos: su precio exorbitante de 5000 dólares y una autonomía bastante decepcionante. Y como si eso fuera poco, cuando finalmente llegó a manos del público aparecieron las quejas sobre el diseño: era poco práctico con un peso de 43 kilográmos, resultaba pesado y complicado de maniobrar. Al mismo tiempo, surgieron preguntas incómodas: ¿Dónde se deja estacionado? ¿Qué hacer si llueve? ¿Cómo se recargan sus baterías? El “vehículo del futuro” chocaba con los retos del presente.
A pesar del fiasco, los inversores no tiraron la toalla. Confiaron en la visión del proyecto e inyectaron otros 90 millones de dólares, manteniendo a flote la idea de un Segway triunfador. Mediáticamente, al menos, logró algo de brillo: el vicepresidente Dick Cheney fue visto recorriendo la Casa Blanca en uno, usando su “transporte revolucionario” para aliviar sus problemas en el talón de Aquiles. Incluso logró acuerdos con empresas como Disney que incorporaron el Segway en sus operaciones. Pero más allá de estas excepciones y de algunos tours turísticos, el público en general pareció decir “no, gracias”.
Además aparecieron las denuncias por su falta de seguridad. El “vehículo del futuro” se convirtió en una máquina de sustos. La imagen de George Bush cayendo de un Segway no ayudó mucho, pero el golpe definitivo llegó cuando, menos de dos años después del lanzamiento, se ordenó retirar todos los modelos por fallas de seguridad: con baterías bajas, los conductores podían terminar en el suelo. La reputación se desplomó, y la gente empezó a tenerle miedo.
Otro episodio que marcó la reputación del vehículo ocurrió durante el Mundial de Atletismo de 2015. Mientras el jamaicano Usain Bolt celebraba su cuarta victoria consecutiva en los 200 metros planos, un camarógrafo que utilizaba un Segway lo atropelló accidentalmente. Afortunadamente, el incidente no tuvo mayores consecuencias. El legendario atleta se levantó de inmediato, retomó su celebración y más tarde bromeó sobre el momento que quedó inmortalizado frente a las cámaras.
Además se reportaron miles de accidentes (más de 9.000 heridos al año en Estados Unidos). El Segway se convirtió en un peligro en las calles. Las quejas y denuncias se acumularon, y muchas ciudades optaron por limitar su uso. Al final, lo que prometía revolucionar la movilidad terminó revolucionando los reportes de accidentes de tránsito.
Jobs, quien había sido uno de los primeros en entusiasmarse con la idea del Segway, no tardó en combinar su emoción inicial con críticas mordaces. Fiel a su estilo directo, no dudó en declarar que el diseño del vehículo “apesta” y cuestionó su estrategia de mercado con una dosis de sarcasmo: “¿De verdad creen que los consumidores de alto nivel están buscando esto como su medio de transporte?” Una mezcla de entusiasmo y escepticismo parecía predecir el destino del Segway.
Un accidente que marcó su destino
En 2004, el futuro del Segway empezó a parecer tan inestable como algunos de sus conductores. Las ventas seguían en picada, y la empresa se quedó sin dinero. Para seguir adelante, lograron asegurar una nueva ronda de financiación por 30 millones de dólares e hipotecaron la fábrica. En 2006, con ánimos renovados, lanzaron una nueva generación de vehículos que prometía resolver muchas de las quejas de los usuarios, además de alcanzar una velocidad “emocionante” de hasta 20 kilómetros por hora. Incluso diversificaron con modelos para campos de golf y patrullas policiales. La compañía, optimista como siempre, declaró que las ventas habían crecido un 50 por ciento, aunque nunca mencionaron de qué base partían.
En diciembre de 2009, Kamen vendió la empresa Segway Inc. a Jimi Heselden, un empresario británico que amasó su fortuna gracias a un invento revolucionario en el ámbito militar (creó una alternativa moderna a los tradicionales sacos de arena utilizados en las operaciones del ejército, mejorando significativamente su funcionalidad y logística).
Unos meses después de la compra, Heselden murió mientras conducía un Segway cerca de su hogar en Thorp Arch, en el condado de West Yorkshire, Inglaterra. Su cuerpo fue hallado sin vida en las aguas del río Wharfe por un transeúnte y a escasos metros estaba el vehículo. Se dijo que Heselden perdió el control de su Segway y cayó por una colina.
El suceso, según informó el diario británico The Guardian, no mostró indicios de ser un acto intencionado, pero su trágico desenlace dejó una sombra imborrable sobre la historia de Segway. Con Heselden fuera de escena, sus herederos no perdieron tiempo en deshacerse del problemático invento, vendiéndolo a un empresario estadounidense, Roger Brown, por la “modesta” suma de nueve millones de dólares. Un traspaso que parecía más un “que el problema sea tuyo ahora” a una operación financiera exitosa.
Pero Brown confiaba en el potencial de Segway y tomó medidas para enderezar su rumbo. Redujo costos, contrató nuevos ingenieros y proveedores y renegoció contratos, especialmente con la empresa de baterías. Su estrategia dio frutos: en solo un año, Segway generaba beneficios.
En 2015, aprovechando el buen momento, Brown vendió la compañía por 75 millones de dólares a Ninebot, una empresa china con la que había tenido disputas legales por violación de patentes. Ninebot no solo adquirió Segway, sino que invirtió otros 80 millones para impulsar su crecimiento. En 2016, lanzaron el Segway mini, una versión más compacta que tuvo un éxito moderado.
Sin embargo, la llegada de las patinetas eléctricas fue el golpe final para Segway, una competencia imposible de superar. Estos nuevos vehículos ofrecían todo lo que el Segway no podía: precios accesibles, mayor comodidad, menos riesgos y una facilidad de uso que los hacía irresistibles. Mientras que el Segway apenas logró vender 140.000 unidades en casi dos décadas, las patinetas eléctricas vendieron más de un millón solo en 2018. La comparación era brutal, y la batalla estaba claramente perdida.
Finalmente, en 2020, con una demanda casi inexistente, la compañía decidió apagar las luces y cerrar el capítulo del Segway. Así terminaba la historia de un invento que soñaba con cambiar el mundo, pero que apenas logró cambiar el paisaje de algunos tours turísticos. Irónicamente, el “vehículo del futuro” encontró su lugar... en el pasado.
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