El vasco Garay y el cuadro que hubo que corregir
A comienzos de 1909, cuando faltaba un año y monedas para el Centenario de la Revolución de Mayo, el Estado argentino compró obras a un especialista en cuadros históricos, el chileno Pedro Subercaseaux. A él le debemos varias de las imágenes escolares, ya que pintó el Cabildo Abierto del 22 de mayo 1810, el retrato de Mariano Moreno en su escritorio y la ejecución del Himno en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson, entre otras.
Entusiasmado con la idea, el intendente de la Ciudad de Buenos Aires, Manuel Güiraldes comisionó al historiador Enrique Peña, presidente del Banco Municipal, la tarea de contratar un artista en España que hiciera un cuadro histórico específico de la ciudad. La idea era que un prestigioso español traficara una escena de nuestra historia, pero también, de la de la Madre Patria, pasa así engalanar algún salón del Municipio. El edificio se encontraba en Avenida de Mayo y Bolívar, en un espacio menor al que funcionaría luego por décadas, hasta su mudanza a Parque Patricios. Peña aceptó sumar esta actividad a su viaje: ya había decidido ir a España, costeando su viaje y estadía, acompañado de su hija Elisa, para indagar en los archivos del país sobre la fundación de Buenos Aires.
Desde Madrid, el ministro plenipotenciario Vicente G. Quesada, recomendó al malagueño José Moreno Carbonero. El jefe comunal le envío un telegrama a Peña con la indicación de que se reuniera con el afamado artista. El funcionario concurrió con su hija y el secretario de la Legación Argentina, Carlos M. de Ocantos, al atelier madrileño del malagueño, situado en la calle de Miguel Ángel. Era una moderna casa de dos plantas y un extenso jardín interior.
Se pusieron de acuerdo en cuanto al tema -la fundación de Buenos Aires- y las medidas del lienzo: tendría cuatro metros de largo por tres de alto y, dentro de lo posible, se mantendría la escala real. Menos sencillo fue encontrar un plazo adecuado. Se estableció que debía entregarse en nueve o diez meses. Teniendo en cuenta que la entrevista tuvo lugar a comienzos de abril de 1909, el contratista reclamaba que estuviera en Buenos Aires en enero, a más tardar febrero, del año siguiente. Para Moreno Carbonero significaba trabajar muy al filo del tiempo, pero el funcionario ofreció su colaboración y así facilitarle la investigación.
Las averiguaciones de Enrique Peña en el Archivo de Indias de Sevilla, asistido por su bellísima hija Elisa (tomamos el calificativo de una carta que escribió Moreno Carbonero a un tercero) fueron muy bien aprovechadas por el artista. Pero aun así, fue por más. Visitó el palacio de El Escorial, a unos cincuenta kilómetros de Madrid, con el fin de estudiar cuadros de la época cercana a 1580. También acudió a la Real Armería, con el objeto de familiarizarse con las armas y los uniformes del siglo XVI.
Por esos días, en la Argentina se debatía por qué los artistas extranjeros cobraban bien sus trabajos -el malagueño recibiría jugosas treinta mil pesetas-, mientras que a lo locales apenas se les daba las gracias y no mucho más que eso.
Moreno Carbonero contrató a un modelo, a quien hizo posar con diversos vestuarios: un día era Garay, otro un regidor y otro un arcabucero. Peña le comentó uno de sus hallazgos. En ciertos papeles había descubierto que el vasco Garay contaba con los servicios de un fiel nativo de la tribu de los mocovíes del norte de Santa Fe. Desde Buenos Aires le envió retratos de aborígenes que obtuvo en el Museo Etnográfico de la ciudad. El malagueño reprodujo en yeso la cabeza del mocoví para luego replicarla en la tela de la manera más fidedigna posible. Pasaba horas pintando en el espacioso jardín, copiando los efectos de luces y sombras.
Se concentraba en delinear un personaje hasta que lo completaba. Recién allí hacía cambiar de vestuario al modelo e iniciaba la nueva silueta. Trabajaba contra reloj, era consciente de que se retrasaría un par de meses, pero al menos no sufría demasiadas interrupciones.
Hasta que el 30 de marzo de 1910 recibió en su atelier una sorpresiva visita. Nada menos que la Infanta Isabel de Borbón. La integrante de la familia real de España -era tía del monarca- era quien presidiría la comitiva que participaría en los festejos del centenario argentino. Por eso quería conocer mejor la pintura. Moreno Carbonero le explicó quién era quién en el cuadro y le contó la historia de la fundación de 1580.
La impresión que causó en la Infanta fue más que buena. Le recomendó a su sobrino, el rey Alfonso XIII, que se diera una vuelta por lo el taller de la calle Miguel Ángel. Su Majestad, acompañado de una nutrida comitiva, concurrió el 24 de abril. Un chisme: El soberano asistió vestido de jinete, con pantalones bridges y botas de montar. Sin embargo, la foto oficial sufrió un retoque, ya que allí se le ve con pantalones de vestir y zapatos.
Tanto le gustó el cuadro, que terminó llevándose un obsequio: el borrador de la cara de Garay. El boceto terminó colgado enfrente de la cama de la alcoba real.
Debido a las repercusiones que estas visitas habían generado, y al interés que despertó el lienzo, resolvieron exhibirlo por unos días en el ministerio de Instrucción Pública de Madrid, aun antes de ser despachado. Fue un éxito: acaparó la atención de miles de curiosos y fanáticos del arte. Esto no hizo más que demorar aún más la entrega. Recordemos que se esperaba que la obra estuviera terminada entre enero y febrero.
Por una serie de confusiones, el cuadro que debía viajar junto con la comitiva en el buque Alfonso XII, fue rechazado por las autoridades portuarias de Cádiz y terminó siendo embarcado en el Alfonso XII. Sí, leyó bien. No son dos barcos distintos, sino el mismo. Pero los que viajaban se habían quedado con la información del rechazo, sin saber que estaba en la bodega. Faltó poco para que volviera a atravesar el océano de regreso a España. Lo advirtieron a tiempo, aunque ya no contaban con el tiempo para improvisar un acto de importancia. Por eso, se lo guardó hasta el sábado 11 de junio, la fecha de la fundación de Buenos Aires. Ese día se lo ubicó en un salón del edificio municipal.
El intendente Güiraldes envió un telegrama a Moreno Carbonero: "Hoy, fecha histórica, quedó instalado en el salón de la Intendencia su cuadro, representando la fundación de Buenos Aires. Entusiastas felicitaciones por su espléndida obra". Después de unas semanas, fue trasladado a la exposición internacional de Bellas Artes en Retiro.
Si algo le faltaba a José Moreno Carbonero para afianzar su fama, era esta pintura. ¿Un ejemplo? Roque Sáenz Peña, el presidente electo que asumiría el 12 de octubre en reemplazo de José Figueroa Alcorta, se encontraba en Europa y fue agasajado en Madrid el 28 de junio. Durante el banquete, un grupo de actores hicieron una representación viva del cuadro de la fundación.
El 19 de diciembre de 1910 la obra fue mudada a la sala del directorio del Banco Municipal (Suipacha y Viamonte, hoy edificio de Rentas). Su próximo destino fue a tres cuadras de allí, Corrientes y Suipacha, sede del Museo Municipal, donde se convirtió en una de las atracciones el día de la inauguración del local, el 6 de octubre de 1921.
Unos pequeños detalles
Fue entonces cuando se sumó un nuevo protagonista a la historia del cuadro. Nos referimos al historiador Jorge A. Echayde, director del naciente museo, tan vasco como Garay, además de ser su admirador y genealogista. Junto con algunos colegas estudió la obra en profundidad. Los especialistas detectaron errores.
La armadura y el aire quijotesco, de Garay, no parecía ajustarse a 1580. Tampoco la iluminación era adecuada porque la sombra matinal en Buenos Aires no apunta en la dirección que se había dispuesto. Además, en el cuadro original no había mujeres y era injusto que por lo menos no se representara a Ana Díaz, quien fue considerada pobladora y se le entregaron tierras. También se debatió el color del follaje elegido para nuestro junio y el frondoso sauce que adornaba la escena. Los críticos se preguntaron por qué el indio que sostenía el caballo tenía las boleadoras en la cintura y si realmente hubo perros presentes aquella jornada histórica. José Moreno Carbonero se enteró de las objeciones gracias a un amigo que regresaba desde la Argentina. Sin perder tiempo, le escribió al director del museo con el objeto de pedirle que por favor le enviaran la tela a España con el objeto de modificarla y se hizo cargo de los gastos de material y tiempo. Echayde resolvió costear el flete y el seguro con dinero propio.
Aprovechó a enviarle una nota con los puntos de discordia. Como en la carta en que le había marcado errores, le había dicho que el Río de la Plata "tiene un color de sucio", Moreno Carbonero le reclamó que le enviara un lienzo con la tonalidad real. Por lo tanto, además de la obra principal, se despachó un cuadro con el color del río. La Fundación de Buenos Aires partió el 2 de julio de 1923, a bordo del vapor Infanta Isabel de Borbón, una embarcación que evocaba a la dama que lo había visto cuando Carbonero le daba forma.
El malagueño suspendió sus vacaciones y trabajó en los cambios durante algunos meses. Alfonso XIII, el admirador del cuadro, volvió a visitar el taller del malagueño, esta vez en abril de 1924.
La obra se embarcó en Cádiz, corregida y aumentada, el 7 de junio de 1924, en el mismo vapor que se la había llevado. Arribó al puerto de la ciudad fundada por Garay el 23 de junio. Fue exhibida en el Museo Municipal desde septiembre de ese año.
Por el apuro de querer resolverla en diez meses, recién pudo darse por terminada catorce años después. Sin perros, sin sauce y sin agua limpia.
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