El valor del esfuerzo
El éxito es tratar de mejorar y aprender; el fracaso, una señal de alarma
¿Se nace o se hace? ¿Genes o ambiente? Si las cualidades humanas son cultivadas durante la vida o escritas en nuestros genes como tinta indeleble, es hoy un tema ya viejo. Como lo dijo el prestigioso neurocientífico Gilbert Gottlieb, "no sólo los genes y el ambiente cooperan, sino que además los genes necesitan información del ambiente para trabajar correctamente". Si bien tenemos nuestra única herencia genética y arrancamos nuestras vidas con diferentes temperamentos y aptitudes, hoy está claro que la experiencia y los esfuerzos personales son claves para quiénes y cómo seremos en la vida. No se trata de una habilidad previamente fijada, sino un compromiso con un claro propósito, con un sentido.
Durante años de investigación científica varios expertos han concluido, además, que aquello que vos creés de vos mismo afecta de manera profunda la forma en que llevás tu vida adelante. Tal creencia hasta podría determinar si serás esa persona que querés ser y si alcanzarás la mayoría de los objetivos que te propongas. Por el contrario, si creés que tus cualidades y aptitudes vienen de fábrica, tendrás urgencia en querer probarte todo el tiempo a vos mismo. Es decir, si creés que tenés una cantidad determinada de inteligencia, un cierto carácter, cierta personalidad, todas más o menos fijas, será mejor probarte que tenés una buena dosis, y sanas, de las mismas, para no parecer deficiente en la mayoría de estas características básicas de lo que somos.
Muchas personas pasan sus vidas probándose a sí mismas en sus carreras, en sus relaciones, en sus trabajos. Cada situación que atraviesan es una oportunidad para confirmar su inteligencia, su personalidad, su carácter. Cada situación es evaluarse: éxito o fracaso, piola o tonto, aceptado o rechazado, ganador o perdedor. Es decir, lograr algo se trata de (re)validarse a uno mismo y para la mayoría de estas personas el esfuerzo es algo bastante malo. Cuando este tipo de personas se someten –mientras se les mide nivel atencional en sus ondas eléctricas del cerebro– a un cuestionario de preguntas difíciles, y luego se les da una devolución sobre lo que contestaron, sólo prestan atención cuando se les dice si sus respuestas fueron correctas o incorrectas, pero no lo hacen cuando se les presenta la información que los podría ayudar a aprender algo nuevo. Mismo cuando contestaron mal, no les interesa aprender cuál era la respuesta correcta.
Si este mismo experimento se hace con personas que sí creen que pueden cambiar, aprender, mejorar, las ondas cerebrales que representan los niveles de atención son tan intensas cuando se les dice si fue o no correcta la respuesta como a la hora de escuchar la devolución. Además, estos últimos tienden a amar lo que hacen, incluso, durante momentos difíciles. Valoran mucho más lo que hacen independientemente del resultado. Entonces, tus rasgos heredados no son con lo que tenés que vivir. Esos rasgos son tu punto de partida. Tus cualidades básicas las podés cultivar a través del esfuerzo. El potencial cerebral que tenés es bastante desconocido; por lo tanto, es imposible prever o saber qué podés lograr con años de pasión, entrenamiento, compromiso y trabajo duro. Es decir, no hace falta que estés probándote a vos mismo cuán inteligente sos, cuando sabés que en realidad podés ser mejor en lo que hacés. Buscá gente que te desafíe y no aquellos que te sobreprotegen.
El éxito es hacer todo para mejorar y aprender, y el fracaso, una señal de alarma, algo informativo que te debería motivar a volver a intentarlo. Te invito a que creas que tu inteligencia se desarrolla si tu deseo es el de aprender, aceptando y enfrentando los desafíos y persistiendo durante los obstáculos que aparezcan. El esfuerzo es algo necesario para dominar alguna habilidad; las críticas, un lugar para seguir aprendiendo, y el éxito de los otros debería ser inspirador. Como resultado de todo esto tendrás más chances de grandes logros y cambios.
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