El valor de la pausa: tres pasos para evitar las reacciones emocionales ante situaciones adversas
Te pasa a veces de reaccionar frente a diferentes situaciones y terminar lleno de bronca, enojo y a veces ira? ¿Y te pasa que al hacer esto lo único que lográs es no llegar a nada y empeorar tus relaciones?
Para dejar de reaccionar tenés primero que hacer una pausa que te permita pensar y evaluar diferentes alternativas de respuesta.
La reacción es impulsiva y cerebral, generalmente una forma habitual de actuar que quizás alguna vez en el pasado te haya aliviado. La respuesta es pensada y mental. Necesitás espacio y tiempo para crear alternativas a cómo responder esa situación particular en el presente. Esto último requiere de más recursos, más esfuerzo, atención y energía. Pero vale la pena. ¿Cómo hago para poner pausa? Con tres pasos que los hacés en simultáneo.
Paso uno: si con algún estímulo o situación te estás empezando a sentir mal –cuanto más te conocés más rápidamente lo detectarás–, en la medida de lo posible, retirate visualmente de ese estímulo, cambiá de ambiente. Si no lo hacés, todo tu córtex visual y áreas del cerebro relacionadas con la visión quedarán secuestradas en ese estímulo. Estas áreas comprenden casi un tercio de tu cerebro. Dicho de otra forma: imaginate que tu cerebro está compuesto de cien empleados, bueno, ahora tenés treinta de ellos a los que no podés utilizar para nada, y que además se están llevando todas los recursos de tu empresa, dejando a los otros setenta sin poder hacer mucho, sólo reaccionando. Cuando te alejás visualmente del estímulo que causa tu reacción estás recuperando esos treinta empleados que habían sido secuestrados.
Paso dos: respirá profundo. Con que lo realices tres o cuatro veces será suficiente, inspirando por la nariz durante seis segundos, reteniendo el aire en la panza dos segundos y expirando por la boca siete segundos. La fórmula: 6-2-7. ¿Por qué? Cuando te invaden emociones negativas, aunque muchas veces lo hagan de manera imperceptible, tu respiración se agita: menos oxígeno entra a tu cerebro y peor es la limpieza de las toxinas que se acumulan en las neuronas.
El oxígeno, además de darle de respirar a tus células, es un gran estimulador de la fabricación de nuevos capilares. Así es: respirar profundo favorece la construcción de una red mas amplia de venas y arterias, y esto favorece más y mejor acceso a los nutrientes y oxígeno a mas neuronas (arterias).
Además de tener mas rutas (venas) para que las toxinas sean evacuadas. Más neuronas limpias, alimentadas y respirando mejor equivale a que pienses mejor. Al respirar profundo estás favoreciendo la utilización de más neuronas para pensar qué hacer con esa situación o estímulo, es decir, responder, crearte en tu cabeza varias alternativas.
Paso tres: mientras cambiás de estímulo visual o te vas del lugar y lo hacés respirando profundo, también focalizá en hacerlo con tu espalda derecha. Esto no sólo permite respirar mejor, sino que además favorece el traslado más eficiente de los mensajeros neuroquímicos desde la médula espinal al resto del cuerpo. Para que se entienda mejor: como una autopista sin tráfico. Para colmo, cuando nos sentimos mal por alguna situación, tendemos a tomar posturas desfavorables, como por ejemplo encorvarnos.
Así que recordá: si te sobreviene algún bajón o no te sentís bien, mantené la espalda derecha y respirá profundo.
Pensá, no te enrosques con los primeros pensamientos habituales que suelen venir de reacciones emocionales del pasado. Usá la pausa y tu bienestar y el de los que te rodean se beneficiará.
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