El último grito de la vanguardia de los 90
“Seguir, en este momento, sería caminar hacia atrás”, dice Diana Ruibal al anunciar el cierre de la paradigmática sala, nave insignia de una década que en poco más de un año ha cedido hasta el último de sus reductos a la diosa de la modernidad
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Cuando a mediados de mayo Morocco baje definitivamente sus persianas, más que un reducto particular -devenido clásico de la noche- quedará cerrada una etapa. Desaparecerá el último ícono del under y la diversidad que en los años 90 caracterizó a un circuito de Buenos Aires movilizador, sensible, señalado también por Ave Porco y El Dorado -debilitado, pero aún sobreviviente.
"Empezamos con Cavallo y nos vamos con Cavallo", dice Diana Ruibal, una de las gestoras del local allá por 1992 y única dueña actual. "Sí, somos muy fans de Cavallo", bromea y escupe una carcajada desde el estómago que sirve de preámbulo a la anecdótica historia fundacional de Morocco.
"Cuando comenzamos (ella en sociedad con los productores españoles Ignacio Cubillas, Alaska, Jaime Torre Grosa y Anita Villa Corta) el proyecto tenía un costo de entre 200 mil y 300 mil dólares, pero la obra costó el triple porque en el medio nos sorprendió el mundo del CUIT " -cuenta Ruibal, incorporando a su relato la frase que entre ellos hizo famosa Sergio de Loof-. Hubo que empezar a facturar, todo el mundo se enloqueció, se empezó a agregar el IVA, los que trabajaban de manera independiente tuvieron que sacar su numerito y el presupuesto se nos escapó de las manos." En total, vivieron esa revolución económica durante un año, hasta que unos inversionistas mexicanos aportaron los últimos 150 mil dólares que faltaban para parir la inauguración.
-Fans de Cavallo ¡Qué ironía!
-El chiste lo hago porque no vamos a vivir nunca más la época que pasamos con él. El nunca más nosotros lo tenemos muy claro. Soportar este momento sería caminar hacia atrás. Además, está bueno retirarse para que surjan cosas genuinas del momento. Toda la gente que hoy tiene un lugar en Morocco va a salir a buscar una nueva alternativa, no van a quedarse quietos, y quizá creen un lenguaje más acorde con esta situación.
Lo cierto es que entre balconadas y mayólicas, las trasnoches que brillaron dentro de Hipólito Yrigoyen 851, nacidas en pleno apogeo de la fiesta menemista, llegaron a estas alturas de 2001 sin perder la coherencia de su línea estética. Y ahora que la ecuación económica no tiene solución, Morocco tampoco está dispuesto a quebrar ninguna de sus patas: vanguardia, calidad artística, placer, diversión.
-¿Pensaste una alternativa al cierre definitivo?
-Resultaba imposible sin embargo siento que no es un final forzado. Combatimos otros momentos duros pero esta crisis generó, además, un cambio fuerte de valores culturales. La gente no tiene guita, modificó el culto a la diversión, antes salía miércoles, jueves, viernes o sábado y hoy lo hace una vez por semana. Por otra parte, se ha ido estatizando el espectáculo: hay una tendencia muy clara que es tomar demagógicamente la cultura, sobre todo dentro del área municipal. Lo que hizo el Gobierno este verano en parque Sarmiento marcó un rumbo que afecta a la producción independiente. Lo importante hubiera sido que esos shows se realizaran una vez al mes y recorrieran los barrios. Armar un Walt Disney gratis no sirve, es confundir megaeventos con política cultural.
Durante casi una década, Morocco fue sitio de pertenencia de mucha gente, laboratorio de artistas, sala de teatro, pasarela de diseñadores, escenario de las experiencias más variadas, donde travestis y famosos, políticos y noctámbulos sensibles convivieron, libres, en un ambiente vedado a los paparazzi y ventiladores de rumores. Aun cuando estuvieran allí dentro, vaya a saber uno haciendo qué, Susana Giménez, Charly García o David Coperfield; Ramón Hernández, Darío Lopérfido, Manzano o los hijos de De la Rúa. Un lugar también querido por el ambiente periodístico, que Diana supo manejar gracias a su experiencia de años anteriores como jefa de prensa del actual presidente.
Así, en el primer restaurante disco de la ciudad -donde Paul Azema formó una generación de gastronómicos-, la noche podía hacer foco en el humor oscuro de La moribunda , por la dupla sin par Urdapilleta-Tortonese, en la presentación de un dee jay extranjero (cuando no era moneda corriente), en bailar descalzos sobre una alfombra de piel o en festejar algún clásico de la casa. Clásicos de clásicos, como los inolvidables carnavales o la elección anual de la Reina de la Primavera, que en 1996 disparó la carrera artística de una de las caras más famosas de Morocco: La Cacho, diva de La Revista que dirigió Marito Filgueira.
"Sobre todo fue un espacio de aceptación a la diversidad, una función social que va a trascender con el tiempo". Una definición que avalan habitués, mentores y participantes de la movida cultural del local barroco.
Repasando el álbum de fotos familiar que despierta recuerdos, Ruibal destaca a sus ibéricos compañeros de aventura; a los personajes memorables como Maradona, Charly y Fito; una temporada divertidísima que vivieron con los españoles Eusebio Poncela, Imanol Arias... Y más acá en el tiempo, subraya la importancia del mundo electrónico que introdujo Alejandro Ros y Pablo Schanton.
-¿Qué creés que va a suceder cuando desaparezca Morocco como espacio de vanguardia?
-Es la mayor de las intrigas. También piensan en eso los artistas extranjeros. La última vez que estuvo acá, DJ Hell me citó para preguntármelo.
-¿Y qué le contestaste?
-Que van a nacer cosas nuevas. Que Morocco existió así como el Parakultural y el Di Tella, que fueron hitos, y que es momento de que surja otro con un nuevo lenguaje. Nosotros hacemos cosas de ultravanguardia que no son valoradas como hace ocho años. Entonces, ahora que nos vamos, la gente dice ¡Ay, qué va a pasar! .
Lo que va a pasar es que a partir del 5 de abril en esta siempre cuna de experimentos disímiles se desplegará una programación de despedida que sintetizará su trayectoria. Un mes que promete venir con yapa.
- ¿Cómo va a ser la fiesta final?
-Tiene que ver con 30 días que necesitamos para cerrar y así creer que esto se termina de verdad. La gente que tenemos cerca, gente de alto voltaje creativo, tendrá el lugar para hacer su duelo.
-En el programa de cierre salta a la vista la ausencia de artistas esperados, como Tortonese y Urdapilleta.
-Sí, hay algunas asignaturas pendientes... Urdapilleta es una. Yo soy fan de Alejandro, pero por temas personales no podrá estar. (Diana enciende el primero y único cigarrillo de la entrevista y desliza un sintético off de record ). Estamos haciendo lo posible por programar a Charly, un personaje que me gustaría; vienen nuestros amigos de España que tanto nos gustan, DJ Angel Molina y Loe. En realidad, falta mucha gente, pero la única persona con la que hubiera querido contar para decir Chau y no va a estar es Alejandro. Creo que a él también le hubiera gustado.
-En este momento, ¿cómo se debate en vos el orgullo de lo logrado con la nostalgia de la despedida?
-No tengo angustia. Cuando decidí que esto terminaba sentí mucho alivio porque ser empresario en este país es lo peor que te puede pasar. Del equipo, yo soy la que mejor está.
Gonzalo Fondevilla, por ejemplo, pasó de la barra a la caja de la puerta, de la gerencia nocturna al trato con la prensa, y es uno de los que se resiste al cierre. Cuenta que hay noches que se queda mirando un punto fijo y le dan vuelta en la cabeza imágenes de 8 años de diversión; dice que le gustaría llegar a Morocco en este momento y que estuviese cerrado. Que es una muerte muy larga.
-¿La historia tiene final feliz?
-Hay muchos finales en las historias y éste es sólo un final. Creo que desde nuestro origen buscamos que las cosas estuvieran vinculadas con la calidad y, por ende, con lo que puede generar satisfacción. Nuestro final está pensado desde ese lugar.
De alguna manera, Morocco siempre fue un guión adaptado de la realidad. Seguir adelante, sería repetirse. Un asunto impensable. Entonces, cierra su capítulo. "Nuestra curación artística se retira acá."
Darío Lopérfido:
Es un lugar genial, estuvo siempre adelante. Quizás ahora hay otras tendencias, quizás hayan cambiado los tiempos, pero los 90 eran sólo de Morocco. Era el único lugar con una excelente propuesta cultural y vinculado con la nocturnidad. Era mi casa, hasta festejé un cumpleaños. Como funcionario, no comparto las críticas que Diana hizo a Verano Buenos Aires , que fue un programa corto, donde los recitales masivos eran sólo los sábados. Paralelamente hubo espectáculos pagos, que sí funcionaron como el Buenos Aires Hot Festival. Creo que una ciudad que sobreoferta tanto crea más demanda.
Humberto Tortonese:
Morocco cumplió un ciclo y es bueno saber retirarse a tiempo.
Recuerdo sobre todo los primeros tiempos, era brillante. En esa época íbamos con Gasalla y te encontrabas con Susana Giménez y Roviralta, el clima era de loquero total.
Después de ese auge tremendo, pasó a ser más una disco, después apareció el teatro y nosotros con La moribunda . Nosotros fuimos parte de Morocco mientras eso duró, éramos más independientes, pero fue bárbaro participar.
Renata Schussheim:
Lamento que cierre Morocco, me enteré hace unos días y me dio mucha pena, sobre todo porque tenía un proyecto teatral que era ideal para hacer ahí. Ahora no hay lugar y no hay proyecto.
Si bien yo no curto mucho la noche, sí seguía su costado teatral donde Mario Filgueira brillaba.
También recuerdo a Tortonese y a Urdapilleta con La moribunda , eran espectáculos sólo para ese lugar. Morocco tenía una estética, un perfume propio y especial que lo hacía único.
Amelita Baltar:
Conocí el lugar cuando fui a ver a Urdapilleta y Tortonese y sentí que no podrían haber hecho esa obra en otro lugar. Morocco me fascinó y por suerte al poco tiempo me invitaron a actuar. No lo dudé un minuto. Fue una experiencia impresionante. Como se dice, reventé el Morocco. Ahí me gritaron por primera vez: ¡Aguante Amelita!, y una piba me dijo ¡Qué gambas, mamá! Estoy helada, no sabía que cerraba, nunca pensé que podía pasar. Algo se muere y no creo que pueda ser reemplazado fácilmente.
Vértigo
A los noventa se le podrán reprochar muchas cosas, pero parece que no tienen intención alguna de perpetuarse. Aunque Cavallo volvió, no hay forma de que algún cristiano se crea el bolazo de la revolución productiva o el salariazo. Esas cosas fueron de los noventa y no se reciclan. No way .
Y parece ser que con ese poco espíritu de inmortalidad, algunos iconos de la noche porteña de la década pasada poco a poco están pasando al arcón de los recuerdos. El más prolijo, el que respetó a rajatabla la subjetividad del cambio del almanaque fue Ave Porco. Y su prolijidad fue tan obsesiva que la noche del 31 de diciembre de 1999 cerró sus puertas. En esa oportunidad, el mismo público fue el encargado de romper la característica barra y, como si fuera un pedazo del Muro de Berlín, se lo llevó a su casa.
Lo siguió Babilonia, otro centro de las artes que a pesar de sus múltiples esfuerzos no pudo reacomodarse a la vecindad de shopping, hipermercado y tres torres que poco tenían que ver con la marginalidad del Bronx en el que nació. Yasí, silbando bajito, bajó el portón hace dos meses.
Ahora sigue Morocco, otro emblema de la calle Hipólito Yrigoyen, próximo a El Dorado, un sitio que, de tanto reacomodarse a estos tiempos modernos, sólo preserva de su glamour original un nombre que ya no brilla.
Los dueños de estos sitios esgrimen razones de peso para justificar su cambio de ramo: contratos de alquiler que vencen, la maldita economía, un espíritu de fiesta inexistente o mil motivos más. Todas verdades pero que, para el que estuvo del otro lado, poco importan.
Lo cierto es que cierran o ya cerraron. Los tres tuvieron una marca que los identificó: la de respetar y potenciar la diversidad escénica y sonora de todo tipo. Pero que ya fueron.
A 15 meses del comienzo de esta nueva década, muchos signos de los noventa desaparecen. ¿No será demasiado vertiginoso? ¿Es que acaso estamos construyendo signos sumamente efímeros? Puede ser. Quizá sea el fruto más adecuado a la modernidad.