¿Podrán Pablo y Marianela sobrevivir a los avatares de la vida?
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Era el mes de septiembre de 1996 en Hurlingham, provincia de Buenos Aires. Marianela de 11 años lloraba en la vereda de la puerta de su casa porque una amiga había intentado quitarse la vida por el fallecimiento de su madre. Pablo, de 16 años y vecino del barrio, fue a la casa de enfrente a buscar un tablero de dibujo, se conmovió con las lágrimas de la niña y se acercó.
A partir de ese día Pablo pasaba todos los días y la saludaba. Llegó noviembre y se pusieron de novios, “un noviazgo totalmente inocente”, asegura Marianela, pese a los comentarios de todos los vecinos. Cinco años es mucho o poco según quien lo mire y, en etapa escolar y de crecimiento, parecieran ser un abismo. Él venía de una familia conservadora italiana. Ella de una familia disfuncional para la época: una mamá, un padrastro y la hija única.
“Nos unió el espanto y la desprotección familiar”
Empezaron, con un besito cada tanto, a hacer los mandados juntos, compartir ratos con amigos del barrio, andar en bici o rollers por Palermo. De a poco Pablo pasó de la vereda al porche, del porche al living, hasta que parecía uno más de la familia. “Cursamos el secundario en la misma escuela cada uno respetando el espacio del otro, teniendo nuestros amigos y disfrutando cada uno de sus recreos sin estar encima del otro. Siento que vivimos mil vidas, de ir por primera vez a bailar a compartir almuerzos juntos ya que en nuestras casas nadie se ocupaba de eso”, recuerda Marianela.
Asegura que en aquel entonces ellos no notaban la diferencia de edad, pero les resultaba abrumador contarlo y que la gente se espantara. Su madre entraba mientras ella se duchaba para decirle que Pablo era muy grande, que le iba a pedir cosas que ella todavía no hacía. “Fue otra época, no nos saltamos etapas. Creo que nos unió el espanto y la desprotección familiar”, analiza una Marianela de ya 39 años.
A los 18 años Marianela quedó embarazada. El padre de Pablo los obligó a abortar, pero ella le mintió, le dijo que lo había hecho pero no. Continuó con el embarazo pero a los seis meses lo perdió de manera natural, “eso me marcó mucho. Su papá tenía la creencia de que yo lo quería enganchar, que le iba a arruinar la vida”, explica Marianela.
Un año y medio después decidieron casarse. Pero Pablo se asustó y la dejó.
“Desapareció totalmente y me ofendí”
Pablo tenía miedo de que como venía de una casa con muchos problemas y violencia se repetiría la misma historia. Entonces se asustó y sintió que desapareciendo de la vida de Marianela ella podría ser feliz conociendo a otra persona.
“Desapareció totalmente, yo lo esperaba en su casa y él no llegaba. Me ofendí, creí que había conocido a otra y se había olvidado de mí. Todo se dio en momentos muy complejos para ambos: su papá alcohólico, a su mamá le diagnosticaron esquizofrenia; la mía adicta a las drogas y separada de mi padrastro quien abusaba de mi hermanita. Fue feo, me enojé mucho y me creí que estando con otra persona me olvidaría de él”, asegura Marianela.
Entonces conoció a otra persona, se fueron a vivir juntos y tuvo dos hijas.
Pero Pablo volvió a aparecer, esta vez como amigos, “seguimos en contacto, ya sea por teléfono o él me visitaba en mi trabajo. En cada acontecimiento importante o dramático siempre estábamos”, cuenta Marianela.
Su pareja de aquel momento era violenta, pero ella no podía salir de aquella situación ni tenía a donde ir. A Pablo le mentía, le decía que estaba bien y que era feliz. Con esta información él se mantenía al margen, seguía soltero, su corazón le pertenecía a una sola mujer de la que no le quedaba otra opción que ser amigo.
Él nunca le contó a su familia que Marianela vivía con su pareja y tenía dos hijas sin casarse, no quería dañar su imagen, sabía que ellos no aprobarían la unión ni entenderían que ellos se siguieran viendo solo como amigos. Sin embargo, el papá de Pablo, aquel que no aprobaba la unión, se lamentaba de que estuvieran separados. Se dio cuenta de que pasaban los años y que Pablo seguía solo.
Con mucho valor Marianela pudo salir de aquella relación violenta y se quedó durante varios años sola, “con él cerca, aunque él no quería tener contacto con las nenas, tenía miedo de encariñarse y que yo me arreglara con mi ex”, explica Marianela.
“La gente no entiende o juzga”
Pero el amor es más fuerte que cualquier sentimiento en este mundo y no podían ignorarlo. Muy de a poco volvieron a estar juntos y se pusieron de novios. Él se quedaba una o dos veces en la semana en la casa de ella, empezó a compartir tiempo con las hijas, se fueron de vacaciones todos juntos y ahí sintió que ya no podía más con ir esporádicamente, necesitaba y quería pasar toda su vida con ellas. Marianela tenía 33 años cuando se fueron a vivir juntos, construyeron una casa, tuvieron un hijo y formaron una familia de cinco. “Estamos tramitando para ponerles el apellido de él”, asegura con emoción Marianela, el plan es festejar la aprobación de los papeles con un viaje por Europa toda la familia junta.
“Yo siempre quise estar con él, sabía que era el amor de mi vida, me imaginaba de viejitos juntos, viajando. La gente no entiende o juzga porque yo tuve dos hijas con otra persona, pero yo sentía que era la única forma de encontrar un sentido engañándome con que me iba a enamorar de otro, que si tenía un hijo todo cambiaría y me olvidaría de él. Hoy estamos muy felices de estar juntos”, concluye Marianela.
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