El sueño de vivir la pasión por el deporte arriba de un caballo
A diferencia del fútbol o el tenis, practicar equitación exige un apoyo familiar extra
Sueños e Ilusiones. Cuando un chico practica su deporte favorito a menudo lo hace soñando con sus ídolos. Juega al fútbol con la esperanza de ser un nuevo Messi; agarra la raqueta de tenis para sentirse un futuro Del Potro; empuña un palo de golf para seguir los pasos del Pato Cabrera. En el caso de la equitación, otro deporte que atrae a cantidades de jóvenes, el desafío tiene una complejidad adicional.
Para ser campeón en esta disciplina, como en tantas otras, se necesita dedicación, perseverancia, constancia y una importante cuota de talento. Pero la circunstancia ineludible de la equitación es que hay un animal de por medio. Implica establecer un vínculo con él, entenderse con él. Es un animal que necesita una atención diaria: no se lo puede guardar en un placard como hacemos con una pelota o un palo de hockey.
El caballo es también un atleta que precisa su rutina del ejercicio, no importa si el jinete se acostó tarde la noche anterior, está resfriado, o simplemente no tiene ganas de montar. La equitación, entre otras virtudes, enseña a los chicos a ser responsables, que no es un aporte menor en su formación. Los chicos que se inician deben tener una gran pasión si quieren realizar su sueño de ser campeones. Algo más, la voluntad férrea del jinete no basta: es imprescindible contar con el apoyo de los padres.
Dos ejemplos actuales son Alexis Trosch, flamante campeón nacional de salto, cuyo padre, Sergio, lo llevaba a andar en pony cuando tenía cuatro años. Con su esposa, Marta, siempre acompañaron al hijo en su carrera hípica, que alcanzó el título máximo de la equitación nacional después de dedicarse durante 30 años a competir.
Otro caso es el de Felipe Fuentes, que empezó a montar a los seis años bajo la tutela de Oscar, su padre. Ahora a los 17, Felipe se convirtió en el campeón argentino más joven de primera categoría.
De esta pasión pueden hablar con propiedad Fabio Sasso y su esposa Marcela. La hija del matrimonio, Bianca María, de 11 años, se enamoró de los caballos desde que aprendió a caminar. "Cuando pasaban la Policía Montada o los Granaderos siempre le llamaban la atención los caballos. En la calesita de la estación de Vicente López sólo quería subir al caballo", recuerda Fabio.
A los dos años la llevó a andar en pony en GEBA todos los domingos. Las clases se fueron alargando unos 15 minutos hasta llegar a una hora. Luego Bianca montó en La Horqueta, donde comenzó a participar en concursos internos, a los cinco años. Hace tres años empezó a montar en el Club Hípico Buenos Aires (CHBA) de Palermo. Después del colegio concurre allí para tomar clases de salto. Su padre la lleva y trae aunque tenga que hacer malabarismos con los horarios del trabajo. También la acompaña los fines de semana a los concursos, que muchas veces comienzan bien temprano. "Hacemos un esfuerzo extra para apoyarla y acompañarla -dice el padre-, porque sabemos que es un deporte costoso."
En el CHBA, la familia Sasso adquirió a Gran Callejero, con el que compite Bianca, ya con varios triunfos en su haber, incluyendo el Campeonato Nacional de Equitación 2012, en la categoría escuela menor. El día en que se definía el campeonato surgió un problema: la chica terminaba la primaria prácticamente a la misma hora en que debía competir. Bianca le dijo a su padre: "Quiero saltar porque voy a ganar para dedicarles el triunfo a los abuelos que están en el cielo". Una directora comprensiva le dio permiso para faltar. A la mañana siguiente, rodeada por sus compañeros, Bianca ingresó en el colegio con la copa y la banda de campeona.
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