Albert Speer Jr. huyó siempre de su pasado, pero hasta el final de su vida nunca pudo ocultar su conexión con Hitler; especialmente después de haber sido elegido para construir la mayoría de los estadios de fútbol en Qatar
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El 2 de diciembre de 2010, Joseph Blatter -entonces presidente de la FIFA- anunció al mundo que Qatar sería la sede del Mundial de Fútbol de 2022. El pequeño emirato dejó fuera de competencia a otros cuatro candidatos: Australia, Corea del Sur, Japón y Estados Unidos. Por primera vez, un país de Medio Oriente sin tradición futbolística organizaría una Copa del Mundo, lo que rápidamente levantó sospechas. Primero, por escandalosas acusaciones de corrupción involucradas en la decisión; segundo, porque su verano fácilmente supera los 38°C; y tercero, por todos los cuestionamientos que el país tenía por violación a los derechos humanos. Sin embargo, el grupo de evaluación de la FIFA dijo haber quedado impresionado con los planos que el jeque Tamin bin Hamad Al Thani les presentó.
Tras la designación, el emir de Qatar invirtió miles de millones de dólares en infraestructura. Se propuso deslumbrar al mundo: construyó un subterráneo modelo que atraviesa Doha, museos de todo tipo y hoteles de mil estrellas. Pero necesitaba, por sobre todas las cosas, 9 estadios de primer nivel y tenía 12 años para construirlos.
La mayor parte del proyecto fue tomado por la renombrada firma alemana A. Speer + Partners, que planteó un enfoque con medidas ambientales estrictas y un concepto de estadios “modulares” que podrían desarmarse para ser enviados a países en vías de desarrollo al finalizar la Copa del Mundo. Además, el proyecto sería supervisado personalmente por el fundador y director de la firma, el prestigioso Albert Speer Jr. El jeque Mohammed bin Hamad bin Khalifa al-Thani, hermano del gobernante de Qatar, responsable de la supervisión y la entrega de los estadios y toda la infraestructura relacionada con el Mundial, quedó fascinado. En A. Speer + Partners recuerdan que, luego de ver el proyecto, Mohammed llamó a la oficina para decir: “¡Amo a los alemanes!”.
En Alemania, Speer Jr. ya era reconocido como uno de los mejores urbanistas del país. Toda su vida impulsó una corriente de vanguardia llamada, “arquitectura humanista”. Según su definición, este estilo busca construir edificios que estén pensados “por y para la gente que los habitará”. Y así se idearon los estadios a cargo de la compañía alemana: el Al Bayt, el Ras Abu Aboud, el Al Janoub y el Icónico de Lusail, donde se jugará el final de la Copa del Mundo.
Cuando recibió la propuesta de construir tantos estadios en tan poco tiempo, Speer Jr. se puso eufórico. “Grandes eventos como los Juegos Olímpicos o la Copa del Mundo hacen concebible lo inconcebible. No hay tabúes”, le dijo al diario alemán Der Spiegel en aquella época.
Para Gerhard Matzig, crítico de arquitectura del diario alemán Süddeutsche Zeitung, Albert Speer Jr. comprendió que con la propuesta qatarí le había llegado, finalmente, la oportunidad de poner su nombre por delante del nombre de su padre. No quería parecerse en nada a él. “Creía que la planificación urbana debería venir de la gente, y no de una ideología”, explica el crítico.
Albert Speer padre también era arquitecto. Algunos libros de historia lo recuerdan como “el buen Nazi”. Durante el Tercer Reich perteneció al círculo más íntimo del nazismo. Se codeaba con Goebbels, Göring, Hess y todos los comandantes de las temibles SS. Hitler visitaba frecuentemente la casa de la familia Speer. Para Albert Speer Jr., que era apenas un niño, sus visitas eran “un acontecimiento feliz. Era un buen tío para nosotros”, así lo confesó en la entrevista con Süddeutsche Zeitung en 2015.
A Speer Jr. nunca le gustó hablar de su padre. “La gente siempre me pregunta por él, es muy molesto”, confesó en la misma entrevista. No solo por lo que su padre representaba como jerarca nazi, sino porque la relación entre ellos siempre fue difícil y dejó secuelas que jamás desaparecieron.
“Si Hitler hubiera tenido un amigo, ese habría sido yo”
Albert Speer padre tenía un porte elegante, medía 1,87 y siempre se presentaba pulcro, incluso en prisión. Él se describió así: “Si Hitler hubiera tenido un amigo, ese habría sido yo”. Los que lo conocieron lo retratan como un hombre sensible y seductor. Fue uno de los 24 altos mandos Nazi juzgados en los históricos juicios de Núremberg, y uno de los seis que no fueron condenados a muerte. Durante los interrogatorios respondió con precisión cada detalle que le pidieron. Incluso confesó haber planeado asesinar a Hitler, su amigo, en dos ocasiones.
No obstante, cuando las preguntas giraron sobre su responsabilidad en el genocidio, se mostró sorprendido. Dijo que no tenía conocimiento de tales atrocidades. “Cuando terminé de leer la acusación me invadió una sensación de desconsuelo. Entendí que debía asumir mi responsabilidad como ministro del Reich, no como particular”, precisó en su primer libro, Memorias: Hitler y el Tercer Reich vistos desde adentro.
Según su propio relato, se había concentrado en sus tareas como arquitecto primero, y como ministro de Armamento después. No se había percatado del horror que cometían sus pares. A diferencia del resto de los condenados, se mostró dispuesto a cumplir su pena, que fue de 20 años en prisión, e incluso “a morir por lo que había hecho el régimen”, como lo describió. Tal actitud le concedió el apodo del “buen Nazi”.
Speer siempre se mostró arrepentido y responsable de lo que, según insiste, hicieron sus colegas. “Tengo sangre en las manos”, declaró durante su juicio. Sin embargo, su pretendida inocencia no se condice con las responsabilidades que asumió, a través de los años, en el Tercer Reich. En un principio, se dedicó exclusivamente a tareas arquitectónicas: construyó cines, teatros y el icónico Campo Zeppelin. Incluso dirigió dos de los proyectos más importantes para el führer: la construcción de la nueva Cancillería del Reich de Berlín, y la reinvención de Berlín como la nueva capital nazi de Germania. Fue tal el asombro de Hitler por las obras de Speer que le pidió que diseñase también su casa de vacaciones, en Bavaria. Pero poco después, su situación cambió.
En 1937, Hitler lo nombró Inspector General de Edificios de Berlín y una de sus principales obligaciones fue desalojar a propietarios judíos de sus hogares. También fue un fuerte promotor del trabajo forzado dentro de sus proyectos, algo que se exacerbó durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1942 fue designado ministro de Armamento. A pesar de los bombardeos, las derrotas y la escasez de recursos, Speer logró duplicar la producción de armas y proyectiles en menos de un año. Diseñó fábricas subterráneas y rutas seguras que evitaron sabotear la producción.
Con sus hijos era un hombre frío y su trato rozaba la tiranía. Los aterrorizaba conduciendo a toda velocidad por caminos de montaña. Durante sus años en la cárcel, solo le escribió dos cartas a su hija Helena. Y cuando hubo posibilidad de visitas, se negó a reencontrarse con sus hijos porque “no tenía nada que decirles”.
Cuando lo condenaron, la familia entera se mudó a Heidelberg a vivir con los abuelos. Speer Jr. era el mayor de todos, pero solo tenía 12 años. El encarcelamiento de su padre lo transformó: de ser un chico divertido y aplicado, pasó a odiar el colegio. Poco después empezó a tartamudear. “Mi último examen de francés fue oral. Un desastre. A modo de misericordia, me dejaron pasar”, recordó en diálogo con Süddeutsche Zeitung.
Speer Jr. cuenta que su timidez lo llevó a convertirse en arquitecto porque pensaba que no tendría que hablar. “En aquel entonces era simplemente un camino que se abrió. Sabía dibujar bien, podía expresarme, tenía ideas”, comentó en un documental de la televisión alemán. Y si bien sus conflictos fueron menguando conforme creció, con su padre nunca terminó llevarse bien. Incluso después de su reencuentro, 20 años más tarde.
Cuando su padre fue liberado, Speer Jr. le llevó un modelo del primer edificio que diseñó. Era una pequeña casa de vacaciones, a orillas de un lago, cerca de Múnich. “Lo único que me dijo fue que era una pérdida de dinero”, recordó. La rispidez entre ambos duró hasta el 81, cuando el arquitecto favorito de Hitler murió de un infarto cerebral.
Qatar: el escándalo que rebalsó la sombra de Speer
La infancia de Speer Jr. marcó su profesión. Su técnica era modesta, carecía de excesos, pero eran altamente funcionales. Con proyectos urbanos que desarrolló en Alemánia y Libia ganó una buena reputación en el mundo. Mientras su competencia diseñaba rascacielos que ocultan completamente el paisaje, él priorizaba construcciones inclusivas y de menor escala. En el fondo, parecía que su objetivo era contrariar a su padre. Él no era Albert Speer y aquella herencia nazi era solo un lastre.
En 2015, Süddeutsche Zeitung le preguntó si odiaba a su padre. El respondió lo siguiente: “¿Puedes despreciar a tu propio padre? No. Era un buen arquitecto. Al menos hasta 1938. Mucho más moderno de lo que la gente piensa hoy”. Su padre estuvo ausente casi toda su vida, pero Speer Jr. siempre se mostró fascinado por la capacidad que tenía de crear condiciones de vida. Aun así, lo describía como un “hombre hueco… totalmente carente de visión moral”.
Sin embargo, el sentido de rectitud moral que Speer Jr. adquirió no le impidió trabajar con gobiernos autoritarios. Su firma diseñó un Palacio de Justicia en forma de cubo en Riyadh, Arabia Saudita, un país con un sinnúmero de denuncias por violaciones de derechos humanos. También participó de diseños en China y Azerbaiyán, acusados de lo mismo. “Los alemanes deberían poder trabajar en países con una embajada alemana”, justificó en entrevista con Der Spiegel. Argumentó que su principal objetivo era mejorar la vida de las personas que viven en las ciudades, independientemente del Estado. “Esto tiene muy poco que ver con la política”, agregó.
Sin embargo, con el inicio de los proyectos en Qatar comenzaron a surgir varios reportes de medios como la BBC que denunciaron un incesante incremento de muertes durante la construcción de los estadios entre otras varias violaciones a los derechos humanos de los que, sobre todo, eran inmigrantes de Nepal e India. A través de los años, distintas organizaciones internacionales continuaron denunciando las numerosas violaciones de los derechos de los trabajadores en Qatar, incluidas condiciones de vida miserables y la confiscación de los pasaportes.
Un nuevo escándalo puso al apellido Speer otra vez en la prensa internacional. Algunos tabloides alemanes cuestionaron al urbanista y revivieron también la historia negra de su padre.
En septiembre del 2017, Albert Speer Jr. murió a los 83 años. Una caída sencilla en casa se derivó en una serie de complicaciones que no tuvieron solución. No logró ver el proyecto de los estadios de Qatar terminado. Tras su muerte, varios medios internacionales publicaron su historia. Pero los editores siempre pusieron su nombre y el de Hitler en la misma oración.
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