El sistema (todavía vigente) que marcaba las horas del día en la Edad Media
La jornada medieval estaba definida por distintos factores, muchos de los cuales se mantienen hasta nuestro tiempo
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Poder segmentar el día en horas es una de las cosas que estructuran la rutina moderna de millones de personas. En la Edad Media esto también era así, pero la forma que tenían de organizar su tiempo era diferente a la nuestra, aunque algunas de sus costumbres se sigan repitiendo, especialmente en el continente europeo.
Para poner en contexto la época, se entiende como Edad Media o Medioevo al período de tiempo que va desde la caída del Imperio Romano de Occidente a causa de las invasiones bárbaras, en el año 476 D.C, hasta la conquista por parte de los turcos otomanos de Constantinopla (actual Estambul), capital del Imperio Romano de Oriente, también llamado Bizantino, en 1453.
La principal diferencia que podemos encontrar entre nuestra organización moderna y la de este período histórico es la falta de relojes. Aunque existían algunos antepasados de este invento, como la clepsidra de agua inventada por los Antiguos Egipcios, era un artefacto costoso y poco difundido entre el pueblo campesino que constituía la abrumadora mayoría de la población en la Edad Media.
Pero entonces existía una institución que, así como estaba presente en casi todos los aspectos de la vida medieval, también regía el tiempo: la Iglesia Católica.
Como describe Geneviéve D’Haucourt, archivista paleógrafa francesa, en su libro La Vida en la Edad Media, la hora en la jornada campesina estaba regida por el tañido de las campanas monásticas, que anunciaban los distintos servicios religiosos: “A media noche sonaban los Maitines; a las 3, las Laudes; a las 6, Prima; a la que seguían, llegado el caso, las misas privadas; a las 9, Tercia; a la que sigue la Misa Mayor; al mediodía, Sexta; a las 15 horas, Nona; a las 18 Vísperas; y a las 21, Completas”.
Dicho ciclo, que todavía se repite en algunas órdenes religiosas, dividía el tiempo para los campesinos y habitantes de las incipientes ciudades medievales. Por eso, según recoge D’Haucourt, las personas decían, por ejemplo “te veré a la hora de Prima” o “después de Vísperas”, así como también “antes de Tercia”.
Esta forma de distribuir el día era elástica según la estación, ya que las órdenes tenían distintos horarios en invierno y verano. Pero el objetivo de esta segmentación, según cuenta la paleógrafa, no era buscar la exactitud dividiendo al día en 24 horas, sino la necesidad de separar el día de la noche. Y es que más allá de las campanadas, las personas del Medioevo regían su vida por el Sol.
Tanto los clérigos como la población en general se despertaban muy temprano. Mientras que para los religiosos el día comenzaba a la medianoche, los campesinos abrían los ojos con las campanadas previas al alba. De esta manera, después de despertarse, vestirse y lavar su cuerpo, además de realizar sus oraciones matinales, podían comenzar a trabajar al momento del amanecer.
En cambio, cuando era necesario medir el tiempo para realizar una acción se utilizaban otros métodos, que la archivista paleógrafa especifica: “Eran comunes los relojes de arena (todavía empleados en la cocina francesa para cocinar huevos tibios), las velas (una noche se dividía en tres velas) y la duración de ciertas oraciones (un Salterio, un Miserere, un Padre Nuestro)”.
La adopción del reloj
Aunque la práctica de dividir el día según los servicios religiosos se extendió durante cientos de años en Europa, el reloj comenzó a infiltrarse en la vida medieval a través de un lento proceso. En un primer momento, estos aparatos, lejos de la forma actual que les conocemos, eran potestad de ricos y poderosos.
Geneviéve D’Haucourt cita como ejemplo al rey Carlomagno, que poseía una de las mencionadas clepsidras de agua. Este era un antepasado del reloj moderno que consistía en una vasija de cerámica, la cual tenía agua hasta cierto nivel, con un orificio en la base cuya medida aseguraba la salida del líquido a una velocidad determinada, permitiendo así prefijar el tiempo. Invento que databa de los Antiguos Egipcios, su uso no estaba popularizado en el Viejo Continente más allá de las élites.
Además, existían relojes astronómicos que permitían conocer las posiciones relativas del Sol y la Luna, algo esencial para poder determinar los días que correspondían a las fiestas religiosas. También eran útiles para definir los ciclos del día y la noche. En el continente europeo todavía pueden encontrarse algunos en funcionamiento como el reloj astronómico de Praga, uno de los más famosos, inaugurado en 1410.
En cambio, el verdadero salto de calidad en cuanto a la medición del tiempo medieval en las ciudades ocurrió en el siglo XIV, cuando los hoteles comenzaron a adornarse con Jacquemards. Se trata de pequeñas esculturas de personas con martillos, incorporadas a torres de relojes, que de manera automatizada golpeaban una campana al comienzo de cada nueva hora. Hasta el día de hoy pueden verse en distintas ciudades medievales, especialmente en Francia, y constituyeron un punto importante para la separación de la vida civil de la religiosa, ya en la última etapa de la Edad Media.
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