El show de Patricia y Fabiana
Son primas muy unidas. Una, la Bullrich, se fue del PJ peleada con Menem y acaba de quedarse afuera de Diputados, aunque quiere seguir peleando. La otra, la Cantilo, prepara un nuevo disco, el sexto, pero no quiere adelantar nada del material por una cuestión de cábala
Llueve. El coche de la dirigente política Patricia Bullrich (de 40 años) deambula por la autopista rumbo a la casa de su prima, la cantante Fabiana Cantilo (38), en Boulogne. Son las 13.45. Prolijamente vestida, prende el teléfono celular y anuncia: "Fabi, levántese, voy para allá. Estoy con la periodista".
Llegamos. Una casa chica, agradable, luminosa. Eso sí, hecha un caos. La mesa está cubierta de hojas, restos de una canción escritos con birome. Papelitos despedazados, lápices, cucharas y un perfume. Mientras esperamos a la cantante, limpiamos la mesa. Fabi aparece: jeans, remera, zapatillas y una mirada que delata el último sueño.
Hablándose de usted, costumbre familiar que Bullrich rompió con su hijo Francisco, empiezan a recordar la infancia. Cantilo, gesticulando mucho, retrata a su prima: -Jugaba a las cartas y andaba bárbaro a caballo. Era medio zarpada, se animaba a hacer de todo.Yo también era así. Medio varoneras, de armar casas, jugar a los soldados... Julie (Julieta, la hermana de Patricia que murió) era más femenina. Nosotras éramos más animales...
-¿Vos que opinás, Patricia?
-Y, que seguimos siéndolo... Siempre me la encajaban a Fabi. Eramos las más chicas. Yo soy dos años y medio mayor. Quería jugar con los grandes, pero no me daban bolilla.
Tienen una relación fraternal. Las madres de ambas, de apellido Luro, son hermanas. Patricia tuvo tres hermanos más; Fabiana, uno. La madre de Fabi se separó del padre cuando la cantante nació. Después se volvió a casar. Las primas vivían en Buenos Aires, a una cuadra de distancia. Todas las mañanas, partían juntas al colegio. Pasaban los tres meses de verano y las vacaciones de invierno en el campo de su abuela materna, Totó Pueyrredón de Luro, llamado Granja Grande, en la zona de Los Toldos. Este campo fue comprado por el bisabuelo de las primas, Honorio Pueyrredón, ministro de Relaciones Exteriores y de Agricultura de Yrigoyen.
¿Se acuerda, Fabi? ¿Se acuerda, Patricia? Pese a que son como hermanas, no perdieron la vieja tradición familiar de tratarse de usted, con absoluta formalidad.
Fabiana relata el ingreso de Patricia en la política, en la adolescencia: "Me pareció que siempre lo había hecho, desde chiquita. Siempre hablaba de las desigualdades, la obsesionaban. Predicaba en el Colegio -dice, elevando muchísimo la voz- Bayard. ¿Vos te imaginás? En el Bayard... (Se tienta)".
-Fabi cantaba desde chiquitita -devuelve Bullrich-. Pero, como era rebelde, nunca quería cantar en las fiestas familiares.
-¿Rebelde yo? -pregunta Fabi con expresión dubitativa-. ¡Si me obligaban a cantar! Aprendí folklore muy chica. ¿Se acuerda cuando me mandaron a hacer una gira por Los Toldos cantando en la camioneta?
-¿Se acuerda cuando íbamos todas las tardes a caballo a ese pueblo que se llamaba R. J. Neil? -pregunta Patricia-. Había un almacén, donde tomábamos Spur Cola. Omar era mi novio.
-¿Su novio? -pregunta Fabi, sorprendida- Yo no sabía que Omar era su novio.
-Nos sentábamos -continúa Bullrich- con los Estaci. Al lado de los Estaci, había un comisario que tenía ocho hijos. ¿Se acuerda, Fabi, que todos tenían cara de chanchito? Este pueblo era una calle de tierra que daba una vuelta. Estaba la estación en el medio, cuatro casas, una escuela y la comisaría. Una vez, uno de los hijos del policía, venía en auto y mató a un chancho. Los dueños del chancho se vinieron a quejar. El comisario, para salvar la reputación del hijo, les contestó: "Pero qué quiere que haga, si el chancho venía por la mano de él..."
-¿Se acuerda -dice Fabi, emergiendo de su letargo, bostezando y desperezándose- cuando usted perdió un diente en el bosque?
-Veníamos usted y yo, solas, a caballo, al galope -cuenta Patricia-. Me tragué una rama, el caballo siguió y yo, tipo dibujito, al piso.
Mientras siguen con los se acuerda y los no se acuerda , Patricia cuenta que su bisabuelo había comprado 10.000 hectáreas en esa zona. Tenía siete hijos. Al morir Honorio Pueyrredón, los campos se dividieron. El principal se llamaba La Idalina, por la madre del ministro radical, la brasileña Idalina Carneiro da Fontoura.
-Abuela -dice Patricia- siempre decía que su abuela era condesa de no sé dónde. Totó (la abuela) siempre tenía que tener un título.
-Había una irlandesa por ahí -cuenta Fabi e imita a su abuela con una voz finita y recatada, pronunciando mucho las eses- Tú, hija, tú tienes que saber que tú eres.. . ¡Ayyy, Totó!
-¿Y qué eres tú?
-¿Qué me explicaba? Ah sí, ya sé -recuerda Fabi-, todo el árbol genealógico. Tú desciendes -la vuelve a imitar- de Cosme Argerich. Que tú eres... Y a mí me parecía que no era nada. Yo me enteré de lo de los apellidos a los doce años, más o menos. Y le contestaba: ¿qué me querés decir con esto?
-¿Tu abuela, de origen radical, qué opinaba de tu ingreso en la Juventud Peronista, Patricia?
-Y... No entendía mucho. Antes de terminar el secundario ya estaba militando. Estudié abogacía y sociología. No terminé porque me tuve que ir del país. Después estudié economía política en Brasil.
-Era una olfa, tenía todo diez -cuenta Fabiana, mientras se sienta-. Me contó una amiga que iba a la facu con ella.
Mientras Cantilo tose y tose y apura medio litro de miel en pocos minutos, Patricia cuenta su entrada a la Jotapé, a los 16 años: "Empecé a militar en el Abasto. Vivía en Mansilla y Pueyrredón. Para mí, en esa época, más allá de Córdoba, la ciudad, no existía. El Víbora, un compañero, me volvía loca. Ibamos al mercado. Imaginátelo funcionando, lleno de changarines. Antes de entrar, el Víbora me decía: "Aquí, la única manera es que entrés con bombacha de lata". Y yo me lo creía.
-¡Ay, Patus, recaída del catre, usted! -comenta Fabi.
-¿Qué pensabas, Patricia, cuando Fabiana empezó con el rock?
-(Se adelanta Cantilo en la respuesta) Ella me llevó al primer recital. Era Pescado Rabioso, Spinetta. Yo tenía once años. David Lebón tenía los pelos por acá (marca la cintura). Yo estaba medio alucinada: Pescado Rabioso era regroso . Me acuerdo de una imagen de Spinetta cantando Madreselva . No entendía nada de nada, no sabía si eran mujeres o tipos. Creo que fue un golpe para mí.
-Aunque parece que el golpe no te asustó demasiado...
-No. Siempre, desde chiquita, mi misión era mirar. Yo no podía participar. Siempre estaba corriendo atrás de alguna camioneta. Estaba desesperada, que me dejaran entrar, que me dejaran llegar. Ahora que lo pienso, creo que sigo igual, desesperada, corriendo...
-Es verdad -dice, riéndose, Patricia-. Cuando yo aprendí a manejar, agarraba la camioneta para ir al pueblo. Siempre salía Fabiana corriendo, a los gritos... No me dejen, no me dejen... y se trepaba por el paragolpes.
-Me decían: Vaya, Fabi, a abrir la tranquera . Okay, abría la tranquera y la camioneta partía. Y yo corriendo...
-¿Se acuerda cuando la víbora se comió el sapo? -pregunta Patricia.
-No. Me acuerdo cuando usted y yo patinábamos en el verdín. O esa vez que usted se mamó con cerveza -deschava Fabi.
-Yo ya fumaba -recuerda Patricia-. Un día apareció Fabi y nos vio fumando. ¿Qué es eso? ¿Qué es eso?, empezó a gritar. Le encajé un cigarrillo y le dije: Si usted cuenta, yo voy a decir que usted fumó . Ella a veces alcahuetaba, y nuestras madres nos retaban. ¿De verdad no se acuerda lo del sapo?
-No -dice Fabi, mientras saca pinturas de una bolsa de plástico y comienza a maquillarse.
-Al lado de la pileta había una canilla ridícula. Creo que todavía está. Escuchamos un grito aterrador, como de un bebe, nos paralizamos. Fuimos y vimos una víbora de la cruz que se estaba comiendo un sapo. ¡Qué locura! Agarramos la víbora y el sapo, tirando de los extremos, y lo sacamos.
-Igualito que en la fábula...
-Por ahí tengo el libro, la fábula de la rana y la cigüeña -dice Fabi-. La cigüeña se está comiendo la rana y ésta la agarra por el cogote. Moraleja: nunca te des por vencida.
En 1976, la diputada partió al exilio. Pasó la mayor parte de ese exilio en Río de Janeiro, donde estudió y trabajó. Su madre y su hermana se radicaron en París. En 1979, vino clandestinamente al país. Fabiana cuenta: "Usted volvió disfrazada. Yo estaba en lo de mi abuela, en camisón, llorando. Usted me decía: ¿Por qué llora? A mí me daba miedo que le hicieran algo. Tenía una peluca rubia. Yo quedé medio traumada cuando se fueron, así, de golpe..."
-Yo me enteré del comienzo de la carrera de Fabi por lo que me contaban. Sólo vi su desarrollo cuando volví, a fines de 1982.
-Terminé el profesorado de inglés, hice dos años en Bellas Artes -cuenta Fabiana-. Un día le dije a mamá: "No voy a estudiar más Bellas Artes. Se acabó". Después me dediqué al teatro y a la música. En 1981, ya estaba con Los Twist.
-Pero usted veía a mis hermanos -interrumpe Patricia-. ¿Fue al casamiento de Martín?
Cantilo frunce el ceño, pone cara de ¿fui o no fui?Derrotada ante el enigma, cuenta: "Cuando terminé la Facultad, yo era hippie, rehippie, andaba por la vida con mis teorías raras. Vivíamos en lo de Totó cuando yo estudiaba Bellas Artes. Yo había copado un cuarto y mi abuela me quería matar, porque era un despiole. Me estaba acordando de esa vez que fui a dormir a su casa, Patricia, antes del exilio. Tuvimos que rajar a otro lado. Ya no pudimos volver: la casa estaba vigilada. Al otro día me metieron en un taxi y me mandaron a lo de la abuela. La movida era pesada. Igual yo, en la luna, como siempre. Es como que mi parte política la cumplían ellos. ¿Sabe de qué me acuerdo? Ustedes me hacían escuchar (canta) Yo vivo en una ciudad ..., la de Pedro y Pablo.
-¿Se acuerda de la otra? -dice Patricia, y canta- Bronca porque matan con descaro, pero nunca nada queda claro... -¿Y la otra? -recuerda Fabi, y cantan las dos con tonada gallega- Qué culpa tiene el tomate/ que está tranquilo en la cama./ Qué culpa tiene el tomate/ que viene un hijo de su madre/ y lo mete en una lata/ y lo mandan pa´ Caracas... -Esa era de la Guerra Civil Española -cuenta Patricia, mientras Cantilo sigue tarareando-. La abuela me llamaba a Brasil y se la pasaba rezongando sobre Fabi. Que se acostaba a cualquier hora. Que mi hermano Martín la ayudaba con la comida y Fabi nada...
-Yo le traía cosas a la abuela para ponerla contenta- aclara Fabiana.
-¿Qué le traías a la pobre abuela?
-No, qué sé yo, tes raros -dice Fabi-. Yo viví con Totó largas temporadas. En la época de la Facultad no había ningún mambo. Yo me levantaba a las 8 de la mañana. Me acuerdo que por la tarde pintaba pulseras de madera y me pagaban un sueldo. Después mandé todo a la miércoles y empecé a hacer teatro en un grupo independiente.
-Me acuerdo que una vez, en 1982, me llamó Totó a Brasil -recuerda Patricia-. Yo le pregunté qué tal había sido el recital de Fabi, y lacónicamente me contestó: Un horror... -Una vez las llevé a mamá, a Totó y a Susanita Palacios a un sótano -recuerda Fabiana-. Las tres estaban con tapados de visón y no sé qué. Allí actuaba Fontova. Recuerdo que Totó me preguntaba: "Pero tú, m´hija, ¿tú bailas vestida en estos lugares, no?" -Una vez -cuenta Patricia- Totó me dijo que usted la había llevado a una presentación tipo baile...
-La llevé al Auditorio Buenos Aires, donde hacíamos El ring club . Zabaleta, Miguel Abuelo... Era genial lo que hacíamos, muy de vanguardia. ¿Viste cuando uno está haciendo cosas sólo por el placer de hacerlas? En el momento no sabés que estás haciendo algo bueno. Después te avivás. A Totó le pareció un espanto. El problema empezó cuando dejé la Facultad y agarré la viola. "Tú nunca vas a triunfar", me dijo. No lo voy a olvidar. Era medio mala Totó. Se parecía a Ursula Buendía, la de Cien años de soledad .
-¿Sabés lo que era para mi abuela? -defiende Patricia-. Esta que andaba tocando por los sótanos y nosotras exiliadas. En 1975, estuve presa durante el gobierno de Isabel Perón en Devoto. Cinco meses. Totó me venía a ver todos los domingos y armaba tanto escándalo que las guardiacárceles nunca pudieron revisarla.
Patricia Bullrich relata que durante la Guerra de las Malvinas decidió, a pesar de que todos le recomendaban no hacerlo, regresar. Al llegar, estaba su padre esperándola. En Migraciones tenían unos aparatos que se llamaban Discom, donde figuraba la gente con captura. La agarró la Prefectura. Me preguntaban: "¿Vos qué sos? ¿Drogadicta? ¿Traficante?" Yo, muda. Me llevaron al Departamento de Policía y de ahí a Orden Político. Mi vieja enseguida se comunicó con gente de Derechos Humanos. En ese momento estaba Augusto Conte. Rodearon el lugar donde estaba detenida y armaron un despiole bárbaro. Dos meses antes habían desaparecido dos chicas. El juez Narváez me recomendó que dejase el país. Martín y mi padre me sacaron. Al llegar a Brasil pensé: me vuelvo a la Argentina. Si ya me pasó todo esto, no me volverá a pasar. Me recomendaban esperar hasta la democracia. No aguanté, volví en agosto.
-Y ahí las primas se reencontraron...
-Sí, ahí Fabi -dice Patricia- ya estaba...
-En cualquier batata -redondea Cantilo. (Risas generales.) -Ya estaba más conocida -aclara Patricia.
-Yo no me acuerdo mucho de esa etapa -comenta Fabi-. Cada una estaba más metida en su mundo. Nos reencontramos en esta última década. ¿Se acuerda de una reunión que hice yo acá en 1993 y usted vino y se quedó dormida, abrazada a la nona? ¡Estaba trabajando como una negra en no sé qué campaña de miércoles! -¡Ah, sí! Ya había entrado como diputada -dice Patricia.
-¡Ah, sí, ese día estaba bastante destruida la señora diputada! -finaliza Fabiana, mientras devora otra cucharada de miel.
Texto: Agustina Roca
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