La historia de un creador que murió odiado por muchos de sus empleados, pero cuyo legado sigue intacto
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George Mortimer Pullman nació en Brocton, una pequeña localidad del Estado de Nueva York, en 1831. Fue el tercero entre los diez hijos de James y Emily. Abandonó la escuela a los 14 años para trabajar como aprendiz de carpintero junto a un fabricante de féretros. Estaba decidido a seguir los pasos de su padre, un contratista que había forjado prestigio gracias a una revolucionaria técnica para mover construcciones (edificios enteros) que él mismo había creado y patentado.
A mediados del siglo XIX, la joven nación estadounidense se encontraba en plena expansión. Las crecientes oportunidades industriales inspiraron a muchos emprendedores como George a buscar fortuna en las grandes ciudades. Así fue que en 1857 decidió radicarse en Chicago, que era una ciudad emergente con un problema muy particular : había sido construida sobre terrenos pantanosos, lo que convertía las calles en barriales profundos imposibles de atravesar. “Cada calle es una trampa donde se pueden ahogar caballos”, se decía.
Como quedará demostrado a lo largo de su historia, George Pullman tenía un don único: era capaz de descubrir oportunidades donde el resto sólo veía problemas. Así sucedió en Chicago. Poco después de llegar, convenció a las autoridades del ayuntamiento que la única solución era “levantar” la ciudad. Y que sólo él podía hacerlo, con las técnicas que había aprendido de su padre. Así construyó drenajes sobre las calles y luego los cubrió, lo que elevó la altura sobre el nivel del mar de Chicago. Al mismo tiempo, mejoró los cimientos de los edificios más antiguos para prevenir futuras inundaciones.
Gracias a su trabajo en Chicago, Pullman ganó reconocimiento y estabilidad financiera. Pero no parecía satisfecho con ser un simple contratista...
Pullman, que utilizaba con frecuencia los trenes para sus negocios, notó una clara deficiencia: los vagones eran incómodos, estaban sucios y, además, mal ventilados. Fue entonces cuando, en 1859, tuvo la idea que cambiaría para siempre la industria del transporte de pasajeros: diseñar un coche cama lujoso que ofreciera una experiencia completamente diferente a los viajeros.
Desarrolló su primer prototipo, al que llamó “Pioneer”. Este vagón, que debutó en 1865, contaba con innovaciones muy prometedoras, como literas plegables y asientos que también podían convertirse en camas. El éxito fue inmediato, pero lo que realmente catapultó a Pullman a la fama fue un acontecimiento histórico: el “Pioneer” fue elegido para formar parte del cortejo fúnebre del presidente Abraham Lincoln, fallecido en abril de 1865, transportando su cuerpo de Washington D.C. a Springfield, Illinois. Este evento no solo dio visibilidad a su creación, sino que también generó una fuerte demanda de sus vagones en todo el país.
En 1867, Pullman fundó la “Pullman Palace Car Company”, una empresa dedicada a la fabricación de coches de lujo. Una década más tarde, la compañía contaba con más de 460 vagones operativos y generaba ganancias anuales de más de un millón de dólares. Los vagones Pullman, con sus interiores opulentos, se convirtieron en sinónimo de lujo accesible para la clase media, lo que llevó a la empresa a dominar el mercado de los coches ferroviarios en Estados Unidos.
Con el éxito de su compañía consolidado, George Pullman no solo quería revolucionar el transporte, sino también la forma en que vivían y trabajaban sus empleados. Inspirado por las ideas paternalistas de la época -por el concepto de paternalismo empresarial-, Pullman estaba convencido de que podía diseñar una comunidad ideal donde los trabajadores pudieran vivir y trabajar en un entorno controlado y armonioso. Así nació “Pullman City”.
LA CIUDAD DE LOS TRABAJADORES
En 1880, Pullman adquirió un terreno de aproximadamente 16 kilómetros cuadrados al sur de Chicago, cerca del Lago Calumet. Este lugar fue elegido estratégicamente para estar cerca de las fábricas de su empresa, pero también lo suficientemente apartado de las agitaciones laborales que comenzaban a florecer en las ciudades industriales. Su visión era simple pero ambiciosa: crear una ciudad modelo que incluyera no solo viviendas para los trabajadores, sino también todas las comodidades y servicios que una comunidad ideal necesitaría. Habría zonas comerciales, parques, teatros, iglesias, hoteles y hasta una biblioteca pública, todo diseñado bajo la supervisión de su arquitecto, Solon Spencer Beman.
Los 1300 edificios originales de la ciudad fueron meticulosamente diseñados, y cada detalle reflejaba la jerarquía social dentro de la fábrica. Los ejecutivos vivían en casas unifamiliares, los trabajadores calificados ocupaban viviendas adosadas, mientras que los obreros menos calificados vivían en casas compartidas o departamentos más modestos. La pieza central de la ciudad era el lujoso Hotel Florence, nombrado así en honor a la hija favorita de George Pullman.
Pullman creía que su “ciudad”, con aire fresco y sin bares (”libre de las típicas distracciones de las zonas urbanas”, decía), con una calidad de vida superior, produciría una fuerza trabajadora feliz y leal. Esta visión paternalista fue muy elogiada en sus primeros años. De hecho, durante la Exposición Mundial Colombina de Chicago, en 1893, Pullman City se convirtió en una de las principales atracciones. Y George Pullman fue celebrado en la prensa como un visionario generoso.
Sin embargo, la realidad detrás de la utopía era mucho más compleja. Pullman gobernaba su ciudad como un feudo personal, estableciendo reglas estrictas para sus residentes. No se permitían periódicos independientes, ni reuniones públicas, ni discursos que pudieran fomentar el descontento. Los inspectores de la empresa visitaban regularmente los hogares para asegurarse de que se mantenían limpios y ordenados, y cualquier infracción podría llevar al desalojo en un plazo de diez días. Las iglesias permanecían vacías porque las ramas del cristianismo que Pullman consideraba aceptables no podían pagar los elevados alquileres, y no se permitían otras congregaciones.
Aunque no era obligatorio vivir en Pullman City, los empleados de Pullman Palace Car Co. estaban fuertemente incentivados a hacerlo. Pero las rentas eran más altas que en otras áreas de Chicago, lo que generaba incomodidad entre los trabajadores. Los empleados de Pullman recibían dos cheques de pago: uno para su salario y otro directamente destinado al alquiler de su vivienda, que tenían que firmar y devolver inmediatamente al recaudador.
Pullman no veía nada malo en su gestión. Creía sinceramente que estaba proporcionando a sus trabajadores una mejor calidad de vida, aunque, realmente, muchos se sentían prisioneros de un sistema injusto.
El modelo paternalista de Pullman City parecía funcionar bien hasta que la economía estadounidense comenzó a tambalear a principios de la década de 1890. La crisis económica de 1893 golpeó duramente al país, y la demanda de vagones Pullman disminuyó significativamente. La compañía se vio obligada a reducir su producción y, para hacer frente a la recesión, Pullman despidió a cientos de trabajadores y redujo los salarios de aquellos que permanecieron empleados. Sin embargo, en medio de estas medidas de austeridad, los alquileres y los precios en Pullman City no fueron ajustados.
Para los trabajadores, la situación se volvió insostenible: sus salarios se redujeron hasta en un 25 por ciento pero los costos de vida en Pullman City permanecieron elevados, lo que llevó a muchos a la desesperación. Las tensiones aumentaron rápidamente.
El conflicto estalló en mayo de 1894, cuando un grupo de trabajadores organizados por la recién formada American Railway Union (ARU, por sus siglas en inglés), liderada por Eugene V. Debs, decidió declararse en huelga. La huelga de Pullman comenzó como una protesta local, pero pronto adquirió dimensiones nacionales. Debs y la ARU llamaron a otros trabajadores ferroviarios a unirse al paro, instando a los sindicatos a no operar trenes que transportaran vagones Pullman. Este boicot se extendió rápidamente por todo el país, paralizando las operaciones ferroviarias en muchas regiones y afectando no solo al transporte de pasajeros, sino también a los trenes de carga y correos.
Pullman, sin embargo, se mantuvo inamovible. Se negó a negociar con los líderes sindicales o a ajustar los alquileres, convencido de que su modelo de gestión era correcto. Esta actitud intransigente solo sirvió para intensificar el conflicto. En respuesta a la huelga, las compañías ferroviarias, agrupadas bajo la General Managers Association (GMA, por sus siglas en inglés), tomaron medidas drásticas y despidieron a los trabajadores que apoyaban el paro. La situación se tornó más tensa, y el gobierno federal, bajo la presidencia de Grover Cleveland, decidió intervenir.
El punto de inflexión llegó dos meses después, en julio de 1894, cuando Cleveland, presionado por las empresas ferroviarias, envió tropas federales a Chicago para restablecer el orden y garantizar la operación de los trenes. La llegada de tropas derivó en violentos enfrentamientos con los huelguistas, en los que más de una docena de trabajadores fueron asesinados y otros cientos resultaron heridos.
Finalmente, la huelga fue sofocada y los líderes sindicales, incluido Eugene V. Debs, resultaron arrestados. La huelga de Pullman fracasó pero dejó una marca indeleble en el movimiento laboral de Estados Unidos. Una comisión federal que investigó el conflicto concluyó que el paternalismo de Pullman había sido parcialmente culpable del estallido de la huelga y describió a la ciudad como contraria a los principios de libertad y justicia en la cultura estadounidense.
La reputación de George Pullman quedó profundamente dañada. En 1898, la Corte Suprema de Illinois ordenó a la Pullman Company que vendiera todas sus propiedades residenciales en Pullman City, anexando la comunidad a la ciudad de Chicago. Lo que alguna vez había sido una utopía industrial se convirtió en un simple barrio más de la creciente metrópolis.
Tras el colapso de la huelga de 1894 y la creciente animosidad hacia su figura, los últimos años de George Pullman no estuvieron exentos de dificultades. Aunque su negocio continuaba siendo rentable y seguía liderando la industria de los coches de lujo para trenes, su reputación quedó marcada por el conflicto laboral y las críticas al modelo autoritario que había impuesto en Pullman City.
A pesar de las controversias, Pullman siguió adelante con otros proyectos. Su compañía fue parte importante en la construcción del sistema elevado de trenes de Nueva York, y continuó fabricando coches para el sistema ferroviario en expansión de Estados Unidos. Sin embargo, la sombra de la huelga de 1894 y la creciente hostilidad del movimiento obrero seguían persiguiéndolo.
Pullman falleció de un ataque al corazón el 19 de octubre de 1897 a la edad de 66 años. Su muerte no fue el final de la polémica. Tal era el odio que los trabajadores le profesaban que su familia, temerosa de que su tumba fuera profanada, decidió enterrarlo de una manera única: fue sepultado por la noche en el cementerio Graceland de Chicago, en un ataúd de plomo sellado dentro de una bóveda de acero y hormigón. Varias toneladas de cemento fueron vertidas sobre su tumba para evitar que activistas laborales intentaran exhumar o profanar su cuerpo, una medida extrema que reflejaba el profundo resentimiento que Pullman había generado entre los trabajadores.
Tras su muerte, el hijo de Abraham Lincoln, Robert Todd Lincoln, asumió la presidencia de la Pullman Company. Bajo su liderazgo, la compañía continuó siendo un actor clave en la industria del transporte, expandiéndose y fusionándose en 1930 con la Standard Steel Car Company para formar la Pullman-Standard Company, que siguió construyendo coches hasta 1982. A pesar de su legado empresarial, Pullman sería recordado principalmente por su polémica relación con el movimiento laboral y su utopía fallida en Pullman City.
En cuanto a la utópica ciudad… a pesar de sus orígenes controvertidos, el barrio de Pullman logró sobrevivir, y con el paso del tiempo, su arquitectura victoriana distintiva y su rica historia industrial lo convirtieron en un sitio de interés cultural. En 1969, Pullman City fue designada Distrito Histórico Nacional, y en 2015, el área fue declarada Monumento Nacional de Estados Unidos por el presidente Barack Obama, reconociendo su importancia en la historia laboral y urbana de la nación.
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