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Esa noche, tan diferente a las tantas otras que había pasado en ese lugar, cumplía 32 años. Sin embargo, sentía que estaba atravesando una de las etapas más oscuras de su vida. Una serie de malas -aunque necesarias- decisiones lo habían llevado al sitio donde se encontraba en ese preciso instante. Vivía entonces en el desierto de Albuquerque, la ciudad más poblada del estado de Nuevo México, en los Estados Unidos, y limpiaba baños en una discoteca. Mientras limpiaba, de pronto se abrió la puerta y un joven probablemente pasado de alcohol entró corriendo y vomitó sobre él. “Soy la persona menos agresiva del mundo, pero en ese momento toda la furia del cosmos llegó por dentro hasta mi puño y le metí un golpe tan fuerte que se cayó”.
Lo que siguió a continuación fue historia… o no. Nacido en Lima, Perú, Diego Contreras Cerff era un joven sudamericano que no había terminado sus estudios superiores y no tenía un trabajo fijo cuando decidió ir a los Estados Unidos en busca de un futuro mejor. “Creo que fue mas matemáticas que una decisión consciente la de dejar mi país. En todo caso, cuando se me dio la oportunidad, no tuve que pensarlo dos veces: la televisión tenía años diciéndome lo hermoso que era todo en ese país. Y la idea de vivir en Nueva York -donde todas mis series y películas favoritas tomaban lugar- era demasiado atractiva”.
Su infancia había transcurrido en una casita de ciudad con muchos pisos y muchas personas: su abuela, sus tíos y primos y la infaltable televisión, que era de alguna manera su niñera, fueron grandes compañías en aquellos años. De aquellos días recuerda mucho jugar con plastilina. Le encantaba hacer animales y personas e imaginar situaciones con ellos. Incluso llegó a montar una exposición de arte en la habitación que compartía con su hermana y su mamá. Asistieron todos sus familiares y algunos amigos.
Estudió publicidad. Pero perdió interés y se inclinó hacia el área audiovisual. Tampoco concluyó aquellos estudios y se volcó por el video arte. Hizo cursos de actuación, de edición de videos, de escultura. Incluso en los Estados Unidos asistió durante un tiempo a una universidad de arte. Aunque reconoce que nunca tuvo una formación oficial como artista, estuvo envuelto en la realización de videos desde niño. Tuvo proyectos de ruidismo experimental y produjo un importante volumen de escultura en su vida.
Años de dificultades y grandes aprendizajes
Pero ni Nueva York ni las ciudades por las que pasó fueron lo que esperaba. Antes de llegar a instalarse en el desierto de Albuquerque había vivido en muchos lugares. Brooklyn, Reno, Nevada, Miami y Florida eran algunos de los que formaban parte de la lista. “Creo que si bien en el pasado me he referido a esa época como mi etapa oscura, ahora en realidad la veo como mis años de mayor aprendizaje. Algo así como una academia obligatoria por la que algunos hemos tenido que pasar para verdaderamente aprender a batallar los retos habituales de la vida. No había tomado las mejores decisiones y las consecuencias me llevaron a vivir en las calles y a no poder conseguir un buen trabajo”.
En esa época había encontrado refugio en la casa de una de sus mejores amigas, la artista Beth Moore Love. Era una pequeña yurta (una especie de carpa, mejor conocida por ser la vivienda tradicional de los pueblos nómadas de Asia central, de forma redonda, está hecha de un armazón de madera). “Hay mucho que decir sobre el desierto, desde el olor, los cielos infinitos pintados en degrade de azul, melón, rosado, naranja, rojo y amarillo dependiendo de la hora del día. Los animales súper escurridizos como las serpientes y el correcaminos (sí, son reales) y una de mis experiencias favoritas que es el sonido de las cigarras al querer atraer a su parejas”.
Sin embargo, nada de aquella majestuosidad natural evitó que Diego Contreras Cerff tuviera que atravesar una serie de experiencias que cambiarían el rumbo de su vida. Desde luego, la noche en que golpeó al cliente de la discoteca que le había vomitado encima fue despedido. Estaba profundamente arrepentido y sabía en su interior que necesitaba un cambio. “¿Cómo llegué hasta acá? Cumplí 32 y soy un desastre. Sé hacer muchas cosas y no hago nada”, le dijo a una amiga entre lágrimas y lamentos. La respuesta de quien trataba de consolarlo lo dejó pensando: “Algún día, si te esfuerzas, una de esas cosas te llevará a algún sitio; solo tienes que decidir cuál”.
Fue entonces que una serie de señales comenzaron a aparecer en su vida. En primera instancia, la gata que vivía con él se acercó y comenzó a lamer su cara. Se durmió profundamente, agotado por la tristeza y lo difícil que había sido aquella noche. A las 3:33 de la madrugada sonó la alarma del despertador. Nadie había puesto la alarma. “Desde ese día empecé a ver el número 333 en todas partes. Si ponía comida en el microondas, salía 3:33; si miraba el reloj, eran las 3:33 de la tarde”.
“Tu abuela se está muriendo”
Viajó una vez más a Nueva York para retomar su vida. Apostó por la producción de videos y le fue muy bien. Y seguía viendo el número. Corría 2016. Donald Trump ganó las elecciones. Diego no tenía papeles, era ilegal. “El día que ganó, tomé el tren y me crucé con un chico blanco, calvo, que tomaba café y que me escupió en la cara y me dijo: Trump, y se fue corriendo. Entré en shock. Cuando cruzaba la calle, el semáforo se detuvo en el 33 y se quedó pegado. No lo podía creer”.
En cuanto llegó a la oficina donde trabajaba, le dijeron que lo iban a ascender. Fue a su puesto de trabajo y encontró un mensaje de su mamá: “Tu abuela se está muriendo”. Eran las 3:33 de la tarde. Buscó un pasaje a Lima: había uno por 333 dólares. No lo pensó más. Regresó a Perú.
De pronto, mientras cruzaba la puerta de la casa donde había crecido para despedir a su querida abuela, toda su vida pasó delante de sus ojos. “Ella fue muy importante en mi decisión de regresar al Perú después de tantos años. Al entrar a su casa en Lima, donde yo crecí, y ver todo el arte gatuno en las paredes y algunas fotos mías no pude contener la emoción. Nos abrazamos muy fuertemente e intenté hablarle pero ella ya no podía escuchar. Al poco tiempo ella se nos fue. Se dice mucho en mi familia que ella solo quería verme antes de irse. Y, pese a que tenía mucho miedo de lo que me deparaba el destino con las manos vacías en el Perú, hoy me llena de mucha alegría el haber podido estar ahí para ella y despedirme tan amorosamente”.
De pronto comprendió que lo que había buscado toda su vida estaba delante de él. Y supo que en su afecto por su abuela y los gatos que ella tanto había amado se encontraba el comienzo de su futuro. “Si bien mi abuela solo tenía dos gatos en los años de mi infancia, todos en casa contaban una historia de que alguna vez tuvo decenas de gatos. Ella tenia cuadros en las paredes con imágenes de gatitos y varios álbumes de fotos con recortes de felinos de periódicos, revistas etc. Cuando nos llevaba al colegio en las mañanas contábamos a cada gatito y perrito que veíamos en el camino, pero su emoción por los felinos encontrados era bastante mas obvia. De ella heredé uno de los álbumes de recortes gatunos que había armado en sus últimos meses de vida, una pieza digna de estar en museo”.
Desde pequeño había tenido un vínculo cercano con los gatos. Y aunque si situación de vivienda había sido complicada en sus años en los Estados Unidos, muchos conocían de su pequeña obsesión por aquellos fantásticos animales y le hacían consultas gatunas y llamaban para rescates.
Un lugar de mágicas oportunidades
En Valle Sagrado, en Urubamba, Cusco, encontró el lugar para empezar de nuevo. Quería tener su historia, dejar un legado. “Un día, hablando con un familiar, nos preguntamos a dónde se había ido mi abuela. Solo sabíamos que a un lugar lleno de gatos. Ahí se me prendió el foco y decidí poner el albergue. Cumplí 33 años, me hice un tatuaje del 333 y empecé con el refugio para gatos”.
El proyecto creció. A fuerza de mucha voluntad, ganas de ayudar e ideas para colaborar con la realidad de los animales que viven en situación de calle, muchos se sumaron a su causa noble. Rescataron a más de 700 gatos. Al cabo de un año, el lugar había logrado la autosostenibilidad. Sin embargo, el albergue tuvo que cerrar y hoy Diego Contreras está trabajando en otro proyecto, al que bautizó Mishi Wasi. Con donaciones y la venta de artículos vinculados al mundo de los gatos, logró comprar un terreno en el que construirá un nuevo refugio.
Mishi es el sonido que los locales hacían para llamar a los gatos cuando tomaron residencia en esas tierras. “Si bien la palabra oficial en quechua es Michi con ch, nosotros al nombrar nuestro albergue volvimos al sonido original y decidimos llamarnos Mishi Wasi, que significa algo así como el hogar de los gatos”.
En Perú y en las redes sociales, a Diego Contreras hoy lo conocen como el Señor. Mishi Wasi, un nombre con el que accidentalmente un niño quiso llamar su atención en la calle y que definitivamente lo marcó para siempre. Sus voluntarios del albergue comenzaron a usar ese término también. Y cuando la plataforma TikTok agregó un narrador para su plataforma en español y dio voz a los videos que protagonizan los felinos, todos -incluso los gatos- comenzaron a llamarlo Señor Mishi Wasi en un código gracioso pero de respeto hacia su persona.
“Podría hablar por horas de la magia de este lugar, de cómo mucha gente del mundo viene aquí a sanar y a ser mejor cada día, de sus impresionantes paisajes, apus o espíritus de montañas, ríos y la calidad humana de la gente, de cómo aquí los niños aun juegan en libertad en la naturaleza y cómo la historia de este lugar se puede sentir al hacer algo tan simple como caminar. Además de todo esto, para mí el Valle Sagrado es el lugar que me enseña a trabajar mejor mi intuición, a que la magia de todo lo bello que miras al rededor en realidad esta en ti y te da el poder de manifestar. El Valle Sagrado de los incas es el lugar que más oportunidades me ha dado en toda mi vida, más aun que cualquier lugar de USA. El trato que he recibido de la comunidad aquí es de lo mejor, todo lo que yo hago el día de hoy con mi proyecto Mishi Wasi ha nacido aquí no solo gracias a mi esfuerzo y el de los voluntarios, sino al hermoso recibimiento de Urubamba y su gente. Seguro que viajaré a muchos lugares predicando la palabra michera y ayudando con proyectos gatunos, pero el Señor Mishi Wasi va a vivir lo que le queda de vida por aquí”.
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