Juan Risuleo participó en la movida artística del Insituto Di Tella, diseñó junto a Federico Moura, se perfeccionó en Europa y se radicó durante décadas en Los Ángeles, cerca de las “estrellas”
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En el mundo del diseño casi todo pasa por las redes sociales. Sin embargo, Juan Risuleo, es un caso aparte. De bajo perfil, el hombre asegura ser tan sólo un artesano de la moda. Su regreso al país, hace un año, después de vivir cuatro décadas en West Hollywood, pasó desapercibido. En Estados Unidos le tocó trabajar en Halston y con Liza Minnelli, Cher y Miles Davis, entre otras estrellas. Pero antes de partir ya había fundado su propia marca, Ropas Argentinas, había montado desfiles junto a uno de los iconos del rock nacional, Federico Moura, había participado de la movida artística del Instituto Di Tella y había vestido a María Kodama para luego, en una cena, ser ponderado Jorge Luis Borges.
Risuleo es pura discreción, habla muy bajo. Su voz se hace a imperceptible al mezclarse con el ruido de la máquina de café del Bar San Martín, en Villa Devoto, donde le brinda una entrevista exclusiva a LA NACION un sábado por la mañana. El café está a pocas cuadras de la casa en la cual nació y donde desembarcó hace meses para volver ahí a vivir y crear su propio atelier. Es el único día libre en su agenda; trabaja ocho horas diarias, sin celular, en un proyecto que no puede aún revelar. Viste una camisa amarilla, una boina oscura y lleva un paraguas a modo de bastón. Su look casual poco tiene que ver con el de la primera vez que lo vimos, de elegante traje oscuro con botones de madera y camisa blanca cuello Mao, sentado como si fuera un alumno más, en los talleres de escritura de la curadora de moda Victoria Lescano. Nadie hubiera imaginado que ese señor que escuchaba con atención había sido una figura central del diseño en Argentina durante las décadas del 60 y 70, mucho menos que sus manos cosieron telas de figuras nacionales e internacionales.
Junto a la silla del bar, Risuleo arrima una valija repleta de recuerdos, álbumes, croquis de vestidos, recortes de revistas, y bocetos que hizo durante 10 años para sus alumnos, cuando fue profesor de la Universidad de California. Pero esto no es todo, falta que lleguen más valijas en barco desde la ciudad de West Hollywood, Los Ángeles, con más libros y fotos de su intensa vida junto al diseño, una idea que comenzó a concretarse cuando su abuelo, quien pretendía que fuera abogado o médico, le advirtió: “Si te vas a dedicar a la moda, entonces que sea a lo grande. Andáte a París”. Así continua la charla, con historias y anécdotas que se van enhebrando para cruzar océanos:
“Del lado de papá venían de Calabria, éramos 35 nietos. Las raíces de mi madre son españolas y guaraníes. Una de mis abuelas era sombrerera en la primera casa francesa que hubo en Buenos Aires, Madame Paquin, era “modiste de chapeaux”, para mujeres. Y mi abuelo trabajó en la famosa casa Fumagalli 65 años. Es donde se hicieron los sombreros figuras como los ex presidentes Bartolomé Mitre o Torcuato de Alvear. Visitarlos en esos talleres, jugar con las telas y las plumas, me fascinaba”.
-Además de criarse “entre sombreros”, ¿qué otro contacto tuvo con la moda cuando era chico?
-Tenía una tía rica que un día me pidió que la acompañara a hacerse un vestido en lo de Paco Jamandreu y cuando vi el salón me quería morir: tenía una colección de grandes espejos, todo anticipaba un mundo fabuloso. Fui aprendiz de él siendo adolescente por un tiempo sin que lo supieran mis padres. La moda era algo prohibido en ese entonces para una clase media donde para ser integrado debías ser un profesional.
-¿Cuál es la enseñanza que le dejó Jamandreu?
-Esto es un métier. Si algo no se usa en la calle, no existe. La ropa tiene que integrarse, ser aceptada y querida. El placer que te da algo que te va bien y te luce, eso me lo enseñó Paco. ¿No te diste cuenta que las mujeres, cuando se ponen un vestido que les gusta, levantan instintivamente los hombros? Cada vez que le encargaban una prenda, preguntaba: “¿Para quién? ¿Yendo dónde?”.
A los 18, de acuerdo al mandato familiar, se compró un pasaje a Europa. Trabajó en Paris para Chanel y en Florencia con Emilio Pucci, famoso por sus estampados psicodélicos. Ambos puestos los consiguió por avisos en el diario. “No hay peor cosa que tomar a un recomendado... ¡mirá si justo te toca un clavo!”, asegura mientras muestra fotos de vestidos que hizo para las óperas del Teatro Colón a principios de los 70. Cuando se presentó en la Maison Chanel desconocía donde estaba, el aviso no lo especificaba. “Después hice la prueba y estaba tan nervioso que no puede enhebrar una aguja”, recuerda.
Si bien parte de su formación es europea, el profesor Risuleo se manifiesta en contra de lo que llama “el colonialismo cultural en la moda”. Rescata a los argentinos Mary Tapia, quien trabajó con textiles autóctonos, y en la actualidad, a Pablo Ramírez, pionero del diseño de autor. Por eso, en 1970 fundó su propia marca, Ropas Argentinas, cuya etiqueta era celesta y blanca. La empresa nació en la galería Recamier de Belgrano para luego mudarse a la Galería Jardín de la calle Florida, justo enfrente del local Limbo del diseñador y líder del grupo Virus, Federico Moura.
“Federico era una persona fascinante pero, a la vez, muy responsable. Nos hicimos amigos en 15 minutos”, dice. El músico fue quien le ofreció trasladarse a la galería Jardín. Hicieron cinco desfiles juntos en el Hotel Claridge y crearon remeras con estampas nacionales; el rostro de Gardel, los helados Laponia y la caja amarilla del maní con chocolate que se comía en el cine. Eran tiempos en los que Andy Warhol había transformado en icono a la sopa Campbell.
-¿Cómo forjó su amistad con María Kodama?
-Una vez, en el 72, hice un desfile de modas donde había un vestido que era muy zarpado. Yo me dije “Esto no lo voy a vender nunca”, pero lo exhibí en una vidriera de un local que estaba sobre la avenida Cabildo. Un día me llaman y me dicen que hay una señora a quien le gusta mucho, pero que no sabían cuál era el precio. Me fui volando para allá a hablar con ella y nos hicimos amigos.
-Tal como preguntaría Jamandreu, ¿“para ir adónde” la vestía a Kodama?
-Cuando estuvo en La Sorbona, por ejemplo. Yo le hice toda su ropa siempre, le mandaba prendas que diseñaba desde Los Ángeles hacia Buenos Aires. Me acuerdo que le fabriqué un tapado de terciopelo color rosa viejo, o mejor dicho rosa quemado. Me acuerdo que incluso un día estuvimos desayunando ella, Borges y yo en California, fue cuando fueron a recorrer arriba de globo aerostático los valles de Napa.
-¿Y de Borges qué nos puede contar?
-Durante una cena, una vez me dijo: “Juan, las telas que elije para María son muy suaves”. Para mí esa fue la perla de la corona, que un genio como Borges, que no podía ver pero que tenía una sensibilidad tan especial, le dijera eso a un modisto joven...
Sus proyectos donde vinculó la moda con el arte habían nacido antes, en la década del 60, cuando hizo la producción en un happening del psicoanalista Oscar Masotta en el Instituto Di Tella. En ese centro de experimentación colaboró con quien fuera amigo desde los 17 años, el sociólogo Roberto Jacoby, Massotta, y con el artista conceptual Eduardo Costa. En la actualidad trabaja junto a Charles Ray, un escultor estadounidense, conocido por sus obras que cuestionan los juicios perceptuales del espectador. Con él realizó cinco maniquíes gigantes que están en distintos museos del mundo, entre ellos el Pompidou de París y el Metropolitan de Nueva York.
Conoció a Ray cuando vivió en Estados Unidos, donde empezó trabajando en Nueva York para el inventor del vestido camisero, Halston. Luego se mudó a Los Ángeles. Ahí tuvo su propio atelier y local llamado Novia, aunque diseñaba todo tipo de prendas. También trabajó para la tienda Maxi haciendo adaptaciones, o simplemente estando atento a las necesidades de estrellas como Ringo Star, Madonna, Miles Davis, Elton John, Almodóvar, Cher o Bette Midler. De todos ellos dice que rescata “la calidad de Miles Davis, de una delicadeza y sensibilidad, igual que en su música”.
-Recuerda alguna anécdota vinculada a su trabajo con estas celebridades?
-Me llamaron para adaptarle un vestido con urgencia a Liza Minnelli. Ella estaba feliz de que yo hubiera trabajado con su gran amigo, Halston. Fui a las dos de la mañana al hotel a probarle, y se levantó de la cama solo para eso. ¿Podés creer? Después quisieron mandarme un cheque con el pago, pero Liza los frenó y les dijo: “¿Cómo? ¿Él vino de madrugada y le vas a mandar un cheque por correo? Le pagás ahora: cash y el triple”, ordenó. Ella es una artista así, increíble.
Risuleo trabajó siempre y no piensa dejar de hacerlo. Después de la charla caminará unas pocas cuadras hasta su casa para escribir un texto destinado a sus alumnos. Se despide con una confesión final, es su sueño, el de “romper esa dicotomía entre los artistas y los obreros. No hay nadie que le enseñe más a un diseñador que alguien que cose. Las máquinas de coser deben llegar a las universidades”.
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